DE JOSÉ LEZAMA LIMA

Después del auge del llamado Modernismo —mero episodio de las letras hispanoamericanas y españolas— que en Cuba fue tardío a causa de la interrupción de la guerra del 95, han aparecido varias tendencias líricas. Claro que nunca fueron exclusivas de un país sino movimientos más o menos universales. Entre nosotros, la onda modernista agotaba su mensaje hacia 1920, cuando ya hacía años que fuera de Cuba señoreaban otros módulos estéticos. Lo cual no significa que un Guillermo Valencia, un Leopoldo Lugones, un Agustín Acosta, por ejemplo, no continuaran, dentro o fuera del Modernismo, en el cauce vivo de su producción. Lo que señalo es que, como movimiento literario, con razón de ser en su período, declinó, conforme declinan otras escuelas, así en la poesía como en la filosofía. Si esto no se ve con sentido histórico, sobrevienen la confusión y el error. En política, el Liberalismo (no el del partido cubano) y el Parlamentarismo, han cedido sitio a otros credos. No desaparecen, pero se modifican. Así en tantas formas de la cultura. Los criterios estáticos nos enquistan. Sin embargo, quedan a salvo valores que, al menos, hasta hoy son de perennidad en la Historia.

     Más de una generación ha representado ya los movimientos poéticos sucesores del Modernismo. Y todavía se oye decir: “No entiendo el Cementerio marino de Paul Valéry”, como ayer se miraba con espanto una parte de la ejecutoria de Rubén Darío, que ahora no asusta a nadie.

     No creo que haya figura de más interés que José Lezama Lima, entre los jóvenes que de algún modo se vinculan a las innovaciones aludidas. No dudo de su preeminencia, pero lo que acentúo aquí es su novedad, la cual se discierne bien en su persona y en sus escritos. Acaba de editar Analecta del reloj,[1] libro de 280 páginas. Trabajos críticos, elogios, exégesis, páginas ocasionales…todo ello con el cuño de una mentalidad superior. Sí, porque, aunque creo que no soy el primero en declararlo, es hora de reiterarlo con voz honrada y consciente.

     Lezama no vive todavía sus cuarenta años. Ha sido un enamorado de la poesía y las dimensiones de su cultura no las ha alcanzado tal vez nunca ningún poeta cubano. No me ciño aquí a las características de su lírica, tema en que pocas veces entro. Me limito a la mentalidad del escritor. Quien lea su estudio de Garcilaso,[2] su conferencia sobre Julián del Casal,[3] sus páginas sobre Paul Valéry[4] y Góngora,[5] para no mencionar otras piezas del libro, advierte, sin esfuerzo, el extenso saber, finamente acendrado, del autor. No se le escapan notas esenciales ni instancias subalternas. Nos entera de las circunstancias de cada época, sea el Renacimiento, con sus “aportes tumultuosos”, según la exacta expresión de un filólogo, sea la segunda mitad del siglo XIX, con la inquietud de los movimientos estéticos en Francia.

     No expone como lo haría un profesor que conociera esos mismos contenidos. Su prosa no es didáctica, sino muy peculiarmente suya. Pero bien leído, desaparece el susto de algunos. Lo de Garcilaso es claro y hasta de orientación filológica, pues no falta allí nota renacentista ninguna ni omite Lezama las corrientes, unas invasoras, otras polémicas, que se disputaron el predio estético. No apunta el hecho grueso, sino que alude a las resonancias que cada sesgo de la cultura producía en las inteligencias y en las realizaciones. Lo que sabe el escritor, lo ha sedimentado en capas de fino polvo áureo. La anécdota queda atrás, y emerge la esencia leve, para diseminar fragancia. No es Analecta del reloj libro para estudiar, sino para afinar nociones, para enriquecer conceptos. A ratos, su lectura me recuerda a Jorge Luis Borges, poeta y ensayista.

