NUESTRAS IDEAS
Nace este periódico, por la voluntad y con los recursos de los cubanos y puertorriqueños independientes de New York, para contribuir, sin premura y sin descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico, en acuerdo con las condiciones y necesidades actuales de las Islas, y su constitución republicana venidera; para mantener la amistad entrañable que une, y debe unir, a las agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las procedencias, que persistan en el sacrificio de la emancipación, o se inicien sinceramente en él; para explicar y fijar las fuerzas vivas y reales del país, y sus gérmenes de composición y descomposición, a fin de que el conocimiento de nuestras deficiencias y errores, y de nuestros peligros, asegure la obra a que no bastaría la fe romántica y desordenada de nuestro patriotismo; y para fomentar y proclamar la virtud donde quiera que se la encuentre. Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico. Deja a la puerta—porque afean el propósito más puro—la preocupación personal por donde el juicio oscurecido rebaja al deseo propio, las cosas santas de la humanidad y la justicia, y el fanatismo que aconseja a los hombres un sacrificio cuya utilidad y posibilidad no demuestra la razón.
Es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable.[1] Es criminal quien ve ir al país a un conflicto que la provocación fomenta y la desesperación favorece, y no prepara, o ayuda a preparar, el país para el conflicto. Y el crimen es mayor cuando se conoce, por la experiencia previa, que el desorden de la preparación puede acarrear la derrota del patriotismo más glorioso, o poner en la patria triunfante los gérmenes de su disolución definitiva. El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país. La simple creencia en la probabilidad de la guerra es ya una obligación, en quien se tenga por honrado y juicioso, de coadyuvar a que se purifique, o impedir que se malee, la guerra probable. Los fuertes, prevén; los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz.
La guerra, en un país que se mantuvo diez años en ella, y ve vivos y fieles a sus héroes, es la consecuencia inevitable de la negación continua, disimulada o descarada, de las condiciones necesarias para la felicidad a un pueblo que se resiste a corromperse y desordenarse en la miseria. Y no es del caso preguntarse si la guerra es apetecible o no, puesto que ninguna alma piadosa la puede apetecer, sino ordenarla de modo que con ella venga la paz republicana, y después de ella no sean justificables ni necesarios los trastornos a que han tenido que acudir, para adelantar, los pueblos de América que vinieron al mundo en años en que no estaban en manos de todos, como hoy están, la pericia política y el empleo de la fuerza nacional en el trabajo. Ni la guerra asusta sino a las almas mediocres, incapaces de preferir la dignidad peligrosa a la vida inútil.
En lo presente y relativo es la guerra desdicha espantosa, en cuyos dolores no se ha de detener un estadista previsor; como es el oro preciado metal, y no se lamenta la moneda de oro si se la da en cambio de lo que vale más que ella. Cuando los componentes de un país viven en un estado de batalla sorda, que amarga las relaciones más naturales, y perturba y tiene como sin raíces la existencia, la precipitación de ese estado de guerra indeciso en la guerra decisiva es un ahorro recomendable de la fuerza pública. Cuando las dos entidades hostiles de un país viven en él con la aspiración, confesa o callada, al predominio, la convivencia de las dos solo puede resultar en el abatimiento irremediable de una. Cuando un pueblo compuesto por la mano infausta de sus propietarios con elementos de odio y de disociación, salió de la primer prueba de guerra, por sobre las disensiones que la acabaron, más unido que cuando entró en ella, la guerra vendría a ser, en vez de un retardo de su civilización, un período nuevo de la amalgama indispensable para juntar sus factores diversos en una república segura y útil. Cuando la guerra no se ha de hacer, en un país de españoles y criollos, contra los españoles que viven en el país, sino contra la dependencia de una nación incapaz de gobernar un pueblo que solo puede ser feliz sin ella, la guerra tiene de aliados naturales a todos los españoles que quieran ser felices.
