Late apresurado el corazón al saludar, desde el seguro extranjero, a los que bajo el poder de un dueño implacable se disponen en silencio a sacudirlo. Ha de saberse, allá donde no queremos nutrir con las artes inútiles de la conspiración el cadalso amenazante, que los cubanos que solo quieren de la libertad ajena el modo de asegurar la propia, aman a su tierra demasiado para trastornarla sin su consentimiento; y antes perecerían en el destierro ansiosos, que fomentar una guerra en que cubano alguno, o habitante neutral de Cuba, tuviera que padecer como vencido. La lucha que se empeña para acabar una disensión, no ha de levantar otra. Por las puertas que abramos los desterrados, por más libres mucho menos meritorios, entrarán con el alma radical de la patria nueva los cubanos que con la prolongada servidumbre sentirán más vivamente la necesidad de sustituir a un gobierno de preocupación y señorío, [por] otro por donde corran, francas y generosas, todas las fuerzas del país. El cambio de mera forma no merecería el sacrificio a que nos aprestamos; ni bastaría una sola guerra para completar una revolución cuyo primer triunfo solo diese por resultado la mudanza de sitio de una autoridad injusta. Se habrá de defender, en la patria redimida, la política popular en que se acomoden por el mutuo reconocimiento, las entidades que el puntillo o el interés pudiera traer a choque; y ha de levantarse, en la tierra revuelta que nos lega un gobierno incapaz, un pueblo real y de métodos nuevos, donde la vida emancipada, sin amenazar derecho alguno, goce en paz de todos. Habrá de defenderse con prudencia y amor esta novedad victoriosa de los que en la revolución no vieran más que el poder de continuar rigiendo el país con el ánimo que censuraban en sus enemigos. Pero esta misma tendencia excesiva hacia lo pasado, tiene en las repúblicas igual derecho al respeto y a la representación que la tendencia excesiva al porvenir. Y la determinación de mantener la patria libre en condiciones en que el hombre pueda aspirar por su pleno ejercicio a la ventura, jamás se convertirá, mientras no nazcan cubanos hasta hoy desconocidos, o no ande la idea de guerra en manos diversas, en pelea de exclusión y desdén de aquellos con quienes en lo íntimo del alma tenemos ajustada, sin palabras, una gloriosa cita. La guerra se dispone fuera de Cuba, de manera que, por la misma amplitud que pudiera alarmar a los asustadizos, asegure la paz que les trastornaría una guerra incompleta. La guerra se prepara en el extranjero para la redención y beneficio de todos los cubanos. Crece la yerba espesa en los campos inútiles: cunden las ideas postizas entre los industriales impacientes: entra el pánico de la necesidad en los oficios desiertos del entendimiento, puesto hasta hoy principalmente en el estudio literario e improductivo de las civilizaciones extranjeras, y en la disputa de derechos casi siempre inmorales. La revolución cortará la yerba; reducirá a lo natural las ideas industriales postizas; abrirá a los entendimientos pordioseros empleos reales que aseguren, por la independencia de los hombres, la independencia de la patria. Revienta allí ya la gloria madura, y es la hora de dar la cuchillada.
Para todos será el beneficio de la revolución a que hayan contribuido todos, y por una ley que no está en mano de hombre evitar, los que se excluyan de la revolución, por arrogancia de señorío o por reparos sociales, serán, en lo que no choque con el derecho humano, excluidos del honor e influjo de ella. El honor veda al hombre pedir su parte en el triunfo a que se niega a contribuir; y pervierte ya mucho noble corazón la creencia, justa a cierta luz, en la inutilidad del patriotismo. El patriotismo es censurable cuando se le invoca para impedir la amistad entre todos los hombres de buena fe del universo, que ven crecer el mal innecesario, y le procuran honradamente alivio. El patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres. Apena ver insistir en sus propios derechos a quien se niega a luchar por el derecho ajeno. Apena ver a hermanos de nuestro corazón negándose, por defender aspiraciones pecuniarias, a defender la aspiración primera de la dignidad. Apena ver a los hombres reducirse, por el mote exclusivo de obreros, a una estrechez más dañosa que benigna; porque este aislamiento de los hombres de una ocupación, o de determinado círculo social, fuera de los acuerdos propios y juiciosos entre personas del mismo interés, provocan la agrupación y resistencia de los hombres de otras ocupaciones y otros círculos; y los turnos violentos en el mando, y la inquietud continua que en la misma república vendría de estas parcialidades, serían menos beneficiosos a sus hijos que un estado de pleno decoro en que, una vez guardados los útiles de la labor de cada día, solo se distinguiera un hombre de otro por el calor del corazón o por el fuego de la frente.
