CUBA Y LOS ESTADOS UNIDOS[1]

Cuando un pueblo cercano a otro puede verse en ocasión, por el extremo de su angustia política o por fatalidad económica, de desear unir su suerte a la nación vecina, debe saber lo que la nación vecina piensa de él, debe preguntarse si es respetado o despreciado por aquellos a quienes pudiera pensar en unirse, debe meditar si le conviene favorecer la idea de la unión, caso de que resulte que su vecino lo desprecia.

     No es lícito ocasionar trastornos en la política de un pueblo, que es el arte de su conservación y bienestar, con la hostilidad que proviene del sentimiento alarmado o de la antipatía de raza. Pero es lícito, es un deber, inquirir si la unión de un pueblo relativamente inerme con un vecino fuerte y desdeñoso,[2] es útil para su conservación y bienestar.

     The Manufacturer, de Filadelfia, inspirado y escrito por hombres de la mayor prominencia en el partido republicano, publicó un artículo “¿Queremos a Cuba?” donde se expresa la opinión de los que representan en los Estados Unidos la política de adquisición y de fuerza. The Evening Post, el primero entre los diarios de la tarde en New York, el representante de la política opuesta, de aquella a que habrían de acudir los débiles cuando se les tratara sin justicia, “reiteró con énfasis” las ideas de sus adversarios en el artículo “Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba”. El cubano José Martí respondió a The Evening Post en una carta que publicó el diario de la tarde bajo el título de “Vindicación de Cuba”. En estas páginas se reimprimen estos tres artículos, traducidos.

     Los que los lean verán por sí, si la anexión de Cuba a los Estados Unidos sería apetecida en estos por las mismas causas porque la pudieran apetecer los cubanos, o por causas hostiles; si los norteamericanos de una u otra política, la agresiva o la liberal, consideran como una al menos de las razones que pudieran tener para la anexión, el deseo del cubano de ejercitar en un gobierno libre sus fuerzas contenidas, la intención de contribuir al desarrollo y felicidad de los hijos del país, el conocimiento de sus méritos, el respeto a su derecho de hombres, y la estimación por sus sacrificios; si dos pueblos de origen y carácter diversos pueden vivir dichosos odiándose y desdeñándose, o la verdad es lo que ha dicho el republicano Ingalls, el Presidente del Senado en Washington: “No es posible que dos razas no homogéneas existan en condiciones de igualdad práctica y política bajo un mismo gobierno”; si deben los cubanos desear la anexión para beneficio de los Estados Unidos, o para beneficio de los cubanos.

New York 3 de abril de 1889.

Tomado de José Martí: Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, t. 1, pp. 231-232.

I

“¿QUEREMOS A CUBA?”

Traducido de The Manufacturer, de Filadelfia, del 16 de marzo

     Se viene afirmando con alguna insistencia que el Gobierno actual, considerará seriamente el proyecto de invitar a España a que venda la Isla de Cuba a los Estados Unidos. No se sabe aún de seguro si el Presidente y sus consejeros tienen realmente esta intención; pero la noticia no es de tan loca improbabilidad que esté fuera de propósito discutirla. Que España consintiese en ceder la Isla por una suma considerable, está muy en lo posible. España es pobre, y Cuba ha sido tan esquilmada por la rapacidad y mal gobierno de los españoles, que ya no es la mina rica que era antes. En ninguna parte se ha comprobado mejor que en la Isla, que el poder absoluto en manos de funcionarios corrompidos lleva rápidamente a la ruina y a la bancarrota. No es exagerado suponer que al político español, que no puede esperar ya enriquecerse robando a Cuba, se le haga la boca agua al pensar en el gran sobrante del Tesoro americano.

     Hay mucho que decir en favor de nuestra adquisición de la Isla. La empresa halaga la imaginación. Cuba, por lo que puede dar de sí, es la más espléndida de las Antillas. Se levanta en medio del Golfo que nos limita por el Sur. Domina ese vasto campo de agua. La nación que la posea tendrá el señorío casi exclusivo de las avenidas a cualquiera de los canales interoceánicos. En Cuba están las bahías más hermosas de toda esa región. Está tan cercana a la Florida, que la Naturaleza parece indicar su afiliación a la nación que domine este continente. Su capacidad productiva no es aventajada por la de ninguna otra porción del globo terráqueo. Su tabaco es el mejor del mundo. Es el suelo favorito de la caña. Y su adquisición nos emanciparía inmediatamente de todo el universo en nuestra provisión de azúcar. Allí prosperan todos los frutos tropicales. Adueñarnos de la Isla sería extender los límites de nuestra producción de lo subtropical a todo lo del trópico. Casi no habría entonces fruto alguno de cuantos da la tierra que no se produjera dentro de nuestros dominios. Ya tenemos ahora todo lo que se cría entre el hielo de Maine y los naranjos de la Florida. Entonces tendremos las sustancias que requieren un sol vivísimo y un amparo total de los riesgos del hielo. Abriremos además un nuevo y gran mercado para todo lo que ahora producimos, y ese mercado estará enteramente en nuestro poder. Podemos hacer con él lo que nos plazca. Cuba tiene ahora millón y medio de habitantes. En cinco años, bajo nuestro gobierno, podría doblarse esta población. Merece atención. Estas ventajas no pueden dejar de atraernos. La energía americana llevada a aquella Isla, con un gobierno libre, bajo el imperio de la ley y el orden, con la seguridad de la hacienda y la vida, dueño el esfuerzo humano de emplearse en todas sus vías propias, haría de Cuba lo que una vez fue, un productor de riqueza, de poder y fecundidad maravillosos.

