CORRESPONDENCIA PARTICULAR
DE EL PARTIDO LIBERAL
Sumario.―México en los Estados Unidos. ―Sucesos referentes a México.―Junta de la Liga de Anexión en New York.―Se ha de estudiar este país por todos sus aspectos.―Cutting[1] preside la Compañía de Ocupación y Desarrollo del Norte de México.―La anexión del Canadá.―El Sun responde una pregunta sobre la anexión de México.―Cutting con la Liga.―Dos artículos sobre México en las revistas de junio.―“La villa de Guadalupe” en el American Magazine. ―Artículo de Charles Dudley Warner en el Harper’s Magazine sobre Morelia y Toluca.―Warner como escritor.―Importancia de su juicio en los Estados Unidos.―En Toluca le asombra la agricultura.―Morelia, como belleza natural, le entusiasma.―Su juicio hostil.―“¡Piernas pobres!”.
Nueva York, 23 de junio de 1887.
Señor Director de El Partido Liberal:
Estos días han sido mexicanos. Que México tendrá pronto en Washington un palacio digno de él: Que el comercio entre México y los Estados Unidos recibirá un súbito empuje con el nuevo tratado de correos, según el cual pueden enviarse cartas y paquetes a la otra margen del Bravo,[2] por lo mismo porque circulan en los Estados Unidos: Que la hija de Juárez, el indio que crece, fue agasajada en la Casa Blanca: Que unas fieles amigas peregrinaron a la tumba de Helen Hunt Jackson, la que con tal arte y ternura contó en su novela Ramona las desdichas de los indios de México, cuando la conquista de California: Que en un salón, con poca luz, se reunieron para oír a Cutting los delegados de la Liga de Anexión Americana, y hablaron cosas torvas: Que es una maravilla la loza tornasolada de los indios de Santa Fe, y pudiera convertírsela en una pingüe industria: Que el American Magazine, buena revista, trae un artículo limpio de iras, sobre la Villa de Guadalupe, y sus piedades y leyendas: Que Charles Dudley Warner, el escritor pintoresco y afamado, describe sin bondad en el Harper’s Magazine su viaje por Toluca, Pátzcuaro y Morelia.[3] Veamos todo esto. Desembaracémonos primero de lo desagradable. Asistamos al salón de poca luz. Para conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas,―y en sus bandidos!
Era de noche, como conviene a estas cosas, cuando en los salones de un buen hotel de New York, se reunieron en junta solemne los directores de la Liga de Anexión Americana y los delegados de todas las ramas de ella, para hacer un recuento de sus fuerzas y mostrar su poder a los misteriosos representantes que los estados anexionistas del Canadá envían a la Liga, a la vez que para tributar honores al Presidente de la “Compañía de Ocupación y Desarrollo del Norte de México”, al coronel Cutting. Presidía el coronel George W. Gibbons, conocido abogado: canadienses había muchos, a más de los delegados de la Liga, cuyo objeto inmediato es “aprovecharse de cualquier lucha civil en México, Honduras o Cuba, para obrar con celeridad y congregar su ejército”; pero no había ningún hondureño, ningún cubano, ningún mexicano. “La ocasión puede llegar pronto, decía el Presidente; lo cierto es que puede llegar de un momento a otro” “¿Honduras también? preguntó un neófito. “¡Oh, sí: vea el mapa[4] de Byrne. Honduras tiene muchas minas”. “¡Que no nos tomen en poco”, decía un orador, “que lo que va detrás de nosotros, nosotros lo sabemos; con menos empezó Walker hace treinta años; solo que tendremos cuidado con no acabar como él!”
Nueve años hace quedó establecida la Liga de Anexión, y hoy cuenta, repartidos en los varios estados de la República, y “prontos a acogerse al banderín de marcha”, más de diez mil afiliados, “gente buena”, dice uno de los informes, “a la que cuesta esfuerzo reprimir, pero los tiempos no están aún maduros para una agresión aislada e independiente”. Cada delegado de las ramas numerosas de la Liga leyó su informe, y de ellos y de sus conversaciones, resulta que tienen fe en la espalduda canalla que, impaciente de guerra y saqueo, se cría siempre, como las setas venenosas de las mejores maderas, en los pueblos fuertes de muchos habitantes. Su deber es acudir a la primera voz de mando. Les sobran afiliados, dicen, lejos de faltarles. Su organización es la de un ejército de reserva.
