CARTAS DE MARTÍ

Un teatro original[1] y cómo se elabora [en] New York.—Los personajes de las comedias de Harrigan y Hart.—De pilluelos a actores famosos.—La Ristori ahora.—La casa de Vanderbilt.—Vanderbilt perdona una deuda de $150 000 a Grant.—Un donativo de $500 000.—Una frase de Barrios.—Grant.—El Senado acuerda conceder a Grant el sueldo de General en Jefe.—Los oradores de los Estados Unidos.—Caracteres y razones de su oratoria actual.—Los oradores de antes: Nye, Carpenter, Garfield, Lincoln.—Los oradores de ahora, y su método: Edmunds, Blaine, Conkling, Hewitt, Bayard.—En vísperas de un cambio en la historia de los Estados Unidos.—Proyecto de ocupación mercantil de los países españoles de la América del Norte.—Grant, Blaine y Arthur. —Proyecto de un canal americano en Nicaragua.—Curiosidades diplomáticas.—Tratado de los Estados Unidos con España sobre Cuba y Puerto Rico.—Tratado de los Estados Unidos con Santo Domingo.—El tratado con México.—Trascendencia americana de estos tratados.—Argumentos en contra y ligera discusión de los tratados.

Nueva York, enero 15 de 1885.

Señor Director de La Nación:

Es invierno, y lo es de veras; pero no lo está sintiendo nadie, de puro preocupado y asustadizo. Los teatros, siempre en esta época tan concurridos, o cierran, o languidecen, o se queman:—como si el arte debiera morir siempre así—iluminando: lo cual decimos porque es verdad que el fuego se tragó en estos días un teatro, a donde va la gente cuando no va a otros de más empaque y literatura,—porque aquel, con los teatrillos de variedades y museos de monstruos, es el teatro genuino y directo de este pueblo naciente en cosas de arte:—no gusta el pueblo de ir sino a donde se halla. En este teatro de comedia neoyorquina, no se pinta, como que no la hay, una sociedad como la de París, que parece una estatua hecha de gusanos; ni como la de Londres, que es una caja de geometría; ni como la de Madrid, que es una cana al aire revoloteando perpetuamente al sol; ni como la de Viena, que es un “gabinete particular”, donde los camarones a la bordelesa están siempre servidos, y la tortilla con trufas, y el Liebfraunmilch[2] rubio y ardiente: en el teatro de Harrigan  y Hart, donde los actores, como fue de uso antaño, se escriben sus comedias, píntanse, con ribetes de sentimiento que parecen rayos de sol sobre una capa miserable; la masa revuelta, el feto colosal, las entrañas oscuras y fabricadoras, la roca hirviente, la calle, el taller, la casa de vecindad, la covacha en que los italianos aman y riñen; el aposento, repleto de hijos, donde el alemán, con gabán y sombrero alto, fuma, lee, se mata, o espera; la casuca, fabricada con restos de cajones, en que desde el pico de una roca, frente a un palacio enorme de granito labrado, un irlandés, cruzado de brazos sobre el chaleco mugroso, y empinados el labio inferior y las rodillas, mira sentado, fumando su pipa, cómo pasan, camino de la sombra, a manera de cesantes de la vida, los sacerdotes sin iglesia, con su corbata blanca, su levita negra, y su cara triste, los descendientes de los buenos holandeses,[3] con su rostro afeitado y honesto, y sus vestidos de paño burdo, las damas de años ha, singular mezcla de virilidad y de recato, la más cercana acaso en nuestros tiempos a la matrona romana: y ve pasar el irlandés—mientras que su hijo que vendía ayer periódicos se le sube por la roca, con su vestido nuevo de dependiente de comercio, y de los dos hijos del dueño del palacio que tiene en frente, la una se casa con un noble inglés y el otro quiebra:—a esos melancólicos y despaciosos pensadores de provincia, (niñescos y colosales a la par, como todo lo que está más cerca de la Naturaleza), que con lentitud y honradez de aldea iban moviendo, mundo adelante, su nación, y ahora, arrollados por el impetuoso pensamiento nuevo, que aquí toma las formas de la desesperación que embriaga y el ansia de conquista que la entretiene y alivia, tiene despavoridos y arrinconados, pálidos como los que se sobreviven, a los hijos legítimos de este país, que están viviendo como extranjeros en su tierra. Sentarse a oír una de las comedias de Harrigan y Hart, que no son más que escenas de costumbres avivadas con tonadillas penetrantes que toda la ciudad tararea luego, es asomarse a ver cómo se fabrica Nueva York,—y qué oro y qué cardenillo están entrando en ella.