Para todos los cubanos, bien procedan del continente donde se calcina la piel, bien vengan de pueblos de una luz más mansa, será igualmente justa la revolución en que han caído, sin mirarse los colores, todos los cubanos.[3] Si por igualdad social hubiera de entenderse, en el sistema democrático de igualdades, la desigualdad, injusta a todas luces, de forzar a una parte de la población, por ser de un color diferente de la otra, a prescindir en el trato de la población de otro color de los derechos de simpatía y conveniencia que ella misma ejercita, con aspereza a veces, entre sus propios miembros, la “igualdad social” sería injusta para quien la hubiese de sufrir, e indecorosa para los que quisiesen imponerla. Y mal conoce el alma fuerte del cubano de color, quien crea que un hombre culto y bueno, por ser negro, ha de entrometerse en la amistad de quienes, por negársela, demostrarían serle inferiores. Pero si igualdad social quiere decir el trato respetuoso y equitativo, sin limitaciones de estimación no justificada por limitaciones correspondientes de capacidad o de virtud, de los hombres, de un color o de otro, que pueden honrar y honran el linaje humano, la igualdad social no es más que el reconocimiento de la equidad visible de la naturaleza.
Y como es ley que los hijos perdonen los errores de los padres, y que los amigos de la libertad abran su casa a cuantos la amen y respeten, no solo a los cubanos será beneficiosa la revolución en Cuba, y a los puertorriqueños la de Puerto Rico, sino a cuantos acaten sus designios y ahorren su sangre. No es el nacimiento en la tierra de España lo que abomina en el español el antillano oprimido; sino la ocupación agresiva e insolente del país donde amarga y atrofia la vida de sus propios hijos. Contra el mal padre es la guerra, no contra el buen padre; contra el esposo aventurero, no contra el esposo leal; contra el transeúnte arrogante e ingrato, no contra el trabajador liberal y agradecido. La guerra no es contra el español, sino contra la codicia e incapacidad de España.[4] El hijo ha recibido en Cuba de su padre español el primer consejo de altivez e independencia:[5] el padre se ha despojado de las insignias de su empleo en las armas para que sus hijos no se tuviesen que ver un día frente a él:[6] un español ilustre[7] murió por Cuba en el patíbulo: los españoles han muerto en la guerra al lado de los cubanos. Los españoles que aborrecen el país de sus hijos, serán extirpados por la guerra que han hecho necesaria. Los españoles que aman a sus hijos, y prefieren las víctimas de la libertad a sus verdugos, vivirán seguros en la república que ayuden a fundar. La guerra no ha de ser para el exterminio de los hombres buenos, sino para el triunfo necesario sobre los que se oponen a su dicha.
Es el hijo de las Antillas, por favor patente de su naturaleza, hombre en quien la moderación del juicio iguala a la pasión por la libertad;[8] y hoy que sale el país, con el mismo desorden con que salió hace veinticuatro años, de una política de paz inútil que solo ha sido popular cuando se ha acercado a la guerra, y no ha llevado la unión de los elementos allegables más lejos al menos de donde estuvieron hace veinticuatro años, álzanse a la vez a remediar el desorden, con prudencia de estadistas y fuego apostólico, los hijos vigilantes que han empleado la tregua en desentrañar y remediar las causas accidentales de la tristísima derrota, y en juntar a sus elementos aún útiles las fuerzas nacientes, a fin de que no caiga la mano enemiga, perita en la persecución, sobre los que sin esta levadura de realidad pudieran volver al desconcierto e inexperiencia por donde vino a desangrarse y morir la robusta gloria de la guerra pasada. Se encienden los fuegos, y vuelve a cundir la voz; en el mismo hogar tímido, cansado de la miseria, restalla la amenaza; va en silencio la juventud a venerar la sepultura de los héroes: y el clarín resuena a la vez en las asambleas de los emigrados y en las de los colonos. Nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión, y para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden.
Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, no. 1, pp. 1-2; OC, t. 1, pp. 315-322.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[3] El tema de la racialidad es abordado por Martí, entre otros textos, en: “Lectura en Steck Hall”, Nueva York, 24 de enero de1880, OCEC, t. 6, pp. 155-158; “[Discurso en homenaje a Gregorio Luperón]”, [Nueva York, septiembre de 1884], OCEC, t. 19, pp. 309-310; “Con todos, y para el bien de todos”, ob. cit., pp. 276-277; “Carta al general Antonio Maceo”, Nueva York, 20 de julio de 1882, OCEC, t. 17, p. 324; “Rafael Serra. Para un libro”, Patria, Nueva York, 26 de marzo de 1892, no. 3, p. 3 (OC, t. 4, pp. 379-381); “El 22 de marzo de 1873. La abolición de la esclavitud en Puerto Rico”, Patria, Nueva York, 1º de abril de 1893, no. 55, p. 3 (OC, t. 5, pp. 325-329); “‘Mi raza’”, Patria, Nueva York, 16 de abril de 1893, no. 57, p. 2 (OC, t. 2, pp. 298-300); “Para las Escenas” [1893], ACEM, La Habana, 1978, no. 1, pp. 33-34; “El plato de lentejas”, Patria, Nueva York, 6 de enero de 1894, no. 93, pp. 2-3 (OC, t. 3, pp. 26-30); “Sobre negros y blancos”, Patria, Nueva York, 16 de marzo de 1894, no. 103, p. 2 (OC, t. 3, pp. 80-82); y “Los cubanos de Jamaica y los revolucionarios de Haití”, Patria, Nueva York, 31 de marzo de 1894, no. 105, pp. 1-2 (OC, t. 3, pp. 103-106). Consúltese también, de Fina García-Marruz: “El problema negro”, en José Martí, el amor como energía revolucionaria, Albur, órgano de los estudiantes del ISA, a. 4, La Habana, mayo de 1992; La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2003.
[4] En relación con este tema véanse: “Carta a Ricardo Rodríguez Otero”, Nueva York, 10 de mayo de 1888, OCEC, t. 29, pp. 205-211; “Con todos, y para el bien de todos”, ob. cit., p. 277; “Los sucesos de Tampa”, Patria, Nueva York, 27 de agosto de 1892, no. 25, pp. 1-2 (OC, t. 2, pp. 143-146); “La libertad de Cuba” (entrevista de José Martí a The Equator Democratic, de Cayo Hueso), Patria, Nueva York, 3 de diciembre de 1892, no. 39, p. 2; “En casa”, Patria, Nueva York, 24 de marzo de 1893, no. 54, p. 3 (OC, t. 5, p. 418); “España en Melilla”, Patria, Nueva York, 28 de noviembre de 1893, no. 88, pp. 1-2 (OC, t. 5, pp. 335-337); “La Revolución”, Patria, Nueva York, 16 de marzo de 1894, no. 103, pp. 1-2 (OC, t. 3, pp. 75-80); “Las noticias en Cuba y la impresión de los españoles de la Isla”, Patria, Nueva York, 26 de enero de 1895, no. 146, p. 1 (no aparece en la edición de las Obras completas); el Manifiesto de Montecristi. El Partido Revolucionario a Cuba, (25 de marzo de 1895), La Habana, Centro de Estudios Martianos y Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008, pp. 8-9 y 12-14; y “Circular. Política de guerra”, [Guantánamo] 28 de abril de 1895, EJM, t. V, pp. 183-184. Consúltese, también, Fina García-Marruz: “Amor y fundación” y “La guerra sin odios”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit.; y “Un domingo de mucha luz”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1988, no. 11, pp. 253-282; y Cintio Vitier: “Valores perdurables en las crónicas españolas de Martí (1881-1882)” (1974), Temas martianos. Segunda serie, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, pp. 109-141, y “España en Martí” (1994), Obras 7. Temas Martianos 2, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2005, pp. 166-186.
[5] “Porque, hijo, yo no extrañaría verte un día peleando por la libertad de tu tierra”. (JM: “Carta de un español”, Patria, Nueva York, 14 de mayo de 1892, no. 10, p. 3 (OC, t. 4, p. 411) y “Carta a José María Pérez Pascual”, Veracruz, 26 de julio de 1894, EJM, t. IV, p. 231.
[6] “Patria misma recuerda a un oficial de la artillería española que se quitó los galones cuando le nació el primer hijo varón, ‘para que su hijo no viera un solo día a su padre esclavo de otro hombre’”. (Carta de un español”, ob. cit.).
[7] Ramón Pintó.
[8] “En el ensayo ‘El amor como energía revolucionaria en José Martí’, ob. cit., pp. 109-119, Fina García-Marruz ha observado la relación que establece Martí entre el heroísmo y la moderación dentro de la dinámica más profunda de ‘la capacidad de sacrificio’. La consideró virtud vinculada con ‘la armonía serena de la Naturaleza’, distintiva de los mejores hombres de ‘nuestra América’, cuyo paradigma poético lo encontró en Heredia: ‘volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas’. (OC, t. 5, p. 136). Tan elogiosa como esperanzadamente se refirió varias veces al ‘heroísmo juicioso de las Antillas’ y a ‘la moderación probada del espíritu de Cuba’, expresiones consagradas en el Manifiesto de Montecristi (OC, t. 4, pp. 101 y 94, respectivamente)”. (Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, nota 35, p. 64).