La guerra es un procedimiento político, y este procedimiento de la guerra es conveniente en Cuba, porque con ella se resolverá definitivamente una situación que mantiene y continuará manteniendo perturbada el temor de ella; porque por la guerra, en el conflicto de los propietarios del país, ya pobres y desacreditados entre los suyos, con los hijos del país, amigos naturales de la libertad, triunfará la libertad indispensable al logro y disfrute del bienestar legítimo; porque la guerra rematará la amistad y fusión de las comarcas y entidades sociales sin cuyo trato cercano y cordial hubiera sido la misma independencia un semillero de graves discordias; porque la guerra dará ocasión a los españoles laboriosos de hacer olvidar, con su neutralidad o con su ayuda, la crueldad y ceguera con que en la lucha pasada sofocaron la virtud de sus hijos; porque por la guerra se obtendrá un estado de felicidad superior a los esfuerzos que se han de hacer por ella.
La guerra es, allá en el fondo de los corazones, allá en las horas en que la vida pesa menos que la ignominia en que se arrastra, la forma más bella y respetable del sacrificio humano. Unos hombres piensan en sí más que en sus semejantes, y aborrecen los procedimientos de justicia de que les pueden venir incomodidades o riesgos. Otros hombres aman a sus semejantes más que a sí propios, a sus hijos más que la misma vida, al bien seguro de la libertad más que al bien siempre dudoso de una tiranía incorregible, y se exponen a la muerte por dar vida a la patria. Así, cuando los elementos contendientes en las Islas demuestran la imposibilidad de avenirse en la justicia y el honor, y el avenimiento siempre parcial que pudiesen pretender no sería sancionado por la nación de que ambos dependen, ni sería más que una loable e insuficiente moratoria,—proclaman la guerra los que son capaces del sacrificio, y solo la rehúyen los que son incapaces de él.
Pero si la guerra hubiese de ser el principio de una era de revueltas y de celos, que después de una victoria inmerecida e improbable, convirtiese el país, sazonado con nuestra sangre pura, en arena de disputas locales o escenario de ambiciosas correrías; si la guerra hubiese de ser el consorcio apresurado y desleal de los hombres cultos de más necesidades que empuje, y la autoridad impaciente y desdeñosa que por causas naturales, y en parte nobles, suele crear la milicia, si hubiese la guerra de ser el predominio de una entidad cualquiera de nuestra población, con merma y desasosiego de las demás, y no el modo de ajustar en el respeto común las preocupaciones de la susceptibilidad y las de la arrogancia, —como parricidas se habría de acusar a los que fomentaran y aconsejasen la guerra. Y en la lucha misma que no viniera por aconsejada, sino por inevitable, el honor solo sería para los que hubiesen extirpado, o procurado extirpar, sus gérmenes temibles; y el oprobio sería de cuantos, por la intriga o el miedo, hubiesen contribuido a impedir que las fuerzas todas de la lucha se combinasen, sin exclusiones injustas e imprudentes, en tal relación que desde los arranques pusiera a la gloria fuera del peligro del deslumbramiento, y a la libertad donde no la pudiera alcanzar la tiranía. Pero este periódico viene a mantener la guerra que anhelan juntos los héroes de mañana, que aconsejan del juicio su fervor, y los héroes de ayer, que sacaron ilesa de la lección de los diez años su fe en el triunfo; la guerra única que el cubano, libre y reflexivo por naturaleza, pide y apoya, y es la que, en acuerdo con la voluntad y necesidades del país, y con las enseñanzas de los esfuerzos anteriores, junte en sí, en la proporción natural, los factores todos, deseables o irremediables, de la lucha inminente; y los conduzca, con esfuerzo grandioso y ordenado, a una victoria que no hayan de deslucir un día después los conatos del vencedor o la aspiración de las parcialidades descontentas, ni estorbe con la política verbosa y femenil el empleo de la fuerza nacional en las labores urgentes del trabajo.