     Pero el asunto tiene otro aspecto. ¿Cuál será el resultado de la tentativa de incorporar a nuestra comunidad política una población tal como la que habita la Isla? Ni un solo hombre entre ellos habla nuestro idioma. La población se divide en tres clases: españoles, cubanos de ascendencia española, y negros. Los españoles están probablemente menos preparados que los hombres de ninguna otra raza blanca para ser ciudadanos americanos. Han gobernado a Cuba siglos enteros. La gobiernan ahora con los mismos métodos que han empleado siempre, métodos en que se juntan el fanatismo a la tiranía, y la arrogancia fanfarrona a la insondable corrupción. Lo menos que tengamos de ellos será lo mejor. Los cubanos no son mucho más deseables. A los defectos de los hombres de la raza paterna unen el afeminamiento, y una aversión a todo esfuerzo que llega verdaderamente a enfermedad. No se saben valer, son perezosos, de moral deficiente, e incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en una república grande y libre. Su falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la indolencia con que por tanto tiempo se han sometido a la opresión española; y sus mismas tentativas de rebelión han sido tan lastimosamente ineficaces que se levantan poco de la dignidad de una farsa. Investir a semejantes hombres con la responsabilidad de dirigir este gobierno, y darles la misma suma de poder que a los ciudadanos libres de nuestros Estados del Norte, sería llamarlos al ejercicio de funciones para las que no tienen la menor capacidad.

     En cuanto a los negros cubanos están claramente al nivel de la barbarie. El negro más degradado de Georgia está mejor preparado para la Presidencia que el negro común de Cuba para la ciudadanía americana. Podríamos arreglarlo de modo que la Isla quedase como un territorio o una mera dependencia; pero en nuestro sistema no hay lugar para cuerpos de americanos que no sean, o que no puedan aspirar a ser, ciudadanos.

     La única esperanza que pudiéramos tener de habilitar a Cuba para la dignidad de Estado, sería americanizarla por completo, cubriéndola con gente de nuestra propia raza; y aún queda por lo menos abierta la cuestión de si esta misma raza no degeneraría bajo un sol tropical y bajo las condiciones necesarias de la vida de Cuba. Estos son hechos que merecen cuidadosa atención antes de que se consume ningún proyecto para la adquisición de la Isla. Podríamos hacernos de Cuba a un precio muy bajo, y pagarla todavía cara.

Tomado de José Martí: Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, t. 1, pp. 232-234.

II

“UNA OPINIÓN PROTECCIONISTA SOBRE LA ANEXIÓN DE CUBA”

Traducido de The Evening Post, de New York, de 21 de marzo

The Manufacturer de Filadelfia es el único órgano declarado del proteccionismo en el país que está dirigido capazmente.

     The Manufacturer publica en su último número un artículo sobre la compra y anexión de Cuba a los Estados Unidos.

     Se afirma que este proyecto está en la mente del nuevo Gobierno, o del nuevo Secretario de Estado. Se ha dicho que la compra de Cuba consumiría el sobrante del Tesoro y haría desaparecer la necesidad de rebajar los aranceles durante un plazo indefinido con la admisión del azúcar libre, puesto que Cuba produce este artículo en cantidad suficiente para cubrir nuestro consumo, y, desde que entrase en la Unión, sus frutos estarían exentos de derechos. De este modo desaparecerían de una vez $58.000,000 de ingresos, además de varios millones que hoy se cobran por derechos sobre tabaco en rama y elaborado, naranjas, hierro y otros artículos de que Cuba nos provee, o pudiera proveernos. Sobre estas ventajas fiscales, se arguye que Cuba ofrece un vasto campo para “desarrollo”, bajo la inspiración de la energía y el capital americanos.