De todo el sur y el este del Canadá habían venido para esta junta magna delegados especiales, y no de poca monta, pues dos de ellos son diputados en el Parlamento del Dominio. ¿Ni cómo pueden tomarse enteramente a la ligera, por lo menos en cuanto hace al Canadá, los trabajos de la Liga, cuando a la vez que celebra una convención especial para afirmar sus relaciones en el país vecino y tratar con sus representantes, piden los diarios demócratas, el Sun y el World, sin escándalo de los demás, que el partido haga dogma de su programa la anexión del Canadá a los Estados Unidos? En New Brunswick[5] no hay un solo ciudadano que quiera ser inglés, dijo uno de los diputados, y todo Manitoba[6] es anexionista.
—¿Y a México por qué no?—preguntó al Sun otro diario, puesto que está tan cerca de nosotros y nos es tan necesario como el Dominio?
—No debemos querer a México, respondió el Sun, porque su anexión sería violenta, inmaterial y odiosa, sobre que nos fuera incómoda, porque allí, ni las instituciones, ni la lengua, ni la raza son las nuestras, y no habría modo de llegar a una asimilación fecunda; mientras que en el Canadá vienen de ingleses como nosotros, como nosotros hablan inglés, y como nosotros desea el país confundirse con nuestra República. Y eso mismo dijeron en la junta los canadienses, que no son conocidos por su nombre, sino por números, para que no les caiga encima por traidores su gobierno nativo.
Pero este asunto, con ser tan importante, lo pareció menos a la junta que la presencia del coronel Cutting. “Viene, se decían en susurros, a unir las fuerzas de la Liga de Anexión con las de la Compañía de Ocupación y Desarrollo del Norte de México”. “Sí, a eso viene, se trabaja mucho. Las dos asociaciones van a celebrar una asamblea?” “¿Dónde? En Niagara Falls”.[7] “¡Ah ¿en la frontera del Canadá?” “¿De qué se trata, pues, primero: del Canadá o de México?”
Y en medio de esos comentarios, todos al caso y ciertos, iba explicando Cutting a la junta, que lo oyó con favor, la organización de “las fuerzas de la Compañía”, después de haber pretendido encender el odio con la aleve pintura de su prisión en México,[8] que acaso procuró para servir de buen pretexto a la Compañía invasora. Allí dijo lo que debe repetirse, y los periódicos todos publican:—que los soldados de la Compañía pertenecen a estados diversos, pero son más los del Sur, por irles más de cerca: que ya son quince mil, prontos a una llamada: que el objeto de la Compañía es desposeer a México de los estados del Norte, y en especial de Sonora, California, Chihuahua y Coahuila: que “su gente” es probada, toda de aventura, y hecha ya la mano a empresas tales, gente recia y sin miedo. Dijo, en fin, lo que no puede ser, que Nuevo León y Tamaulipas, semejantes a un hijo que acaba de asesinar aquí a su madre porque ella se empeñaba en hacerlo ir por bien, están dispuestos a acogerse a los Estados Unidos; y dijo la vulgar locura de que, con tal de echar a su gobierno abajo, muchos mexicanos ayudarían a la invasión, a pesar de su odio al Norte.—Va a reunirse una asamblea, preparatoria de la general en New Orleans.
Ya tienen escogido el hotel donde la general va a celebrarse en Niagara Falls. A Cutting, para su persona, nada le falta. Ahora urgiría que todo lo favorable a México se propalara y tundiese, para que cuando por una u otra parte alzasen cabeza estos bandidos, no estuviera la opinión de acá indiferente o inclinada en su pro, sino sintiera que le venía de la conciencia el freno; lo que no puede lograrse sino aprovechando, y con prisa, toda ocasión de inspirar respeto a quienes pueden ser, con su obra, o su bolsa, o su indiferencia, hostiles. ¿No cuentan ahora mismo los historiadores[9] de Lincoln cómo atizaban año sobre año los espíritus turbulentos de la frontera, cómo provocaron, cómo intentaron, una y otra vez, cómo al fin trajeron la guerra entre el Sur y el Norte, de que eran ellos látigo y vanguardia? Las saetas[10] venenosas no son más que saetas; pero matan. Y es bueno conocerlas y prevenirse contra su uso.
