DE LA CONTINUIDAD

EN EL ESFUERZO CULTURAL: ORÍGENES

Tres revistas últimamente a nuestras manos: Estampas, de los padres dominicos, La Quincena, de los franciscanos, y Orígenes, dirigida por José Lezama Lima.

     De las dos primeras digamos muy brevemente: parece que Estampas no está hecha por los dominicos en espíritu de servir a la gran tradición de esa Orden luminosa, sino que más modestamente se ha querido hacer otra revista gráfica más, a fin de no presentarle al gran público una revista desacostumbrada. La Orden de los Dominicos ha sido llamada con razón “la cabeza de la Iglesia”. El pensamiento sólido, la exégesis filosófica, la profunda y a un tiempo clara orientación sobre los grandes problemas, forman la materia prima habitual de la acción intelectual de los dominicos. Pero la revista Estampas tiene una aspiración más modesta: aspira a distraer la vida durante unos minutos, con grabados grandes y bien reproducidos, y con mucha amenidad.

     De La Quincena, antiguo seminario San Antonio, digamos en honor de este último número que tiende un poco menos a lo fuertemente “popular” que el anterior. Parecía que los reverendos padres franciscanos salían a la conquista de las grandes masas amoldándose a las sagaces normas de captación de pueblo que cultiva la popularísima sección “En Cuba” de la revista Bohemia. Un fuerte espíritu de fe flotaba sobre aquellas páginas otrora dedicadas a la fe.

     Pero el último número baja un poco la temperatura juvenil —en el sentido de escalinata y polémica antigubernamental que damos a esta palabra—, y se remansa hacia playas de mayor serenidad. De todos modos, es un interesante ensayo este de buscar un equilibrio entre las preferencias multitudinarias por un género periodístico “vivo y picante” —en tangencia siempre con la noticia no comprobada y la agitación de pasiones sectarias—, y la misión insustituible que corresponde a los sacerdotes de orientar sine ira et studio…

     No hay novedad en la revista tercera, Orígenes, esa publicación que a los diez años largos de vida sigue siendo entre nosotros una rara novedad. Su último número, el trigésimo séptimo,[1] es tan rico en materiales, tan sólido, tan consciente de su obligación de exigencia y rigor, como los números anteriores. La fuerte mano de José Lezama Lima trabaja en la continuidad, en forma que obliga a considerarle como un hecho singular: pasan los tiempos, las desazones, las pequeñeces, las inevitables invitaciones a la locura y el arrebato, al abandono y al juego, y este hombre sigue enraizado en su roca, trabajando con la paciencia, la seguridad, la inalterabilidad de un Destino.

     A Lezama Lima le acompaña en Orígenes una legión de creadores. Con el suyo, ahí están los nombres que indudablemente “quedarán”, los que serán mañana, con muy pocos otros, el centro y la meta de nuestra historia mejor. Cuando pasa el estruendo, la peripecia vulgar de la historia cotidiana de la política, del forcejeo “por vivir”, se opera una radical mutación en el escenario de la historia y aquello que figuró como radiante y principal pasa al fondo, hasta desaparecer; en tanto que aquello visto como oscuro, anónimo, insignificante —lo que nunca llegó a ser noticia sensacional, ni personaje popular, ni comentario callejero—, pasa a ser lo perdurable. Cuando se hunda la muchedumbre de políticos, guerreros, comerciantes, “hombres importantes” de todas clases, la historia se espuma y se resume a sí misma en un poeta, en un músico, en un pintor.

