Comienza la batalla a disipar su cuerpo
Debajo de las frentes de sus hijos.
Un golpe de asombrada desventura o mar de héroes
Hacia otros mundos parte.
                                                La ciudad es la llama del silencio
Golondrina a solas en la más remota luna
Deshecha suavemente de plumas y de duelo
Bajo el fluir del llanto
Busca las cenizas de sus hijos.

Debajo de la muerte henchida de amapolas
Debajo del sonido del llanto de la muerte
Debajo aún donde la tierra ignora a los guerreros
Donde nunca la estrella se detuvo
Un cuerpo un árbol una estación purísima del año se disuelve
El más bello hijo de todos los padres Abinadab
Abinadab esposo silencioso grave como un azahar
Con el pecho postrado en lo sombrío
Golpeando con su sueño de muerte la desesperación de la muerte
Vencido al fin devuelto al reino perpetuo de la desesperación.

Tiritando y cayendo bajo la playa ilimitada
Abinadab esposo silencioso de la muerte
Debajo de los cuerpos yacientes de la esfera
Debajo de las nieblas sollozantes
Debajo del metal cubierto de tinieblas
Solo solemne muerto
Y Saúl contemplándole
Arrancando a sus ojos la postrera desolación
Sonriendo de pronto libre a solas con su alma
Hundido en las cenizas de sus hijos
Retrocediendo no guerrero ni rey mas padre puro
Muriendo ante su risa los árboles los peces remotos
Los últimos relumbres de la hoguera
Muriendo todo lo tierno y todo lo amoroso ante su risa
Ante el duro disfraz de su llanto
Retrocediendo y mirando y sonriendo
Evocando la gloria tendida del combate
Hundido en las cenizas de sus hijos
Con el cuerpo de oro con la última forma viva de su carne
Abinadab celeste sideral mensajero de la muerte
Y Saúl contemplándole
Irremediablemente huérfano de hijos
Se inclina sonriendo hacia la muerte
Levanta sonriente el cuerpo final de su esperanza
Y lo entrega callado triunfante sonriendo
A la furia tranquila de las llamas.

Vuelve prendido de la muerte
Dialogando de pronto con la muerte
Soñando con su espada
Busca las cenizas de su cuerpo
Nube ya, áspero polvo, vencido.

Un centinela augusto velando a las estrellas
Con el silencio vivo que la muerte mantiene
Con el cuerpo cubierto de heridas luminosas
Firme y sereno muerto velando a las estrellas
Sobre la planicie sembrada de insepultos
Junto a la encarnada tienda del vencido
Con el cuerpo cubierto de heridas luminosas
Ante la noche muerta que finaliza el mundo
Con la espada en sus manos de muerto fidelísimo
Velando despertando en medio de su muerte
Para velar erguido debajo de la estrella
Volviendo de la muerte al escuchar los pasos de su rey
Debajo de la tierra encima de la muerte
Se ve envuelto de pronto por la nube gimiente
Por el pecho que pide el calor de la espada
y el guerrero se vuelve de espaldas al monarca
Niega entregar la muerte niega su espada muerta
Parte silencioso bajo el cielo sombrío.

Busca las cenizas de su cuerpo
Sombra ya, muerto ya, vencido.
Perdido en la llanura oscura de la muerte
Solo solemne muerto
Padre más solitario que todos los muertos
Huérfano de simiente eternamente muerto
Avanza hacia su espada gigantesco y hermoso
Procurando un combate inclinando sus manos de gigante
Hacia la flor tiernísima del sueño.

Acompañado apenas de sí mismo avanza hacia su espada
Con las estrellas creándole faz de moribundo
Iluminando su vuelta hacia la muerte
Las estrellas ávidas de muerte
Levantadas del cielo vigilantes
Guiándole la sombra hasta la espada
Hasta el lecho delgado donde la muerte anchísima se asoma
Donde una estrella sola le espera y le conduce
Nube ya; áspero polvo, vencido,
Sombra ya, muerto ya, vencido,
Hacia el sitio en que nada se devuelve.

Jabes la que él salvara inaugura el incendio de sus cenizas
Jabes ciudad tejida por la espada y el fuego
Ciudad donde la muerte ordena sus legiones
Donde el dolor habita el sitio de las rosas
Donde Saúl un día nació para la lumbre
Golpeando con su pecho el rostro de la luna cuajado de saetas
Donde un humo tranquilo sonoro libertado
Sella la destrucción de cuerpos de reinos de ciudades
Con la furia tranquila de las llamas.

Gastón Baquero

*Concierto para cuatro clavicordios, Vivaldi-Bach.
Gastón Baquero: “Saúl sobre su espada” (La Habana, 1942), Como un cirio dulcemente encendido. Poesía completa, compilación y prólogo de Pío E. Serrano, epílogo de Manuel García Verdecia, Holguín, Ediciones La Luz, 2015, pp. 65-71.