EN SAN LORENZO ESTÁN LAS CLAVES

...continuación 3

Se efectuó el baile en la enramada construida por los libertos; pero se alargó algo y mejoró en su construcción […] Era notable lo abigarrado de la concurrencia femenina: en los colores (desde el más puro caucásico hasta el más retinto africano) había para todos los gustos […] El baile empezó y se sostuvo con cinco parejas en que alternaban las damas con parsimonia; pues algunas creo que no cataron ni un pedacito […] Yo entré al salón antes de empezar la danza y saludé a todos, quitándome la gorra con cortés respetuosidad: luego recorrí la fila de señoras, que me recibieron sentadas con mucho aplomo: a todas, una por una, les estreché la mano y me informé de su salud y la de su familia; atención que demostraron haberles agradado sobremanera. Por último, me senté entre dos etíopes y entablé con ellas una amena conversación: lo mismo hice por turno con todas las demás concurrentes. Recuerdo con particularidad que una me dijo que era bayamesa y me trajo a la memoria escenas de 16 años atrás, cuando yo era calavera. Vi bailar con mucha animación danzas, valses y fandangos en que debo confesar que reinó bastante orden y decencia, y me hubiera pasado así toda la noche, si no hubiese apretado la jaqueca en términos que me obligó a coger la hamaca con muchos dolores y náuseas. Los libertos tenían otro baile en un rancho lejano y con este motivo me pasó una escena chistosa y asaz significativa. Estaba yo sentado junto a una de las niñas más bellas, cuando la liberta Brijida (sic), negra francesa de gran jeta y formas nada afeminadas, se asomó por una de las aberturas que hacían las pencas de la glorieta y me dijo en su jerga con voz un tanto doliente: “Presidente, hágame el favor de salir a oírme una palabra”. Yo salí muy risueño con la ocurrencia, cuando ella tomándome las manos, me dijo: “Mi Presidente, mi amo, nosotras venimos aquí a bailar siempre para divertirlo a Ud. con quien únicamente queremos tener que hacer esta noche […] nos manda el Prefecto a bailar lejos, donde estamos con mucha molestia. Yo sé bailar danza y vals (efectivamente baila muy bien) pero nosotros nos conformamos con que nos dejen poner nuestro baile en la cocina”. Hija le contesté: “Yo no soy tu amo, sino tu amigo, tu hermano, y veré con el Prefecto qué es lo que pasa, porque él es el que gobierna”.[16]

    El apunte concluye en que Céspedes conversó al momento con Lacret y este autorizó que coexistieran los dos bailes, que duraron hasta la madrugada. Pero el diálogo con la negra Brígida es el centro de mi atención, la trata de amiga y hermana, niega la condición de amo y presidente, la escucha con amabilidad y atiende su queja. Detrás de este apunte hay registrado todo un significado histórico y cultural.

     Recuerdo otros pasajes conocidos de la relación de Céspedes con el tema racial, es preciso mencionarlos ahora: su conversación cordial en la manigua, siendo presidente, con un antiguo esclavo de su propiedad; su decisión de incluir en el Ayuntamiento de Bayamo liberado a blancos, mestizos y españoles del comercio, en evidente apelación a las tres fuentes nutricias de la sociedad futura en caso de triunfar la revolución; el envío del jefe de sus ayudantes al entierro de un teniente coronel caído en combate, que había sido esclavo de Francisco Vicente Aguilera; en fin, un grupo de hechos —unidos a los otros ya mencionados— que me reafirman en la idea de que en Carlos Manuel de Céspedes la cuestión de las diferencias raciales había sido metabolizada por completo y que en su accionar se debe hallar el inicio de las políticas públicas —un término de estos tiempos— en Cuba (en este caso en la República en Armas), en torno al reconocimiento de la igualdad racial. Sus posiciones personales, las de investidura oficial y las más privadas, como la que acabo de leer de su diario, indican que así se le considere. Por lo demás, están sus proclamas, manifiestos y cartas, en los que se puede hallar mayor confirmación de lo que digo. Esa escena de Céspedes, en plena cima de la serranía oriental, sentado conversando con las jóvenes negras que acudían al baile, me lleva a otra consideración: hay naturalidad en su proceder, no hay afectación alguna; no es una pose, es su pensamiento y conducta hechos naturaleza; se trata de un hombre de ascendencia aristocrática, que comparte fraternalmente en la manigua en la que todos han sido equiparados por la inopia de la vida patriótica. Es una imagen sin parangón.