     A veces, una alusión, una mención oportuna dibujan vasta perspectiva. Un párrafo que va de la página 10 a 11 y empieza: “Extraño Garcilaso…”,[6] dice, sin más, como el autor consigue síntesis densa, en atmósfera de encanto. ¿Y la rápida estimación que titula “Cumplimiento de Mallarmé”?[7] ¿Y las cinco páginas de “Cien años más para Quevedo”?[8] Finura, vigor, expresión marcada con tintes subjetivos, en veces desconcertantes, secuencia ideológica que no se nota si nos abruma el lujo formal, pero que está ahí, imperante: tales son —y no todos— los rasgos de esta prosa, que por su fuerza quiere imponer su señorío.

     Los que se desentienden de Lezama Lima porque no “entienden” sus versos (cuestión estética que habría que sustanciar), sepan que existe un Lezama esclarecedor de figuras y de temas universales, y tiene uno que habérselas con él. Tómense los escritos del referido libro como piedra de toque de la cultura del lector, y se verá hasta qué grado afinó Lezama los hilos de su saber. El tejido desaparece y tenemos la ilusión de una tela enteriza. Más sistemáticos, más explícitos, es fácil dar con escritores. Más acendrados en lo temático (asuntos, épocas, hombres), muy pocos. Las especies, a veces verdaderas tesis, circulan seguras e irradian en las cláusulas que huyen del lugar común. Este último, no obstante, no aparece condenado, al menos en la elocución. Junto a formas revestidas de novedad lucen frases de la plática cotidiana. ¿No le dijo Gabriela Mistral a Mañach que el tópico había que transitarlo, de todos modos?

     Se observan atisbos, ideas audaces, claridades de revelación en no pocos pasajes, y siempre la presencia de un espíritu maduro, profundo, ávido de sentirles al mundo y al hombre sus tentadores enigmas.

     Por eso, por todo cuanto aquí declaro, ha podido ser Lezama Lima, un animador de la cultura cubana. No precisaré lo que le debe la revista Orígenes, [9] cuyos últimos números prueban su auge y su relieve fuera de Cuba.

     Fea condición de la gente de letras suele ser el estar negándose unos a otros. Dicha grande es librarse de esa ruindad. No hay que negar ni condenar si hay calidad, aunque la obra en sí —poema o lienzo— no se sitúe en el gusto que un día nos orientó. No existe un canon de gusto fijo, en lo cual se manifiesta la riqueza del espíritu humano.

     Lezama, en fin, nos da lección de seriedad intelectual. Los cauces naturales de su mente invitan a su estudio. Magistral lo hizo el filólogo Amado Alonso sobre la lengua de Pablo Neruda. Análogo examen podría hacerse de la mentalidad de Lezama, de su estilo, de las resonancias infinitas que su cultura esparce por todos los aposentos de una prosa donde la luz no es tranquila, sino de singular centello. El tipo apacible del poeta, ¿indica modos claros y serenos del arte apolíneo? “Yo no lo sé por modo indudable”, para usar la frase de Sanguily cuando formuló seria interrogación sobre la admitida virtud de su venerado maestro, José de la Luz. Pero pregunto a la vez: ¿no late tras ese sosiego exterior una avidez dionisíaca, hurgadora del misterio, como en los ritos órficos? Cuando los biógrafos y los críticos, los intérpretes y los apologistas han terminado, queda siempre en los grandes hombres una zona impenetrable.[10]

Medardo Vitier

Medardo Vitier: “De José Lezama Lima”, Valoraciones I, Universidad Central de Las Villas, 1960, pp. 248-252.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] José Lezama Lima: Analecta del reloj. Ensayos, La Habana, Ediciones Orígenes, 1953.

[2] JLL: “El secreto de Garcilaso” (1937), Analecta del reloj, ob. cit., pp. 7-39.

[3] JLL: “Julián del Casal” (1941), Analecta del reloj, ob. cit., pp. 62-97.

[4] JLL: “Sobre Paul Valéry” (1945), Analecta del reloj, ob. cit., pp. 98-115.

[5] JLL: “Sierpe de Don Luis de Góngora” (1951), Analecta del reloj, ob. cit., pp. 183-214.

