ENSUEÑOS DE LA PATRIA.

(SOBRE EL LIBRO DE VALDÉS-DOMÍNGUEZ

Y LA PELÍCULA INOCENCIA)[1]

En el pasado Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano se estrenó la película Inocencia,[2] del realizador cubano Alejandro Gil, inspirada en los dolorosos y terribles sucesos ocurridos en La Habana, el 27 noviembre de 1871, y que culminaron con el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina. La película logra recrear la época con admirable realismo, y presenta un hecho tristísimo de la historia de nuestro país que todos pensábamos que conocíamos, pero que, al encenderse las luces de la sala, muchos nos dimos cuenta de que no era así. Quiero aclarar, antes de continuar, que no soy historiadora, los criterios que expongo en este trabajo son solo producto de mis lecturas y no pretendo otra cosa que compartirlos con los que deseen leerlos.

     El filme se desarrolla en dos tiempos paralelos: en el momento en que ocurrieron los hechos, los días 23, 24, 25, 26 y 27 de noviembre de 1871; y dieciséis años más tarde, 1887, cuando Fermín Valdés-Domínguez (interpretado en el filme por Yasmani Guerrero) se encuentra finalizando la última versión de su libro, El 27 de noviembre de 1871, y busca el lugar donde reposan los restos de sus compañeros injustamente ejecutados. Afortunadamente, tengo en mi casa el libro de Valdés-Domínguez, editado en nuestro país en 1969,[3] con detalladas notas del autor y de Luis Felipe Le Roy Gálvez.[4] Al inicio, se incluyen unas cartas y textos de varias personas, a manera de prólogos, que comentan su trabajo y emiten sus criterios sobre los hechos relatados. Son ellos: Fernando Portuondo del Prado (escribe el preámbulo), Eduardo Yero, Antonio Zambrana, Enrique José Varona. Y uno, bellísimo, de José Martí, fechado en abril de 1887, en Nueva York.

     La película se basa, fundamentalmente, en lo expuesto por Valdés-Domínguez, testigo presencial de los sucesos, al ser uno de los jóvenes encarcelados y, también, por supuesto, en otras fuentes, pues el director, Alejandro Gil, hizo una valiosísima labor de investigación durante varios años que incluyó la realización de un documental sobre ese tema. En este trabajo solo pretendo señalar algunos aspectos de la historia que, por razones lógicas de la narración fílmica, no se ajustan a lo expuesto por Valdés-Domínguez. Son detalles quizás sin gran importancia pero que pienso es bueno que se conozcan.

     Existe una natural tendencia de dar por cierto lo que se ve en las películas con temas de la vida real, sin detenerse a pensar que los realizadores tienen que presentar una historia creíble y, también, amena, de hechos de los que no se tiene toda la información. He querido, igualmente, ahondar en otros aspectos de lo sucedido con posterioridad a los eventos presentados en el largometraje, con los que, sin dudas, se podría hacer otra película, por lo apasionantes y emocionantes que resultan.

La amistad entre José Martí
y Fermín Valdés-Domínguez

Fermín Valdés-Domínguez ha sido recordado, principalmente, por su gran amistad, desde la infancia, con José Martí. Se sabe que nació el 10 de julio de 1853 (algunos autores fijan su fecha de nacimiento en 1852), el mismo año en que nació Martí, y que conoció a Martí en la escuela San Anacleto, en 1860. Así lo cuenta Mañach en su excelente biografía, Martí, el Apóstol (1933):

Pero el que más se ha aficionado a él es Fermín Valdés, aproximadamente de su misma edad, espigado, de ojos saltones. Como es niño de casa rica, Pepe, siempre algo consciente de su propio traje raído, se ha mostrado sobrio hacia él. Fermín no ha recatado su empeño por vencer el desvío. Le ha hecho pequeños favores, le ha ofrecido reiteradamente parte de su merienda. Han acabado por hacerse grandes amigos.[5]

