“Quiero a la sombra de un ala…”[2] “Como en andas de flores se levanta, colgada de granadillas e hipomeas…” “[…] los pueblos de indios nuevos que tejían y teñían…”[3] Oigamos la textura del aliento de las palabras para celebrarle el nacimiento, pues el nacer de José Martí, comprendía el nacer de una forma del idioma y del sacrificio, la configuración de un esplendor nuestro para las palabras y sus sobresaltos al oírlas. Su verbo solía arracimársele, como la crepitación del sarmiento, poniendo madera e hinchando fuego por el centro, sintiendo en su proliferación, no la seguridad de la escala interpretada, tejida sobre un punto inmóvil, sino un tumulto o ventolera que volvía sobre el viejo caserón idiomático, llevando la disposición proporcionada a un puño que apretaba con nuevas sacudidas. Varón memorable, en quien el aliento cobraba el conocimiento de todo el cuerpo que lo lanza, su recobrarse en aventuras por vísceras y fragmentos, por sus espacios irreconocibles y oscuros. Aliento que formula el inconmovible verbal y un tejerse que se empotraba en las palabras, como lascas claras de algunas de nuestras maderas injertadas en otras de más noche y veneración.
Así como su aliento y su mano podían arracimar las palabras, su destino lo ocupaba y comprendía con la sencillez resuelta del árbol que se sitúa en su paisaje. Cuando muere lo hace en una batalla para despedirse con misterio y hoy que le celebramos la aparición, rindiéndole las gracias, seguimos tocándolo y reconociéndolo despacio para justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su tierra. Pues poder justificar que su nacimiento tenía que ser entre nosotros, podría justificar de una vez la avivadora posibilidad de una historia y la solución de la forma de nuestros estilos posibles. La opulencia de su destino y de su idioma lo cierran como un continuo viviente de permanente respiración. El aliento que se procura sus nacimientos, parecía asirse a él, como para trabajar una materia de salvación y gracia, fuego volante que traspasa las mil interpretaciones. Perder el aliento, rocío, sustancia sutil, invisible resistencia, como en los comienzos, era su muerte. Celebrar la aparición de su aliento, de su soplo sobre el mundo exterior, manera de dejar la huella para su reconocimiento y resurrección.[4]
Diario de la Marina, 28 de enero de 1950.
Tomado de José Lezama Lima: Revelaciones de mi fiel Habana, compilación y notas de Carlos Espinosa Domínguez, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2010, pp. 146-147; Tratados en La Habana, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales, 1958, pp. 393-395; Obras completas, introducción de Cintio Vitier, México, Aguilar, 1975-1977, 2 t, t. II, pp. 669-670; Martí en Lezama, compilación y presentación de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, pp. 17-19.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] El título es del editor del sitio web.
[2] JM: “IX”, Versos sencillos, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 312. Este poema es conocido también como “La niña de Guatemala”.
[3] JM: “Discurso en honor de Centroamérica”, Nueva York, Sociedad Literaria Hispanoamericana, junio de 1891, OC, t. 8, p. 113.
[4] “El 28 de enero de 1950, en una de sus ‘Coordenadas habaneras’, Lezama hablaba de Martí, no como nombre cumplido para el homenaje y la reverencia, sino como necesidad en nosotros de ‘justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su tierra’. Tener la semilla y no tener la tierra, era una diana insuperable en su polivalencia. Para que no quedaran dudas de que esa tierra que no teníamos era también la historia, Lezama precisaba: ‘Pues poder justificar que su nacimiento tenía que ser entre nosotros, podría justificar de una vez la avivadora posibilidad de una historia y la solución de la forma de nuestros estilos posibles’. Clarividentemente quedaba vibrando su flecha: ‘Celebrar la aparición de su aliento, de su soplo sobre el mundo exterior, manera de dejar la huella para su reconocimiento y resurrección’.
El lebrel ligero de la memoria, más alebrestado que alejado por el azar, no abandona ya esa huella que fue dejando la palabra lezamiana, cada vez que tocó ese ‘continuo viviente de permanente respiración’ que sigue siendo para nosotros, como ‘materia de salvación y gracia, fuego volante que traspasa las mil interpretaciones’, la persona y el verbo de José Martí”. [Cintio Vitier: “Hallazgo de una profecía” (Casa de las Américas, septiembre-octubre, 1986, no. 158), Demandando a la vida su secreto, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021].

