El propósito martiano incluía, además del éxito de la guerra necesaria contra el enemigo colonial, un complejo proyecto funda­cional de alcance antillano y proyecciones continentales, dentro de un mundo convulso en el que se enfrentaban potencias avariciosas, cuyos designios podrían romper el equilibrio planetario, como ocurrió cuando habían transcurrido menos de tres lustros del siglo xx. La garantía de supervivencia de la nación cubana, una vez lo­grada la derrota del colonialismo español, estaría sustentada en la cohesión interna de los elementos disímiles que la componían. Esta constituía el cimiento de su concepción de la unidad patriótica y revolucionaria, elemento esencial del proyecto a llevar a cabo.[5]

     Para alcanzar la unidad era —y es— necesario ganar el pensa­miento y los sentimientos patrióticos de todos los sectores de la población, incluso de quienes no coincidían plenamente con la to­talidad de los enunciados del proyecto inicial. Así lo había expre­sado en 1880, en su memorable “Lectura en Steck Hall”, cuando dirigió la palabra a quienes confiaban en los objetivos de la guerra, sino también a los vacilantes, a “los que dudan”, a “perezosos o cansados”, e incluso llamó “al honor severamente a los que han desertado su bandera”.[6] Una de las condiciones del éxito es el logro de la “unidad de pensamiento”, pero esta de ningún modo quiere decir “la servidumbre de la opinión”, por lo que Martí no aspiraba “a una unanimidad imposible en un pueblo compuesto de distintos factores, y en la misma naturaleza humana”,[7] sino a propiciar la coincidencia en medio de la diversidad de matices propia de toda mentalidad creadora, sin imponer límites absurdos que causarían el alejamiento de quienes coincidían en el objetivo irrenunciable: “Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si sirven a la patria […] con aquel estudio de los componentes del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos […!]”.[8]

     El Apóstol incrementó entonces la labor de convencimiento, de modo que la mayoría de la población conociera y compartiera la nueva concepción revolucionaria, y se abriera cauce el razonamien­to: —“Un pueblo, antes de ser llamado a guerra, tiene que saber tras de qué va, y adónde va, y qué le ha de venir después”.[9] Condición trascendental, pues las características de la república futura eran del todo novedosas, una forma de organización social diferente a las que existían en su época, una sociedad a la que “no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano”.[10]

     El mejoramiento de este solo puede alcanzarse mediante “el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre”,[11] con lo cual se fortalecería la nación frente a quienes aspiran a sustituir a los mandatarios, a continuar la mala tradición de despreciar las necesidades y opiniones de las mayorías y a generalizar la descon­fianza paralizante desde posiciones autocráticas y dogmáticas. Un efecto nocivo ocasionaría asumir modos elitistas de establecer las relaciones entre dirigentes y dirigidos, con la primacía de la buro­cratización, la excesiva centralización y formalismos conducentes a la parálisis del flujo de interrogantes y respuestas, preocupaciones y soluciones, con total alejamiento de las palpitaciones contradicto­rias de la vida real, lo que provoca la marginación y el retraimien­to de las masas en la práctica cotidiana, ámbito donde se forman realmente los ciudadanos. El Maestro advirtió sobre este negativo fenómeno y sus consecuencias, y llamó a “echar pie a tierra con la patria revuelta”.[12]

     En Martí es constante la preocupación para que se viabilizaran el diálogo y el debate, e insistía en el respeto a las opiniones dife­rentes: “El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es en mí fanatismo”.[13] La patria libre no podría existir mientras continuara maniatado el pensamiento de los ciu­dadanos. Desacertaba quien excluyera a los que concibieran las soluciones con tibieza, o con ansias desenfrenadas, pues no se tra­taba de imponer un modo de razonar, sino de servir a la patria con el estudio adecuado de los elementos que la componen. Con las capacidades y limitaciones que la caractericen, cada persona puede formarse un juicio, y debe encomiarse la honradez de expresarlo con franqueza, sin temor al error, pues este puede rectificarse. Des­honesto es el que “desee para su pueblo una generación de hipócri­tas y de egoístas”,[14] incapaces o temerosos de decir lo que sienten y piensan, con la mente puesta en sus intereses personales, sin tener en cuenta los de la colectividad a que se deben. La participación, el diálogo, el intercambio sincero de puntos de vista, propicia solucio­nes mejores que las que elucubra una sola mente. A la diversidad de opiniones no temía el Maestro, sino a la falta de ellas, muestra de pobreza espiritual y sumisión, con las que no se forjan naciones fuertes, sino colectividades aborregadas.