     Continúan sus estudios juntos y ya en 1868 Martí y Valdés-Domínguez se encuentran cursando el segundo año de bachillerato en San Pablo, el colegio particular de Rafael María de Mendive, el mentor de Martí, y cuya influencia, así como el cariño que le profesaba, fueron fundamentales en su formación y en la de muchos de los adolescentes que estudiaron bajo su tutela. Las noticias del levantamiento de Céspedes en Bayamo, el 10 de octubre, son seguidas con pasión y entusiasmo por los jóvenes. El 19 de enero de 1869 ―aprovechando la época de libertad de prensa decretada por el general español Domingo Dulce― publica Valdés-Domínguez el primero y único ejemplar de su periódico El Diablo Cojuelo, y unos días más tarde, aparece el también único número de La Patria Libre, dirigido por Martí, que incluye su drama patriótico, “Abdala”, con un texto de Mendive, entre otras colaboraciones. El 22 de enero ocurren los sucesos del Teatro Villanueva, encarcelan a Mendive ―cuyas ideas políticas favorables a la independencia eran conocidas por las autoridades españolas―, clausuran San Pablo; Martí visita a su maestro ―que pronto será deportado― en la cárcel: La Habana es un hervidero. Martí busca refugio en la casa de Fermín, en la calle Industria 122, asiste a las clases de francés de su amigo y lee todo lo que puede en la biblioteca de la casa. Fermín Valdés-Domínguez era hijo adoptivo del “guatemalteco hidalgo”,[6] como lo llama Mañach, José Mariano Domínguez Salvajauregui, quien también había adoptado a otro niño, Eusebio, y los crio con amor y dedicación. José Mariano se había establecido en Cuba alrededor de 1830 y gozaba de una holgada posición económica.

     El 4 de octubre de 1869, un grupo de Voluntarios[7] irrumpe en la casa de los Valdés-Domínguez pues, horas antes, creyeron que Fermín y unos amigos se burlaban de ellos. Realizan un registro y encuentran, en la gaveta del escritorio de Fermín, una carta fechada aquel mismo día, dirigida a Carlos de Castro y Castro y firmada por Martí y Valdés-Domínguez. En la carta critican al joven Castro, cubano, discípulo también de Mendive, por haberse alistado en el Cuerpo de Voluntarios. Martí, Fermín, su hermano y otros compañeros son arrestados por “sospechas de infidencia”. Es de todos conocido lo que sucede después: los dos amigos se confiesan autores de la carta, pero, al final, el fiscal decide que fue Martí quien realmente la escribió. La letra de los dos amigos es muy parecida, pero la vehemencia de la auto‑inculpación de Martí lo convence. El 4 de marzo de 1870 un Consejo de Guerra celebra el juicio: Fermín es condenado a seis meses de “arresto mayor” en la fortaleza de La Cabaña, su hermano Eusebio y los otros implicados son desterrados y Martí es condenado a seis años en las canteras, donde padece todo tipo de sufrimientos y vejaciones. Gracias a los esfuerzos de su familia, la influencia de un amigo de su padre, el catalán José María Sardá, y teniendo en cuenta su edad y el deplorable estado de su salud, cumple solo seis meses, es deportado a la Isla de Pinos[8] y luego a España, hacia donde parte, el 15 de enero de 1871. Fermín queda en Cuba y, poco después, matricula en la Universidad de La Habana la carrera de Medicina.

     He querido comenzar por el presidio político de Martí y Fermín pues, sin dudas, es un antecedente importante de los sucesos ocurridos en noviembre de 1871. El estallido de la guerra tres años antes, más una serie de acontecimientos complejos de suma importancia ocurridos en España y en la isla, hicieron que la situación política en Cuba fuera de gran tensión. Como colofón a la tirantez existente, el 8 de octubre de ese año se realiza el famoso rescate de Julio Sanguily, por el mayor general Ignacio Agramonte y un puñado de jinetes mambises. Treintaicinco hombres, cansados y famélicos, se enfrentaron, con coraje y con vergüenza,[9] a una columna del ejército colonial y lograron rescatar al valiente brigadier, lo que constituyó una enorme humillación para los españoles.

     A continuación, iré presentando algunos de los momentos que me interesan destacar del libro y de la película, sin entrar en muchos detalles pues la historia completa se encuentra registrada en numerosos documentos y en la propia película.

El encarcelamiento de los estudiantes

El jueves 23 de noviembre de 1871, unos jóvenes estudiantes del primer año de la carrera de Medicina de la Universidad de La Habana, decidieron utilizar un tiempo libre que tenían entre turnos de clases para pasear por las plazoletas y caminos del Cementerio Espada o Cementerio de San Lázaro, como también se le conocía. No podían imaginar, ni en la peor de las pesadillas, que esa decisión acabaría, en menos de noventaiséis horas, con sus vidas y la de otros compañeros.

