EN SAN LORENZO ESTÁN LAS CLAVES
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La violación de la correspondencia personal, instaurada en el gobierno de Salvador Cisneros Betancourt, es otra de las observaciones críticas de Céspedes que aparecen una y otra vez en estas páginas. Fue un mal que causó numerosos enconos entre los mambises. Pero son las fracciones internas entre los independentistas su obsesión mayor. El lunes 2 de febrero escribió: “Nuestra propia cuestión va mal entre la traición, el egoísmo, la ignorancia y el espíritu de partido”. Y más adelante señala: “Las pasiones se han exaltado con mi deposición y diviso en lontananza la guerra civil. Encarnizados en mi contra los camarones [es decir, los camerales], se preparan ellos mismos un fatal porvenir”.[8]
La guerra fratricida no se produjo, afortunadamente, gracias al juicio equilibrado de Céspedes que no alentó ninguna de las propuestas recibidas de algunos jefes militares adeptos para irrespetar la deposición. Su retirada tranquila, aunque sufrida hasta el límite, a San Lorenzo y su posición de no intervenir en lo adelante en el curso de los acontecimientos, libró a la primera de las guerras independentistas de un enfrentamiento que la hubiese finiquitado de inmediato y que, probablemente, hubiese sido un insalvable escollo para los posteriores brotes insurreccionales.
Con relación a la segunda cuestión, la racial, el diario resulta muy ilustrativo del pensamiento cespediano al respecto. A la altura de febrero de 1874, Céspedes era un hombre que ya había madurado considerablemente sus percepciones del fenómeno racial y su significación para el futuro de la nación cubana. Esto debe analizarse en su evolución en el tiempo. Por ejemplo, si buscamos los periódicos El Eco, de Manzanillo, de 1857-58, encontraremos anuncios como este[9]: “Se compran esclavos jóvenes en la casa morada del Lcdo. Carlos Manuel de Céspedes, calle Santa Ana, nro. 27, pagándolos a buen precio”. Es decir, si bien no pertenecía a lo más rancio de la clase esclavista cubana establecida en el occidente de la Isla, Céspedes era un propietario de esclavos como cualquier otro; sin embargo, esa condición la compartía con sus labores como síndico y existe la leyenda trasmitida oralmente de que esos esclavos recibían un trato humano en Demajagua y demás propiedades del bayamés.[11] Veinte años antes del levantamiento, el “abogado de los negros”, como se le llamó entonces en su Bayamo natal, ya exhibía una comprensión de los esclavos como personas a las que se les debía algún tipo de protección y no ser concebidas meramente como capital.
Su decisión de liberar a sus esclavos e invitarlos a formar parte del Ejército Libertador en la mañana del 10 de Octubre de 1868; sus órdenes de invadir las propiedades de acaudalados que no se incorporaron a la guerra en el primer trimestre de 1869 y emancipar sus dotaciones por la fuerza; la liquidación que hizo, ya como presidente de la República en Armas, en 1870, del nefasto Reglamento de Libertos (adoptado por la Cámara) y la conocida política de ascenso a altos grados militares de oficiales negros y mestizos (lo que no sucedió jamás en la guerra civil norteamericana recién concluida), que puso en práctica durante su mandato a contrapelo de resistencias diversas, hablan de un hombre en evolución gradual y sostenida con respecto al papel de los negros en la luchas independentistas.
Detrás de estas acciones hay una real convicción acerca de la igualdad entre los hombres. Una forma de entender bien esto que digo es la carta en la que Céspedes consideró que el timbre más glorioso de la revolución lo era precisamente que los negros votasen libremente en las elecciones para la Cámara, es decir, verlos transitar de su condición de esclavos a la de ciudadanos, un trayecto que en muchos países requirió de décadas y que él hizo posible en solo un puñado de años. Martí, años después, coincidiría en esa evaluación y diría más, expresó que Céspedes había sido más grande aún por liberar a sus esclavos y llamarlos a su lado como hermanos que por detonar la guerra. Una afirmación rotunda, ciertamente.
