A GONZALO DE QUESADA Y ARÓSTEGUI
...continuación 2
En esto me llega su carta de Vd. De los móviles de José Ignacio Rodríguez no hay que hablar. Ama a su patria con tanto fervor como el que más, y la sirve según su entender, que en todo es singularmente claro, pero en estas cosas de Cuba y el Norte va guiado de la fe, para mí imposible, en que la nación que por geografía, estrategia, hacienda y política—necesita de nosotros, nos saque con sus manos de las del gobierno español, y luego nos dé, para conservarla, una libertad que no supimos adquirir, y que podemos usar en daño de quien nos la ha dado. Esta fe es generosa; pero como racional, no la puedo compartir. Lo que en todo el documento, tal como V. me lo pinta, se demuestra, no es tanto la razón de que Cuba sea independiente, sino la necesidad que la nación de más intereses y aspiraciones en América tiene de poseer la Isla, por el mal que le puede venir de que otro la posea. Aparte de lo histórico, en cuanto al espantapájaros que mató de una vez Juárez, a la invasión de un poder europeo en América: ¿no está Europa en las Antillas? ¿Francia? ¿Inglaterra? ¿Pudieron, por tener la Isla, reconquistar la América los españoles, ni cuando Barradas, ni cuando Méndez Núñez?[6] De esas alegaciones tomarán los Estados Unidos refuerzo para sus propósitos, confesos o tácitos. La indemnización ¿quién la había de garantizar, sino la única nación americana que puede hacerla efectiva? Y una vez en Cuba los Estados Unidos ¿quién los saca de ella? Ni ¿por qué ha de quedar Cuba en América, como según este precedente quedaría, a manera,—no del pueblo que es, propio y capaz,—sino como una nacionalidad artificial, creada por razones estratégicas? Base más segura quiero para mi pueblo. Ese plan, en sus resultados, sería un modo directo de anexión. Y su simple presentación lo es. Lo anima en Rodríguez,—el deseo puro de obtener la libertad de su tierra por la paz. Pero no se obtendrá; o se obtendrá para beneficio ajeno. El sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva. Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad. Sírvanos el Congreso, en lo poco que puede, pero sea para el bien de Cuba, y para poner en claro su problema, no para perturbarla, por lo pronto, con esperanzas que han de salir una vez más fallidas, o si no salen, no han de ser para su beneficio.
Y ahora, los hombres. Dos cosas pueden ser, y solo la parte de Rodríguez me impide creer que sea una de ellas. O los capitalistas y políticos de la costa, con ayuda y simpatía de quienes siempre ayudan estas cosas en Washington, han ido penetrando sutilmente hasta hallar en Rodríguez un auxiliar desinteresado y valioso, y este plan viene a ser la aparición de un propósito fijo de hombres del Norte, que es lo que me inclino a creer; —o por comunidad de las ideas limpias de Rodríguez, la pasión constante del revolucionario González,[7] y el interés confeso y probado de Moreno,[8] se han venido a producir un modo de pensar, que como todo lo que lleva esperanza a los infelices, y libertad cómoda a los débiles, tendrá muchos adeptos, aquí y en Cuba, pero en el que no quisiera yo ver persona como Rodríguez junto a un hombre del descrédito de Moreno, y de la poca autoridad de Luna. No sé hablar mal de los hombres. Pero Moreno no es buena compañía, aparte de lo ridículo de su persona, que solo por la idea simpática que le llevaba, y por el respeto de su puesto de representante, pudo parecer bien, como Vd. me dice, al entusiasta González. De González, nada sé, sino lo que se puede saber de la expedición de López, que Vd., recordando o preguntando, lo sabrá. Y por unas líneas suyas que leí en días pasados, sé que es de los que aman con pasión a este país, y no verían con menos que júbilo la anexión del nuestro. ¿Y si no es anexionista el plan de que me habla, qué hacen en él Moreno y Luna, anexionistas confesos?—Eso es lo que pienso, Gonzalo, va al vuelo de la pluma, como quisiera yo ir, y escribir con mi sangre, para que se me viera la verdad. ¿Pero a qué he de ir, caso de que pudiera yo, que por mi tierra todo lo abandono, salir de este banco de la esclavitud? Si fuera útil, yo iría: pero ¿quién, por oírme, va a cejar en sus pasiones de años, ni a creer que lo que habla en mí no es una pasión opuesta a la suya? Otros me llaman de Washington, y por respetos no voy. Mis ideas no las callo, aunque Vd. solo hará uso de ellas donde puedan contribuir a la concordia. Si estas cosas se transformasen, o llegasen a estado que requiriese acción, o pudiera mi presencia allí servir de veras ¿no daría este corto viaje por su patria, el que se muere de ella?
No eche al cesto estos renglones, para volver a leerlos juntos. Me pidió dos, y vea. Eso le dirá cómo le estima su amigo,
[OC, t. 6, pp. 247-252. Cotejada con el manuscrito original].
Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá; prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. II, pp. 141-146.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[6] Casto Méndez Núñez.
[7] Ambrosio José González fue el primer cubano herido al desembarcar en Cárdenas, el 19 de mayo de 1848, la expedición del general Narciso López.
[8] Manuel Moreno.