     El camposanto se encontraba en aquellos años en el área que ocupan las actuales calles San Lázaro, Vapor, Espada y Aramburu. El sábado 25, muy temprano en la mañana y a consecuencia de una acusación hecha por el celador del Cementerio, Vicente Cobas, el Gobernador Político, Dionisio López Roberts (interpretado en la película por Yadier Fernández), se presentó en el cementerio acompañado de un agente de la policía. Se acusaba a los jóvenes que habían estado el jueves 23 en el cementerio, de haber rayado el cristal del nicho[10] donde estaba enterrado el periodista español Gonzalo Castañón, quien había muerto a consecuencia de un altercado con un cubano independentista en Cayo Hueso, el 31 de enero de 1870. López Roberts interrogó al capellán, el presbítero don Mariano Rodríguez, que había visto a los jóvenes el día 23, sobre lo ocurrido y este le respondió que nada había sucedido y que las rayas que se apreciaban en el cristal del nicho eran antiguas, que incluso ya estaban ahí el 2 de noviembre, Día de los Santos Difuntos. A pesar de no existir ningún tipo de profanación, López Roberts decidió presentarse en San Dionisio, donde estaban los alumnos del segundo año. La actitud ejemplar y decorosa del profesor, doctor Sánchez Bustamante[11] impidió que se los llevaran presos.

     Pero no desistió de su plan y en horas de la tarde compareció en el aula en que estaban reunidos los alumnos del primer año de Medicina, acompañado de Felipe Alonso[12] (interpretado en la película por Héctor Noas) y varios agentes de la policía. López Roberts interrumpió la clase y acusó a los educandos de haber profanado la tumba de Castañón. En esta ocasión, el catedrático, doctor Valencia,[13] no estuvo a la altura de Sánchez Bustamante, y dejó actuar a López Roberts a su antojo.

     Como los estudiantes negaron haber cometido los hechos que se les imputaban, decidió, en un acto de soberbia y evidente abuso de poder, encarcelarlos a todos, que eran, inicialmente, cuarentaicinco.[14] El catedrático de la asignatura de disección y profesor de este grupo, doctor Domingo Fernández Cubas (interpretado en el filme por Osvaldo Doimeadiós), los acompañó a prisión y se mantuvo todo el tiempo al lado de ellos hasta el último momento.

     En horas de la noche, López Roberts presentó la acusación ante el general segundo cabo, Romualdo Crespo,[15] encargado del Gobierno y Capitanía General, por ausencia del Conde de Valmaseda que se encontraba en campaña militar. Comenzaron los interrogatorios, los estudiantes que habían estado en el cementerio reconocieron que habían jugado con el carrito,[16] pero negaron con vehemencia haber cometido ningún acto criminal. En un momento de su libro, dice Valdés-Domínguez, “solo éramos culpables del delito de ser estudiantes”.

     Para agravar aún más la situación, había sido convocada una Gran Parada militar en la Plaza de Armas el domingo 26, en la que desfilaron más de diez mil Voluntarios. Durante el desfile se escucharon gritos de “¡muerte a los traidores!”, pues la manipulación de López Roberts y de algunos oficiales del Cuerpo de Voluntarios, había penetrado ya en las mentes de los Voluntarios y de la muchedumbre enferma de odio que los seguía.

     Terminada la Parada militar, unos trescientos Voluntarios se dirigieron por el Paseo del Prado hasta la cárcel, vociferando, lo que atrajo a muchas más personas, que llegaron a ser, según relató el oficial de Voluntarios, Justo Zaragoza (citado por Valdés-Domínguez) más de mil: clamaban por la muerte de los estudiantes y gritaban los nombres de algunos de ellos a través de bocinas. La situación estaba totalmente fuera de control. Desde la prisión, los injustamente encarcelados escuchaban los gritos y amenazas de la turba enardecida.

Primer consejo de guerra.
Defensa de Capdevila

El general Romualdo Crespo, que sustituía al Conde Valmaseda, fue el máximo responsable de la matanza ocurrida el 27 de noviembre de 1871, y así lo demuestra Valdés-Domínguez en su libro. Es cierto que la situación imperante en La Habana era angustiosa y difícil, pues Crespo no contaba con un solo soldado del ejército regular que lo respaldara en la protección de la capital, solo con el Cuerpo de Voluntarios, conformado, en su mayoría, por españoles y, también, por cubanos leales a la Metrópoli. Alargaría mucho este trabajo explicar la situación económica que existía en La Habana en aquellos años, y la extracción social mayoritaria de los miembros del Cuerpo de Voluntarios.[17] El hecho cierto es que había una guerra en el oriente y centro del país en la que estaban muriendo españoles. Los estudiantes cubanos, hijos, en su mayoría, de peninsulares y criollos que gozaban de una holgada posición económica, eran vistos como posibles insurrectos, y así se refleja muy bien en la película. Las noticias que llegaban del frente de batalla no eran buenas, Agramonte les acababa de infligir una dolorosa derrota: los Voluntarios querían un escarmiento definitivo, brutal y sangriento, y Crespo temió enfrentárseles.

