A caballo anduvo la América frondosa.[32] Vio valles como los de Mesopotamia, vio hombres como recién hechos de fango.[33] Vio ríos como el Leteo.[34] Navegó bajo toldos de mariposas,[35] y bajo toldos de truenos. Asistió en la boca del Plata a batallas de rayos.[36] Vio el mar luciente, como sembrado de astros: pues ¿las fosforescencias, no son como las nebulosas de los mares?[37] Vio la noche lujosa, que llena el corazón de luz de estrella.[38] Gustó café en las ventas del Brasil, que son nuestras posadas;[39] vio reír a Rosas, que tenía risa terrible;[40] atravesó la Patagonia húmeda; la Tierra del Fuego desolada; Chile árido; Perú supersticioso. Aguárdase a monarca gigantesco cuando se entra en la selva brasileña, e imagínale el espíritu sobrecogido, con gran manto verde, como de falda de montaña, coronado de vástagos nudosos, enredada la barba en lianas luengas, y apartando a su paso con sus manos, velludas como piel de toro añoso, los cedros corpulentos. Toda la selva es bóveda, y cuelgan de los árboles guirnaldas de verde heno.[41] De un lado trisca, en manada tupida, el ciervo alegre;[42] de otro se alzan miles de hormigas que parecen cerros, y como aquellos volcanes de lodo del Tocuyo, que vio Humboldt;[43] ora por entre los pies del caminante, salta el montón de tierra que echa afuera con el hocico horadador, el taimado tucutuco;[44] ora aparece brindando sosiego un bosquecillo de mandiocas, cuya harina nutre al hombre, y cuyas hojas sirven de regalo a la fatigada cabalgadura.[45] Ya el temible vampiro saja y desangra, con su cortante boca, el cuello del caballo que más que relincha, muge;[46] ya cruza traveseando el guaibambí[47] ligero, de alas transparentes, que relucen y vibran.[48] Ábrese un tanto el bosque, mojado recientemente por la lluvia, y se ve, como columna de humo, alzarse del follaje, besado del sol, un vapor denso: y allá se ve la espléndida montaña, envuelta en vagas brumas.[49] Mezclan sus ramas mangos y canelos, y el árbol del pan próvido, y la jaca,[50] que da sombra negra, y el alcanfor gallardo.[51] Esbelta es la mimosa; elegante, el helecho; la trepadora, corpulenta.[52] Y en medio de la noche, lucen los ojos del cocuyo airado, que da tan viva lumbre como la que enciende en el rostro humano la ira generosa![53] Y grazna el cucú vil, que deja sus huevos en los nidos de otros pájaros![54] El día renace, y se doblan, ante la naturaleza solemne y coloreada, las trémulas rodillas.[55]

     Y luego del Brasil, vio Darwin a Buenos Aires.[56] Salíanle al paso, ingenuos como niños, y le miraban confiados y benévolos, los ciervos campestres; los bravos ciervos americanos, que no temen el ruido del mosquete, mas huyen despavoridos, luego que ven que la bala del extranjero ha herido un árbol de su bosque![57] Leyenda es el viaje; hoy esquivan tímidos el rostro de los indios; mañana ven lucir en medio de la noche los ojos del jaguar colérico, a quien irrita la tormenta, y afila sus recias uñas en los árboles;[58] ayer fue día de domar caballos, atándoles una pata trasera a las delanteras, y a estas la cabeza rebelde, y la lengua al labio, y echándolos a andar, sudorosos y maniatados, con la silla al lomo, y el jinete en ella, por el llano ardiente, del que vuelven jadeantes y sumisos;[59] el almuerzo es con Rosas, que tiene en su tienda de campaña, como los señores feudales, cortejo de bufones; la comida es con gauchos, con los esbeltos y febriles gauchos, que cuentan cómo el tirano de la Pampa, que tuerce árboles, y con ponerles la mano en el lomo, doma potros, hace tender a los hombres, como cueros a secar, atados en alto, de pies y manos, a cuatro estacas, donde a veces mueren.[60] De un lado veía Darwin el árbol sacro de Waleechu,[61] de cuyos hilos, que en invierno hacen de hojas, cuelgan los indios piadosos, porque la naturaleza humana goza en dar, ya el pan que llevan, ya el lienzo que compraron para los usos de la casa, ya la musiquilla con que divierten los ocios del camino, porque aquel árbol espinoso está al terminar dificilísimo pasaje, y le ve el indio como nuncio de salud, a quien sacrifica sus prendas y caballos, tras de lo cual cree que ni sus cabalgaduras se cansarán, ni la desgracia llamará nunca a él: y es que se sienten felices, con ese gozo penetrante que deja siempre en el alma el noble agradecimiento: que es tal en ellos el árbol, que si no tienen cosa que darle, se sacan de sus ponchos un hilo del tejido, y lo cuelgan a un hilo del árbol.[62] Y más allá ¡qué magnífica sorpresa!—Allí están los roedores gigantescos, testigos de otros mundos; restos de megalonix; huesos de megaterio; vestigio del gran caballo americano.[63] Y qué ancas las de esas bestias montañosas! Qué garras, que parecen troncos de árbol! Y se sentaban al pie de aquellos árboles colosos, y abrazados a ellos, traían a sí las ramas, con estruendo de monte que se despeña, y comían de ellas![64] En mal hora revuelven un nido de avestruz, que el avestruz ataca sin miedo a los viajeros de a pie o de a caballo que revuelven sus nidos.[65] Ruge el jaguar que pasa, seguido de gran número de zorras, como en la India siguen al tigre los chacales: ¡que lo que en otras tierras es chacal, en América es zorra![66] O es el ganado airoso de las Pampas, que sorprende al viajero por su elegancia y perspicacia, porque parece el rebaño una parvada de escolares traviesos.[67] O son los indios mansos de la Cordillera, que brillan como genios del llano, en sus corceles recamados de plata, que ellos guían con fuertes e invisibles riendas de alambre: y al sol lucen el estribo fulgente, el cabestro enjoyado, la gruesa espuela, el mango del cuchillo. O son ya los eunucos del llano, que guardan ovejas, los perros pastores.[68]

     Ya el camino desmaya, y la tierra se entristece; el gaucho, como amante que anhela ver a su amada, mira a la Pampa que abandona. Andan en horda los pacíficos guanacos, celosos de sus hembras, que cuando sienten llegada la hora de morir, van, como los hombres de la Tierra del Fuego, a rendir la vida donde la rindieron los demás guanacos de su horda.[69] Y de súbito la comitiva tiembla, y los guanacos huyen, y es que viene rugiendo el puma fiero, que es el león de América, que se pasea del Ecuador fogoso a la Patagonia húmeda, y que no gime cuando se siente herido: ¡bravo león de América!—Y más allá están guanacos muertos, y en medio de ellos el puma terrible, harto de su presa, y sobre ellos, como corona del puma, bandada de buitres que aguardan las migajas de la fiesta del león.[70] Los viajeros andan silenciosos; los arbustos están llenos de espinas; las plantas son enanas; son de lava los cauces de los ríos; secas yacen las piedras de sus márgenes; en gotas de rocío apagan su sed los roedores famélicos del bosque.[71] Así fue para Darwin la árida Patagonia.