     Por ahora, en Cuba, la inteligencia no se ve. No hay hora ni minuto para ello en el reloj de la historia cubana de los últimos veinte años. Viven y figuran los que nacen sin inteligencia o los que renuncian a ella. Quienes se mantienen fieles a las siempre impopulares y al parecer inactuales manifestaciones y exigencias de la inteligencia, la pasan muy penosamente y no cuentan para en el desfile de “personalidades” ni en la distribución de oportunidades para vivir y trabajar. Por esta subversión de jerarquías y de preeminencias, no alcanzamos a comprender lo que representa una continuidad, un sacrificio, por cosas que en definitiva dejan de pertenecer a quien las crea en el momento mismo en que cobran vida. Un hecho como el de la revista Orígenes constituye una forma suprema de heroísmo donde todo invita a no seguir, a cambiar de rumbo, a “ganarse la vida” haciendo cualesquiera de esas incultas y anti-inteligentes tareas remunerativas: periodismo, televisión, radio. Y quien dice Orígenes dice José Lezama Lima. Encarna él una actitud incomprensible por ahora y en el ahora que vivimos, ya que lo cómodo es lo otro, halagar las pasiones públicas, unirse a los gobiernos o a las oposiciones, bailar al son del pandero que en un sitio o en otro pueda atraernos las miradas y los aplausos de la mayoría. Cuando esta aplaude “valemos” más, ganamos más, en dinero, que es decir en muerte y en pérdida del porvenir.

     Ignorar que de una actitud así están hechas las páginas mejores de la historia cultural de cualquier país es ignorar demasiado. La revista Orígenes tiene pocos lectores, lógicamente; de un tiempo a esta parte ha perdido la anticipada seguridad económica, pero el singularmente último número demuestra que no ha perdido nada más, sino que acaso la inseguridad económica ha hecho redoblar el espíritu crítico, la capacidad de selección. Pues este número trigésimo séptimo es uno de los más bellos, representativos y ricos que ha publicado. Junto a los grandes nombres —Juan Ramón Jiménez, Simone Weil—, los de aquellos que se inician o llevan poco tiempo en el reino de la creación “CCCC” —Alvar González Palacios, Fausto Masó, Cleva Solís, Mario Parajón—; en medio de unos y otros, los de la “casa”, Fina García Marruz, Cintio Vitier, Lorenzo García Vega, Roberto Fernández Retamar. El propio José Lezama Lima publica en este número un poema, “Aguja de diversos”, y una nota sobre Julián Orbón. (Entre paréntesis: no recordamos nada parecido, en materia de homenajes y de ofrecimientos de estos, a la lectura hecha por Lezama Lima, en una reunión convocada por el padre Gaztelu, de estas páginas que ahora recoge bajo el rubro sencillísimo de “Nota”). La portada es de Amelia Peláez, la maestra fiel, la de la santa continuidad y la paciencia infinita.

     Nada más. Otro número resplandeciente de una revista. Poemas, traducciones, relatos literarios, y todo realizado con amor, sin ánimo de destruir nada, sino al revés: con el alma puesta en mantener alto y viviente el espíritu de la creación artística desinteresada, movida por una vocación no traicionada… ¿Qué importa que el silencio y la incomprensión rodeen e intenten asfixiar empeños como este? Cuando todo parece igualmente pasar y morir, se advierte que hay algo resistente, extraño a la desaparición y al polvo de la tumba. Ese algo es fruto del espíritu, el producto de la obra realizada con los materiales indestructibles de la pura inteligencia y la pura creación.

(Diario de la Marina, La Habana, 6 de marzo de 1955).

Gastón Baquero: “De la continuidad en el esfuerzo cultural: Orígenes”, Paginario disperso, introducción de Carlos Espinosa Domínguez, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014, pp. 73-76.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, Úcar García, s.a., 1955, año XII, no. 37.
Sumario:
Juan Ramón Jiménez: Odas libres
Simone Weil: De intuiciones precristianas (trad. de CV).
Fina García Marruz: Monólogos
Cintio Vitier: El apócrifo
Georges Schehadé: Retrato de Julio Supervielle (trad. de CV).
Lorenzo García Vega: Pequeño sucedido
Roberto Fernández Retamar: Canciones de antes
José Lezama Lima: Aguja de diversos
Mario Parajón: Cuatro a la mesa
Cleva Solís: La mancha
Alvar González Palacios: Poemas
Fausto Masó: “Bueno”
José Lezama Lima: De Orígenes a Julián Orbón