CARTAS DE MARTÍ
...continuación 3
A Carlisle, el Presidente de la Casa de Representantes, le viene su fama de aquel inevitable influjo de su palabra aparentemente sencilla, mas redoblada de finísimo acero templado en largo estudio; él no estudia su forma modesta, que es la de un disertador seguro y discreto; mas se carga de tal suma de razón, y con empeño tal escruta los detalles en que funda sus argumentos, que lo que dice, pesa y queda: y en otro campo le buscarán batalla, mas todos le huyen en el suyo propio: Bayard que está a punto de ser miembro del Gabinete de Cleveland, es un aristócrata de la lengua, que la usa con grande amor y gracia, y a quien lo abundante del pensamiento, sobre lo escogido de la dicción, hace parecer a veces, en el concepto vulgar, desmayado y difuso.
Otros hay, como Hoar y Long, que campean por la elegancia y riqueza de su lenguaje, que en Long alcanza excepcionales perfecciones; más, aunque la improvisación no los pondría en apuros, ambos estudian con mimo las oraciones que pronuncian luego de memoria, con arte celebrado; y de Hoar dicen que no solo las palabras aprende, sino en el espejo los gestos. Ya entre los famosos, quedan solo, porque lo profundo va en ellos realzado por lo clásico y por la honestidad clarísima de propósito, Abram Hewitt, amigo de los hombres, que se mira en ellos, y les ve alada el alma; y Cox, el diputado de New York, que los números adorna con guirnaldas de rosas, con tal galanura que sus electores mismos no se lo echan a mal, como que no tiene la razón puerta mejor que la hermosura. Estos cruzan, en las grandes ocasiones, armas en la Casa y en el Senado.—¡Oh, oratoria, León encendido!
Es invierno decíamos, y lo es de veras; pero no lo está sintiendo nadie, de puro preocupado y asustadizo. Y es que al separarse Arthur del gobierno, ha propuesto a la nación, con asombro de los demócratas consternados que no hubiesen deseado tal herencia, no una ley importante, sino un conjunto de medidas que implican el cambio más grave que desde la guerra han experimentado acaso los Estados Unidos. De nada menos se trata que de ir preparando, por un sistema de tratados comerciales o convenios de otro género, la ocupación pacífica y decisiva de la América del Norte e islas adyacentes por los Estados Unidos. ¿A qué explicarlo en más detalles, que a tal distancia pudieran parecer complicados y enojosos? Y esto no es más que una nueva manera de hacer, con blandura y sin desatención aparente de sus deberes de nación republicana, lo que allá en sueños y sin saber bien cómo, quiso Grant,— y por malas artes y resortes ocultos, que por desdicha no fueron suyos solo, estuvo a punto de adelantar mucho Blaine: y ¿cómo no, si en cambio de apoyo inmoral, había nacioncilla de Hispanoamérica[25] que le ofrecía, según se corre, una banda de territorio, por donde pudiera oprimir del lado del Sur a un pueblo a quien ya tiene amenazado por el del Norte? ¿Cómo no, si en pago de haberle sacado de un conflicto con Francia, otro desvergonzado mandón, que solo los mandones hacen estas cosas, se ligó de pies y manos a los proyectos de Blaine, y le ofreció su ayuda incondicional en el atentado de someter, so pretexto de conferencia, a un protectorado del Norte los países de Hispanoamérica?[26]
De las revoluciones y pobrezas que, por culpas de aquella[27] de quien dice Quintana que no fue la culpa, han agitado nuestros países de América,—ha venido a los hombres activos de ellos un inmoderado deseo, saludable y urgente cuando se encierra en naturales límites, de desarrollar, a costa aun de la libertad futura de la nación, sus riquezas materiales así:—Nicaragua, que en progreso natural y ordenado no tiene que avergonzarse de pueblo alguno, ha contratado con el gobierno de los Estados Unidos la cesión, punto menos que completa, de una faja de territorio que de un Océano a otro cruza la República, para que en ella construya el gobierno norteamericano y mantenga, a su propio costo, un canal,[28] con fortalezas y ciudades de los Estados Unidos en ambos extremos, sin más obligación que una reserva de derechos judiciales en tiempo de paz a las autoridades nicaragüenses, y el pago de una porción de los productos líquidos del canal, y de las propiedades que fincan en el territorio cedido al gobierno americano.