     López Roberts, por su parte, en su afán de ganar favores y, también, por qué no, dinero, fabricó una mentira con algunos elementos de verdad para hacerla creíble (lo único cierto, en realidad, era que los muchachos habían jugado en el cementerio). No importaba que fueran inocentes, era el mensaje que sus muertes, pensaron equivocadamente, transmitiría a los jóvenes que aún no se habían sumado a las filas mambisas. Nada más parecido al “¡crucifícalo!” que le pidieron a Pilatos, como recuerda Eduardo Yero, director del periódico El Cubano, en cuyos talleres se imprimió la tercera edición del libro de Valdés-Domínguez.

     En la carta que escribió y publicó Crespo a su llegada a España después de su destitución, explica:

pedían el inmediato fusilamiento de los cuarenta y cuatro detenidos [eran cuarenta y tres], previa, a la vez, de un Consejo de Guerra permanente, al cual someterían los Voluntarios las personas sospechosas por sus simpatías a la insurrección; que diese orden para que un buque de guerra saliese con dirección a la Isla de Pinos y trajese a La Habana a los individuos allí desterrados por el Capitán General, para someterlos también al expresado Consejo. Necesario es remontarse a la época del terror de la Revolución Francesa para encontrar en la famosa Ley de Sospechosos algo que se asimile por su sangriento colorido a las proposiciones formuladas en un momento de febril sobrexcitación por las comisiones de los Voluntarios.[18]

     Era tan explosiva la situación reinante en la capital, que el vice‑cónsul estadounidense, Henry C. Hall, en un telegrama que envía a su Gobierno, la mañana del 27 de noviembre, prácticamente menciona la posibilidad de una intervención militar en la isla. El telegrama, reproducido por Valdés-Domínguez, dice así: “Demostraciones de los Voluntarios contra la autoridad del Gobierno. Gobierno impotente. Serios temores de una matanza en cualquier momento. Barco de guerra útil. Habana”.[19]

     Crespo, aterrorizado ante los violentos acontecimientos, cedió a las presiones y convocó un primer Consejo de Guerra, compuesto por capitanes del ejército (“seis vocales veteranos”, los nombra Valdés-Domínguez), presidido por un Coronel, que comenzó sus sesiones a las doce de la noche. Fue designado como defensor de oficio el joven capitán español, de tan solo veintiséis años, Federico Capdevila. La defensa de Capdevila fue un ejemplo de dignidad y coraje. Los Voluntarios, enfurecidos, lo insultaron, y uno de ellos intentó agredirlo físicamente; el aguerrido capitán tuvo que defenderse con su espada; desde el patio de la cárcel se escuchaban los gritos que pedían su cabeza. Fue tanta la ira de los Voluntarios que Capdevila, escoltado por algunos de los presentes, tuvo que esconderse en el sótano de la cárcel y solo pudo salir después de pasadas muchas horas. A pesar de la valerosa defensa que hiciera Capdevila, recogida íntegramente en el libro de Valdés-Domínguez, se les encontró culpables de profanación, por lo que se decidió aplicar lo establecido en el Código Penal vigente, que no era, en ningún caso, la pena capital.

Segundo consejo de guerra

Los Voluntarios, que pretendían dar un escarmiento y vengarse de lo que estaba sucediendo en el oriente y centro del país, no satisfechos con el castigo que se les había impuesto a los estudiantes, exigieron la creación de un segundo Consejo de Guerra compuesto, esta vez, por un coronel, un fiscal, seis capitanes vocales[20] y nueve capitanes de los Voluntarios. La balanza a favor de los Voluntarios aseguraba la sentencia de pena de muerte que ya estaba fijada, pues así lo habían dejado muy claro los Voluntarios y las turbas que arrastraban con ellos, con sus gritos, amenazas y actos de violencia.

     Uno de los capitanes veteranos que fungía como vocal, fue designado como el defensor. ¿Qué podía hacer, después de haber visto lo ocurrido a Capdevila? La defensa de Capdevila fue contundente, pero, en esos instantes, no importaban ya ni la verdad ni la mentira. El segundo Consejo de Guerra, en sesión sumarísima, en horas de la madrugada del lunes 27 de noviembre, violando todas las normas jurídicas, legales y de elemental decencia, los condenó a la pena de muerte por fusilamiento.