     Como alrededor de una oruga, muchos cuadros se desenvuelven en torno de una frutera irlandesa acurrucada, en medio de su montaña de mantones, frente a una mesilla de manzanas cenceñas que nunca se venden. Jóvenes dependientes; mozos artesanos que los miran como a gente menor; alemanes cuadrados y tortugosos; italianos tallados en un cuchillo; neoyorquinillos entecos, que son como maniquíes de apetitos, peinados a la Capoul[4] y disfrazados con burlas, por ser ley que todo lo que degenera se hace crítico, y luego pasa a cínico; policías, que abaten con su palitroque al que hace guiños a la criada de servicio que tiene a honra haber parecido bien al uniforme azul de botones dorados; pilluelos que relampaguean; padres viejos que salvan; muchachas pobres, ramilletes de caléndulas en que el pisaverde de monóculo, corsé, bastón de puño de plata y polainas carmelitas hunde la nariz descolorida en busca de rosas,—son los personajes usuales, matizados con uno que otro negro del Sur, de las comedias de Harrigan y Hart.

     Hombres y mujeres se deleitan en oírlas, porque se ven en ellas. Y el que de larva pasó ya a mariposa,[5] y se puso debajo de Júpiter cuando llovía oro:[6]—¡que nunca cuesta menos la riqueza!,—va allí de vez en cuando a batir las alas, o a rejuvenecerse acaso el corazón, viendo en escena, con los combates y lances que un día fueron los suyos, aquellos tiempos envidiables de contienda y creación, en que, porque era desgraciado, era dichoso. Estos Harrigan y Hart así surgieron: de pilluelos, a actores famosos, a empresarios de teatros, a héroes de la ciudad.

     Sus comedias, ellos se las escriben; y su teatro, que era de ladrillo y estaba en Broadway,[7] se lo hicieron ellos. En el incendio desaparecieron todas las decoraciones de una pieza nueva,—salpicada por cierto de escenas francesas, como aquí está ya todo—que iban a estrenar al día siguiente. Ea, pintores! Ea, carpinteros! Ea, maquinistas!: que Harrigan y Hart, por quienes todo New York se conduele, quieren enseñar que no les apena, a ellos que todavía ayer andaban descalzos, haber perdido con su teatro unos sesenta mil pesos; ea! que quieren abrir en una semana un teatro olvidado con la comedia nueva. Fue hecho, y lo abrieron.[8] Mucha gente, en tanto que la Ristori declamaba en inglés los versos de Macbeth [9] ante un teatro vacío,[10] acudió a llevar los saludos de New York a sus actores favoritos.

     Oh! la Ristori ahora, paseando por teatros lóbregos de tierras duras sus años adoloridos! Se siente una especie de dolor filial al ver esta majestad ofendida: parece que las estatuas griegas se han hecho carne; y vestidas de mendiga, lloran. ¡Cómo no lo han de sentir, los que, niños de escuela todavía, ayudaron a desuncir, en una de las tierras del sol, los caballos de su carruaje, y mientras ella se cubría los ojos arrasados de llanto, se gloriaban, al aire la cabeza, en hablar de él![11] ¿Cómo no ha de ser digna de la gloria la que la enseña?

     ¡Váyase de aquí la triste señora, que aquí, ni la estatua de la Libertad ha hallado quien le compre el pie; que de limosna piden ahora al Congreso,[12]—ni ella tiene escolares! Ser rico es bueno; pero esto no ha de roer lo otro.

     Nada es tan repulsivo como un hombre acaudalado que se repliega en sí y descuida los dolores de los hombres. Es un criminal, sin duda: un criminal por omisión. Solo hay algo tan repulsivo como él: el envidioso disfrazado de filántropo, el denunciador sistemático de todo el que posee alguna riqueza. Un hombre hay en New York de fama universal por su fortuna; su padre, de poco más que botero, llegó, por las artes de su ingenio pronto y sutil, a fundador y dueño de caminos de hierro y otras altas empresas: el hijo, que heredó en tiempos prósperos, una hacienda enorme, con serena perspicacia la ha aumentado: sus millones llegan a la centena: otros tienen en sus manos las riendas de sus caballos, y él, como de los caballos modernos, las de los ferrocarriles: no es avaricioso, como Jay Gould, sino frío: ha levantado en la Quinta Avenida, frente a la Catedral de la religión, que como señal de los tiempos, está incompleta, la Catedral de la riqueza; su casa no tiene arabescos, como no los tiene su carácter; y ¡oh símbolo involuntario y elocuente! con cajas y con pacas se hizo esa fortuna, como toda la de este país, y la casa oscura de Vanderbilt[13] tiene la figura de una caja o una paca: ¿se vive acaso en vano entre ellas?

