MARTÍ Y MACEO: INDEPENDENCIA Y REPÚBLICA
Uno de los aspectos más complejos y trascendentales de la relación entre José Martí y el no menos héroe nacional cubano Antonio Maceo es el de sus discordancias en torno a la dirección de la guerra revolucionaria y el lugar que ocupaba esta cuestión en la génesis y maduración de la futura república. El desacuerdo no tenía que ver directamente con el perfil de la república futura, sino con la diferente concepción respecto a cómo organizar y conducir la lucha armada para lograr el triunfo más expedito del ideal separatista cubano.
El objetivo final de ambos revolucionarios era común: establecer una república independiente y soberana, con todos y para el bien de todos. Su posición ideológica era la de republicanos radicales, forjados en los ideales de la tradición patriótica cubana, eficazmente inculcada por vía principalmente familiar, en el caso de Maceo, y pedagógica, en el de Martí.
El contexto era bien complejo, pues en torno al problema de la revolución se libraba en la Cuba de entonces una aguda lucha entre los defensores del statu quo, que la negaban o tergiversaban, y los radicales que la auspiciaban como única solución viable. Se trataba de: “una intensa polémica ideológica alrededor de las cuestiones nacional, racial y social”.[1] En los tres aspectos estos próceres adoptaron posturas de las más avanzadas y seguidas de la época.
La divergencia entre ambos sobre la conducción de la guerra ha sido objeto, si no de muchos, sí de enjundiosos acercamientos. No es para menos, pues ambos sintetizaban, en las nuevas circunstancias históricas de la última década del siglo XIX, la vieja polémica entre los favorecedores del mando militar y los del mando civil en la lucha por la independencia cubana, los comúnmente mal llamados “civilistas” y “militaristas”.[2]
Aquella discusión de carácter estratégico, que contribuyera al triste final de la Guerra Grande, se mantendría en la Tregua Fecunda, avivaría con el estallido de la guerra necesaria, continuaría durante su transcurso, y se mantendría cada vez más tirante —en forma de enfrentamiento entre el Consejo de Gobierno y el General en Jefe— hasta convertirse en uno de los factores que postergaron el triunfo de las armas cubanas y abrieron a los Estados Unidos las puertas de la intervención.[3]
El nivel de virulencia de esta contradicción tenía un carácter dinámico. En algunos momentos se apaciguaba ante otras tareas del momento, para alcanzar picos álgidos en determinadas circunstancias. De ahí que extraer citas aisladas de ambos pensadores pertenecientes a épocas distintas, para sazonar el análisis, puede llegar a constituir un craso error, o una manipulación pseudocientífica. Es preferible seguirla en su devenir histórico en el período en que se relacionaron directamente: 1882‑1895.
Aunque suele afirmarse que con la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) como organización político‑militar que aglutinaba a los independentistas de fuera y de dentro, el Apóstol solucionó definitivamente la problemática anterior, los hechos históricos niegan tal aseveración. De ahí que el tema siga abierto a nuevas aproximaciones, no solo en el análisis de este período, sino en la continuación de la gesta independentista, la Guerra Hispano‑Cubano‑Americana, la Primera Ocupación, y trascienda, al menos, hasta la llamada Primera República (1902‑1930).
Ciertamente, Martí fue capaz de lograr lo que parecía imposible: la unidad de los patriotas cubanos en torno a un programa de lucha común y avanzado, por la independencia y la república, lo suficientemente abarcador para incluirlos a todos —o mejor, a casi todos—: pobres y ricos; obreros y burgueses; negros, mestizos y blancos; occidentales, villareños, camagüeyanos y orientales; intelectuales y analfabetos; veteranos y bisoños; militares y civiles; emigrados y conspiradores de la isla. Pero la pugna entre los partidarios de la preponderancia del ala militar o la civil en la conducción de la revolución siguió latente, e hizo crisis desde antes de que se lanzara nuevamente el grito de “Independencia o Muerte” en los campos cubanos.
