III
“VINDICACIÓN DE CUBA”
Señor Director de The Evening Post[3]
Señor:―Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas a la ofensiva crítica de los cubanos publicada en The Manufacturer de Filadelfia, y reproducida con aprobación en su número de ayer.
No es este el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba.[4] Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones solo excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común se ven honrados dondequiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto;[5] esos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte-Americana, como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting.[6]
No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que, junto con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes, para ser libres; estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un período de acción excesiva y desgraciada; tenemos que batallar como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de vivir, y favorece, en la capital hermosa que visita el extranjero, en el interior del país, donde la presa se escapa de su garra, el imperio de una corrupción tal que llegue a envenenarnos en la sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos sacudirlo.
Pero, porque nuestro gobierno haya permitido sistemáticamente después de la guerra el triunfo de los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la ostentación de riquezas mal habidas por una miríada de empleados españoles y sus cómplices cubanos, la conversión de la capital en una casa de inmoralidad, donde el filósofo y el héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la metrópoli; porque el honrado campesino, arruinado por una guerra en apariencia inútil, retorna en silencio al arado que supo a su hora cambiar por el machete; porque millares de desterrados, aprovechando una época de calma que ningún poder humano puede precipitar hasta que no se extinga por sí propia, practican, en la batalla de la vida en los pueblos libres, el arte de gobernarse a sí mismos y de edificar una nación; porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo “afeminado”? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los [hombres] libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir―estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceituna―de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.[7]
Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen “aversión a todo esfuerzo”, “no se saben valer”, “son perezosos”. Estos “perezosos” que “no se saben valer”, llegaron aquí hace veinte años con las manos vacías, salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima; dominaron la lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria; compraron o construyeron sus hogares, crearon familias y fortunas; gustaban del lujo, y trabajaban para él; no se les veía con frecuencia en las sendas oscuras de la vida; independientes, y bastándose a sí propios, no temían la competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto, a morir en sus hogares: miles permanecen donde en las durezas de la vida han acabado por triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni la simpatía de raza. Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han señalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de Colombia. Márquez,[8] otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando como campesinos, como ingenieros, como agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacturer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos prominentes, comerciantes prósperos, corredores conocidos, empleados de notorios talentos, médicos con clientela del país, ingenieros de reputación universal, electricistas, periodistas, dueños de establecimientos, artesanos. El poeta del Niágara[9] es un cubano, nuestro Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadelfia mismo, como en New York, el primer premio de las Universidades ha sido, más de una vez, de los cubanos.[10] Y las mujeres de estos “perezosos”, “que no se saben valer”, de estos enemigos de “todo esfuerzo”, llegaron aquí recién venidas de una existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno; sus maridos estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la “señora” se puso a trabajar: la dueña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo: ¡este es el pueblo “deficiente en moral”!
Estamos “incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de un país grande y libre”. Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que posee―junto con la energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles[11] y estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilización―un conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico, de robustecer su pensamiento y podar su lenguaje. La pasión por la libertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia. Desde principios del siglo se han venido consagrando nobles maestros a explicar con su palabra, y practicar en su vida, la abnegación y tolerancia inseparables de la libertad. Los que hace diez años ganaban por mérito singular los primeros puestos en las Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer en el Parlamento español, como hombres de sobrio pensamiento y de oratoria poderosa. Los conocimientos políticos del cubano común se comparan sin desventaja con los del ciudadano común de los Estados Unidos. La ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus manos, y la familiaridad en práctica y teoría con las leyes y procedimientos de la libertad, habituarán al cubano para reedificar su patria sobre las ruinas en que la recibirá de sus opresores. No es de esperar, para honra de la especie humana, que la nación que tuvo la libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor sangre de hombres libres, emplee el poder amasado de este modo para privar de su libertad a un vecino menos afortunado.
Acaba The Manufacturer diciendo “que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española”, y “nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa”. Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración. Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una farsa”. ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza! Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette[12] o Steuben,[13] ni rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos: “¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!” Extendieron “los límites de su poder en deferencia a España”. No alzaron la mano. No dijeron la palabra.[14]
La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia.[15]
Soy de usted, señor Director, servidor atento.
Nueva York, 21 de marzo de 1889[16] 120 Front Street
[Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá; prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. II, pp. 89-94.
Otros textos relacionados:
- Enrique Hernández Miyares: “Cuba y los Estados Unidos” (1889), Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2009, no. 32, pp. 266-270.
- Alfonso Herrera Franyutti: “Martí en El Lunes de Juan de Dios Peza”, Anuario Martiano, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, La Habana, 1976, no. 6, pp. 188-191.
- Nuria Nuiry: “Cien años de vindicación”, Patria, La Habana, 1990.
- Nuria Nuiry: “¿Queremos a Cuba?”, Granma, La Habana, 26 de enero de1990.
- Marlene Vázquez Pérez: “A cada ofensa una respuesta: ‘Vindicación de Cuba’ en el taller escritural de José Martí”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, no. 30, pp. 113-122.
- Marlene Vázquez Pérez: “Sobre ‘Vindicación de Cuba’”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2009, no. 32, pp. 265-266.
- Pedro Pablo Rodríguez: “Martí frente a la anexión”, Bohemia, La Habana, 13 de marzo de 2009.
- Luis Hernández Serrano: “Hemos peleado como gigantes”, Juventud Rebelde, La Habana, 26 de enero de 2011.
- Marlene Vázquez Pérez: “Vindicación de Cuba: Martí y la campaña mediática estadounidense”, Granma, La Habana, 11 de abril de 2016.
