MARTÍ Y MACEO: INDEPENDENCIA Y REPÚBLICA
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En extensa carta a Manuel Mercado desahoga Martí toda su triste frustración y pesar por lo ocurrido, al tiempo que encara su destino de manera inclaudicable:
[…] de súbito vi que, por torpeza o interés, los jefes con quienes entraba en esta labor no tenían aquella cordialidad de miras, aquel olvido de la propia persona, aquel pensar exclusivo y previsor en el bien patrio […] ¿Ni qué echar abajo la tiranía ajena, para poner en su lugar, con todos los prestigios del triunfo, la propia? No vi, en suma, más que a dos hombres decididos a hacer, de esta guerra difícil a que tantos contribuyen, una empresa propia:—¡a mí mismo, el único que los acompañaba con ardor y los protegía con el respeto que inspiro, llegaron, apenas se creyeron seguros de mí, a tratarme con desdeñosa insolencia! […] Ni cómo contribuir yo a una tentativa de alardes despóticos, siquiera sea con un glorioso fin, tras del cual nos quedarían males de que serían responsables los que los vieron, y los encubrieron, y, con su protesta y alejamiento al menos, no trataron de hacerlos imposibles? […] Renuncié bruscamente, aunque en sigilo, a toda participación activa en estas labores de preparación que en su parte mayor caían sobre mí. […] Pero he hecho bien: y recomienzo mi faena. En mi tierra, lo que haya de ser será: y el puesto más difícil, y que exija desinterés mayor, ese será el mío.[18]
La lectura de estas líneas poco citadas, que parecen escritas con lágrimas de sangre, muestran con claridad mucho mayor que la carta a Gómez del 20 de octubre la honda separación que existía entre la concepción que sobre la guerra tenían los gloriosos jefes y la que ya por entonces sostenía el Apóstol.[19] Lo ocurrido le costó el alejamiento de la vanguardia política de los emigrados durante tres largos y difíciles años, amén de sufrir el estupor y la desconfianza de muchos ante su retraimiento de lo que constituía el intento más importante por arrancar a Cuba de las garras españolas hasta aquel momento.
Las tristes experiencias del fallido Plan de San Pedro Sula —que hizo aguas definitivamente en 1886, y dejó enemistados a los generales Gómez y Maceo— sirvieron también para enriquecer el pensamiento maceísta sobre la conducción de la guerra. La secuela más importante fue su propuesta de crear un partido político para contribuir a preparar la lucha armada, al que llamara Partido Independiente (noviembre de 1886), cuya representación sería elegida mediante el voto popular.[20]
Mas, esta organización estaba muy lejos de lo que sería el futuro PRC. Aunque tendría como funciones dirigir la opinión de los emigrados y propiciar su unidad política, lo cual presupone la existencia de una rama política y otra militar, Maceo la concebía solo como un ente encargado de la recaudación de fondos para adquirir los elementos de guerra que serían puestos en manos de los jefes militares, quienes los usarían según su parecer y arbitrio.[21]
Esta concepción estaba acorde con la visión separada de la guerra y la república que defendía el Titán. Para él era preciso ganar la guerra primero, con métodos militares y la conducción del alto mando, sin rastro de autoridad civil constituida. Ya en la paz, tras la victoria de las armas, se constituiría la república con sus poderes civiles y su vida democrática plenamente garantizada. Esa convicción de la necesidad de una dictadura militar para lograr la independencia —al estilo romano— se hizo patente, en grado sumo, cuando expresó: “entre la tiranía española que sufrimos y cualquier otra que venga para destruir esta, estoy por la última; la acepto con todos sus horrores y consecuencias. El día después de la independencia repararemos las faltas e inconvenientes que ella deja detrás de sí”.[22]
Aun tras el fracaso del Plan Gómez y lanzar su propuesta de constituir un Partido Independiente, la idea de la preponderancia absoluta del mando militar en el período de guerra era una constante inalterable en el pensamiento del Titán. En él pesaban, de forma determinante, sus experiencias de la Guerra Grande y la manera en que las artimañas civilistas habían entorpecido las acciones del Ejército Libertador y la labor del General en Jefe, al punto de contribuir a la disgregación del mando y al fracaso estratégico de la revolución.
En Martí pesaban mucho más las experiencias vividas y estudiadas de las repúblicas latinoamericanas, donde el peso de las camarillas militares había entronizado, no solo la continuidad de la explotación a las masas populares por los oligarcas nacionales y extranjeros y la subordinación del pensamiento libre; sino el torbellino permanente de las guerras civiles y fronterizas, las sublevaciones cruelmente reprimidas y el desprecio de lo autóctono, en un ciclo de caos y destrucción que parecía no tener fin.