El tema de cómo se expresó esta discrepancia en la relación entre estos próceres es peliagudo para la historiografía cubana. El Anuario del Centro de Estudios Martianos la aborda en ocasión del centenario de la muerte del Titán con el trascendente ensayo de Ibrahim Hidalgo Paz, “Martí y Maceo: divergencias y convergencias”.[4] En este mismo ejemplar apareció la edición crítica del artículo de Martí, “Antonio Maceo”[5] precedido de una esclarecedora nota de Pedro Pablo Rodríguez sobre su contenido y significado.[6] Se vuelve parcialmente al asunto con motivo de los 120 años de la reunión de La Mejorana al incluirse el ensayo “Reflexiones acerca de la reunión de La Mejorana” del erudito maceísta Rafael Ramírez.[7]
No obstante, en 1995, Eduardo Torres Cuevas había publicado Antonio Maceo: las ideas que sostienen el arma,[8] profunda investigación del proceso de génesis y despliegue del pensamiento republicano maceísta y, en 2004, Israel Escalona Chádez dedicaba una monografía a la relación Martí‑Maceo: José Martí y Antonio Maceo: la pelea por la libertad,[9] donde propone una periodización que asumo: 1. Contactos iniciales: 1882‑1886; Incremento: 1887‑1891 e Intensificación: 1892‑1895.
La relación directa entre ambos se inició en 1882, cuando Martí escribió su primera carta a al “Sr. Gral. Antonio Maceo // Sr. y amigo” convocándolo a participar en: “los trabajos recientemente emprendidos para rehacer las fuerzas revolucionarias, mover en Cuba de un modo unánime y seguro los ánimos en nuestro sentir, y preparar en el exterior, con la unión cariñosa y conducta juiciosa de los bravos y buenos en quienes aún tiene fe Cuba, una guerra rápida y brillante”.
Nótese que el plan que se preparaba por la emigración contiene ya elementos que madurarán, diez años después, en el PRC. Al paladín, Martí confiesa: “No conozco yo, General Maceo, soldado más bravo ni cubano más tenaz que V.—Ni comprendería yo que se tratase de hacer,—como ahora trato y tratan tantos otros,—obra alguna seria en las cosas de Cuba, en que no figurase V. de la especial y prominente manera a que le dan derecho sus merecimientos”.[10]
En este primer contacto, ya Martí aborda los delicados temas racial y social, que sabe tan caros al Titán, y le declara: “a mis ojos no está el problema cubano en la solución política, sino en la social, y cómo esta no puede lograrse sino con aquel amor y perdón mutuos de una y otra raza, y aquella prudencia siempre digna y siempre generosa de que sé que su altivo y noble corazón está animado”. Aprovecha la ocasión para expresarle su ansia de conocerlo personalmente: “Tendría, General Maceo, placer vivísimo en que, en vez de escribirle yo estas cosas frías, las hablásemos”.[11]
La respuesta del Titán es sumamente reveladora. Comienza diciéndole que la ha retardado por determinadas circunstancias; o sea, es un texto meditado palabra por palabra. No podía ser de otra forma pues aún estaba resentido tras su dupla de fracasos sucesivos: no poder continuar la lucha tras la Protesta de Baraguá y luego, al no recibir orden superior, ni apoyo, para incorporarse a la gran protesta armada, la Guerra Chiquita.
Su aceptación del convite —a contrapelo de los insidiosos argumentos anti‑martianos de Eusebio Hernández, por la supuesta responsabilidad compartida de Martí en lo de la Guerra Chiquita— es muestra inequívoca de cuanto supo aquilatar desde el primer momento la grandeza del joven líder. En aquella primera comunicación, resaltó su convicción de que la figura cimera del ejército cubano debía ser Máximo Gómez y que: “para la nueva lucha, se necesitan unidad de acción, organización y dinero”. Al unísono, dejó bien sentados principios de su ideario relativos a este tema que se mantuvieron casi incólumes en el tiempo:
El elemento militar de que se puede disponer, está preparado ya para combatir; solo falta que Vds. y sobre todo V., que están llamados a hacer la revolución de las ideas, preparen el ánimo del pueblo cubano para un pronunciamiento general, al que en condiciones de una lucha formal dirigiremos nosotros en horas oportunas. Para el caso, sería conveniente que V. nos pusiera al corriente de sus trabajos, y de la magnitud de ellos, pues algunos de nosotros podríamos ayudar con nuestros conocimientos y relaciones. // Cuantas ideas maceístas perdurables en este pliego: coloca a Martí como líder principal de los trabajos civiles, a los que confiere una importancia ideo‑política y económica, sin ninguna significación militar; confía en que haya “una lucha formal” —sueño de los grandes jefes para tener un Ayacucho cubano—; y le exige que rinda cuentas de sus acciones ante los jefes militares. Su despedida debe haber sonado como música al joven: “Forme V., pues, una masa compacta de todo el elemento cubano, y avise cuando crea llegada la hora, que para mí ya debía haber sonado el momento de todos mis placeres: ‘La guerra por Cuba’. // Con un abrazo, es de V. de corazón su afmo., // A. Maceo”.[12]
Al no prosperar aquel intento, por el cansancio de la isla y la desunión de los emigrados, estuvieron aislados durante par de años. En 1884, sus nexos personales se fortalecieron cuando arribó la pareja de caudillos a Nueva York y Martí fue convocado por Gómez para incorporarse al llamado Plan de San Pedro Sula.[13] El 2 de octubre, Martí los conoce personalmente y durante las próximas dos semanas los visitaría asiduamente.
