José Martí Pérez (1853-1895)
“Martí significa para nosotros el arribo a la plenitud del espíritu”.[1]
Cintio Vitier
“Él solo es nuestra entera sustancia nacional y universal. Y allí donde en la medida de nuestras fuerzas participemos de ella, tendremos que encontrarnos con aquel que la realizó plenamente, y que en la abundancia de su corazón y el sacrificio de su vida dio con la naturalidad virginal del hombre. […]
// Conmueve si escribe, si habla, si vive, si muere. ¿Cuál es su secreto? Él no actúa: obra. Todo lo que hace está como tocado de un fulgor perenne”.[2]
Fina García-Marruz

Humanista, poeta, periodista, crítico de artes, orador, jurista, traductor, diplomático, educador, filósofo, historiador, novelista, teatrista, lingüista, líder revolucionario y Apóstol del pueblo y la nación cubana; es, sin duda alguna, “nuestra más alta figura política y nuestra primera mente creadora”,[3] porque “en Martí lo íntimo y lo revolucionario se integraron en una sola agonía de signo redentor”.[4]
José Julián Martí[5] Pérez nació en La Habana, el 28 de enero de 1853. Hijo de doña Leonor Pérez Cabrera y don Mariano Martí Navarro. Era conocido como Pepe entre sus familiares y amigos de la infancia y la adolescencia. En diciembre de 1864 concluye sus estudios de enseñanza primaria en el colegio San Anacleto, de Rafael Sixto Casado. En marzo del siguiente año ingresa en la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal de Varones, que dirigía Rafael María de Mendive. En septiembre de 1866 aprueba el examen de admisión para cursar los estudios, costeados por Mendive, en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Matricula en septiembre de 1867, por muy breve tiempo, en la clase de Dibujo Elemental en la Escuela Profesional de Pintura y Escultura de La Habana, más conocida como San Alejandro.[6]
Al iniciarse la Guerra de los Diez Años comenzó a colaborar entre los grupos conspiradores de la capital[7] y publicó en el Instituto un periódico manuscrito clandestino titulado El Siboney —en el cual apareció su soneto “¡10 de Octubre!”— y aprovechó el breve período de libertad de prensa dictado por Domingo Dulce y Garay para hacerlo con El Diablo Cojuelo y La Patria Libre,[8] que se asegura distribuyó personalmente en el Teatro Villanueva la noche en que allí tuvo lugar la manifestación pública de los independentistas habaneros que dio al traste con las maniobras de los reformistas.
En 21 octubre de 1869 es detenido bajo la acusación del delito de infidencia,[9] por ser autor de una carta dirigida al cadete Carlos de Castro y de Castro,[10] antiguo condiscípulo suyo, al que califica de apóstata e incita a la deserción. Condenado a seis años de presidio, en el 4 de marzo de 1870, arrastró cadena en las infernales canteras de San Lázaro[11] hasta que, por su delicado estado de salud y corta edad, en atención a las desesperadas gestiones de sus padres, el 5 de septiembre de ese mismo año, se le conmuta la pena por la de extrañamiento en Isla de Pinos.[12] El 15 de enero de 1871 parte al destierro en la Península.[13]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] “Sin caer en beaterías ni canonizaciones pueriles, podemos decir con exactitud que Martí significa para nosotros el arribo a la plenitud del espíritu, si no en su dimensión mística (aunque muy cerca parece que estuvo de tocarla en sus últimos días), sí en el doble sentido que le hemos dado a la palabra ‘espíritu’: objetivación y sacrificio. // Martí, en suma, en vez de lejanizar, enraíza nuestro ser en la raza, en la historia y en el espíritu. Nos liga al misterio del mito prometeico y a las gravitaciones del destino. Nos abre a la trascendencia, a la fe y al sacrificio. Toda su vida y su obra tienen un sentido fundacional. // Con su muerte se cierra nuestra época trágica. Un destino aciago, algo como la suerte de los atridas, azota a la poesía cubana durante todo el siglo XIX. Martí resume ese fatum, pero ya no es su víctima sino su dueño. Él es el primero entre nosotros que, asumiéndolo desde la raíz, posee al destino. Por eso está capacitado para que nuestra naturaleza y nuestro hombre reciban de su mirada la iluminación espiritual. Pero, como si nuestro signo fuera lo imposible, tan pronto él toca la tierra suya para redimirla, muere en un misterioso paisaje de aguas. Y es arrastrado, y se pudre bajo la lluvia. Pero ese contacto de sus últimos días, ese encuentro casi increíble de su amor inaudito, en el pleno bosque insular, con los cubanos humildes, oscuros, que él enciende, es la semilla más dura de nuestra realidad, el tesoro mayor que tenemos”. [Cintio Vitier: “Séptima lección. El arribo a la plenitud del espíritu. La integración poética de Martí”, Lo cubano en la poesía (1958), en Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, prólogo de Abel Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998, pp. 168-169, 206 y 206-207, respectivamente. (El énfasis es de CV)].