     Las artes todas de estos tiempos sin creación, puesto que son tiempos sin fe, se han dado cita, estimula[14]das como meretrices por el lucro, en este hogar de magnate indiferente. Sedas, Damascos, Gobelinos, Aubussones,[15] Goyas,[16] le parecieron tapices pobres y de poco costo para sus paredes; y las ha cubierto, como del lienzo que cuesta más, de tela de los grandes pintores, que son ahora los que hacen las cosas pequeñas: Meissonier vive, copiando crines y ribeteando sombreros de miñones, ochenta años; Bastien-Lepage y Millet, que conciben los ángeles y llenan de aire cargado de espíritu sus cuadros, en la flor de su juventud afligida, mueren. En ciertos tiempos, y entre ciertas gentes, no hay como ser pequeño para ser grande. Y ahora que los de arriba bajan y los de abajo suben, y se está en el oleaje de que quedará luego el nivel justo, no hay como ser poseedor de una gran fortuna para atraerse la malevolencia de las gentes. Vanderbilt es odiado y por los que no lo odian, mirado de reojo. No lo conocen, ni ha hecho nada abominable, y, sin embargo, lo abominan. Aborrecen en él las desigualdades exasperantes que asaltan a los ojos melancólicos de los observadores, y a los menos benévolos de los pacientes de pobreza. Y en verdad, en verdad: mientras haya un hombre que duerma en el fango, ¿cómo debe haber otro que duerma en cama de oro? Séquense en las ciudades los barrios fétidos, échense a tierra las casas malsanas, levántense por los capitales desocupados, y dense a los pobres por bajo alquiler, o sin él cuando no pudieren pagarlo, casas limpias y gratas a los ojos—que la bondad en mucha parte entra por ellos! ¿Cómo se piden, de atmósfera miasmática, almas claras? El alma, que desde su aposento desaseado no ve más que lobreguez, se vuelve torva. Cada casa limpia y ventilada es una escuela.[17]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]Teatro de los actores de la comedia musical irlandesa Ned Harrigan y Tony Hart, en Nueva York.

[2]Vino del Rin.

[3]Alusión a la fundación de la ciudad de Nueva York por los holandeses.

[4]Tipo de peinado puesto de moda por el tenor francés Joseph Amédée Victor Capoul.

[5]Nótese la similitud temática con el verso: “De minotauro yendo a mariposa”. [JM: “[Estrofa nueva]”, Versos libres, OCEC, p. 167. (N. del E. del sitio web)].

[6]Según la mitología griega, Dánae, hija de Acrisio, rey de Argos y madre de Perseo, lo procreó con Zeus cuando este se introdujo en forma de lluvia de oro en la torre de bronce donde la tenía protegida su padre. (N. del E. del sitio web).

[7]Calle de Manhattan, en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos de América.

[8]Referencia a The New Park Theatre.

[9]Tragedia escrita por William Shakespeare en 1606.

[10]La Ristori se presentó en el Star Theatre.

[11]Al parecer se trata de una referencia autobiográfica, que remite a la estancia en La Habana de la famosa actriz, entre el 1º de febrero y el 24 de abril de 1868.

Marlene Vázquez Pérez señala que:

La artista se presentó en el teatro habanero Tacón, con viajes ocasionales a otros lugares del país. También actuó en Marianao, Cárdenas y Guanabacoa. Cada una de sus actuaciones fue grandiosa; los palcos se cotizaron en sumas legendarias; se le agasajó en la alta sociedad y fue homenajeada reiteradamente. Se le obsequió una corona de oro y plata y las ovaciones de un público totalmente subyugado la llamaron a escena once veces. El Hotel Inglaterra, en el cual se alojó, se convirtió en punto de reunión de sus admiradores, entre los cuales estuvieron varios diplomáticos y altos personajes de la intelectualidad y la política. De ella dijo la crítica: “La Ristori es la tragedia”.