Por ello, ante la perspectiva de reproducir en la república cubana un escenario de ese tipo, el Apóstol confesaba: “Y no quiero ver a mi patria ¡no! víctima de capataces. La prefiero esclava de los demás a verla esclava de sus hijos”.[23] La posibilidad de que la tiranía de la metrópoli fuera reemplazada por déspotas nativos le era particularmente odiosa e insoportable: “Oh patria, salvarte de esto de España para verte caer en esto (dictaduras, Guatemala, Caracas, envilecimiento de los caracteres), piedra quiero volverme aquí, para castigo mío y ejemplo de los que me han de seguir, si a tanta vileza, con mis actos o con mi silencio, me prestase”.[24]
Cuando, a fines de 1886, el general Gómez, después de infortunios sucesivos, da por concluidas las gestiones del movimiento revolucionario que encabezara, sale Martí del ostracismo político con su dignidad impoluta y prestigio de político clarividente y se reincorpora a la vanguardia revolucionaria. Su retorno definitivo se produce en la tribuna caliente del Masonic Temple en el acto del 10 de octubre de 1887 donde ajusta cuentas con lo pasado y convoca a los cubanos a ocuparse firmemente “no en llevar a nuestra tierra invasiones ciegas […], sino en amasar la levadura de república que hará falta mañana”.[25]
La apoteosis del regreso le llega en noviembre, cuando es designado presidente de la Comisión Ejecutiva elegida en una reunión de la emigración neoyorquina, en la cual se establecen las bases que orientarán los nuevos trabajos revolucionarios. Es desde esa condición de líder reconocido que escribe a los generales Gómez, Maceo y Carrillo[26] una voluminosa carta circular —firmada por él, demás miembros de la directiva y un amplio consejo asesor de dieciséis patriotas— donde los convoca a incorporarse al nuevo movimiento. Con toda claridad les puntualiza y advierte:
—Cuba no es ya el pueblo niño e ignorante que se echó a los campos en la revolución de Yara,[27] sagrada madre nuestra; sino un país donde lo que quedó de aquella generación, con todas sus experiencias y pasiones, se ha mezclado con la masa culta que trajo el conocimiento activo de la política de los países del destierro, y con la generación nueva, tan dispuesta a pelear por la patria, pagando así su deuda a los que por ellos murieron, como a resistirse a pelear por una solución oscura y temible en cuya preparación y fin no vean un plan grandioso,[28] digno de su sacrificio […] // Todo a la vez:—la opinión sobre todo,—los trabajos de organización y extensión en la Isla,—los trabajos de unión, espíritu republicano y ayuda constante de la guerra en el extranjero.[29]
Sin alardes de poder, pero dejando sentados como hechos consumados: su elevada responsabilidad, el adelanto de los trabajos y el consenso organizativo alcanzado, informa a los generales que la reunión nombró una comisión ejecutiva para iniciar enérgicamente los trabajos preparatorios de organización revolucionaria que condujeran a: “la preparación racional de la guerra para llevar la invasión armada”, sobre estas cinco bases:
1.– Acreditar en el país, disipando temores y procediendo en virtud de un fin democrático conocido, la solución revolucionaria:
2.– Proceder sin demora a organizar, con la unión de los jefes afuera,—y trabajos de extensión, y no de mera opinión, adentro,—la parte militar de la revolución:
3.– Unir con espíritu democrático, y en relaciones de igualdad todas las emigraciones:
4.– Impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra:
5.– Impedir que con la propaganda de las ideas anexionistas se debilite la fuerza que vaya adquiriendo la solución revolucionaria.[30]
Apelando a su patriotismo probado y responsabilidad histórica les anuncia que los patriotas: “Lo que ven es que la guerra se acerca, y que los militares ilustres que la pueden dirigir, no se han puesto aún al habla, ni se distribuyen el trabajo”. Para solucionar ese déficit les propone trabajar por hacer realidad los objetos de:
- Unir, con un plan digno de la atención y respeto de los cubanos, el espíritu del país y el de las emigraciones.
- Dar ocasión a los jefes militares de desvanecer en la Isla, con sus declaraciones de desinterés, civismo y subordinación al bien patrio, los reparos,—injustos[31] sin duda,—que algunos de ellos inspiran, por suponérseles equivocadamente faltos de esas condiciones, aun a los mismos dispuestos en Cuba a trabajar por la independencia de la patria.
- Reunir en un trabajo común, preciso y ordenado a los jefes del extranjero entre sí, y a estos en junto con los de la Isla, a cada uno con sus amigos, a cada jefe de influjo con su comarca,—todo con aquel mutuo respeto y grandeza que originan placeres más vivos y autoridad más alta y durable que los proyectos privados e incompletos, sin más fin que la alarma y la impotencia, que a patriotas menos probados que Vd. pudiera aconsejar la ambición desordenada.