[6] “Extraño Garcilaso, extrañeza en lo no barroco. Lo barroco, dice Worringer, es la degeneración de lo gótico. Nace en Toledo y carece de preocupaciones teocentristas. Se depura en el sentimiento nórdico del paisaje, y adopta una arquitectura de concha mediterránea, o mejor se fija suavemente romanizado. Ni por asomos entra en él lo gótico, ejemplificando como el que más la sobriedad castellana. Trae lo renacentista y la traición provoca que adivina lo mejor de lo que iba a nacer. Caramillos, Virgilio y Petrarca y sale de él el más feroz marfil culto. Y siempre que adopta una postura origina, en su secreta adivinación lo mejor de los contrarios. Si contemplamos en el Greco el resuelto escándalo de la pulpa veneciana y la línea castellana; en Garcilaso, el canon romano insuflado en el ardor castellano, produce una fabricada nueva sobriedad; mientras que el probable gótico que se puede desprender de un destierro en el Danubio, le dicta un paisaje neoclásico que se deja penetrar. Linealidad castellana, canon romano, entre lo gótico que diluye y lo barroco a que obliga posteriormente, una línea intensa, la política imperial, corte, cortesía, cortesanía, y una poesía en la que los elementos que la integran se presentan sin heridoras púas; que utiliza todos los cuerpos simples de la poesía con respecto a un centro movible, pero adquirido; convirtiendo el cosmos rodeante de puro imperio, en una poesía en que la impresión —cualquier inquietud, malevolencia, aristación— está resuelta en la expresión cóncava, ajustadora. Entonces, ¿cómo pudo brotar de allí una larga onda insatisfecha, el romanticismo en la pregunta viva de cada generación?” (“El secreto de Garcilaso”, ob. cit., pp. 10-11).

[7] JLL: “Cumplimiento de Mallarmé” (1942), Analecta del reloj, ob. cit., pp. 241-243.

[8] JLL: “Cien años más para Quevedo” (1945), Analecta del reloj, ob. cit., pp. 244-246. (En Orígenes. Revista de Arte y Literatura aparece publicado bajo el título “El centenario de Quevedo”, La Habana, invierno de 1945, año II, no. 8, pp. 46-47).

[9] “No le interesa a Orígenes formular un programa, sino ir lanzando las flechas de su propia estela. Como no cambiamos con las estaciones, no tenemos que justificar en extensos alegatos una piel de camaleón. No nos interesan superficiales mutaciones, sino ir subrayando la toma de posesión del ser. Queremos situarnos cerca de aquellas fuerzas de creación, de todo fuerte nacimiento, donde hay que ir a buscar la pureza o impureza, la cualidad o descalificación de todo arte. Toda obra ofrecida dentro del tipo humanista de cultura, o es una creación en la que el hombre muestra su tensión, su fiebre, sus momentos más vigilados y valiosos, o es, por el contrario, una manifestación banal de decorativa simpleza. Nos interesa fundamentalmente aquellos momentos de creación en los que el germen se convierte en criatura y lo desconocido va siendo poseído en la medida en que esto es posible y en que no engendra una desdichada arrogancia”. (JLL: Orígenes, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, primavera de 1944, año I, núm. 1, p. 5).

Orígenes es algo más que una generación literaria o artística, es un estado organizado frente al tiempo. Representa un mínimum de criterios operantes en lo artístico y en las relaciones de la persona con su circunstancia. Será siempre, o intentará serlo en forma que por lo menos sus deseos sean a la postre sus realizaciones, un estado de concurrencia, liberado de esa dependencia cronológica que parece ser el marchamo de lo generacional. Desde hace más de quince años, eso que ahora se llama Orígenes, y que antaño se llamó Verbum, Espuela de Plata, Clavileño, Nadie Parecía, se muestra en su fase de riesgo y creación, olvidando el disfrute de todo declive crítico y el regusto de lo adquirido y acariciado. Esa concurrencia operada en Orígenes, se debía a su especial manera de trabajar la historia secreta, que existirá siempre que entre nosotros existan cuadrilleros, momentáneamente invisibles, que laboren dentro de la visión poética del acto naciente, de la poesía como búsqueda de la sustancia irradiante, o del protón pseudos”. (JLL: “Alrededores de una Antología, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1952, año 9, no. 31, p. 64). “Un hecho como el de la revista Orígenes constituye una forma suprema de heroísmo donde todo invita a no seguir, a cambiar de rumbo, a ‘ganarse la vida’ haciendo cualesquiera de esas incultas y anti-inteligentes tareas remunerativas: periodismo, televisión, radio. Y quien dice revista Orígenes dice José Lezama Lima. Encarna él una actitud incomprensible por ahora y en el ahora que vivimos, ya que lo cómodo es lo otro, halagar las pasiones públicas, unirse a los gobiernos y a las oposiciones, bailar al son del pandero que en un sitio o en otro pueda atraernos las miradas y los aplausos de la mayoría. […] / Ignorar que de una actitud así están hechas las páginas mejores de la historia cultural de cualquier país es ignorar demasiado. […] / Cuando todo parece igualmente pasar y morir, se advierte que hay algo resistente, extraño a la desaparición y al polvo de la tumba. Ese algo es el fruto del espíritu, el producto de la obra realizada con los materiales indestructibles de la pura inteligencia y la pura creación”. (Gastón Baquero: “De la continuidad en el esfuerzo cultural: Orígenes” (Diario de la Marina, 6 de marzo de 1955), Paginario disperso, selección e introducción de Carlos Espinosa Domínguez, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014, pp. 75-76).