     Es por esas razones, y por esas tres líneas cardinales que advierto en los apuntes de San Lorenzo, que decidí centrar mi charla en ellos. No creo que valga la pena volver sobre las escenas del duelo a balazos del héroe con los soldados del Batallón de Cazadores de San Quintín, es algo harto conocido. Existen nueve versiones sobre la muerte de Céspedes, contando la del parte militar español acerca de la operación y asalto al predio. Por otra parte, seis historiadores, y entre siete y ocho biógrafos, han escrito o reciclado las versiones del hecho. Como escribió recientemente Eusebio Leal, ya poco importa saber (salvo para el registro y la curiosidad historiográfica) si Céspedes murió por bala española o de su propia mano. De manera que esta vez prefiero recordar sus apuntes, su mensaje embotellado, como un documento que, por lo que he referido y por otras razones más debieran considerarse un elemento sustancial en la fundación del ideal de civilidad en nuestra historia.

     Una última observación sobre los diarios y las cartas.[17] La relación entre mirar y ser mirado es esencial cuando se analiza un diario. Son como mensajes que se lanzan al tiempo improbable en busca de un lector potencial. Más aún en el caso de Céspedes que no estuvo muy seguro siquiera de que sus apuntes llegaran a puerto seguro. La llamada literatura del yo (que en este caso particular se fusiona con la literatura de campaña) establece un pacto en el que tanto el que observa como el que es observado emiten signos de valores crípticos: de lo que se trata es de interpretarlos. El diálogo invisible con un tercero, el lector, da pie a ese nosotros que resulta del proceso de observación. El autor, es decir, Céspedes, lo observado y nosotros los lectores, conforman el tríptico que se pone en juego con dicha escritura.

     Lo testimonial, sustento de lo autobiográfico, propicia una de las formas sociales más auténticas del discurso literario de carácter histórico. Recuerdo siempre a García Márquez cuando escribió su novela sobre Bolívar y en respuesta a sus entrevistadores les dijo que él solo confiaba en las cartas.

     Diarios y cartas constituyen uno de los géneros narrativos que más vínculos establecen entre el autor y sus posibles lectores. No menos valiosa es la certidumbre de que el diarista construye un yo cuyas dimensiones éticas guardan estrecha relación con la sinceridad de sus apuntes. El diario póstumo o final de Carlos Manuel de Céspedes permite apreciar estas cuestiones con suma claridad.

Rafael Acosta de Arriba[18]

(Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, La Habana, enero-diciembre de 2014, pp. 53-62).

Tomado de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, núm. antológico, 5ta. época, año 112, La Habana, 2021, t. II, pp. 314-322.

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Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[16] Ibíd., pp. 214-215.

[17] No debe olvidarse, en cuanto a las misivas, que en San Lorenzo escribió esa carta esencial para el estudio de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, cuando le dijo a su esposa a propósito de la captura del buque Virginius, en su tercera expedición: “[…] por consiguiente no me ha cogido de nuevo ni causado ningún efecto lo que me dices en la segunda respecto al arreglo tenido entre esa República [Estados Unidos] y la de España […] La política del gabinete de Washington no se me oculta tanto que deje de comprender a dónde se dirigen todas sus miras y lo que significan todos sus pasos”. Esto fue escrito cuatro días antes de su muerte, como para no dejar dudas acerca de que había descubierto la perversa actitud del Gobierno norteamericano en cuanto a la causa cubana. Otra muestra más de la intensa actividad mental a la que se entregó en aquellos días. (El subrayado es del autor).

[18] Escritor e investigador.