     Tales opiniones sobre las complejas tareas organizativas de la guerra futura y de la República nueva ganaban adeptos hacia el principio de la década de los años ‘90. Fue entonces cuando el mayor general Antonio Maceo realizó el intento de promover la guerra desde el interior del territorio cubano. Valiéndose de un pretexto familiar logró el acceso al suelo patrio y, con su atracción personal y el prestigio alcanzado por sus ideas y sus glorias militares, logró iniciar una conspiración que, descubierta por las autoridades ibéricas, determinó la expulsión del Héroe de Baraguá con el con­siguiente fracaso del propósito insurreccional.

     José Martí y otros muchos independentistas conocieron del hecho y reafirmaron la convicción de organizar sobre bases nuevas las fuerzas dispuestas a luchar contra el colonialismo. Entre estas, en primer lugar, se hallaba la implementación de métodos de dirección que superaran las principales contradicciones existentes. Debía crearse una organización político-militar capaz de vincular a todos los dispuestos a enfrentar y vencer la dominación foránea, y a fun­dar una sociedad diametralmente distinta a la que se heredaría del coloniaje.

     Eran objetivos esenciales de la nueva organización preparar la guerra independentista y, a la vez, crear las condiciones político-ideológicas que garantizaran el espíritu y la práctica democráticos de la república que surgiría de la contienda bélica. No eran procesos sucesivos, sino se realizarían paralelamente hasta alcanzar la an­siada libertad, y con ella las condiciones propicias para la emanci­pación humana. El Apóstol no establecía una separación entre ambos momentos, pues para él “la política, o arte de ordenar los elementos de un pueblo para la victoria, es la primer necesidad de las guerras que quieren vencer”;[15] dijo, de modo conciso: “La guerra es un procedimiento político”;[16] y concluyó: “Preparar la guerra, es guerra”.[17]

     A esta labor se constreñiría el Partido, a organizar la contienda bélica, no a dirigirla. Tal precisión de sus funciones ratificaba el desinterés con que sus miembros se entregaban a la lucha indepen­dentista. Martí expresó que la “misión previa y transitoria” del Partido Revolucionario cesaría “el día en que ponga en Cuba su parte de la guerra”.[18] El país se daría sus propios jefes e instituciones, y sería el gobierno elegido en la tierra insurrecta el encargado de guiar a los patriotas, cuando el aparato partidista asumiría las tareas de auxiliar a la autoridad suprema de la isla en armas, que se caracterizaría por su “respetable representación republicana”, garan­tía de la “plena libertad en el ejército”.[19]

     La doble función del Partido Revolucionario Cubano, política y militar, puede apreciarse en las Bases, documento programático que consta de ocho artículos, en los cuales se hace el llamado a la guerra, o se mencionan las características de esta, en siete ocasiones: orde­nar “la guerra en Cuba”, “guerra generosa y breve”, “guerra de es­píritu y métodos republicanos”, “la guerra que se ha de hacer”, “triunfo rápido de la guerra”, “recursos continuos y numerosos para la guerra”, acelerar “el éxito de la guerra”. En los propios artículos queda expuesta la finalidad de la contienda, “encaminada a asegu­rar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla”, dirigida a fundar “una Nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos”, asumir “los deberes difíciles que su situación geográfica le señala”, y desarrollar “un pueblo nuevo y de sincera democracia”, “para el decoro y bien de todos los cubanos”, abrir “el país inmedia­tamente a la actividad diversa de sus habitantes”, y alcanzar “la fundación de la nueva República indispensable al equilibrio americano”.[20]

     La adhesión a estos documentos fundacionales no se hizo espe­rar. Los clubes ya existentes y los de nueva creación le dieron su apoyo, y el 10 de abril de 1892 fue proclamada la nueva organización, que encabezaría José Martí desde entonces y hasta el momento de su primer y único combate armado. Solo contaba con cuarentaidós años, suficientes para crear una obra que trascendió su época y se proyecta hacia el futuro. Lo había avizorado, y hoy sus palabras tienen la fuerza de un compromiso: “Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas de la patria!”[21]

Ibrahim Hidalgo Paz[22]

Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017, no. 40, pp. 216-223.

Otros textos relacionados:

  • Fina García-Marruz: “El viaje a Cayo Hueso. Fundación del Partido”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, Albur, órgano de los estudiantes del Instituto Superior de Arte, año IV, número especial, La Habana, mayo de 1992, pp. 218-222; Centro de Estudios Martianos, 2004.
  • Ángel Augier: “La proclamación del Partido Revolucionario Cubano (1892-10 de abril-1942)”, Acción y poesía en José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos-Editorial Letras Cubanas, 1982.
  • Julio Le Riverend: “Teoría martiana del partido político” (1942), José Martí: pensamiento y acción, introducción de Hernán M. Venegas Delgado, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 17-45.
  • Juan Marinello: “El Partido Revolucionario Cubano: creación ejemplar de José Martí” (1975), 18 ensayos martianos, La Habana, Ediciones UNIÓN y Centro de Estudios Martianos, 1998, pp. 386-402.
  • Pedro Pablo Rodríguez: “El Partido Revolucionario Cubano: culminación de la ideología revolucionaria martiana” (1975), Al sol voy. Atisbos a la política martiana, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 66-76. (Bohemia, 24 de enero de 1975).
  • Diana Abad: “El Partido Revolucionario Cubano: organización, funcionamiento y democracia”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1981, no. 4, pp. 231-256.
  • Sergio Aguirre: “Partido Revolucionario Cubano: génesis y análisis”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982, no. 5, pp. 237-246.
  • Joel James Figarola: “Reflexiones sobre la fundación del Partido Revolucionario Cubano”, José Martí en su dimensión única, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 1997.
  • Roberto Fernández Retamar: “Desatar a América, y desuncir al hombre. Notas sobre la ideología del Partido Revolucionario Cubano”, Introducción a José Martí, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2001, pp. 133-147.
  • Jorge Ibarra: “El Partido Revolucionario Cubano: ¿Un partido de clase media o un frente de liberación nacional? ¿Un partido de centralismo democrático o de dirección unipersonal?” (capítulo III), José Martí, dirigente, político e ideólogo, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2008, pp. 98-148.
  • Paul Estrade: “La sucesión de Martí a la cabeza del Partido Revolucionario Cubano”, Martí en su siglo y en el nuestro, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2008, pp. 105-118.
  • Ibrahim Hidalgo Paz: “El Partido de Martí: fundar la república tras la guerra”, Temas, La Habana, enero-marzo de 2019, no. 97, pp. 4-11. Ver más…

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[5] Ver “José Martí: una estrategia de unión patriótica y revolu­cionaria”, ob. cit., pp. 58-60; y Pedro Pablo Rodríguez: “La idea de liberación nacional en José Martí”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí, Biblioteca Nacional de Cuba, 1972, no. 4, pp. 189-202.

[6] JM: “Asuntos Cubanos. Lectura en Steck Hall”, Nueva York, 24 de enero de 1880, OCEC, t. 6, p. 133.

[7] JM: “Generoso deseo”, Patria, Nueva York, 30 de abril de 1892, no. 8, p. 1; OC, t. 1, p. 424.

[8] JM: “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868”, Nueva York, Masonic Temple, 10 de octubre de 1887, OCEC, t. 27, p. 18.

[9] JM: “Carta a José Alfonso Lucena”, Nueva York, 9 de octubre de 1885, OCEC, t. 23, p. 168.

[10] JM: “Los pobres de la tierra”, Patria, Nueva York, 24 de octubre de 1894, no. 134, p. 1; OC, t. 3, pp. 304-305.

[11] JM: “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución, y el deber de Cuba en América”, Patria, Nueva York, 17 de abril de 1894, no. 108, p. 2. (OC, t. 3, p. 139). En otra ocasión el Apóstol expresó: “Solo el ejercicio general del derecho libra a los pueblos del dominio de los ambiciosos”. (JM: “Grandes fiestas y grandes problemas”, La Nación, Buenos Aires, 27 de enero de 1884, OCEC, t. 17, p. 161).

[12] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución, y el deber de Cuba en América”, ob. cit., p. 2; OC, t. 3, p. 140.

[13] JM: “Carta al general Máximo Gómez”, Nueva York, 12 de mayo de 1894, EJM, t. IV, p. 137.

[14] “Asuntos Cubanos. Lectura en Steck Hall”, ob. cit., p. 139. Ver Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868 en Masonic Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1887, OCEC, t. 27, pp. 13-25.

[15] JM: “La oración de Tampa y Cayo Hueso”, discurso en Hardman Hall, Nueva York, 17 de febrero de 1892, OC, t. 4, p. 303.

[16] JM: “Nuestras ideas”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, no. 1, p. 1; OC, t. 1, p. 317.

[17] JM: “Carta a los Presidentes de los Clubs en el Cuerpo de Consejo de Key West”, Nueva York, 27 de mayo de 1892, EJM, t. III, p. 114.

[18] JM: “Los emigrados, las expediciones y la revolución”, Patria, Nueva York, 1º de abril de 1893, no. 55, p. 2; OC, t. 2, p. 275.

[19] JM: “Carta a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, TEC, p. 75.

[20] JM: “Bases del Partido Revolucionario Cubano”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892, no. 1, p. 1; OC, t. 1, pp. 279-280.

[21] JM: “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868”, Nueva York, Masonic Temple, 10 de octubre de 1888, OC, t. 4, p. 232.

[22] Historiador. Dirige el Equipo de Investigaciones Históricas del Centro de Estudios Martianos.