El que describe a Guadalupe en el American Magazine, no pone por cierto su leño en esa hoguera. Él, Arthur Howard Noll, no es de los que busca en las estatuas los lunares: él no estudia a los vecinos por lo absoluto, como no se les ha de estudiar, sino en relación con sus antecedentes, que es como queda el observador prendado de ellos. Guadalupe le parece “la población más interesante de los alrededores de la capital”. La sacristía le recuerda La vicaría de Fortuny. Cuenta sin burla las aventuras de Juan Diego; el crecer de las rosas en la piedra viva, el milagro de que, al llegar a la casa del Obispo, las flores hubiesen pintado el retrato de la virgencita en la frazada; cuenta las hazañas de la de Guadalupe, en su formidable pelea con la de los Remedios: en el día de los muertos, ve, entre las sepulturas cubiertas de flores, la tumba de Santa Anna con una sola corona, la de su esposa:[11] azota “el gran vicio nacional, el juego”, aunque observa que el mexicano no juega tanto por la ganancia como por los lances y la novela de la diversión, y porque se vea que sabe perder como sabe morir.
Pero ¡en cuán distinto espíritu está inspirado lo que Charles Dudley Warner, que aquí campea entre las autoridades literarias, escribe sobre su viaje, superficial y pretencioso, por Toluca, Pátzcuaro y Morelia![12] Nadie, en verdad, pudiera atestiguar mejor sobre aquella hermosura natural, y evocar con palabras, vivas como colores, los soberbios cambiantes de aquellas puestas; porque él es escritor elegante y personal, que comparte con John Burroughs el mérito de describir con ternura la naturaleza, y la ama como Thoreau, el solitario de Concord,[13] mas no con la pasión desmedida de aquel eremita desconsolado, sino con gracia de artista francés, y en virtud de una fina y vehemente necesidad de color y hermosura.
Hay en sus estilos la misma diferencia que entre sus personas:—Thoreau, enjuto, cenceño, de ojos dolorosos y fijos, de cabello despeinado e hirsuto, raso el labio de arriba, como un lacedemonio, la boca comprimida, para que no se le saliese por ella la tristeza, y la barbilla en barboquejo:—Warner, pulcro en el traje, amigo de gustar, nariz montada, ceja rasgada, ojo adoselado, frente griega, cabello rico partido a la mitad; barba apostólica. Conoce su jardín hoja por hoja. Se ha sentado a horcajadas junto al árabe. Ha ido, buscando la gracia, al Levante y al Nilo. Después de eso, ve a Morelia, y exclama: “¡Es lo más bello que he visto!” Pero no merece escribir para los hombres porque no sabe amarlos.
Ve bien en los detalles: pero ¿de qué le sirve, si no ve con cariño? Pinta bien lo que ama, los lagos resplandecientes, los sembrados lucidos, los coros de montañas, arrebujadas como las vírgenes en velos vaporosos: mas el mérito no está en eso, pues para eso no hay nada que vencer, sino en domar la antipatía, si se la tiene, y pintar con lealtad, y como si se le quisiera, aquello que por naturaleza no se ama. No es que todo sea bueno, ni que haya de disimularse lo malo que se ve, porque con cosméticos no se crían las naciones, ni con recrearse contemplando en la frente inmóvil su hermosura; pero todo se ha de tratar con equidad, y junto al mal ver la excusa, y estudiar las cosas en su raíz y significación, no en su mera apariencia. Pues si acá fuera a juzgarse el país por la corteza, y no se mirara a sus brutalidades con la piedad y razón que son menester para excusarlas! Los pueblos, Warner, son como los obreros a la vuelta del trabajo, por fuera cal y lodo, pero en el corazón las virtudes respetables!
Entiende la naturaleza, pero es escritor estrecho, que no sabe salirse de su raza, como aquel del cuento indio,[14] que porque tenía asido al elefante por una pata, sostenía que todo era pata. Por sobre las razas, que no influyen más que en el carácter, está el espíritu esencial humano que las confunde y unifica: sus emperadores tienen el pensamiento, que son los que ven de alto y en junto, como Emerson, y sus alféreces, que son los que de andar en los asuntos de su compañía todo lo quieren modelar por ella.
Como Warner. Entiende la naturaleza, mas en cuanto les ve cambiar de color, ya no entiende a los hombres. ¡Lástima de estilo, porque de veras escribe con cierto calor, precisión y viveza en todas partes desusados!