     Y ¡qué negra la Tierra del Fuego! Poco sol, mucha agua, perpetuo pantano: turbio todo, todo lúgubre, todo húmedo y penoso. Los árboles, sin flores; las plantas, alpinas; las montañas, enfermas; los abismos, como fétidos; la atmósfera, negruzca.[72] Y a poco, como divinidades del pantano, los fueguianos asoman, fangosa la melena, listado el rostro de blanco y encarnado, de piel de guanaco amparada la espalda; desnudo el pardo cuerpo. Mas, a poco que se les mira, surge de aquella bestia el hombre. Golpean en el pecho a sus visitantes, como para decirles que confían en ellos, y les ofrecen su pecho luego, a que los visitantes golpeen en él.[73] Tienen magos, y tribus, y excelente memoria. El homicidio es crimen, de que se vengan los elementos, desatando sobre los fueguianos sumisos su cólera. Han oído hablar del diablo, y dicen que allí no hay diablo. Saben de amar y agradecer, que es saber bastante.[74]

     Se entró de allí el viajero en mares, y luego en tierras de Chile, donde todas las montañas están rotas, por la busca de oro.[75] Ya no acompañaba al laborioso inglés, ni cargaba su gran caudal de reliquias de ciencia, el gaucho romántico, temible y alegre, suelto y luciente como un Satán[76] hermoso, sino el guaso presumido, con su espuela pesada, sus botas blancas, y en negras o verdes calzoneras muy anchos calzones, y el chilpe roja y el burdo poncho.[77] Así pasaron por montañas mondas, esmaltadas como breves bosques verdes, como esmeraldas perdidas en ceniza;[78] por los puentes bamboleantes que cuelgan sobre el turbio Maipo,[79] con su inseguro pavimento de cueros secos y de cañas;[80] por las islas flotantes del lago Taguatagua, que son como grandes cestas de raíces viejas en que han nacido raíces nuevas, sobre las que cruzan los caminantes, como en cómoda lancha, de una a otra margen del lago.[81] Y a las faldas de aquellos montes mondos leía el viajero los libros de Molina,[82] que cantó los usos de los animales de la tierra; a Azara,[83] cuya obra es tesoro; al buen Acosta,[84] que dijo de las Indias cosas no sabidas. Y emprendía un nuevo viaje, a ver de cerca los pálidos mineros, con sus luengas camisas de oscura y ruda lana, sus delantales de piel curtida, sus ceñidores de color vivo, y sus airosos gorrillos rojos; y ve espantado a los míseros apiris, que son hombres y parecen bestias, y salen de la ancha boca de la mina jadeando como monstruos moribundos, hasta que echan a tierra la gran carga, que es de doscientas libras, o más libras, y emprenden viaje nuevo, riendo y gracejando, y contando que solo comen carne una vez a la semana.[85] Y ya salía de Chile el viajero, y ya tocaba a las minas de nitrato de sosa en el solitario Iquique;[86] y aún veía ante sus ojos, como aparición permanente y radiante, aquel valle de Quillota,[87] que da gozo de vivir, aquellos llanos verdes y apacibles, que parecen morada natural de la mañana, aquellos bambúes místicos, que oscilan como los pensamientos en la mente,[88] aquel Ande nivoso, que el alba enrubia y dora y el sol poniente tiñe de vívida grana.[89]

     Cargada así la mente, volvió el mancebo a Europa. Ni día sin labor, ni labor sin fruto. Revolvía aquellos recuerdos. Echaba, con los ojos mentales, a andar a la par los animales de las diversas partes del globo. Recordaba más con desdén de inglés, que con perspicacia de penetrador, al bárbaro fueguiano, al africano rudo, al ágil zelandés, al hombre nuevo de las islas del Pacífico. Y como no ve el ser humano en lo que tiene de compuesto, ni pone mientes cabales en que importa tanto saber de dónde viene el afecto que le agita y el juicio que le dirige, como las duelas de su pecho o las murallas de su cráneo,—dio en pensar que había poco del fueguiano a los simios, y no más del simio al fueguiano que de este a él. Otros, con ojos desolados y llenos de dulcísimas lágrimas, miran desesperadamente a lo alto. Y Darwin, con ojos seguros y mano escrutadora, no comido del ansia de saber a dónde se va, se encorvó sobre la tierra, con ánimo sereno, a inquirir de dónde se viene. Y hay verdad en esto: no ha de negarse nada que en el solemne mundo espiritual sea cierto, ni el noble enojo de vivir, que se alivia al cabo, por el placer de dar de sí en la vida,—ni el coloquio inefable con lo Eterno, que deja en el espíritu fuerza solar y paz nocturna; ni la certidumbre real, puesto que da gozo real, de una vida posterior en que sean plenos los penetrantes deleites que con la vislumbre de la verdad, o con la práctica de la virtud, hinchen el alma:—mas, en lo que toca a construcción de mundos, no hay modo para saberla mejor que preguntársela a los mundos. Bien vio, a pesar de sus yerros, que le vinieron de ver, en la mitad del ser, y no en todo el ser, quien vio esto; y quien preguntó a la piedra muda y la oyó hablar; y penetró en los palacios del insecto, y en las alcobas de la planta, y en el vientre de la tierra, y en los talleres de los mares, reposa bien donde reposa: en la abadía de Westminster,[90] al lado de héroes.[91]

José Martí

La Opinión Nacional, Caracas, miércoles, 17 de mayo de 1882.

[Mf. en CEM]

El Almendares, La Habana, entre julio y noviembre de 1882

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2007, t. 11, pp. 180-210.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[32] Otros criterios de Martí acerca de Darwin y sus obras relacionadas con América del Sur son los siguientes: “Grandes son los esqueletos que se han descubierto antes de ahora en la América del Norte; y los que Darwin cuenta que vio en aquel fructífero viaje que, con singular modestia y llaneza, cuenta en los dos libros que escribió como cronista científico de la expedición inglesa, a través de mares lejanos y de extrañas tierras. Leer aquel libro, sincero, ordenado, más lleno de deseos de saber que de generoso calor humano, más preocupado del modo con que los insectos vuelan que del modo con que vuelan las almas—es como entrar por los espacios vastos de aquel maravilloso cerebro, a cuya implacable lealtad no faltó acaso, para poner a su dueño entre los seres casi divinos de la Tierra—,más que el don de amor, lo que hace fecundo al genio”. (“Un mastodonte”, La América, Nueva York, agosto de 1883, OCEC, t. 18, p. 120). “[…] la relación desnuda del viaje de Darwin en la fragata Beagle resulta a veces, por el influjo de la beldad americana en el autor sincero, épica como nuestro natural resplandeciente, fúlgida como un brillante negro, fresca y casi olorosa […]” (“La República Argentina en los Estados Unidos. Un artículo del Harper’s Monthly”, La Nación, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1887, OC, t. 7, p. 334).

[33] Probable alusión a la creación del hombre con fango, según varias mitologías americanas e indoeuropeas, como la de Prometeo.

[34] Uno de los cuatro ríos que rodeaba el Hades o Infierno según la antigua mitología griega.

[35] “Varias veces, mientras nuestro buque estaba a algunas millas de distancia de la desembocadura del río de la Plata o mar adentro a lo largo de las costas de la Patagonia septentrional, nos vimos rodeados de insectos. Cierta tarde, a unas 10 millas de la bahía de San Blas, vimos bandadas o enjambres de mariposas en número infinito, que se extendían tan lejos como podía alcanzar la vista; ni aun con el catalejo era posible descubrir un solo punto en que no hubiera mariposas. Los marineros gritaban: “nievan mariposas”; y tal era, en efecto, el aspecto que el cielo presentaba. Estos animales pertenecían a varias especies, si bien la mayor parte era muy parecida a la especie inglesa común, Colias edusa, sin ser idéntica a esta”. (I, 270-71).

