CARTA DE LOS ESTADOS UNIDOS

(De nuestro corresponsal)

...continuación 2

     El reverendo le animaba con golpes en el hombro, como jinete a corcel que desfallece. El triste comenzaba a cantar la estrofa nueva, como si anduviese ya sobre sí mismo, y le pesasen sus propias palabras como cadenas. Por entre los sollozos mal apagados rompía el canto tardo y lastimero, como un quejido, como un alarido, como el clamor de quien pide merced, alzada ya en el aire el hacha matadora, abrazado a las rodillas de un verdugo implacable. Lloraba, lloraba a mares. Y se rehacía, y reanudaba el cántico.

     El hermano, miraba sereno. En torno al cadalso, de los tabacos encendidos subían columnas de humo. En las ventanas de las celdas vecinas, los cronistas de los diarios escribían apresuradamente sobre los pretiles. Por sobre los cristales de una abertura del techo, revoloteaba, acaso como una promesa, un gorrioncillo. Con una nota estridente, prolongada, súbita, acabó al fin el reo su cántico. Y con él, su cobardía. Él llamaba a su canto el balbuceo de un niño en crianza, sí, en verdad, en crianza a los pechos de una terrible nodriza.

     Luego vinieron cosas no narrables. Él, sereno y seguro: ellos, dados presurosamente a las brutalidades de la horca. Cae de las manos de Guiteau un papelillo; alza el alcaide el bastón de oro; “¡Listo! ¡Gloria! ¡Vamos!”―dice con voz sonora el reo;―se abre a sus pies la trampa, y a poco, la rotonda estaba desierta, contento de su mano firme el ahorcador, y al lado de un féretro descubierto, el hermano, moviendo el aire con un abanico sobre un rostro lívido.[8]

     En juguetes andaba imitado el cadalso de Guiteau, en los fuegos artificiales de los primeros días de julio, quemábase, ante veintena de millares de espectadores, la cabeza de Guiteau en tamaño monstruoso, y en el pueblo de Norwich, el día 6 de julio, reuniéronse los niños de la población con una horca y un ahorcado de juguete, para ahorcar a Guiteau.

     Estamos en plena lucha de capitalistas y obreros. Para los primeros son el crédito en los bancos, las esperas de los acreedores, los plazos de los vendedores, las cuentas de fin de año. Para el obrero es la cuenta diaria, la necesidad urgente e inaplazable, la mujer y el hijo que comen por la tarde lo que el pobre trabajó para ellos por la mañana. Y el capitalista holgado constriñe al pobre obrero a trabajar a precio ruin.

     Los que viven suntuosamente, merced a colosales especulaciones, azuzan al Congreso, a fin de mantener siempre repletas las arcas del Tesoro, a no mermar las contribuciones exorbitantes que afligen los frutos y tráficos en toda la Nación. De este exceso de contribuciones, a poco que las cosechas mermen, o que algún producto escasee, viene exceso de precios. Para el capitalista, unos cuantos céntimos en libra en las cosas de comer, son apenas una cifra en la balanza anual. Para el obrero, esos centavos acarrean, en su existencia de centavos, la privación inmediata de artículos elementales e imprescindibles. El obrero pide salario que le dé modo de vestir y comer. El capitalista se lo niega.

     Otras veces, movido del conocimiento del excesivo provecho que reporta al capitalista un trabajo que mantiene al obrero en pobreza excesiva,―rebélase este último, en demanda de un salario que le permita ahorrar la suma necesaria para aplicar por sí sus aptitudes o mantenerse en los días de su vejez.

     Pero ya estas rebeliones no son hechos aislados. Las asociaciones obreras, infructuosas en Europa y desfiguradas a manos de sus mismos creadores, por haberse propuesto, a la vez que remedíos sociales justos, remedios políticos violentos e injustos, son fructuosas en Norteamérica, porque solo se han propuesto remediar por modos pacíficos y legales los males visibles y remediables de los obreros. Ya no hay ciudad que no tenga tantas asociaciones como gremios. Ya los trabajadores se han reunido en una colosal asociación, que llaman de Caballeros del Trabajo. Ya, por treintenas de miles, como ahora mismo en Pittsburgh, se cruzan de brazos, animosos y firmes, ante los fabricantes de hierro que tenazmente les niegan el aumento de sueldo que demandan. Ya, como hoy en New York, los trenes cesan, los barcos duermen, los frutos se enmontañan en las estaciones de embarque de los ferrocarriles, y el comercio de toda la nación sufre extraordinaria merma,―porque los cargadores piden a las empresas ferrocarrileras un salario que les permita comer carne.

     Piden 20 centavos por cada hora de faena, y que les aseguren trabajo por dos pesos diarios, porque hombre que va y viene a leguas del lugar de su labor, y come fuera de casa y tiene en casa mujer e hijos, y para trabajar ha de vivir en ciudad costosa, no puede hacer con menos de dos pesos, vida de ciudad. Las empresas de ferrocarril, teniendo en poco a sus cargadores, negáronse a la demanda, y hace un mes que están faz a faz los dos bandos hostiles.