El involucramiento martiano en el Plan Gómez fue intenso y completo, como acostumbraba cuando abrazaba una idea, e incluyó varios episodios: su designación como presidente de la Asociación Cubana de Socorro, institución que bajo cubierta legal recaudaría fondos para el proyecto; su renuncia al cargo de Cónsul general interino del Uruguay, para no exponerlo a un altercado: “con la Nación que hoy nos gobierna, y es su amiga”;[14] y el discurso que pronunciara el 10 de octubre ante los emigrados donde los convocó a incorporarse a los preparativos ya adelantados de la nueva gesta.[15]
El 18 de octubre, sobrevino el conocido incidente con Gómez y la posterior conversación con Maceo que le hicieron marcharse abruptamente y escribir la famosa carta donde les anuncia su separación del movimiento por resultarles inaceptables la concepción y los métodos unipersonales con que se gestaba.[16] Gómez y Maceo conocían lo suficiente a Martí desde 1882 para aquilatar cuál podría ser su actitud e intentaron ponerlo en el lugar que según ellos le correspondería como mero colaborador civil de su proyecto castrense, cosa que Martí no toleraría jamás.[17]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Fernando Martínez: “Los más humildes también crearon la nación”. Conferencia en el XI Fórum Teórico Fernando Ortiz, Matanzas, 14 de julio de 2016. Disponible en: www.cubadebate.cu. Consultado el 4 agosto 2016.
[2] Civiles y militares hubo en ambos bandos desde un inicio. El golpe de Estado a Céspedes, en 1873 —un impeachment a lo mambí—, pudo ocurrir por el apoyo de grandes jefes (Calixto García, Vicente García y Máximo Gómez) a la Cámara y el escaso soporte militar efectivo al presidente Céspedes.
[3] Ver Ramón de Armas: La revolución pospuesta e Ibrahim Hidalgo: Cuba: cambios contradictorios 1895-1896 (Aspectos de las interrelaciones Delegación-Gobierno-Mando militar) y Cuba 1895-1898: contradicciones y disoluciones.
[4] Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1996, no. 19, pp. 13‑28.
[5] Ibíd., pp. 218-221.
[6] Pedro Pablo Rodríguez: “En el centenario del Titán de Bronce”, ibíd., pp. 215-218.
[7] Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2015, no. 38, pp. 251‑260.
[8] La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1995.
[9] Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2004. Otros textos suyos más recientes retoman el tema: “Antonio Maceo en la Revolución de 1895: acercamiento a su acción e ideario políticos”, Visión múltiple de Antonio Maceo, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2000; y Donde son más altas las palmas. La relación de José Martí con los santiagueros, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2003.
[10] JM: “Carta al general Antonio Maceo”, Nueva York, 20 de julio de 1882, OCEC, t. 17, p. 323.
[11] Ibíd., p. 324.
[12] Antonio Maceo: “Carta a José Martí”, Puerto Cortés, 19 de noviembre de 1882, en Rafael Ramírez: Martí-Maceo. Cartas cruzadas, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2003, pp. 25‑28; DJM, pp. 142-143.
[13] Programa revolucionario de San Pedro Sula. Con este nombre es reconocido en Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales (1868-1898), La Habana, Instituto de Historia de Cuba, Editora Política, 1996, p. 347. Véase el capítulo VII de la autoría de Pedro Pablo Rodríguez y Ramón de Armas, donde se explica la razón del nombre y se analiza el programa insurreccional en cuestión. (N. del E. del sitio web).
[14] JM: “Carta a Carlos Farini”, Nueva York, 10 de octubre de 1884, OCEC, t. 17, p. 383.
[15] No se conserva ese discurso. (N. del E. del sitio web).
[16] JM: “Carta al general Máximo Gómez”, Nueva York, 20 de octubre de 1884, OCEC, t. 17, pp. 384-387.
[17] En la primera misiva a ambos, de 1882, Martí les dejaba claro que aquella convocatoria se hacía: “sin necesidad de jurar obediencia ciega a un grupo aislado o a un hombre solo”. (JM: “Carta al general Antonio Maceo”, Nueva York, 20 de julio de 1882, OCEC, t. 17, p. 324).