España, de otra parte, incapacitada de aliviar con sus propios recursos la angustia reinante en Cuba, obligada a pagar, fuera de sus gastos de vida, al gobierno español en enorme presupuesto local y una considerable parte del nacional, con los productos de azúcar que por lo subido del costo de la producción en la Isla y los derechos altos en los Estados Unidos no se vende,—ha celebrado con el Gobierno norteamericano un tratado comercial,[29] que de tan absoluta manera liga la existencia de la Isla a los Estados Unidos que es poco menos que el vertimiento de cada uno de estos países en el otro, lo que acaso vendrá a parar, con gran dolor de muchas almas latinas, en perder para la América Española la isla que hubiera debido ser su baluarte.
A estos tratados se juntan el de México, ya ratificado, y a punto de salir reglamentado del Congreso; y el que acaban de firmar los Estados Unidos con Santo Domingo,[30] en virtud del cual, como en el tratado con Cuba y Puerto Rico, cuanto acá sobra, y no tiene por lo caro donde venderse, allá entrará sin derechos, como acá las azúcares. Y vendrán los Estados Unidos a ser, como que les tendrán toda su hacienda, los señores pacíficos y proveedores forzosos de todas las Antillas.—Y como sin querella con Francia e Inglaterra no hubieran podido poner estorbo al canal del Istmo de Panamá, por donde querían, como quien aprieta a su seno con un brazo, abarcar esta parte de arriba de nuestra América, intentan ahora, con asentimiento imprevisor acaso de nuestra propia gente, pasar el brazo por el corazón de la América Central.
Pero esas medidas, más que alegrar, aturden a la opinión americana; no porque parezca mal atraerse tan estrechamente a países de tierra tan rica, y que mueven el apetito a poderosas naciones europeas, que serían para los Estados Unidos vecinos molestos, sino porque, poco habituados a concepciones nacionales y a previsiones históricas, miran estos convenios, no por el poder que para mañana aseguren, ni por los conflictos que eviten, sino por la suma de beneficio o daño pecuniario que su realización pueda importar. ¿A qué buscar, se dicen, en Cuba y Puerto Rico, un mercado que nos compra al año quince millones de pesos, si para esto vamos a perder los veinticinco millones que importan los derechos de entrada de las azúcares de las Antillas?:/y los que así razonan no ven que si mantienen los Estados Unidos sus derechos altos, Cuba cesará de producir azúcar, porque no podrá competir en precio con las de otras procedencias en el mercado americano; ni ven que es tal el sistema de ocultaciones que con provecho y complicidad de los más altos empleados, se practica en las Aduanas de Cuba, que si quince millones de importaciones acusa la estadística, una tercera parte, a lo menos, va de aquí, de cierto; ni ven tampoco que, alentado el crédito en la Isla y aguzada por la penuria la natural perspicacia de sus habitantes, se establecerán, con capitales americanos acaso, múltiples empresas, que ocasionarían demanda extraordinaria de artículos del único mercado donde tendría la Isla crédito y dinero./¿Y qué haremos, dícense, los azucareros nacionales? Mas a esto se responde: ¿cómo ha de importar más el sustentamiento artificial de una industria que, a pesar de toda clase de favor, no ha sabido salir de sus pañales, que el beneficio de toda la Nación, a quien la importación libre, o casi libre, de las azúcares extranjeros permitiría comprar a precio bajo, mantenido por la competencia de los diversos países productores, el azúcar por una libra de la cual pagan hoy tanto, cuando no más, que por una libra de pan?