[36] “Otra noche tenemos la oportunidad de asistir a una magnífica sesión de fuegos artificiales naturales; en el remate del mástil y en los extremos de las vergas brillaba el fuego de San Telmo. Casi podíamos distinguir la forma de la veleta; se hubiera dicho que había sido frotada con fósforo. El mar estaba tan luminoso, que los pingüinos parecían dejar tras sí una estela de fuego, y, de cuando en cuando, las profundidades del cielo se iluminaban repentinamente con el fulgor de un magnífico relámpago”. (I, 74-75).

[37] “Un poco al sur del Plata, en una noche muy oscura, el mar presentó de improviso un espectáculo extraño y admirable. Soplaba la brisa con gran violencia, y la cresta de las olas, que durante el día se ve romper en espuma, emitía en aquel momento una espléndida luz pálida. La proa del barco levantaba dos olas de fósforo líquido y su estela se perdía en el horizonte en una línea de fuego. En cuanto espacio alcanzaba la vista resplandecían las olas; su reverberación era tal, que el cielo nos parecía inflamado en el horizonte, y esto hacía sorprendente contraste con la oscuridad que sobre nuestras cabezas reinaba”. (I, 277).

[38] “¡Cuán agradable era, tras una jornada de calor, sentarse tranquilamente en el jardín hasta que llegara la noche! En estos climas la naturaleza elige por cantores suyos a artistas más humildes que en Europa. Una pequeña rana del género Hyla se posa en algún tallo a una pulgada aproximadamente de la superficie del agua y deja oír un canto muy agradable; cuando están varias juntas, cada una de ellas lanza su nota armoniosa. (…) Innumerables cigarras y grillos lanzan a la vez su canto estridente, el cual, sin embargo, atenuado por la distancia, no deja de ser agradable. Todas las tardes, en cuanto anochece, comienza este concierto. ¡Cuántas veces me ocurrió estar allí inmóvil, escuchándolo, hasta que el paso de algún insecto raro venía a despertar mi atención!” (I, 58-59). Este pasaje del Diario de Darwin posee una singular similitud con lo escrito por Martí en su Diario de Campaña el 18 de abril de 1895: “La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinuda; vuelan despacio en torno las animitas; entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima: es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?” (Diarios de campaña. Edición crítica, La Habana, Casa Editora Abril, 1996, p. 252).

[39] “En Mandetiba hay una venda muy buena; quiero mostrar mi sentido agradecimiento por la excelente comida que en ella hice—comida que constituye ¡ay! una excepción demasiado rara—, describiendo esta venta como tipo de todos los albergues del país. Estas casas, con frecuencia muy grandes, están construidas todas de la misma manera: se plantan en tierra estacas entre las cuales se entrelazan ramas de árboles, y luego se cubre el conjunto con una capa de yeso. Es raro encontrar en ellas pisos de madera, pero jamás las ventanas tienen cristales; el techo se halla, por lo general, en buen estado. La fachada, que se deja abierta, forma una especie de galería en la que se colocan bancos y sillas. Los dormitorios se comunican unos con otros, y el viajero duerme, lo mejor que puede, en una plataforma de madera cubierta con un delgado jergón. La venda se halla siempre en medio de un gran patio, en el que se atan los caballos”. (I, 44). “En un lugar llamado Campos-Novos, fuimos magníficamente tratados; nos dieron de comer arroz y ave, galletas, vino y licores; por la noche, café, y para desayunar, café y pescado”. (I, 45).

[40] Aunque en su relato Darwin escribió: “Mi entrevista con el general terminó sin que sonriese ni una sola vez; y obtuve de él un pasaporte y un permiso para valerme de los caballos de posta del gobierno, documentos que me dio de la manera más servicial”. Martí destacó de manera especial su risa terrible, porque uno de sus bufones le había contado a Darwin que “…cuando el general se ríe, no perdona a nadie”. (I, 133).

[41] “¡Qué deliciosa jornada! Pero este calificativo es demasiado débil para expresar los sentimientos de un naturalista que por vez primera vaga libremente por una selva brasileña. La elegancia de las hierbas, la novedad de las plantas parásitas, la belleza de las flores, el verde deslumbrante del follaje, y, por encima de todo, la fuerza y el esplendor de la vegetación en general me llenan de admiración. Una extraña mezcla de rumores y silencio reina en todas las partes cubiertas del bosque. Los insectos hacen tanto ruido, que pueden oírse en el navío anclado a varios centenares de metros de la costa; dentro de la selva, sin embargo, parece reinar un silencio universal. Todo el que ama la historia natural siente en un día como ese un placer, una alegría tan intensa, como no puede imaginarse”. (I, 28-29). “Durante el segundo día de nuestro viaje, el camino que seguimos está tan cerrado por plantas trepadoras, que uno de nuestros hombres va delante machete en mano abriéndose paso. La selva abunda en cosas sorprendentes, entre las cuales no me canso de admirar los helechos arborescentes, poco altos, pero de follaje muy verde, gracioso y elegante”. (I, 50).

[42] “El único mamífero indígena que se encuentra todavía, por lo demás muy frecuente, es el Cervus campestris. Este ciervo abunda, formando a veces pequeños rebaños, en todas las regiones que bordean el Plata y en la Patagonia septentrional”. (P. 89).

[43] Alexander von Humboldt. “Cuando salimos de la selva atravesamos pastos inmensos, muy deformados por un gran número de enormes hormigueros cónicos que se elevan hasta cerca de 12 pies de altura. Estos hormigueros hacen que esta llanura se parezca exactamente a los volcanes de lodo de Jorullo, según los describe Humboldt”. (I, 47).

[44] “El tucutuco (Ctenomys brasiliensis) es un curioso animalito que se puede describir en pocas palabras: un roedor con las costumbres de un topo. Aunque son numerosísimos en algunas partes del país, no por ello es menos difícil capturarlos, pues no salen jamás fuera de la tierra, según creo. En el extremo de su agujero el tucutuco forma un pequeño montón de tierra, lo mismo que el topo, solo que su montón es menor. Estos animales minan de tal modo considerables extensiones de terreno, que los caballos se hunden a menudo hasta la cuartilla al pasar sobre sus galerías”. (I, 93). “Solo se mueven durante la noche; se alimentan principalmente de raíces y, para buscarlas, cavan inmensas galerías. Es fácil descubrir la presencia de este animal, gracias a un ruido particular que produce bajo el suelo. La persona que oye este ruido por primera vez se sorprende grandemente, pues no resulta fácil decir de dónde viene y es imposible imaginarse qué ser lo produce”. (I, 94).

[45] “También se cultiva mucho la yuca o mandioca. Todas las partes de esta planta se aprovechan: los caballos comen las hojas, y los tallos; las raíces se muelen y se convierten en una especie de pasta que se prensa hasta dejarla seca, se cuece luego en el horno y entonces forma una especie de harina que constituye el principal alimento en el Brasil”. (I, 48-49).

[46] “Mi asombro no tenía fin, considerando las fatigas que estos caballos son capaces de soportar; también me parece que curan de sus heridas antes que los caballos de origen inglés. Los vampiros les hacen a menudo sufrir mucho mordiéndolos en la cruz, no tanto a causa de la pérdida de sangre que resulta de la mordedura, como a causa de la inflamación que luego produce el roce de la silla. (…) Acampábamos una noche, muy tarde, cerca de Coquimbo, en Chile, cuando mi criado, al notar que uno de nuestros caballos estaba muy agitado, fue a ver lo que ocurría; pareciéndole ver algo en la espalda del animal le echó mano rápidamente y cogió un vampiro. A la mañana siguiente, la hinchazón y los coágulos de sangre nos permitieron ver el sitio en el que el caballo había sido mordido; tres días después, nos servíamos del caballo, que ya parecía no sufrir de la mordedura”. (I, 47-48).

