Cadáveres amados, los que un día
Ensueños fuísteis de la patria mía,
¡Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lágrimas de uno más de los tiranos!
¡Andad a mi redor; vagad, en tanto
Que mi ser vuestro espíritu recibe,
Y dadme de las tumbas el espanto,
Que es poco ya para llorar el llanto
Cuando en infame esclavitud se vive!
Y tú, la muerte, hermana del martirio,
Amada misteriosa
Del genio y del delirio,
Mi mano estrecha, y siéntate a mi lado:
¡Os amaba viviendo, mas sin ella
No os hubiera tal vez idolatrado!
En lecho ajeno y en extraña tierra
La fiebre y el delirio devoraban
Mi cuerpo, si vencido, no cansado,
Y de la patria gloria enamorado,
El brazo de un hermano recibía
Mi férvida cabeza,
Y era un eterno inacabable día
De sombras y letargos y tristeza!
De pronto vino, pálido el semblante
Con la tremenda palidez sombría
Del que ha aprendido a odiar en un instante,
Un amigo leal, antes partido
A buscar nuevas vuestras decidido.
La expresión de la faz callada y dura,
Los negros ojos al mirar inciertos,
Algo como de horror y de pavura,
La boca contraída de amargura,
Los surcos de dolor recién abiertos
Mi afán y mi ansiedad precipitaron.
—¿Y ellos? ¿y ellos? mis labios preguntaron:
—¡Muertos! me dijo ¡muertos!
Y en llanto amargo prorrumpió mi hermano,
Y se abrazó llorando con mi amigo,
Y yo mi cuerpo alcé sobre una mano,
Viví en infierno bárbaro un instante,
Y amé, y enloquecí, y os vi, y deshecho
En iras y en dolor, odié al tirano,
Y sentí tal poder y fuerza tanta
Que el corazón se me saltó del pecho,
Y lo exhalé en un ¡ay! por la garganta.
Y vime luego en el ajeno lecho,
Y en la prestada casa, y en sombría
Tarde que no es la tarde que yo amaba,
Y quise respirar, y parecía
Que un aire ensangrentado respiraba!
Vertiendo sin consuelo
Ese llanto que llora al patrio suelo,
Lágrimas que después de ser lloradas
Nos dejan en el rostro señaladas
Las huellas de una edad de sombra y duelo,—
Mi hermano cuidadoso
Vino a darme la calma generoso.
Una lágrima suya,
Gruesa, pesada, ardiente,
Cayó en mi faz; y así cual si cayera
Sangre de vuestros cuerpos mutilados
Sobre mi herido pecho, y de repente
En sangre mi razón se oscureciera,
Odié, rugí, luché; de vuestras vidas
Rescate halló mi indómita fiereza…
¡Y entonces recordé que era impotente,
Cruzó la tempestad por mi cabeza
Y hundí en mis manos mi cobarde frente
Y luché con mis lágrimas, que hervían
En mi pecho agitado y batallaban
Con estrépito fiero,
Pugnando todas por salir primero.
Y así como la tierra estremecida
Se siente en sus entrañas removida,
Y revienta la cumbre calcinada
Del volcán a la horrenda sacudida,
Así el volcán de mi dolor, rugiendo,
Se abrió a la par en abrasados ríos,
Que en rápido correr se abalanzaron,
Y que las iras de los ojos míos
Por mis mejillas pálidas y secas
En tumulto y tropel precipitaron
Lloré, lloré de espanto y de amargura:
Cuando el amor o el entusiasmo llora
Se siente a Dios, y se idolatra, y se ora;
¡Cuando se llora como yo, se jura!
Y yo juré! Fue tal mi juramento,
Que si el fervor patriótico muriera,
Si Dios puede morir, nuevo surgiera
Al soplo arrebatado de su aliento!
Tal fue que si el honor y la venganza
Y la indomable furia
Perdieran su poder y su pujanza,
Y el odio se extinguiese, y de la injuria
Los recuerdos ardientes se extraviaran,
De mi fiera promesa surgirían,
Y con nuevo poder se levantaran,
E indómita pujanza cobrarían!
Sobre un montón de cuerpos desgarrados
Una legión de hienas se desata,
Y rápida y hambrienta,
Y de seres humanos avarienta,
La sangre bebe y a los muertos mata.
Hundiendo en el cadáver
Sus garras cortadoras,
Sepulta en las entrañas destrozadas
La asquerosa cabeza; dentro del pecho
Los dientes hinca agudos, y con ciego
Horrible movimiento se menea,
Y despidiendo de los ojos fuego,
Radiante de pavor, levanta luego
La cabeza y el cuello en sangre tintos:
Al uno y otro lado
Sus miradas estúpidas pasea,
Y de placer se encorva, y ruge, y salta,
Y respirando el aire ensangrentado
Con bárbara delicia se recrea.
Así sobre vosotros,
—Cadáveres vivientes,
Esclavos tristes de malvadas gentes,—
Las hienas en legión se desataron,
Y en respirar la sangre enrojecida
Con bárbara fruición se recrearon!
Nota:
[1] El 27 de noviembre de 1871 fueron fusilados, en la explanada de La Punta, en La Habana, los estudiantes cubanos del primer curso de Medicina: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871), José de Marcos y Medina (1851-1871), Juan Pascual Rodríguez y Pérez (1850-1871), Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871), Ángel Laborde y Perera (1853-1871), Eladio González y Toledo (1851-1871), Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871) y Carlos de la Torre y Madrigal (1851-1871).