Toluca le parece limpísima ciudad, y preferible en esto a todas las de los Estados Unidos: le recuerdan el Oriente las columnas egipcias del mercado, y la capilla con su dombo de azulejos. Admira estático la perfección de los cultivos, no sin enseñar su vulgar preocupación: “No creíamos, dice, hallar en México tan celosa agricultura”. La puesta de sol, vista desde un cerro que domina la población, “es uno de los más bellos espectáculos del Universo”. El viaje a Morelia le impacienta por lo lento: y el viaje a Toluca le entretuvo reflexionando en lo mucho que robaban antes por allí “estos mexicanos, que al parecer con el favor de la opinión pública, variaban la monotonía de sus ocupaciones ordinarias con la del robo en despoblado”: como si en los Estados Unidos no se hubiese robado de la misma manera, cuando vivían sus comarcas en el mismo aislamiento y condición primitiva en que estaban, cuando eso pudo decirse, las de México: como si los enormes fraudes que comete en los Estados Unidos, en lo cabal de su civilización, la gente culta, y de los que México está casi libre, no revelasen una corrupción nacional más vasta e inexcusable que el bandidaje romanesco, fatal secuela de las guerras, en soledades sin vigilancia y sin medios de trabajo: como si en México, dondequiera que ha aparecido el trabajo, no hubiese desaparecido el robo!
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1]Augustus K. Cutting. Véase la nota “El caso Cutting”, OCEC, t. 24, p. 361.
[2]Río Grande del Norte o Río Bravo. Fluye por América del Norte. En parte de su discurrir se define la frontera entre México y Estados Unidos.
[3]El artículo se titula “Mexican Notes IV Morelia and Patzcuaro”, y se publicó en el número de julio de 1887. En la propia página aparece el título: “Toluca de Lerdo”. Véase la crónica “La República Argentina en los Estados Unidos”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 4 de diciembre de 1887. (OCEC, t. 27, pp. 32-40). (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).
[4]Contratado por el gobierno de Honduras, entre 1883 y 1886 trazó un mapa de sus fronteras que indica lugares de interés histórico y cultural como las ruinas mayas, y señala las locaciones de las minas, entonces recién descubiertas, de oro, plata y cobre. El mapa fue comercializado por la firma Colton y registrado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
[5]Provincia de Canadá.
[6]Provincia de Canadá.
[7]Ciudad del estado de Nueva York, Estados Unido de América.
[8]Augustus K. Cutting fue detenido y juzgado en México tras publicar un artículo en el que injuriaba a un ciudadano mexicano, situación que tensionó las relaciones entre ambos gobiernos. Un año después de liberado de la cárcel impulsó un proyecto de expansión hacia México sin excluir a Canadá, el cual no fructificó, pues el Partido Republicano no estaba interesado en algo que podía afectar los intereses de las grandes industrias en beneficio de Inglaterra y Alemania.
[9]John G. Nicolay y John M. Hay.
[10]Por el contexto debe leerse setas. (N. del E. del sitio web).
[11]Dolores de Tosta.
[12]Véase, al respecto, el comentario de Martí acerca del libro A study of Mexico de David A. Wells, “que yerra voluntariamente, y revela ignorancia y prevención”, en la crónica “México en los Estados Unidos.—Prórroga para la ratificación del Trtado”, publicada en El Partido Liberal, el 28 de enero de 1887, OCEC, t. 25, pp. 126-133. (N. del E. del sitio web).
[13]Ciudad del estado de Massachusetts, Estados Unidos de América.
[14]Referencia a la parábola de la India antigua, empleada por las religiones jainista, budista, sufí e hindú. Ha servido para explicar la incapacidad para conocer la totalidad de la realidad, y la relatividad, opacidad o la compleja naturaleza de la verdad. John Godfrey Saxe hizo su versión “El ciego y el elefante” en forma de poema, a partir del cual se ha publicado en numerosos libros para adultos y niños. En el texto “Un paseo por la tierra de los anamitas”, publicado en el número 4, de octubre de 1889, de su revista para niños La Edad de Oro, José Martí vuelve a referir esta parábola, con el propósito de aleccionar a las niñas y niños americanos en la necesidad del estudio consciente y la búsqueda personal de la verdad. Véase en La Edad de Oro. Edición crítica, ensayo y notas de Maia Barreda Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Ediciones Boloña, 2013, pp. 98-99. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).