     Toda la ciudad está del lado de los cargadores desatendidos. ¡Con qué entereza están llevando su mes de penuria! ¡Qué gozo da verlos, como ennoblecidos de súbito por el ejercicio de su dignidad, acudiendo, comedidos y limpios, ya a grandes paradas, en que recorren las calles sigilosa y ordenadamente, ya a reuniones que celebran en medio de las plazas, en los muelles abandonados, en humildes salones! Acá hacen tribuna de un carro que les presta un irlandés fornido; allá, de un montón de cajas; más allá, de una elevación del terreno. Está siendo una interesantísima batalla.

     Véase ahora cómo no es de desdeñar el trabajo más ruin. Esos rodadores de baúles, esos empujadores de sacos, han conmovido y dificultado el comercio de toda la Nación. Las empresas ferrocarrileras, teniendo en cuenta la penuria excesiva de las clases pobres, buscaron y hallaron al punto millares de cargadores nuevos. Mas eran italianos, no hechos a esta labor ruda; eran alemanes, sobrado varoniles para siervos; eran judíos fugitivos de Rusia, a quienes sus súbitos y tremendos males privan de ánimo y fuerzas.

     Creyóse al principio que, reemplazados los cargadores, o reentrarían en sus puestos por el ruin salario viejo, o quedaría la labor a cargo de los nuevos. Pero ya era que los novicios no acertaban con la ágil manera de cargar de los rebeldes; ya que centenares de carros aguardaban en vano repletos a las puertas de los colosales almacenes; ya que los mozos ásperos de los barrios perseguían sin descanso a los obreros nuevos que trabajaban, y aún trabajan, como sitiados, en los almacenes, y amparados por gruesos destacamentos de policía. Y ya es, que merced a su cordura y paciencia, abandonan en masa los trabajadores nuevos a sus empleadores, y se unen bravamente a la protesta de los cargadores rebeldes.

     Todos, hoy, italianos, alemanes y judíos rusos, abrazados fraternalmente por las calles, y acudiendo a reuniones entusiastas en que se hablan a la par todas las lenguas, demandan a las compañías de ferrocarril, que ha poco aumentaron sin pretexto los precios de carga, el nuevo sueldo y la nueva garantía.

     Gran suceso es este en esta lucha. Antes, si los trabajadores del país se declaraban en huelga, acudíase a los italianos, puestos a trabajar por pobre precio. Ahora, rebelados ya los italianos, que entienden que realzando las condiciones del trabajo para otros, las realzan para sí,―los empleadores habrán de ceder a las demandas justas de los empleados. Que no es de creer que por demanda injusta se exponga un obrero, que tiene su arca en sus brazos, a dejar en hambre y miseria su casa desolada.

     Y así quedan: soberbios los del ferrocarril; confiados y ayudados con buenas sumas de dinero por los obreros de toda la nación, y gentes ricas de buena voluntad, los cargadores. De manera pasmosa se entrelazan e intiman los cuerpos de obreros.

     Se agrupan rápidamente, como elementos dispuestos ya al combate. No solo tiene cada cuerpo fondos propios, sino que se está creando extraordinario fondo general para que sirva de arca permanente a cada cuerpo en huelga. Esto hasta ahora es justicia. Quiera la buena fortuna que luego de satisfecha, no se trueque en celo e ira. Porque en este pueblo de trabajadores, será tremenda una liga ofensiva de los trabajadores. Ya están en ella. El combate será tal que conmueva y remueva el Universo. Estas que hierven, son las leyes nuevas. Esta es en todas partes época de reenquiciamiento y de remolde.[9] El siglo pasado aventó, con ira siniestra y pujante, los elementos de la vida vieja. Estorbado en su paso por las ruinas, que a cada instante, con vida galvánica amenazan y se animan, este siglo, que es de detalle y preparación, acumula los elementos durables de la vida nueva.

     En el Congreso también están de lucha: también están de lucha en el Partido Republicano. Piden los demócratas la rebaja en la tarifa de derechos de importación, mantenidos en alza para favorecer,―que es lo mismo que perpetuar el monopolio de que gozan,―a las industrias nacionales. Piden la rebaja inmediata de los derechos de los artículos de consumo en el interior de la Nación. Las contribuciones se imponen para sufragar con ellas los gastos del Tesoro. El Presidente declaró en su mensaje que las contribuciones habían excedido el año pasado en cien millones de pesos a los gastos. Los demócratas quieren que de esos cien millones de pesos innecesarios, sean rebajadas las contribuciones. Pero acontece que el Partido Republicano, amenazado de extraños y de propios, no quiere enajenarse, con la reducción de los derechos de importación de frutos extranjeros, el apoyo considerable de los capitalistas a quienes el sistema prohibitivo favorece,―ni ve mal que para acudir so capa de un gasto o de otro, achacados a necesidades de la Nación, a las expensas que requiera la conservación del partido en el poder, exista en las arcas, que prohombres del partido administran, un crecido sobrante.