“Porque si de hablar de los méritos de ese grupo se trata hay que subrayar de inmediato que uno de los principales es precisamente el de haber conquistado para nuestra alma co­lectiva ese estrato de los símbolos o enig­mas que —a veces como traumas, a veces como revelaciones históricas— tenemos que interpretar en el proceso de nuestro autoconocimiento como pueblo”. (Gustavo Pita Céspedes: “Las tres filosofías de Orígenes, Contracorriente, La Habana, 1996, año 2, no. 3, p. 36).

“Más que una revista, un grupo literario o un círculo intelectual, Orígenes fue una forma de pensar, un modo de hacer y creer y hasta una actitud ante la vida durante varias décadas. El escritor prefirió llamarlo ‘estado de concurrencia poética’ o ‘taller renacentista’ y destacó, como su mérito esencial, la coralidad del empeño. En la presentación del primer número de la revista homónima, el poeta escribía: ‘Queremos situarnos cerca de aquellas fuerzas de creación, de todo fuerte nacimiento, donde hay que ir a buscar la pureza o la impureza, la cualidad o descalificación de todo arte’. Esta vuelta a lo fundacional está presidida por una visión humanista del arte, asumido a la vez como revelación de la más alta belleza y como perfeccionamiento del hombre en el ejercicio del bien”. (Roberto Méndez Martínez: “Orígenes, destino y expresión poética”, Espacio Laical, La Habana, 2009, no. 4, p. 103).

Otros textos relacionados:

  • Cintio Vitier: “Palabras de apertura”, Coloquio Internacional Cincuentenario de Orígenes, Casa de las Américas, La Habana, junio de 1994; Credo, año I, núm. 3, La Habana, octubre de 1994.
  • Cintio Vitier: Para llegar a Orígenes, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Cintio Vitier: “La aventura de Orígenes”, Fascinación de la memoria, transcripción, selección y prólogo de Iván González Cruz, La Habana-Madrid, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Fina García Marruz: La familia de Orígenes, La Habana, Ediciones Unión, 1997.
  • Cintio Vitier: “Orígenes es una fábula”, entrevista de Ciro Bianchi Ross, Oficio de intruso, La Habana, Ediciones Unión, 1999, pp. 87-101.
  • Jorge Luis Arcos: Orígenes: la pobreza irradiante, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Reynaldo González: “Orígenes y un debate necesario”, Espiral de interrogantes, La Habana, Ediciones Boloña, 2004, pp. 341-358.

[10] “Lezama es, senci­llamente, un mago, y a los magos no se les puede ni se les debe seguir letra por letra, sino aspirar su aire de triste o jubiloso encantamiento. Lo otro, y aunque parezca torpe paradoja, es gaznápira superchería. Quien no se goce en la espi­ral del viento, que no abra, jamás, un libro de Lezama. Para leerlo con devo­ción hay que creer en un más allá literario”. (Luis Amado-Blanco: “Otra vez con Lezama” (Información, La Habana, 21 de agosto de 1958), Juzgar a primera vista, prólogo de Gustavo Pita Céspedes, La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y Ediciones Boloña, 2003, pp. 51-53).