[47] En guaraní se le llama guainambí o guanumbí a un colibrí o zunzún sudamericano llamado vulgarmente también Picaflor de antifaz (Polytmus guainumbi). Se prefiere la primera variante por la cercanía a La Opinión Nacional: “guaibambí”.

[48] “Otra vez salí muy de mañana y me dirigí a la montaña de la Gavia. El fresco era delicioso, el aire estaba cargado de aromas; las gotas de rocío brillaban aún en las hojas de las grandes liliáceas, que daban sombra a arroyuelos de agua clara. Sentado en un bloque de granito, ¡qué agradable placer experimentaba observando los insectos y los pájaros que volaban a mi alrededor! Los zunzunes sienten particular atracción por estos sitios solitarios y sombríos. Cuando veía a estos animales revolotear en torno a una flor, haciendo vibrar sus alas tan rápidamente que apenas se podían distinguir, no podía dejar de acordarme de las mariposas llamadas esfinges, pues existe, en efecto, una gran analogía entre los movimientos y las costumbres de unos y otras”. (I, 63).

[49] “Tan pronto como cesa la lluvia, soy testigo de un curioso espectáculo: la enorme evaporación que se produce en toda la extensión de la selva. Un espeso vapor blanco envuelve entonces las colinas hasta una altura de cien pies aproximadamente; estos vapores se elevan, como columnas de humo, por encima de las partes más tupidas de la selva y, principalmente, sobre los valles. Pude observar varias veces este fenómeno, que se debe, a mi parecer, a la inmensa superficie del follaje previamente calentado por los rayos del sol”. (I, 50-51). “Un día fui grandemente sorprendido por una observación de Humboldt. El gran viajero hace con frecuencia alusión “a los ligeros vapores que sin perjudicar la transparencia del aire hacen más armoniosos los colores y suavizan los contrastes”. Es este un fenómeno que jamás he observado en las zonas templadas. La atmósfera se mantiene perfectamente transparente hasta una distancia de media milla o de tres cuartos de milla; pero si se mira a mayor distancia, todos los colores se funden en un admirable matiz de gris mezclado con un poco de azul”. (I, 62-63).

[50] Probablemente se refiera a la Artrocarpus incisa, árbol originario de las islas del Pacífico, introducido en Sudamérica a finales del siglo XVIII, de ramaje muy extendido, fruto comestible y madera empleada para la construcción de casas y embarcaciones.

[51] “Durante mi estancia no dejé de hacer a los alrededores algunas excursiones cortas, aunque muy agradables. Un día fui al Jardín Botánico, donde se pueden ver muchos árboles conocidos por su gran utilidad. El alcanforero, el pimentero, el canelero y el clavero tienen hojas que exhalan un aroma delicioso; el árbol del pan, el jaca y el mango rivalizan en la magnificencia del follaje. En las cercanías de Bahía el paisaje es notable debido principalmente a la presencia de estos dos últimos árboles. Antes de verlos, no hubiera podido imaginarme que un árbol fuera capaz de proyectar sobre el suelo una sombra intensa”. (I, 62).

[52] “Las plantas trepadoras leñosas, recubiertas a su vez por otras plantas trepadoras, tienen un tronco muy grueso; medí algunos que tenían hasta dos pies de circunferencia. Algunos árboles viejos presentan un aspecto muy original, por las trenzas de lianas que cuelgan de sus ramas como haces de heno. Si, cansado de ver tanto follaje, dirige uno los ojos al suelo, se siente arrebatado por igual admiración ante la extremada elegancia de las hojas de los helechos y de las sensitivas. Estas últimas cubren el suelo formando un tapiz de algunas pulgadas de altura; si se camina sobre ese tapiz, al volverse, uno ve las huellas de sus pasos marcadas por el cambio de color que produce el hundimiento de los peciolos sensibles de estas plantas. Es fácil, por otra parte, señalar las cosas individuales que provocan admiración en estos nobles paisajes; pero es imposible expresar los sentimientos de sorpresa y de elevación que despiertan en el alma de aquel a quien es dado contemplarlos”. (I, 52-53).

[53] “A esa hora los cocuyos vuelan de seto en seto; en una noche oscura puede distinguirse la luz que proyectan a unos doscientos pasos”. (I, 59). “Este insecto, según las numerosas observaciones hechas por mí, emite una luz más brillante cuando se lo irrita…” (I, 60).

[54] “Existen numerosas especies de aves en las verdes llanuras que rodean a Maldonado. Hay varias especies de una familia que por su forma y costumbres se acerca mucho a nuestro estornino; una de estas especies, el Molothrus níger, tiene costumbres muy notables”. (…) “Según Azara, esta ave, al igual que el cuclillo, pone sus huevos en los nidos de otras aves. Los campesinos me dijeron varias veces que hay ciertamente un ave que tiene esa costumbre; mi ayudante, que es persona muy cuidadosa, encontró un nido del gorrión de este país (Zonotrichia matutina) que contenía un huevo más grande que los otros, y de color y forma diferentes”. (I, 96-97).

[55] “Una mañana voy a pasear durante una hora antes de la salida del sol para admirar a gusto el solemne silencio del paisaje”. (I, 49-50).

[56] En uno de sus cuadernos Martí anotó: “Traducir lo de Darwin sobre Buenos Aires”. (Cuaderno de apuntes 5, datado aproximadamente en 1881.) Se refería al capítulo VI del diario de Darwin.

[57] “Si arrastrándose por el suelo se acerca uno a un rebaño, estos animales, empujados por la curiosidad, vienen hacia uno; mediante esta estratagema, pude matar en un mismo sitio tres ciervos pertenecientes a un mismo rebaño. Aunque es tan manso y curioso, este animal se vuelve excesivamente desconfiado en cuanto lo ve a uno a caballo. Nadie, en efecto, va nunca a pie en este país, y así, el ciervo solo ve un enemigo en el hombre cuando está a caballo y armado de boleadoras. En Bahía Blanca, pueblo de fundación reciente en la Patagonia septentrional, quedé muy sorprendido al ver lo poco que se asusta el ciervo ante la detonación de un arma de fuego. Un día disparé diez tiros de fusil a un ciervo a una distancia de ochenta metros, y pareció sorprenderse mucho más del ruido que hacía la bala al dar contra el suelo que de la detonación”. (I, 89-90).

[58] “El yaguar es un animal ruidoso; de noche deja oír continuos rugidos, sobre todo cuando va a hacer mal tiempo. Durante una cacería en las orillas del Uruguay me enseñaron algunos árboles a los que esos animales acuden repetidamente, con el fin, según dicen, de afilarse las uñas. Hicieron que me fijase en tres árboles, sobre todo; por delante, su corteza está lisa como por el roce continuo de un animal: a cada lado hay tres descortezamientos, o mejor dicho, tres canales, que se extienden en línea oblicua y tienen cerca de un metro de longitud. Esos surcos procedían evidentemente de diferentes épocas. No hay más que examinar esos árboles para saber enseguida si hay un yaguar en los alrededores”. (I, 234).