     Inocencia está basada en hechos reales, pero es una película de ficción. Por tanto, sus realizadores se tomaron algunas licencias con el objetivo, lógico y válido, de lograr una narración fluida y emotiva. Los estudiantes que habían estado en el cementerio fueron separados, desde el inicio, del resto, y no eran cuatro sino cinco, por lo que no se llegó a la cifra de ocho duplicando la supuesta suma de cuatro. Los que habían estado jugando en el cementerio fueron: Anacleto Bermúdez (veinte años y seis meses); Ángel Laborde (diecisiete años y diez meses); José de Marcos y Medina (veinte años); Pascual Rodríguez y Pérez (veintiún años). Otro estudiante, Alonso Álvarez de la Campa (dieciséis años, cinco meses y dos días) tomó una flor del jardín del cementerio. Al primero que separaron fue a Pascual Rodríguez y Pérez:

Salió de allí para la Cárcel, mandándosele poner en bartolina inmediatamente porque contestó de una manera enérgica a las preguntas que le hacía el Gobernador. Y lo vimos salir con aquella digna altivez que lo inmortalizó en el lugar del suplicio […]. Aquella misma noche fue encerrado en un calabozo, Ángel Laborde y tras él, José de Marcos y Medina. En él los encerraron porque declararon que habían jugado con el carro […]. No se escapó del calabozo, el niño Alonso Álvarez de la Campa, y pronto mi buen hermano Anacleto Bermúdez, el amigo de mi alma.[21]

     Valdés-Domínguez narra en su emocionante testimonio un momento muy bien expuesto en la película, cuando el capitán Felipe Alonso le dice al adolescente de solo dieciséis años, Alonso Álvarez de la Campa: “¡Ay, Alonsito, ni los millones de tu padre te han de valer para que no te vuelen los sesos!”.[22] Se sabía que eran cinco los que morirían, pero los Voluntarios querían más sangre por lo que decidieron ‘quintar’ la cifra de los jóvenes encarcelados. Eran cuarentaitrés, escogerían uno por cada cinco. De haberse mantenido la cifra inicial de cuarentaicinco, hubieran sido nueve y no ocho el total de ejecutados. Así lo narra Valdés-Domínguez:

El Consejo estaba deliberando sobre el número de víctimas que bastarían para saciar la furia de los amotinados. Comprimidos por la exaltación creciente de la multitud, el Consejo acordó ir proponiendo a esta los sentenciados a muerte en corto número, fijando el máximo de la sentencia en ocho, producto que resultaba de quintar los que nos hallábamos presos […]. ¡El crimen fue el sorteo! ¡La justicia entonces fue la rifa! […]. El azar respondió a aquella acusación espantosa con los nombres de Carlos Augusto de la Torre (20 años), Carlos Verdugo (17 años y 11 meses)[23] y Eladio González (20 años).[24]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Este artículo está inspirado en el libro de Fermín Valdés Domínguez El 27 de noviembre de 1871 y en la película Inocencia de Alejandro Gil. Se reproduce una versión menos extensa de la publicada en la revista Espacio Laical (La Habana, no. 3, 2019) en el presente número del Anuario del Centro de Estudios Martianos, bajo autorización de la autora, y con él conmemoramos el 110 aniversario de la muerte de Fermín Valdés-Domínguez. (N. de la E.)

[2] Véase José A. Baujin y Mercy Ruiz (coord.): “Con un himno en la garganta”. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria e Inocencia, de Alejandro Gil, La Habana, Editorial UH y Ediciones ICAIC, 2019. (N. del E. del sitio web).

[3] Fermín Valdés-Domínguez escribió dos libros fundamentales…

[4] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, Universidad de La Habana, Cuadernos Cubanos, 1969. Reproducción de la tercera edición, Santiago de Cuba, 1890.

[5] Jorge Mañach: Martí, el Apóstol, Madrid, Editorial Verbum, 2015, pp. 19‑20.

[6] Ibíd., p. 37.