Gremios menores, y entre otros, los gremios políticos, se oponen al tratado español, —los amigos de Blaine, porque con hacer a la faz del mundo y con provecho seguro lo que quería hacer él con arterías y violencias, pierde su política una de sus novedades más alucinadoras,—los proteccionistas, porque un tajo en su sistema abre la puerta a otros tajos,—los librecambistas, porque con esa súbita reducción, y el aumento de gastos que la construcción del canal, caso de que se apruebe, u otras causas, pueden traer al tesoro, no habrá manera de hacer nuevas reducciones en los derechos de introducción, que harían menores las entradas del erario que sus expensas,[31]—y los demócratas, porque al entrar, tras veinte años de ausencia en el Gobierno, jamás pensaron verse reducidos al desairado empeño de realizar un plan político cuyas ventajas habrían de ceder en favor de sus adversarios, y en cuya elaboración no tuvieron la menor parte. Ni parecen tampoco más resueltos a aceptar los tratados, los fabricantes cuyos productos excesivos hallarían venta en los países de esos convenios, oposición que en verdad solo se explica por el miedo en que pone a los manufactureros americanos todo desvío del sistema proteccionista, que durante veinte años les permitió ganancias tales, que no obstante las angustias presentes que les acarrea, aún dudan de que él sea el que las cause.
Y sobre el convenio para el canal de Nicaragua, inquieren, sin parar mientes en su alcance político, si por acaso no costará más de los ciento cuarenta millones en que ahora lo estiman, y si esta suma y la de su mantenimiento y defensa en caso de guerra pagaría probablemente un interés estimable.
Nótase, en conjunto, la sorpresa ingrata que, aunque de provecho posible en lo futuro, causa a la gente tímida una obligación inmediata inesperada. Temor de obligaciones, y no consideración alguna de otro género, es lo que inspira la resistencia a estos convenios.
Reunidos están el Senado y la Casa, y no se sabe si ratificarán, como ya hizo aquel con el de Santo Domingo, los convenios concluidos con Nicaragua y España, o si, para esquivar compromisos de ahora o dar a la opinión pública más tiempo de esclarecerse, se prorrogará para la sesión próxima del Congreso, caso de que el nuevo Presidente no convoque una extraordinaria, el examen de los tratados, y la política que implican. Se está, pues, en este país en el momento de un grave cambio histórico, de trascendencia suma para los pueblos de la América.
La Nación, Buenos Aires, 22 de febrero de 1885.
[Mf. en CEM]
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, t. 22, pp. 11-26.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[25]Guatemala. Véase la Nota final “Proyectos de Unión Centroamericana”, OCEC, t. 22, pp. 342-343.
[26]Durante su breve paso por la Secretaría de Estado en 1881, James G. Blaine lanzó la idea y circuló la convocatoria, en noviembre de ese año, para realizar una conferencia panamericana en el mismo mes del año siguiente, a fin de, con claros propósitos hegemonistas, tratar acerca de la paz y la prevención de guerras interamericanas, y el arbitraje continental. Cuando ya Blaine no ocupaba el cargo, el 18 de abril de 1882, se introdujo la propuesta en el Congreso estadounidense, donde se dilató su consideración, hasta que, finalmente, en agosto de 1882, el nuevo Secretario de Estado, Frederick Frelinghuysen, anuló la invitación hecha por su predecesor.
[27]Al parecer, referencia a España.
[28]Referencia al tratado de Frelinghuysen-Zabala, que permitía iniciar los trabajos de construcción de un Canal Interoceánico a través de Nicaragua. Véase la Nota final “Proyecto de canal por Nicaragua”, OCEC, t. 22, pp. 341-342; y la nota “[Canal de Nicaragua]”, en el t. 12 de esta misma edición, pp. 162-163. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).
[29]Referencia al modus vivendi firmado por John W. Foster, ministro estadounidense en España, y el ministro español Servando Ruiz Gómez, el 2 de enero de 1884. Véase la Nota final “Tratado Comercial Estados Unidos-España”, OCEC, t. 22, p. 341.
[30]Tratado de Reciprocidad Comercial entre República Dominicana y Estados Unidos. Véase la Nota final “Proyecto de anexión de República Dominicana”, OCEC, t. 22, p. 341.
[31]Véase la nota “Proteccionismo vs. Librecambismo”.