[59] “Una tarde vi llegar a un domador de caballos, que venía con objeto de domar algunos potros. Voy a describir en pocas palabras las operaciones preparatorias, pues creo que hasta ahora no las ha descrito ningún viajero. Se hace entrar en un corral un grupo de potros cerreros y luego se cierra la puerta. Por lo general, un solo hombre se encarga de agarrar y montar un caballo que nunca se le ha puesto silla ni rienda; creo que solo un gaucho puede hacer esto. El gaucho elige un potro de buena estampa, y en el momento en que el caballo galopa alrededor del picadero, le echa un lazo de modo que rodee las dos patas delanteras del animal. El caballo cae inmediatamente; y mientras se revuelve por el suelo, el gaucho gira en torno de él con el lazo tirante, de modo que rodee una de las patas traseras del animal y, la acerque lo más posible a las delanteras; luego ata las tres juntas con el lazo. Se sienta entonces en el cuello del caballo y le ata la quijada inferior con un ronzal fuerte, pero sin ponerle bocado; esa brida la sujeta pasando, por los ojetes en que termina, una tira de cuero muy fuerte, que le arrolla varias veces alrededor de la mandíbula y de la lengua. Hecho esto, le ata las dos extremidades delanteras con una fuerte tira de cuero que tiene un nudo corredizo; entonces quita el lazo que retenía las tres patas del potro y este se levanta con dificultad. El gaucho agarra la rienda fija en la mandíbula inferior del caballo y lo saca fuera del corral. Si hay otro hombre allí (pues de lo contrario es mucho más difícil la operación), este sujeta la cabeza del animal mientras el primero le pone manta, silla y cincha. Durante esta operación el caballo, con el asombro y susto de sentirse ceñido así alrededor del cuerpo, se revuelca muchas veces por el suelo y no se lo puede levantar sino a palos. Por último, cuando se ha concluido de ensillarlo, el pobre animal, blanco de espuma, apenas puede respirar: tan espantado está. El gaucho se dispone entonces a montar, apoyándose con fuerza en el estribo de modo que el caballo no pierda el equilibrio; puesto ya a horcajadas, tira del nudo corredizo y queda libre el caballo. Algunos domadores sueltan el nudo corredizo mientras el potro aún está tendido en el suelo, y, montando en la silla, lo dejan levantarse. El animal, loco de terror, da terribles botes y luego sale a galope; cuando queda completamente rendido, a fuerza de paciencia el hombre lo lleva al corral, donde lo deja en libertad, cubierto de espuma y sin poder apenas respirar. Cuesta mucho más trabajo domar a los caballos que, no queriendo salir al galope, se revuelcan tercamente en el suelo. Este procedimiento de doma es en extremo duro, pero el caballo no hace ya resistencia alguna después de dos o tres pruebas. Sin embargo, han de pasar varias semanas antes de poder ponerle el bocado de hierro, pues es preciso que aprenda a comprender que el impulso dado a la rienda representa la voluntad de su dueño; hasta entonces de nada serviría el bocado más potente”. (I, 258-60).

[60] “En la conversación el general Rosas se muestra entusiasta, pero a la vez lleno de sensatez y gravedad, llevada esta última hasta el exceso. Uno de sus bufones (tiene dos a su lado, como los señores feudales) me contó con este motivo la anécdota siguiente: “Un día deseaba oír yo cierta pieza de música y fui dos o tres veces en busca del general para pedirle que mandase tocarla. La primera vez me respondió: ‘Déjame en paz, estoy ocupado’. Fui a buscarlo por segunda vez y me dijo: ‘Como vuelvas de nuevo, mandaré que te castiguen’. Volví por tercera vez y echóse a reír. Me escapé de su tienda, pero era demasiado tarde; ordenó a dos soldados que me agarrasen y me atasen a cuatro postes. Pedí perdón invocando a todos los santos de la corte celestial, pero no quiso perdonarme; cuando el general se ríe, no perdona a nadie”. El pobre diablo aún ponía una cara angustiosa al recordar los postes. En efecto, es un suplicio muy doloroso: se clavan cuatro pilotes en el suelo, de los cuales se suspende horizontalmente al hombre por las muñecas y por los tobillos, y allí lo dejan estirarse durante algunas horas. Evidentemente, la idea de este suplicio se ha tomado del método que se emplea para secar las pieles”. (I, 133-34).

[61] Así en La Opinión Nacional. Traducción al inglés por Charles Darwin de gualichú o gualicho, diablo o genio del mal entre los gauchos.

[62] “Unas horas después de haber pasado cerca del primer pozo, vemos un árbol famoso que los indios adoran como el altar de Walleechu. Este árbol se alza sobre una elevación en medio de la llanura, por lo que puede verse a gran distancia. En cuanto lo distinguen, los indios expresan su adoración por medio de grandes gritos. El árbol en sí es poco elevado; tiene numerosas ramas y está cubierto de espinas; el tronco, a ras del suelo, tiene un diámetro de unos tres pies. Está aislado; es incluso el primer árbol que vemos desde hace mucho tiempo. Posteriormente encontramos algunos otros de la misma especie; pero son muy raros. Estamos en invierno y, por lo tanto, el árbol carece de hojas; pero en su lugar cuelgan innumerables hilos, de los cuales penden las ofrendas, que consisten en cigarros, pan, carne, pedazos de tela, etc. Los indios pobres que nada mejor pueden ofrecer, se conforman con sacar un hilo de su poncho y atarlo al árbol. Los más ricos tienen la costumbre de derramar alcohol de granos y mate en cierto agujero; luego se colocan debajo del árbol y se ponen a fumar, con cuidado de echar el humo al aire; mientras esto hacen, creen proporcionar la más grata satisfacción a Walleechu. Completan la escena en torno al árbol las blancas osamentas de los caballos sacrificados en honor del dios. Todos los indios, cualesquiera que sean su edad y sexo, hacen por lo menos una ofrenda, y luego quedan convencidos de que sus caballos se volverán infatigables y que su dicha será perfecta. El gaucho que me contaba todo esto añadió que en tiempo de paz había presenciado muchas veces estos actos, y que él y sus compañeros tenían la costumbre de esperar a que los indios se alejaran para ir y apoderarse de las ofrendas hechas a Walleechu”. (I, 123-25).