- Marlene Vázquez Pérez: “A cada ofensa, una respuesta: ‘Vindicación de Cuba’ y su taller de escritura” y “Variantes textuales. ‘Vindicación de Cuba’” (anexo 2), La vigilia perpetua. Martí en Nueva York, La Habana, Centro de Estudio Martianos, 2017, pp. 187-242 y 254-259, respectivamente.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[3] Edwin Laurence Godkin.
[4] En relación con el tema del anexionismo,
[5] Referencia a Cayo Hueso.
[6] Augustus K. Cutting. Véase “El caso Cutting”, El Partido Liberal, México, 20 de agosto de 1886, OCEC, t. 24, pp.144-150.
[7] En carta a Ángel Peláez fechada en Nueva York, el [19 de enero de 1892], Martí le escribía:
—“Por dos hombres temblé y lloré al saber de su muerte, sin conocerlos, sin conocer un ápice de su vida: por Don José de la Luz,—y por Lincoln. Por Lincoln, que merece el llanto, aun cuando luego supe que le quiso oír al intrigante Butler el consejo de echar sobre ‘el basurero de Cuba’ toda la hez y el odio que quedó viviente de la guerra contra el Sur”. (EJM, t. III, p. 21).
[8] Manuel Márquez Sterling.
[9] José María Heredia: “Niágara”, Poesía cubana de la colonia. Antología, selección, prólogo y notas de Salvador Arias, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002, pp. 50-53.
[10] En una breve nota periodística titulada “Artistas cubanos”, publicada en La Voz del Guaso, Guantánamo, el 9 de enero de 1886, p. 3, atribuida a José Martí, se afirma que José María Mora es “el mejor fotógrafo de los Estados Unidos [… por] la delicadeza del trabajo y el gusto exquisito de las posiciones. Es el arte en la fotografía”; que “el pintor [Guillermo] Collazo […] es el mejor dibujante en creyón de Nueva York, […] un pintor sobresaliente, capaz de reproducir con todo su color y esplendidez la luz de América”; y que el ingeniero Roberto Escobar es “fama pública” que es quien “ha levantado mayor número de puentes en los Estados Unidos, y es tenido en ellos como eminente en su ramo”. (Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2019, no. 42, pp. 20-21).
[11] El 19 de noviembre de 1837 se abrió a la explotación el primer tramo de ferrocarril en nuestro país, con una longitud de 25,7 km (16 millas) desde La Habana hasta San Felipe y Santiago de Bejucal. Los proyectos y las gestiones para su construcción se realizaron entre 1832 y 1834, bajo la dirección de Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva. Cuba fue el primer país de Iberoamérica en poseer esta novedosa tecnología y el segundo en América, después de Estados Unidos. España estableció la primera línea en servicio en 1848, correspondiente al tramo entre Barcelona y Mataró. (Mileny Zamora Barrabí: “El camino de hierro”, Opus Habana, Oficina del Historiador de La Habana, no. 52, junio 2017-marzo 2018, pp. 54-59).
[12] Marie-Joseph Paul du Motier, marqués de La Fayette.
[13] Friedrich Wilhelm August Henrich Steuben.
[14] “[…] ¿Quién medita siquiera en el proyecto ya público de la compra de Cuba, donde no se ha secado todavía la sangre que el vecino astuto vio derramar, por la misma carta de principios con que se rebeló él contra sus dueños, sin tender un manojo de hilas, sin tender los brazos?” (JM: “Inauguración. Cómo entra y cómo sale un Presidente en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 16 de abril de 1889, OC, t. 12, p. 168).
[15] La repercusión en Cuba de la enérgica y sensata réplica martiana encontró eco en las páginas de la revista La Habana Elegante, que publicó un extenso artículo, en su sección habitual “Carta de Nueva York”, el 28 de abril de 1889, titulado “Cuba y los Estados Unidos”, en el que se aludía a la publicación del folleto homónimo de Martí. Allí se constata que “Martí, inspiradísimo, con magníficos acentos de elocuente y contenida indignación, ha vindicado el nombre de la colectividad cubana, refutando con vigor y energía, con irrebatible lógica, con la lógica abrumadora de los hechos, con datos de experiencia, las torpes e injuriosas afirmaciones de los periodistas norte-americanos”. Y termina afirmando que, “sobrio, magnífico, vehementísimo el trabajo del Sr. Martí es un lauro para el pensador y un blasón para el patriota: Cuba puede enorgullecerse de su gallardo paladín.”. (Anuario Martiano, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, La Habana, 1976, no. 6, pp. 189 y 191, respectivamente). De acuerdo con Alfonso Herrera Franyutti este artículo se reprodujo en el semanario El Lunes, de México, el 20 de mayo de 1889. (“Martí en El Lunes de Juan de Dios Peza”, Anuario Martiano, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, La Habana, 1976, no. 6, pp. 185-188). Como anexo del estudio de Franyutti se publica el mismo, pero no aparece adjudicada su autoría. Véase, además, la carta de Martí a Néstor Ponce de León, fechada en Nueva York, el 28 de marzo 1889, donde le afirma rotundamente: “No fui yo, si no mi tierra, que llevamos todos en el corazón, quien escribió la respuesta a la injuria”. [EJM, t. II, p. 96. (N. del E. del sitio web)].
[16] Esta carta, recogida en el folleto Cuba y los Estados Unidos, editado por Martí, está fechado el día 21, pero en The Evening Post apareció con fecha 23 de marzo de 1889. La actual rectificación, como la de algunos otros textos, se la debemos a Julio Alonso, residente en Nueva York, por lo que deseamos dejar constancia de nuestro agradecimiento.