El joven Martí, alumno todavía del colegio de Mendive en el año 1868, ya daba muestras de una sensibilidad y talento literario fuera de lo común. Su fuerte inclinación hacia el teatro dio su primer fruto poco tiempo después, al delinear el conflicto vital que padecía, la contraposición entre el amor a la madre y el amor a la patria, en su poema dramático Abdala.

Por todo lo anterior, consideramos que no debió estar ajeno a un acontecimiento artístico tan significativo, sobre todo porque la actriz, además de su indudable competencia escénica, trabajó con un repertorio de gran calidad. Es muy posible, entonces, que la haya visto actuar y se haya acercado a ella más de una vez, tal como sugiere el fragmento de la crónica. [“La edición crítica de las Obras completas de José Martí. Teoría, praxis y viceversa”, Temas, La Habana, enero-marzo de 2019, no. 97, p. 61. (N. del E. del sitio web)].

[12]Referencia a las gestiones realizadas por el escultor francés Frederic-Auguste Bartholdi, autor de la monumental obra, quien realizó una extensa gira por Estados Unidos, entrevistándose con prominentes figuras políticas e intelectuales, como el presidente Ulysses S. Grant, el poeta Henry W. Longfellow, el teniente general Philip H. Sheridan, el empresario y reformador Peter Cooper, entre otros, sin lograr un compromiso para financiar el pedestal en que sería situada. Algo parecido ocurrió en 1881, después de una visita de altos oficiales franceses, descendientes de los militares que combatieron en la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Al fin se obtuvo por una suscripción inaugurada en la nación norteña, y por la realización de exposiciones y otras actividades, de las cuales José Martí dio fe, entre otros, en sus textos: “Los abanicos en la exhibición Bartholdi” y “Exhibición de arte en Nueva York para el pedestal de la estatua de la Libertad”, publicadas en La América (Nueva York), en enero de 1884. El Congreso solo se limitó a respaldar oficialmente la recaudación, pero no autorizó ningún apoyo en metálico.

[13]Este hombre construyó dos mansiones en el lado oeste de la 5ta. Avenida, entre las calles 51 y 52. Vivía él en una de ellas y ocupaban la otra sus dos yernos, Elliot F. Shephard y William D. Sloane, con sus respectivas familias. Fueron diseñadas por Charles Atwood y John Shook y terminadas en 1884, un año antes de la muerte de William Henry.

[14]Fue tal la acumulación de obras de arte en la casa de Vanderbilt, que esta comenzó a funcionar como una verdadera galería, con horarios de visitas y programa de diversas actividades.

[15]Referencia a los tapices que se producían en la localidad francesa de Aubusson.

[16]Referencia a los diseños para tapices de Francisco de Goya y Lucientes.

[17]“El aire, cargado de salud, suele estar lejos de donde los trabajadores viven. Millones acaba de dejar el ex gobernador Morgan, a sociedades de teología y a seminarios; pues más valiera que empeñarse a forzar en los hombres la fe en el cielo,—crearla en ellos naturalmente dándoles la fe en la tierra! Y ha dejado Morgan muy buenas sumas a las casas en que ayudan a los enfermos, a los ancianos, a los niños y a los pobres: ¡no dejara alguna para ayudar a hacer casas con aire y luz a los que al cabo, de vivir en las sombras llegan a sentirla en el alma, y a hacerla sentir! Estas ciudades populosas, que son graneros humanos, más que palacios de mármol, deberán erigirlos de ventura:—y no acumular las gentes artesanas en pocilgas inmensas, sino hacer barrios sanos, alegres, rientes, elegantes y luminosos para los pobres. Ya son el aseo y la luz del sol para ellos desusada elegancia: pues sin ver hermosura ¿quién sintió bondad? ni sin sentir la caridad ajena ¿quién la tuvo? ¡Aleje de la cabeza de otros la tormenta el que quiera alejarla de la suya! Si los vierais, ahora que llegan los meses de verano, entrarse en bandadas, llenos los brazos de las madres de hijos pálidos y moribundos, por los vapores de paseo en que alguna cofradía o persona amorosa les permite cruzar de balde el río! ¡Es de morderse los labios de cólera, de no andar por toda la tierra paseando infatigablemente el estandarte de su redención!” [“Suma de sucesos”, La Nación, de Buenos Aires, 13 y el 16 de mayo de 1883, OCEC, t. 17, pp. 66-67. (N. del E. del sitio web)]