Céspedes fue adquiriendo progresivamente la conciencia de que el país, aun en su formato colonial, no podía desarrollarse económicamente mientras existiese la esclavitud. La retrograda institución tampoco era compatible con el concepto de libertad política o de independencia de España, pues para él era un absurdo analizar el conflicto nacional separado del racial. La república a la que aspiraban aquellos varones de la guerra independentista era de carácter liberal radical y, en esa perspectiva, la esclavitud era una rémora impensable desde cualquier punto de vista. De ahí su frase en la mañana del grito independentista: “Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista”. Pero no solo fue radical su posición en el caso de los negros, también denunció en sus cartas y documentos la importación de chinos procedentes de Manila. Hasta 1871 se habían vendido y traído a Cuba 110 000 asiáticos. James O’Kelly, en su libro La tierra del mambí, describió las condiciones de venta del culí y su miserable existencia. Dijo así el audaz periodista irlandés: “El culí era un animal valioso”.[12] Céspedes, a su vez, calificó esta trata humana como “esclavitud disfrazada” y declaró nulos, en 1870, todos los contratos de compraventa de los siervos asiáticos.
En su diario son frecuentes las anotaciones que tienen que ver con el asunto. Las mencionaré en orden sucesivo. Primero, hay una mirada atenta a la significación de los rituales africanos en el proceso de hibridación dentro de la cultura cubana. Con relación a la significación de estos cantos y rituales, no puedo dejar de mencionar lo ocurrido la noche víspera del 10 de Octubre, cuando Céspedes ordenó a sus esclavos que tocaran la tumba francesa en saludo a la insurrección que se iniciaría apenas unas horas después. Entre la víspera y la mañana de la proclamación de nuestra independencia, Céspedes emblematiza varios símbolos que lo convierten en un hombre cruce de caminos en nuestra historia: masón, liberal, portador de la medalla de la Virgen de la Caridad al cuello, atento a los tambores y cantos de los negros, listo para declarar la libertad de los esclavos y levantarse en armas contra la metrópoli, un verdadero haz de signos multiculturales.
Vuelvo al diario. El jueves 12 hizo una curiosa observación acerca de que el mestizaje había sido favorecido por la guerra al propiciar la mezcla de hombres y mujeres de pieles de diferente color. Dijo así: “Yo regalé las agujas [de coser] a la mujer que se llama Dolores Galán: es de color blanco y pardo el marido: ya se multiplican las uniones de esta clase”[13].
Una observación crítica sobre los procedimientos empleados en la administración del marqués de Santa Lucía, la escribió el sábado 14: “Se trata a los libertos por el nuevo Gobierno como a esclavos; pues sin consultar para nada su voluntad, se les coloca con cualquier persona, apartándolos de donde estaban, aunque tengan hechas sus siembras, llevándolos a lugares distantes separados los maridos de las mujeres y los padres de los hijos […]”.[14] Ese juicio reprobatorio continúa en los apuntes del día siguiente: “Anoche tuvieron los libertos en casa de Julio baile y canto que duró hasta el día. Hoy han construido aquí una enramada para poner el baile; pero andan muy alborotados, por que (sic) por orden de Ramírez [el coronel jefe de la zona] los está recogiendo el Prefecto sin más trámite que el simple aviso, obligándolos a abandonar sus familias y labranzas, y quedando sin amparo muchas personas desvalidas […] Se oyen muchas murmuraciones y quejas, y vuelvo a temer que se concite demasiado a una guerra de razas”.[15] El fantasma de Haití proyectaba todavía, más de medio siglo después, sus dolorosas sombras a toda la región. Céspedes observaba la arbitrariedad y exponía sus temores a un enfrentamiento dentro del campo independentista que pudiese trocarse in extremis en un conflicto sangriento y devastador para la causa cubana.
Pero es la anotación del jueves 19 la que encierra mayores significaciones, no tanto por el lujo descriptivo con que Céspedes la recrea, que es notable, sino por lo que se puede deducir del diálogo que sostiene con la negra Brígida, todo un emblema del tema racial en la conducta y el pensamiento cespedianos. Veamos:
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[8] Ibíd., p. 199.
[9] Colección Coronado, El Eco, Manzanillo, años 1857-58, no. 1.
[10] En 1848, con 29 años de edad y veinte antes del levantamiento, Céspedes ejerció como síndico por el Ayuntamiento de Bayamo, función desde la que trató siempre de proteger a los esclavos (hasta donde se lo permitieron las leyes inicuas de la época) y por lo que le llamaron el abogado de los negros.
[11] Sin embargo, es conocido que a la altura de los sesenta del siglo XIX, Céspedes prefería la labor de trabajadores asalariados en sus campos de caña y otros cultivos que la de los esclavos, a quienes destinaba a las tareas domésticas.
[12] James O’Kelly: La tierra del mambí, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1968.
[13] El subrayado es del autor.
[14] Eusebio Leal: ob. cit., p. 211.
[15] Ibíd.