[63] “En Punta Alta se ve un corte de una de esas pequeñas llanuras recién formadas, de sumo interés por el número y el carácter extraordinarios de los restos de animales terrestres gigantescos allí sepultados. (…) Por lo tanto, me limitaré a dar aquí una breve noticia de su naturaleza: 1º Trozos de tres cabezas y otros huesos de Megatherium (el nombre de este animal basta para indicar sus enormes dimensiones). 2º El Megalonyx, gigantesco animal perteneciente a la misma familia. 3º El Scelidotherium, animal que también pertenece a esa misma familia y del que hallé un esqueleto casi completo, que debió de ser casi tan grande como el rinoceronte y que, según Owen, por la estructura de la cabeza se aproxima al hormiguero del Cabo, pero desde otros puntos de vista se asemeja al armadillo. 4º El Mylodon darwini, género muy próximo al del Scelidotherium, pero de tamaño un poco menor. 5º Otro desdentado gigantesco. 6º Un animal muy grande, con caparazón óseo de compartimientos, muy parecido al del armadillo. 7º Una especie extinta de caballo, de la cual volveré a hablar. 8º Un diente de un paquidermo, probablemente un Macrauchenia, inmenso animal de pescuezo largo, como el camello, y del que también tendré que volver a hablar. 9º Y último, el Toxodon, uno de los animales más extraños quizá que se hayan descubierto jamás. Por su tamaño, este animal se parecía al elefante o al megaterio; pero la estructura de sus dientes, según afirma Mr. Owen, prueba indudablemente que estaba muy próximo a los roedores, orden que hoy comprende los cuadrúpedos más pequeños; en bastantes puntos se asemeja también a los paquidermos; por último (a juzgar por la posición de sus ojos, orejas y narices), tenía probablemente costumbres acuáticas, como el dugongo y el manatí, a los cuales también se asemeja. ¡Cuán pasmoso es hallar que estos diferentes órdenes, hoy tan perfectamente separados, coincidan en diferentes puntos de la estructura del Toxodon! Encontré los restos de esos nueve grandes cuadrúpedos, así como muchos huesos sueltos, sepultados en la costa en un espacio de unos doscientos metros cuadrados. Es muy notable el hecho de encontrarse juntas tantas especies diferentes; por lo menos, esto constituye una prueba de la multiplicidad de las antiguas especies habitantes del país. A más de treinta millas de Punta Alta hallé, en un acantilado de tierra roja, muchos fragmentos de huesos, gran parte de los cuales tenían también dimensiones grandísimas. Entre ellos vi los dientes de un roedor, muy semejantes en tamaño y forma a los del Capybara, cuyas costumbres he descrito; probablemente provenían, pues, de un animal acuático. En el mismo sitio encontré también parte de la cabeza de un Ctenomys, especie diferente del tucutuco, pero de gran parecido general”. (I, 145-48). “Salgo para volver en línea recta a Montevideo. Habiendo sabido que hay algunos esqueletos gigantescos en una granja próxima, a orillas del Sarandí, riachuelo que desagua en el río Negro, me dirigí allí acompañado por mi hospedero y compré por dieciocho peniques una cabeza de Toxodon. Esta cabeza estaba en perfecto estado cuando se descubrió, pero unos muchachos le rompieron parte de los dientes a pedradas; habían usado como blanco esa cabeza. Tuve la suerte de encontrar a unas ciento ochenta millas de aquel paraje, en las márgenes del río Tercero, un diente perfecto que llenaba con exactitud uno de los alvéolos. También hallé en otros dos lugares restos de ese animal extraordinario, y de ello induje que debió ser muy común en otro tiempo. También encontré en el mismo sitio algunas partes considerables del caparazón de un animal gigantesco, parecido a un armadillo, y parte de la gran cabeza de un Mylodon. (…) Debe de ser extraordinariamente considerable el número de los restos sepultados en el gran sedimento que forma las Pampas y cubre las rocas graníticas de la Banda Oriental. Creo que una línea recta trazada en cualquier dirección a través de las Pampas cortaría algún esqueleto o algún montón de huesos. Aparte las osamentas que hallé durante mis breves excursiones, oí hablar de otras muchas, y fácilmente se comprende de dónde provienen los nombres de Río del Animal, Colina del Gigante, etc”. (I, 265-66).

[64] “El tamaño de las osamentas de los animales megateroideos (incluyendo en ellos el Megatherium, el Scelidotherium, el Megalonyx y el Mylodon) es realmente extraordinario. ¿Cómo vivían estos animales? ¿Cuáles eran sus costumbres? Fueron estos verdaderos problemas para los naturalistas, hasta que por fin el profesor Owen los resolvió con sumo ingenio. Los dientes, por su sencilla conformación, indican que esos animales megateroideos se alimentaban de vegetales y probablemente comían las hojas y las ramitas de los árboles. Su mole colosal y sus uñas largas y fuertemente encorvadas parecen hacer tan difícil su locomoción terrestre, que algunos naturalistas eminentes hasta han llegado a pensar que alcanzaban las hojas trepando por los árboles como los perezosos, grupo al cual se asemejan mucho. Pero ¿no es demasiado atrevido y más irrazonable pensar en unos árboles, por antediluvianos que sean, con ramas lo suficientemente fuertes para soportar animales tan grandes como elefantes? El profesor Owen sostiene que, en vez de trepar a los árboles, esos animales atraían hacia sí las ramas o las tumbaban para alimentarse con sus hojas, lo cual es mucho más probable. Colocándonos en este punto de vista, es evidente que la anchura y el peso colosal del cuarto trasero de esos animales, que apenas se puede imaginar sin verlo, les prestaban un gran servicio en lugar de perjudicarlos; en una palabra, desaparecería su pesadez. Fijando en el suelo con firmeza su cola robusta y sus inmensos talones, podían ejercitar libremente toda la fuerza de sus tremendos brazos y de sus garras poderosas. ¡Bien sólido hubiera sido menester que fuese el árbol capaz de resistir semejante presión! Además, el Mylodon poseía una larga lengua como la de la jirafa, lo cual, unido a su largo cuello, le permitía alcanzar el follaje más alto”. (I, 149-50).

[65] “Los gauchos afirman unánimes, y no tengo motivo alguno para desconfiar de sus afirmaciones, que solo el macho incuba los huevos y acompaña a las crías durante algún tiempo después de salir del cascarón. El macho incubador está por completo al nivel del suelo, y una vez hice pasar a mi caballo casi por encima de uno de ellos. Me han afirmado que en esa época son algunas veces feroces, y hasta peligrosos, y que se los ha visto atacar a un hombre a caballo, intentando saltar sobre él. Mi guía me enseñó un viejo que fue perseguido de esa manera y a quien costó mucho trabajo librarse de la enfurecida ave”. (I, 162).

[66] “Los gauchos afirman que las zorras siguen al yaguar gañendo, cuando este vaga por la noche; esto coincide curiosamente con el hecho de que también los chacales acompañan de la misma manera al tigre de la India”. (I, 233-34).

[67] “Al día siguiente vemos inmensos rebaños vacunos…” (I, 205).

[68] “Durante mi permanencia en esa estancia estudié con cuidado los perros pastores del país, y este estudio me interesó mucho. Es frecuente encontrar, a una o dos millas de distancia de todo hombre o de toda casa, un gran rebaño de carneros guardados por uno o dos perros. ¿Cómo puede establecerse una amistad tan firme? Esto era motivo de asombro para mí. El modo de educarlos consiste en separar al cachorro de su madre y acostumbrarlo a la sociedad de sus futuros compañeros. Se le lleva una oveja para hacerle mamar tres o cuatro veces diarias; se le hace acostarse en una cama guarnecida de pieles de carnero; se lo separa totalmente de los demás perros y de los niños de la familia. Aparte de eso se lo suele castrar cuando aún es joven; de suerte que cuando se hace grande, ya no puede tener gustos comunes con los de su especie. No siente, pues, ningún deseo de abandonar el rebaño; y así como el perro ordinario se apresura a defender a su amo, de la misma manera este defiende a los carneros. Es muy divertido, al acercarse a estos, observar con qué furor se pone a ladrar el perro y cómo van a ponerse los carneros detrás de él, cual si fuese el macho más viejo del rebaño. También se enseña con mucha facilidad a un perro a traer el rebaño al encerradero a una hora determinada de la noche. Estos perros no tienen más que un defecto durante su juventud, y es el de jugar demasiado frecuentemente con los carneros, pues en sus juegos hacen galopar de una manera terrible a sus pobres súbditos”. (I, 256-57).

[69] “Los guanacos se encariñan al parecer con ciertos lugares para irse a morir a ellos. En las orillas del Santa Cruz, en ciertos puntos aislados, cubiertos por lo general de monte y situados siempre cerca del río, desaparece enteramente el terreno bajo las osamentas allí acumuladas. He contado hasta veinte cabezas en un solo punto; y habiendo examinado los huesos que en aquel sitio encontré, no estaban roídos ni rotos como los que había visto dispersos en otras partes, lo que demuestra no haber sido reunidos por animales carniceros, sino que en la mayor parte de los casos los guanacos se habían arrastrado hasta aquel punto para morir en medio de aquellos matorrales”. (I, 286).

[70] “El puma caza y come estos animales, y es escoltado a su vez por el cóndor y por los buitres”. (I, 306). “Luego que se sacia, cubre con ramas de árboles el cadáver de la presa y se esconde detrás para vigilarla. Esta costumbre hace que en ocasiones se le descubra; porque los cóndores, que bajan de cuando en cuando para tomar parte en el banquete, al ser ahuyentados por el puma se levantan de repente”. (II, 31).