[7] No existe mucha información sobre el Cuerpo de Voluntarios. Por algunos documentos consultados en Internet he podido averiguar que esa organización militar se fundó en 1850, aunque ya durante la Toma de La Habana por los ingleses se reporta la formación de los primeros voluntarios urbanos. El Cuerpo de Voluntarios estaba conformado, principalmente, por peninsulares de entre veinte y cincuenta años. Recibían instrucción militar. También se alistaban cubanos leales a España. [Véanse, al respecto, Emilio Roig de Leuchsenring: “Los Voluntarios: tragedia y sainete en 1869. La Habana en que vivió Martí”, Carteles, La Habana, 31 de mayo de 1953; Luis F. LeRoy y Gálvez: “Violencia en La Habana en 1869” y “Gonzalo Castañón”, A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, pp. 25-53 y pp. 55-81, respectivamente; y Marilú Ugalde Cancio: Voluntarios de Cuba española (1850-1868), La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2011. (N. del E. del sitio web)].

[8] Actualmente Isla de la Juventud. (N. de la E.)

[9] Juan Jiménez Pastrana: Ignacio Agramonte: documentos (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974): “La revolución parecía agitarse en las convulsiones de la agonía. Hambrientos, semidesnudos, sin municiones, perseguidos sin tregua ni descanso, obligados a buscar refugio en los lugares más inaccesibles […] los legionarios de la Libertad semejaban caravanas de mendigos […]. Fue entonces cuando los más animosos indicaron a Agramonte la necesidad de pensar en las bases de una capitulación honrosa, y como el héroe camagüeyano rechazara indignado la proposición, preguntándole con cuáles elementos contaba para prolongar la resistencia, pronunció aquella frase sublime: ‘¡Con la vergüenza!’”. (p. 380).

[10] Se les acusaba de mucho más: de haber rayado y roto el cristal, que habían arrojado al piso las coronas de siemprevivas, que habían sacado los huesos del ataúd. Pero el sepulcro estaba intacto, solo con aquellas rayas antiguas, cubiertas por el polvo y la humedad. También se les acusó de haber profanado la tumba de don Ricardo de Guzmán, comandante español que había perdido el brazo derecho combatiendo contra los mambises.

[11] Juan Manuel Sánchez Bustamante y García del Barrio.

[12] Felipe Alonso era amigo de Castañón. El historiador Ramiro Guerra Sánchez lo menciona en su libro Guerra de los 10 años: 1868-1878 (La Habana, Cultural, S.A., 1952, t. 2, p. 136): “Acompañaban al gobernador: el capitán del Quinto Batallón de Voluntarios, Felipe Alonso, uno de los acompañantes de Gonzalo Castañón en el viaje a Cayo Hueso, don‑ de este fue muerto; el también capitán de Voluntarios, Apolinar del Rato, y varios agentes de policía”.

[13] Pablo Valencia y García.

[14] Fueron separados del grupo un militar peninsular de apellido Godoy, perteneciente al Cuerpo de Sanidad, que era alumno del primer año, y el jovencito de solo catorce años, Octavio Smith Guenard, nacido en Cárdenas, cuya madre era estadounidense. El hecho de excluir al peninsular militar era ya una señal inequívoca de la intención política de las acusaciones. Según Valdés- Domínguez, el Vice‑cónsul estadounidense intervino para que se liberara al joven, aunque Le Roy Gálvez es de la opinión de que se tuvo en consideración a la edad.

[15] Llama la atención que el general Crespo no aparezca representado en la película, al ser un personaje fundamental en la historia de los acontecimientos ocurridos en noviembre de 1871.

[16] Se refiere al vehículo que se utilizaba para transportar los cadáveres en el camposanto. (N. del E. del sitio web).

[17] Para ampliar sobre este tema, ver Ramiro Guerra Sánchez, José M. Pérez, Juan J. Remos y Emeterio S. Santovenia: Historia de la nación cubana, La Habana, Editorial Historia de la Nación Cubana, S.A., 1952; Ramiro Guerra Sánchez: Guerra de los 10 años: 1868-1878, ob. cit.

[18] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., pp. 89‑90.

[19] Ibíd., p. 219.

[20] Valdés Domínguez los relaciona con nombres y apellidos y solo registra cinco capitanes. Se fijó la cifra de nueve capitanes Voluntarios teniendo en cuenta los nueve batallones de Voluntarios en servicio, un capitán por cada batallón. (Ver: Ramiro Guerra Sánchez: Guerra de los 10 años: 1868-1878, ob. cit., pp. 137‑139).

[21] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., pp. 31‑32.

[22] Ibíd., p. 32.

[23] Verdugo, natural de Matanzas, el día 23 se encontraba en su hogar y había llegado a La Habana el 25, pocas horas antes de la detención de toda la clase del primer año de Medicina. (N. del sitio web).

[24] Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., pp. 41 y 53.