Ama y admira el cubano sensato, que conoce las causas y excusas de los yerros, a aquellos hombres valerosos que rindieron las armas a la ocasión funesta, no al enemigo;[2] y brilla en ellos aún el alma desinteresada que los héroes nuevos, en la impaciencia de la juventud, les envidian con celos fíliales. Crían las guerras, por el exceso de las mismas condiciones que dan para ellas especial capacidad, o por el poder legítimo que conserva sobre el corazón el que estuvo cerca de él a la hora de morir, hábitos de autoridad y de compañerismo cuyos errores, graves a veces, no han de entibiar, en los que distinguen en ellos lo esencial de la virtud, el agradecimiento de hijo. Pero la pureza patriótica de aquellos hombres que salieron del lujo a la pelea, el roce continuo de caracteres y méritos a que la guerra dilatada dio ocasión, y el decoro natural de quien lleva en el pecho un corazón probado en lo sublime, dio a Cuba una milicia que no pone, como otras, la gloria militar por encima de la patria. Arando en los campos, contando en los bancos, enseñando en los colegios, comerciando en las tiendas, trabajando con sus manos de héroe en los talleres, están hoy los que ayer, ebrios de gloria, peleaban por la independencia del país. Y aguardan impacientes a la generación que ha de emularlos.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] En relación con el tema de la “guerra inevitable” sugerimos consultar: “Cartas de Nueva York. En España y en Cuba”, La Opinión Nacional, Caracas, 18 de octubre de 1881; “Carta al director de El Avisador Cubano”, Nueva York, 6 de julio de 1885 y “Carta a José Alfonso Lucena”, Nueva York, 9 de octubre de 1885, OCEC, tt. 10, 22 y 23 pp. 89, 325 y 166, respectivamente. También, las cartas al general Máximo Gómez, Nueva York, 16 de diciembre de 1887, EJM, t. I, p. 439; a Enrique Collazo”, Nueva York, 13 de enero de 1892 y al Secretario del Cuerpo de Consejo de Jamaica”, Nueva York, 27 de julio de 1892, EJM, t. III, p. 9 y 157, respectivamente; el discurso “Con todos, y para el bien de todos”, Tampa, 26 de noviembre de 1891, OC, t. 4, pp. 272 y 278; y los artículos “La agitación autonomista”, Patria, Nueva York, 19 de marzo de 1892, no. 2, p. 1 (OC, t. 1, p. 333); “La confirmación”, Patria, Nueva York, 23 de abril de 1892, no. 7, p. 1 (OC, t. 1, p. 413); “Declaraciones del Delegado y el Tesorero”, Patria, Nueva York, 14 de mayo de 1892, no. 10, p. 1 (no aparece en OC); “La primera conferencia”, Patria, Nueva York, 18 de junio de 1892, no. 15, p. 3 (OC, t. 2, p. 30); la nota en la sección “En casa”, Patria, Nueva York, 3 de septiembre de 1892, no. 26, p. 3 (OC, t. 5, p. 400); “La reunión de Tacón”, Patria, Nueva York, 28 de enero de 1893, no. 47, p. 2 (no aparece en OC); “‘Vengo a darte patria’. Cuba y Puerto Rico”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1893, no. 53, p. 3 (OC, t. 2, p. 259); “¿Con que consejos, y promesas de autonomía?”, Patria, Nueva York, 10 de abril de 1893, no. 56, p. 2 (OC, t. 2, p. 289); “¡Todo es posible!”, Patria, Nueva York, 16 de abril de 1893, no. 57, p. 3 (OC, t. 5, p. 71); “El Partido Revolucionario a Cuba”, Patria, Nueva York, 27 de mayo de1893, no. 63, p. 2 (OC, t. 2, p. 337); y “La promesa del miedo”, Patria, Nueva York, 10 de noviembre de 1894, no. 136, p. 3 (OC, t. 3, p. 361).
[2] Véase, al respecto, la carta de Martí a Emilio Núñez, de 13 de octubre de 1880, OCEC, t. 6, pp. 222-225.