[71] “En todo el paisaje no hay más que soledad y desolación; no se ve un solo árbol, y salvo algún guanaco que parece estar de guardia, como centinela vigilante, sobre el vértice de alguna colina, apenas se ve algún pájaro o algún otro animal; y, sin embargo, se siente como un placer intenso, aunque no bien definido, al atravesar estas llanuras donde ni un solo objeto atrae nuestras miradas, y nos preguntamos desde cuando existirá así esta llanura y cuánto tiempo durará aún esta desolación”. (I, 287). “Por pobre que sea la Patagonia desde ciertos puntos de vista, puede, sin embargo, vanagloriarse de poseer mayor número de pequeños roedores que ningún otro país del mundo. Hay varias especies de ratones con orejas grandes y delgadas y preciosas pieles. Entre los espinos que crecen en los valles se encuentran cantidades inmensas de estos animalitos, que durante meses enteros han de contentarse con el rocío por toda bebida, porque no hay una sola gota de agua”. (I, 305-06).

[72] “Todo el país no es más que una enorme masa de rocas abruptas, de colinas elevadas, de inútiles bosques envueltos en brumas perpetuas y atormentado por tempestades incesantes. La tierra habitable se compone solo de las piedras de la costa.” (I, 370). “Comienza el invierno; nunca he visto paisaje más triste y sombrío. El follaje del bosque es tan oscuro que parece negro, y lo que no está negro blanquea por la nieve que lo cubre, distinguiéndose solo confusamente a través de una atmósfera brumosa y fría”. (I, 399).

[73] “Tan pronto como desembarcamos, parecieron un tanto alarmados los indígenas, pero siguieron hablando y haciendo gestos con mucha rapidez. Este fue, sin duda, el espectáculo más curioso e interesante a que he asistido en mi vida. No me figuraba cuán enorme es la diferencia que separa al hombre salvaje del hombre civilizado; diferencia, en verdad, mayor que la que existe entre el animal silvestre y el doméstico, y que se explica por ser susceptible el hombre de realizar mayores progresos. Nuestro principal interlocutor, un anciano, parecía ser el jefe de la familia; con él estaban tres magníficos mocetones muy vigorosos y de una estatura de seis pies aproximadamente; habían retirado a las mujeres y a los niños. Estos fueguinos presentan un extraordinario contraste con la miserable y desmedrada raza que habita más al Oeste, y parecen próximos parientes de los famosos patagones del estrecho de Magallanes. Su único traje consiste en una capa hecha con la piel de un guanaco, con el pelo hacia afuera; se echan esta capa sobre los hombros y su persona queda así tan cubierta como desnuda. Su piel es de color rojo cobrizo sucio. El anciano llevaba en la cabeza una venda adornada con plumas blancas, que en parte sujetaban sus cabellos negros, hirsutos, reunidos en una masa impenetrable. Dos bandas transversales ornaban su rostro: una pintada de rojo vivo, se extendía de una a otra oreja, pasando por el labio superior; la otra, blanca como el yeso, paralela a la primera, le pasaba a la altura de los ojos y cubría los párpados. Sus compañeros llevaban también como ornamentos bandas negras pintadas con carbón. En suma, esta familia se parecía a esos diablos que aparecen en escena en Der Freischütz u otras obras semejantes. Su abyección se pintaba hasta en su actitud, y sin dificultad podía leerse en sus facciones la sorpresa, la extrañeza y la inquietud que experimentaban. No obstante, cuando le hubimos dado pedazos de tela encarnada, que en el acto se arrollaron al cuello, nos hicieron mil demostraciones de amistad. Para probarnos esa amistad, el anciano nos acariciaba el pecho, produciendo al mismo tiempo un cloqueo parecido al que suele hacerse para llamar a las gallinas. Di algunos pasos al lado del anciano y repitió conmigo estas demostraciones amistosas, y terminó dándome simultáneamente en el pecho y en la espalda tres palmadas bastante fuertes. Después se descubrió el pecho para que yo le devolviera el cumplido, lo que verifiqué, y pareció agradarle en extremo”. (I, 348-51).

[74] “El capitán Fitz Roy no ha podido nunca llegar a saber si los fueguinos creen en otra vida. Unas veces entierran sus muertos en cavernas y otras en los bosques de las montañas; pero no hemos podido averiguar qué clase de ceremonias acompañan al enterramiento. Jemmy Button no quería comer pájaros, porque se alimentan de “hombres muertos”; no hablan de los muertos sino con miedo. No tenemos motivo para creer que realicen ceremonia religiosa alguna; sin embargo, puede que las palabras murmuradas por el viejo antes de distribuir la ballena podrida a su hambrienta familia constituyeran una plegaria. Cada familia o tribu tiene un brujo, cuyas funciones nunca hemos podido nunca definir con claridad. Jemmy creía en los sueños; pero, como ya hemos dicho, no creía en el diablo. En suma, no creo que los fueguinos sean más supersticiosos que algunos de nuestros marinos, pues un viejo contramaestre creía firmemente que las terribles tempestades que nos asaltaron junto al cabo de Hornos procedían de tener fueguinos a bordo. Lo que yo oí en Tierra del Fuego que se aproximase más a un sentimiento religioso, fue una palabra que pronunció York Minster en el momento de matar Mr. Bynoe algunos patos pequeñitos para conservarlos como muestra. York Minster gritó entonces con tono solemne: “¡Oh, Mr. Bynoe, mucha lluvia, mucha nieve, mucho viento!” Evidentemente aludía a un castigo cualquiera por haber malgastado alimentos que podían servir de sostén al hombre. Nos contó en esta ocasión—y sus palabras eran atropelladas y salvajes, y sus gestos, violentos— que un día volvía su hermano a la costa a buscar unos pájaros muertos que había dejado allí, cuando vio arrastradas por el viento algunas plumas. El hermano dijo —y York imitaba la voz de su hermano—: “¿Qué es esto?” Entonces avanzó arrastrándose, miró por encima del acantilado y vio a un salvaje que recogía los pájaros; avanzó un poco más, arrojó una gran piedra sobre el hombre y lo mató. Y añadía York que enseguida hubo por espacio de muchos días terribles tempestades, acompañadas de lluvia y nieve. Por lo que pudimos comprender, parecía que consideraba a los elementos mismos como agentes vengadores…” (I, 368-69).

[75] “Por doquiera que se vuelva la vista se encuentran agujeros de minas; en Chile, la fiebre de las minas de oro es tal, que no ha quedado parte del país sin explorar”. (II, 12).

[76] Satán o Satanás. Según la Biblia, jefe de los ángeles rebeldes cuyo dominio se halla en el Infierno.

[77] “Aunque el gaucho y el guaso tengan casi las mismas ocupaciones, sus costumbres y su traje difieren. El gaucho parece que forma cuerpo con su caballo; se avergonzaría de ocuparse de cualquier cosa, no yendo montado; al guaso puede contratársele para trabajar en el campo. El primero se alimenta exclusivamente de carne, el segundo casi solo de legumbres. Ya no se ven aquí las botas blancas, los pantalones anchos, el chiripá encarnado, que constituyen el pintoresco traje de las pampas; en Chile llevan polainas de lana verde o negra para proteger los pantalones ordinarios. El poncho, sin embargo, es común a los dos países. El guaso cifra todo su orgullo en las espuelas. He tenido ocasión de ver espuelas cuya roseta tenía seis pulgadas de diámetro y estaba armada de treinta puntas. Los estribos suelen ser de proporciones análogas; cada uno consiste en un tarugo de madera cuadrado, vaciado y esculpido, que pesa por lo menos tres libras o cuatro. El guaso se sirve del lazo, mejor todavía quizá que el gaucho, pero la naturaleza de su país es tal que no conoce las boleadoras”. (II, 13-14).