- Con este espíritu y concordia levantar ante el país,[32] de una vez y en unión solemne, con sus militares republicanos y su cuerpo de recursos, todas las emigraciones.[33]
Y remarca aún más su llamado al deber de los grandes guerreros cuando alerta: “Los jefes necesitan, para que la guerra sea posible, para su mismo crédito y autoridad, demostrar por su unión en el extranjero y su sumisión al bien público, que en vez de ser el azote de la patria son su esperanza”.[34] Con fervor similar al de un juramento masónico los conmina a declarar públicamente su fidelidad a la revolución democrática y popular, no a las invasiones de grupo, o personales, y ocupar así el puesto de honor que les corresponde ante un pueblo que los admira, pero les teme como probables dictadores futuros:
A lo más noble de su corazón llamamos, pues, y a lo más claro de su juicio, para poder sin engaño decir al país:—“Que Vd, como nosotros, cree que la guerra de un pueblo por su independencia, fruto de un siglo de trabajo patriótico y de la cooperación de todos sus hijos, no puede ser la empresa privada ni la propiedad personal de uno que debe a la obra de todo el país la parte que el heroísmo le dio en la gloria común […”].[35]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[18] JM: “Carta a Manuel Mercado”, Nueva York, 13 de noviembre [de 1884], OCEC, t. 17, pp. 394-395.
[19] “Esto que en gorja le charlo,
Lo voy en gorja diciendo,
Pero se me van saliendo
Las lágrimas al contarlo!
Hallé que a poner corría,
So capa de santa guerra,
La libertad de mi tierra
Bajo nueva tiranía:—
Hallé—¡oh cállelo!—que aquellos
A quienes todo me di,
So capa de patria, ¡ay mí!
Solo pensaban en ellos:—
Y gemí, por la salud
De mi pueblo, y trastorné
Mi vida,—mas les negué
El manto de mi virtud!”.
[JM: “[A Enrique Estrázulas]”, [Nueva York, 1884], Cartas rimadas, OCEC, t. 15, pp. 266-267. (N. del E. del sitio web)].
[20] Ibrahim Hidalgo Paz: “Martí y Maceo: divergencias y convergencias”, ob. cit., pp. 21‑22. “Cuatro años antes, en carta al general Máximo Gómez, fechada en Nueva York, el 20 de julio de 1882, Martí le escribe: “¿A quién se vuelve Cuba, en el instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas las nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España, y la política de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a todos los que le hablan de una solución fuera de España. Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus proyectos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país—¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces? ¿cómo evitar que se vayan tras ellos todos los aficionados a una libertad cómoda, que creen que con esa solución salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese es el riesgo grave. Por eso es llegada la hora de ponernos en pie”. [OCEC, t. 17, p. 329). (N. del E. del sitio web. Las cursivas son del E.)].
[21] Según él: “Una vez formada la Directiva del Partido Independiente, conseguiría de los diferentes Centros cubanos […] que armasen a tantos Jefes expedicionarios, como les fuese posible equipar y enviar a Cuba, con la cooperación de sus respectivos oficiales”. Citado por Hidalgo Paz, ob. cit., p. 21.
[22] Ibíd., p. 22.
[23] JM: Fragmentos, OC, t. 22, p. 17.
[24] Ibíd., p. 161.
[25] JM: “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868”, Masonic Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1887, OCEC, t. 27, p. 19; OC, t. 4, p. 220.
[26] General de brigada Francisco Carrillo Morales (1851-1926). [Esta carta con ligeros cambios fue enviada también al general Rafael Rodríguez. Véase en OCEC, t. 27, pp. 209-216. Los generales Máximo Gómez y Francisco Carrillo, respondieron afirmativamente a la convocatoria de la Comisión Ejecutiva, el 25 de enero y el 20 de febrero de 1888, desde Panamá y New York, respectivamente. Véase DJM, pp. 212 y 214, respectivamente. (Nota del E. del sitio web)].
[27] Guerra de los Diez Años. José Martí le llama revolución de Yara en alusión al primer encuentro armado de la contienda ocurrida en esa localidad. Por la misma razón se le llama a veces Grito de Yara.
[28] Esta palabra y la anterior subrayadas con lápiz.
[29] JM: “Carta al general Máximo Gómez”, Nueva York, 16 de diciembre de 1887, OCEC, t. 27, pp. 217‑218.
[30] Ibíd., pp. 219‑220.
[31] Esta palabra y la anterior subrayadas con lápiz.
[32] Esta palabra subrayada con lápiz.
[33] Ibíd., pp. 220‑221.
[34] Ibíd., p. 222.
[35] Ibíd., pp. 222‑223.