     Alegan además los republicanos que ya entró esta nación en edad de mayoría, y la América del Sur, en época de definitivo establecimiento: que para las necesidades de su expansión ha menester de gran suma, que pueda levantar súbitamente gran ejército, y temible armada. Alegan que pudiera venirse, o por querer autoridad suprema en el Canal de Panamá, o por impedir el crecimiento del poder inglés en América, a una guerra con Inglaterra, que es gran poder naval. Y se ha dado el caso extraño de que el Congreso vote suma crecidísima para las reparaciones de la armada, a petición y por tenaz empeño de aquel Secretario de Marina que en tiempos de Grant empleó, en gastos confusos o innecesarios, o totalmente inexplicados, cientos y más millones. Tal hombre, Robeson, que fue pocos años ha, por la expresada conducta, befa de la nación y vergüenza de su partido, es hoy, con lo que se da medida de la descomposición de la política del bando republicano, uno de los jefes, si no el único jefe, del bando republicano en el Congreso.

     Y otra cantidad, también enorme, han votado contra unánime opinión de los demócratas, que mantienen que esos dineros van a malas manos, para atender a las obras de puertos y ríos. Vese bien que comido de males interiores, el Partido Republicano, intenta deslumbrar al país con un programa adulador de política nacional.

     ¿Por qué ha de ser tan ligera de suyo una correspondencia, que no da ya espacio a entrañar en estos curiosísimos problemas internos del sufragio público, médula, eje, vida de las naciones republicanas? ¿Por qué no ha de llevar esta primera, humilde, precipitada carta, tantas nuevas curiosas de sucesos varios, de los que oran, arrodillados en millares, a la sombra de árboles altos como los de los druidas, en campamentos religiosos, que pueblan los bosques de palabras de amor, de esperanza, de fe, de himnos sagrados? ¿Por qué haber de callar cómo sacan a luz con fervor científico, las bondades de la Cristiandad en un Congreso Cristiano de Verano los filósofos amigos de Jesús que ven en descrédito y ruina el dogma amoroso, en manos de los malos sacerdotes, y de reformadores hábiles y activos? ¿Por qué, sobre todo, no sentarnos al lado de los educadores en consejo, que están viendo, con agradecible y laborioso empeño, la manera de educar al niño de modo que abandonado luego entre los hombres, pueda aplicar sus fuerzas enseñadas a un mundo conocido, en vez de ser ciego presuntuoso, cargado de letras griegas y latinas inútiles, en medio de un universo activo, apasionado, real, necesitado, que lo ofusca, asorda y arrolla?

     La prensa no puede ser, en estos tiempos de creación, mero vehículo de noticias, ni mera sierva de intereses, ni mero desahogo de la exuberante y hojosa imaginación. La prensa es Vinci y Angelo, creadora del nuevo templo magno e invisible, del que es el hombre puro y trabajador el bravo sacerdote. Aquí hierven, en junto con los modernos problemas humanos, los problemas concretos de América, y ambiciones que alarman y grandezas reales que deslumbran. ¿Qué mucho que, movida del ansia de cumplir estos grandes deberes, la pluma, a riesgo de parecer cansada, se abandone a considerarlos?[10]

José Martí

La Nación, Buenos Aires, 13 de septiembre de 1882.

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2010, t. 17, pp. 11-22.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[8] Charles J. Guiteau fue ahorcado el 30 de junio de 1882.

[9] La idea de que se acercaba una época nueva es el tema central desarrollado por Martí en el prólogo al “Poema del Niágara”, de Juan Antonio Pérez Bonalde, publicado en Nueva York en 1882, texto en el cual se repiten estos calificativos para describir aquella época como una época de transición. Véase OCEC, t. 8, pp. 144-160.

[10] De acuerdo con el director del periódico, Bartolomé Mitre Vedia, en carta a José Martí, fechada en Buenos Aires, el 26 de septiembre de 1882, “una parte” de esta crónica, fue suprimida, “al darla a la publicidad”, respondiendo “a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización política y social y de la marcha de ese país”. Y continúa: “Sin desconocer el fondo de verdad de sus apreciaciones y la sinceridad de su origen, hemos juzgado que su esencia, extremadamente radical en la forma, y absoluta en las conclusiones, se apartaba algún tanto de la línea de conducta que a nuestro modo de ver, consultando opiniones anteriormente comprendidas, al par que las conveniencias de empresa, debía adoptarse desde el principio en el nuevo e importante servicio de correspondencia que inaugurábamos. / La parte suprimida de su carta, encerrando verdades innegables, podía inducir en el error de creer que se abría una campaña de denunciación contra los Estados Unidos como cuerpo político, como entidad social, como centro económico […] / Su carta habría sido todo sombras, si se hubiese publicado como vino […]”. [Destinatario José Martí, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual; preámbulo de Eusebio Leal Spengler, La Habana, Ediciones Abril, 2005, p. 138. (N. del E. del sitio web)].