[78] “La geología de este país, cómo fácilmente se comprende, es muy interesante. Las rocas quebradas, sometidas a la acción del fuego, atravesadas por innumerables diques de diorita, prueban cuán formidables conmociones tuvieron lugar en otros tiempos. El paisaje se parece mucho al que hemos visto en la Campana y en Quillota: montañas secas y áridas cubiertas por manchones dispersos de espinos de escaso follaje”. (II, 16).

[79] En La Opinión Nacional: “Maipú”. Aún es frecuente escribir ese nombre así, erróneamente.

[80] “Cerca de las doce del día llegamos a uno de esos puentes colgantes hechos con pieles que atraviesan el Maipú, gran río de rápida corriente que pasa a pocas leguas al sur de Santiago. ¡Triste cosa son los tales puentes! El piso, que se presta a todos los movimientos de las cuerdas que lo sostienen, consiste en tablas colocadas unas junto a otras; y con mucha frecuencia faltan tablas y aparece un agujero; al paso de un hombre, llevando el caballo de la brida, todo el puente oscila de un modo terrible”. (II, 20).

[81] “En el camino vimos el lago de Tagua-Tagua, célebre por sus islas flotantes, que ha descrito Mr. Gay. Estas islas están formadas por tallos de plantas muertas que cabalgan unos sobre otros y en cuya superficie nacen otras plantas; son, por regla general, circulares, y llegan a adquirir un espesor de cuatro a seis pies, cuya mayor parte va sumergida. Según por donde sople el viento pasan de una a otra orilla del lago y llevan a veces como pasajeros caballos u otros animales”. (II, 24-25).

[82] Juan Ignacio Molina escribió Memorias de Historia Natural, Compendio de la Historia Geográfica, Natural y Civil del Reino de Chile, Sobre la propagación del género humano en las diversas partes de la Tierra y Analogía menos observada de los tres reinos de la Naturaleza.

[83] Félix de Azara. Probablemente aluda a su libro Descripción e historia del Paraguay y del río de la Plata.

[84] José de Acosta. Su obra monumental Historia natural y moral de las Indias (1590), fue una de las lecturas favoritas de Darwin, quien cita sus criterios en varias oportunidades.

[85] “Nos dirigimos a Los Hornos, otro distrito minero, en el cual la colina principal está perforada por tantos agujeros como un nido de hormigas. Los mineros chilenos tienen costumbres muy originales”. (II, 150). “El minero chileno lleva una camisa larga de jerga oscura y un delantal de cuero, sujeto todo con un cinturón de colores vistosos y un pantalón ancho y cubre su cabeza con un casquetillo de tela encarnada”. (II, 151). “El capitán Head ha hablado de las enormes cargas que suben los apiris, verdaderos animales de carga, desde el fondo de las minas más profundas. Confieso que creía exagerado el relato de tales atrocidades; pero logré ocasión de pesar una de las cargas elegida por mí al azar entre varias. Apenas podía yo levantarla del suelo, y sin embargo, la consideraron como muy pequeña al ver que no pesaba más que ciento noventa y siete libras. El apiri había transportado este fardo a una altura vertical de ochenta metros, siguiendo primero un paso muy inclinado, pero la mayor parte de la altura trepando por muescas hechas en postes colocados en zig-zag en los pozos de la mina. Según los reglamentos, el apiri no debe detenerse para tomar aliento, a no ser que la mina tenga seiscientos pies de profundidad. Cada carga pesa, por término medio, poco más de doscientas libras, y me han asegurado que alguna vez se han elevado cargas de trescientas libras de minas más profundas. En el momento de mi visita, cada apiri subía doce cargas de aquellas al día; es decir, que en las horas de trabajo elevaba mil ochenta y siete kilogramos a ochenta metros de altura; y todavía entre uno y otro viaje los ocupaban en extraer mineral. Mientras no les ocurre algún accidente, estos hombres gozan de perfecta salud; no tienen el cuerpo muy musculoso; rara vez comen carne, una vez por semana a lo sumo, y carne de charqui, dura como una piedra. Sabía yo que aquel trabajo era completamente voluntario, y, sin embargo, me indignaba cuando veía el estado en que llegaban a lo alto del pozo: el cuerpo doblado por completo, los brazos apoyados en el espacio entre las costillas y caderas, las piernas arqueadas, todos los músculos en tensión, corriéndoles arroyos de sudor por la frente y el pecho, con las narices dilatadas, los ángulos de la boca echados atrás y la respiración anhelante. Siempre que respiran se oye una especie de grito articulado “ay, ay”, que termina por un silbido que les sale de lo más profundo del pecho. Después de ir vacilando hasta el punto en que se amontona el mineral, vacían su capacho; y a los dos o tres segundos vuelven a tener la respiración normal, se enjugan la frente y tornan a bajar muy deprisa a la mina, sin que parezcan, en manera alguna, cansados. He aquí, en mi concepto, un ejemplo notable de la cantidad de trabajo que la costumbre, porque no puede ser otra cosa, permite realizar a un hombre”. (II, 153-54).

[86] “Al día siguiente de llegar consigo, con mucho trabajo y al precio de cien francos, dos mulas y un guía para que me conduzcan al lugar en que se explota el nitrato de sosa. Esta explotación constituye la fortuna de Iquique”. (II, 190). “Salgo por la mañana para visitar la explotación del nitrato, que está a catorce leguas. Hay que trepar por las montañas de la costa, siguiendo una senda arenosa que da muchos rodeos, hasta ver poco después a lo lejos Guantajaya y Santa Rosa. Estos pueblecillos están situados a la entrada de las minas; colgados como están en la cumbre de una árida colina, presentan un aspecto todavía menos natural y más desolado que la villa de Iquique. Después de ponerse el sol llegamos a las minas, tras haber viajado todo el día por un país ondulado totalmente desierto”. (II, 191-92).

[87] “Al llegar a la cumbre de la sierra se abre a nuestros pies el valle de Quillota. El golpe de vista es admirable. Es este valle ancho y llano, lo cual facilita su riego por todas partes. Los pequeños jardines cuadrados en que se divide están llenos de naranjos, olivos y legumbres de todas clases. A cada lado se levantan inmensas montañas desnudas, que producen fuerte contraste con los hermosos cultivos del valle. El que dio a la ciudad próxima el nombre de Valle del Paraíso debió pensar en Quillota”. (II, 6-7).

[88] “Observo durante la ascensión que en la vertiente septentrional no crecen más que espinos, mientras que la meridional está cuajada de bambúes de quince pies de elevación”. (II, 9). “Del mismo modo que en Chiloé, los juncos se entrelazan alrededor de la parte baja de los troncos; pero aquí se nota otra especie de junco, muy parecido al bambú del Brasil, que alcanza hasta veinte pies de altura; este bambú crece por grupos y adorna de un modo maravilloso las orillas de algunos riachuelos”. (II, 80).

[89] “La puesta de sol es hermosísima: los valles se sumergen en la oscuridad mientras los picos nevados de los Andes se colorean de tintes rosados”. (II, 10). “Hace un tiempo hermosísimo y la atmósfera es de una pureza extraordinaria. La espesa capa de nieve que acaba de caer destaca admirablemente las formas del Aconcagua y de la cadena principal; el espectáculo es imponente”. (II, 17-18).

[90] Allí fue enterrado el 26 de abril de 1882.

[91] Véase Luis Ernesto Martínez González: “Una posible fuente utilizada por José Martí para escribir ‘Darwin ha muerto’”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2014, no. 37, pp. 219-229. (N. del E. del sitio web).