     Parece que estas consideraciones debieran recomendar el proyecto calurosamente al proteccionismo. De esa manera queda resuelto uno de los problemas más difíciles que los partidarios del arancel prohibitivo tienen que afrontar, siempre que España estuviera dispuesta a ver la idea con favor. Nos causa, pues, cierta sorpresa, que el primer órgano proteccionista del país, se oponga enérgicamente al proyecto. The Manufacturer cree que el proyecto es mal calculado, peligroso e inadmisible. Sus argumentos son poco más o menos los mismos que habríamos empleado nosotros, a no habérsenos anticipado el Manufacturer. Ni podría nadie haberlos expuesto mejor. Dice el colega así:

     “La población se divide en tres clases: españoles, cubanos de ascendencia española, y negros. Los españoles están probablemente menos preparados que los hombres de ninguna otra raza blanca para ser ciudadanos americanos. Han gobernado a Cuba siglos enteros. La gobiernan ahora casi con los mismos métodos que han empleado siempre, métodos en que se juntan el fanatismo a la tiranía, y la arrogancia fanfarrona a la insondable corrupción. Lo menos que tengamos de ellos, será lo mejor. Los cubanos no son mucho más deseables. A los defectos de los hombres de la raza paterna unen el afeminamiento, y una aversión a todo esfuerzo que llega verdaderamente a enfermedad. No se saben valer, son ociosos, de moral deficiente, e incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de una república grande y libre. Su falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la indolencia con que por tanto tiempo se han sometido a la opresión española; y sus mismas tentativas de rebelión han sido tan lastimosamente ineficaces, que se levantan poco de la dignidad de una farsa. Investir a semejantes hombres con la responsabilidad de dirigir este gobierno, y darles la misma suma de poder que a los ciudadanos libres de nuestros Estados del Norte, sería llamarlos al ejercicio de funciones para las que no tienen la menor capacidad”.

     Todo esto lo reiteramos con énfasis nosotros, y aun se puede añadir que si ya tenemos ahora un problema del Sur que nos perturba más o menos, lo tendríamos más complicado si admitiésemos a Cuba en la Unión, con cerca de un millón de negros, muy inferiores a los nuestros en punto a civilización, y a quienes se ha de habilitar, por supuesto, con el voto, y colocar políticamente al nivel de sus antiguos dueños. Si Mr. Chandler y el Gobernador Foraker pueden a duras penas soportar el espectáculo que diariamente contemplan en los Estados del Sur, de negros defraudados del voto: ¿cuáles serían sus padecimientos cuando les cayese también sobre los hombros la nueva responsabilidad de Cuba? ¡Imagínese una Comisión especial del Senado yendo a Cuba a recoger pruebas del fraude del voto del negro! En primer lugar, las dificultades del idioma serían invencibles, porque el español que se habla en los ingenios es más difícil de aprender que el de las provincias vascongadas. El informe de semejante Comisión sería burlesco de veras, o pondría al Congreso en angustiosos apuros.

     Lo probable es que nos veamos libres de un castigo tal como la anexión de Cuba, por la negativa de España a vender la Isla. Un despacho de Madrid dice que el Ministro Moret, respondiendo ayer a una interpelación en el Senado, declaró que España no aceptaría tratar sobre oferta alguna de los Estados Unidos para la compra de la Isla; y como si esta afirmación no fuera terminante, añadió que no había dinero bastante en el Universo entero para comprar la porción más pequeña de los dominios españoles. Esta declaración cierra probablemente por los cuatro años próximos la cuestión de Cuba; y nos deja el sobrante del Tesoro tan amenazador como siempre. 

Tomado de José Martí: Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, t. 1, pp. 234-236.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Pertenecen a José Martí la nota de introducción y la carta Vindicación de Cuba, pero se reproducen también aquí los dos artículos que aparecieron en el Manufacturer y en el Evening Post, por haber sido ellos los que motivaron la protesta de Martí. Consideró Martí tan importante dar a conocer dichos artículos, que los publicó con su respuesta en un folleto editado en “El Avisador Hispano-Americano”, Publishing Co., 46 Vesey Street, 1889, con el título que se reproduce arriba.

[2] De acuerdo con Cintio Vitier: “El elemento de ‘desdén’ en la actitud de los Estados Unidos hacia los pueblos de ‘nuestra América’ fue claramente captado por Martí. Varias veces aludió a él, pero nunca, por necesaria cautela política (porque ‘en silencio ha tenido que ser’), de modo tan crudo como en su última carta a Manuel A. Mercado: cuando se refiere a las gestiones anexionistas e imperialistas del ‘Norte revuelto y brutal q. los des­precia’ (a nuestros pueblos). (TEC, p. 73). Pocas líneas después, en el texto, concluirá categóri­camente: ‘El desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América’. Cierto que, agotando las previsiones de la buena voluntad, supone que el desdén puede ser efecto del desconocimiento, pero en el fondo sospecha —y en la carta a Mercado se trasluce con evidencia— que el desdén es la causa, del desconocimiento. Por eso dice que es ese ‘desdén’ o ‘desprecio’— ‘el peligro mayor’”. [JM: “Nuestra América” (La Revista Ilustrada de Nueva York, 1ro de enero de 1891), Nuestra América. Edición crítica, prólogo y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, nota 44, p. 66. Las cursivas son de CV].