[2] Fina García-Marruz: “José Martí” (Revista Lyceum, La Habana, mayo de 1952), Ensayos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2003, p. 11.
[3] Juan Marinello: “Recuento y perspectiva. Veinte años de meditación martiana” (1961), 18 ensayos martianos, La Habana, Ediciones UNIÓN y Centro de Estudios Martianos, 1998, p.209.
[4] Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral (1975), 2da ed., México, Siglo XXI editores, 2002, pp. 157-158.
[5] Cintio Vitier señala que la palabra martí “en las etimologías estudiadas en los dialectos vogules y ugrofínicos por Miguel de Ferdinandy (En torno al pensar mítico), alude al ‘camino del ave migratoria’, ‘país allende al mar’ o ‘mar cálido, aguas cálidas’ y, sobre todo, ‘tierra del hombre’. Entre los profetas de los nuevos tiempos, de ese porvenir sintetizador de las facultades y necesidades humanas, ninguno encarna como José Martí el ejemplo del hombre del futuro. Situado en las aguas cálidas, en el camino del ave migratoria, del pájaro que Zenea oyó en la inmensidad marina ‘llamando al hijo errante de la mar’, ninguno como él regó con su sangre la tierra verdadera del hombre: del hombre completo, carnal y espiritual, profano y sagrado, temporal y eterno. Del hombre íntegro que es, en la historia, nuestra única esperanza”. [“Martí futuro” (1964), Temas martianos. Primera serie (1969), La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, p. 178).
[6] Véanse los artículos de Luis F. Le Roy y Gálvez: “Martí, Baliño y Fermín Valdés Domínguez en ‘San Alejandro’” (Anuario Martiano, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, La Habana, 1976, no. 6, pp. 151-168) y de Toni Piñera: “Alma bicentenaria de la identidad cubana” (Honda, La Habana, septiembre-diciembre de 2018, no. 54, pp. 49-54).
[7] Véanse, al respecto, César García del Pino: “El Laborante, Carlos Sauvalle y José Martí”, en El Laborante y otros temas martianos, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2006, pp. 7-29; y Luis Toledo Sande: “José Martí, combatiente del 68 y de todos los tiempos”, José Martí, con el remo de proa, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1990, pp. 11‑35. (Bohemia, a. 76, no. 42, 19 de octubre de 1984, pp. 82-89).
[8] En esta publicación apareció su “tragedia juvenil” Abdala, donde, según Ezequiel Martínez Estrada, “hállase planteada la biografía y el destino de Martí, las disyuntivas inhumanas en que ha de resolver entre su felicidad y su deber, hasta la pronosticada muerte en combate”. (Familia de Martí, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, Cuadernos de la Casa de las Américas, 1962, p. 31).
[9] Véase Emilio Roig de Leuchsenring: “Prisión, juicio y condena de Martí (1869-1870)”, Carteles, La Habana, 10 de mayo de 1953.
[10] JM: “Carta a Carlos de Castro y de Castro”, La Habana, 4 de octubre de 1869, OCEC, t. 1, p. 38.
[11] “La experiencia del presidio colonial fue la experiencia decisiva en la vida de Martí, como lo demuestra simbólicamente el anillo de hierro, donde estaba grabado el nombre de Cuba, que se mandara hacer con un fragmento de la cadena que le causó lesiones incurables. Esas lesiones en la carne no se le convirtieron en lesiones morales porque él no quiso. Aquí se revela el eje y la vocación de su voluntad. Después de los espectáculos de cobarde ensañamiento, humillación y sadismo que presenció y vivió en las canteras de San Lázaro, otro adolescente igualmente sensible hubiera salido lleno de legítimo odio y sed de venganza. Martí en cambio, en el mismo folleto que pinta y denuncia aquellos horrores (El presidio político en Cuba, Madrid, 1871), declara inesperadamente: ‘Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo’; confiesa haber sentido compasión profunda, no sólo hacia el anciano Nicolás del Castillo, víctima absoluta, sino también hacia sus flageladores; y se describe con estas palabras: ‘yo, para quien la venganza y el odio son dos fábulas que en horas malditas se esparcieron por la tierra’”. (Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral (“Capítulo III”), 2da ed., México, Siglo XXI editores, 2002, pp. 68-69).
[12] Arsenio M. Sánchez Pantoja: “Finca El Abra. Dulce remanso de José Martí”, Opus Habana, La Habana, Oficina del Historiador de La Habana, no. 53, abril-diciembre 2018, pp. 66-69.
[13] Véase Emilio Roig de Leuchsenring: “Prisión y deportación de Martí a España en 1879”, Social, La Habana, agosto de 1929.