Para encontrar los medios de rectificar un ramo de las ciencias, es preciso, primeramente, observar el estado en que se halla, y las causas que producen este efecto. Me es muy sensible, pero absolutamente necesario, exponer que la Ideología está entre noso­tros en la mayor imperfección. La prudencia no dicta que yo pruebe este aser­to, refiriéndome a las personas que habiendo ya sali­do de las clases, ejercen la literatura, porque estoy bien persuadido que entre esta especie de gente hay muy pocos que quieran ver, menor número que vea, y muchos que obstinadamente se opongan a todo lo que no es conforme a las ideas vaciadas en estre­chos moldes con que fueron educados. Hablaré solamente de la juventud, que aún está en disposición de recibir el influjo benéfico del cuerpo patriótico, si percibi­mos los males que la aquejan y sus causas.

     Tengo probado por experiencia, lo que habrán conocido todos los que se hayan dedicado a reflexio­nar sobre la educación pública, y es, que la juventud bajo nuestro plan puramente mecánico de enseñan­za, adquiere unos obstáculos insuperables para el estudio de la Ideología y es preciso que tenga un gran empeño en olvidar lo que ha aprendido con tantas fatigas. ¡Desgraciada suerte de nuestra juventud! No me acuerdo que haya venido ante mí a oír las primeras lecciones de Filosofía, un solo joven, cu­yas ideas hayan sido bien conducidas en la primera enseñanza. Se les encuentra inexactos, precipitados, pro­pensos a afirmar o negar cualquiera cosa sin exami­narla, y solo porque se lo dicen llenos de nomencla­turas vagas, sin entender ni una palabra de ellas: tan habituados al orden mecánico de repetir de me­moria sin poner atención a nada de lo que dicen, que cuesta un trabajo inmenso hacerles atender y se ha­llan en unas regiones absolutamente desconocidas, cuando se les manifiesta que toda esa rutina es des­preciable, y que en cuanto a las ciencias no han dado un paso, siendo perdidos casi todos sus estudios anteriores.

     Tal es la situación, Señores, de la juventud ha­banera. Yo no temo ser desmentido, pues la expe­riencia es muy constante. A los quince años, los más de nuestros jóvenes han sido como unos depósitos, en que se han alma­cenado infinitas ideas, las más extravagantes, o como unos campos en que se han sembrado indistinta­mente diversos granos, cuyos frutos mezclados con irregularidad presentan el trabajo más penoso para clasificarlos, y rara vez se consigue.

     Investigando el origen de estos males, encuen­tro que provienen principalmente de la preocupación que reina entre nosotros, de creer que los niños son incapaces de combinar ideas, y que deben enseñár­seles tan mecánicamente, como se enseñaría a un irracional. Nosotros somos, dice el gran maestro del duque de Parma, nosotros somos los irreflexivos, cuando atribuímos a la incapacidad de los niños lo que es un efecto de nuestro método y lenguaje.

     Efectivamente, Señores, si conducimos un niño por los pasos que la Naturaleza le indica, veremos que sus primeras ideas no son muy numerosas, pero si tan exactas como las del filósofo más profundo. Hablemos en el lenguaje de los niños, y ellos nos entenderán. Es temerario el empeño de querer que sus primeros pasos sean tan rápidos como los del hombre ya versado, pero es igualmente un error prohibirles que los den, o a lo menos no excitarlos a este efecto.

     Se dice vulgarmente, que llegando al uso de la razón pensarán con acierto, y que a las clases de Filosofía pertenece desenvolver los talentos de la ju­ventud, preocupación perjudicial que ha causado daños a la sociedad. El hombre usa de su razón desde el momento en que tiene facultades y necesidades, que es decir, desde que presentándose como un nuevo individuo en el teatro de los seres, inmutan estos sus órganos sensorios, y le hacen percibir las relaciones que ha contraído con el universo. La filosofía empieza para el hombre cuando nace, y concluye, cuando desciende al sepulcro, dejándole aún espacios inmensos que no ha recorrido. Los que enseñan no son más que unos compa­ñeros del que aprende, que por haber antes pasado el camino pueden cuidar que no se separe de la di­rección que prescribe el análisis. El verdadero maes­tro del hombre es la naturaleza.

     Estas consideraciones me conducen a pensar que la Ideología puede perfeccionarse mucho en esta ciudad, si se estableciese un nuevo sistema en la pri­mera educación, dejando el método de enseñar por preceptos generales aislados, y pocas veces entendi­dos, aunque relatados de memoria, se sustituye una enseñanza totalmente analítica, en que la memoria tenga muy poca parte, y el convencimiento lo haga todo.

     No es mi ánimo sobrecargar a los jóvenes con el gran peso de prolijas meditaciones. Tampoco pretendo que un aparato científico, lle­no de todos los adornos que suelen ponerse a las obras del ingenio, para darles un mérito que no tie­nen venga a deslumbrar los tiernos ojos de la niñez. Muy lejos de esto. Estoy persuadido de que el gran arte de enseñar, consiste en saber fingir que no se enseña. Yo creo que todas las reglas que con tanto ma­gisterio se suelen presentar, vienen a ser como unas columnas de humo, que las disipa el menor viento, si no están fundadas en investigaciones anteriores, siendo el resultado de unos pasos analíticos, cuya relación se haya percibido.

     Las reglas son el término de nuestras investiga­ciones, y no pueden ser el principio de ellas. Las pro­posiciones generales resultan del análisis de muchos individuos, que forman como una cadena, y si el en­tendimiento no percibe la unión de sus eslabones, todos los axiomas son inútiles, diré más, son perju­diciales, porque alucinan al espíritu con su evidencia mal aplicada, y el hombre será tanto más igno­rante cuanto menos cree serlo. Es preciso concluir por donde ahora se empieza. Esta proposición para vosotros, que no ignoráis los trabajos inmortales de los célebres ideólogos.

     Los fundamentos de la Ideología, no pueden dar­se, sino cuando se ha hecho pensar bien al hombre, sin que él perciba que el ánimo era formar un plan ideológico: pues entonces la historia, por decirlo así, la historia de sus aciertos compendiada en cortas expresiones, formará su lógica perfectamente enten­dida, porque no será más que lo que él mismo haya hecho.

     Entonces, podrá verificarse que los jóvenes, cuando pasen a las clases de Filosofía, vayan a recti­ficar su entendimiento, esto es, a observar los pasos que ellos mismos habían dado sin saber que los da­ban, a rectificar algunos de ellos, y facilitarse las ca­rreras de las ciencias, no como sucede actualmente, que sólo van a aprender lo que es costumbre se apren­da, quedándose sobre poco más o menos con los mis­mos defectos intelectuales que antes tenían.

     Esta regla no es universal; vuestra prudencia lo conoce. Yo haría un agravio a los profesores públicos de Filosofía, que tanto fruto han dado y están dando, si dijera esto de todos los jóvenes que han cursado y cursan nuestras clases. Yo mismo me privaría del honor que me hacen muchos de mis discípulos, si agraviando su mérito negara la rectitud de sus ideas, pero esto se lo deben a las luces con que la naturaleza quiso favorecerlos, a su aplicación y genio filosófico, y algún tanto a mis cuidados.

     Propongo, pues, que la Sociedad mande formar, por alguno de los muchos sujetos instruidos que la componen, una obra elemental para la primera edu­cación. Por mi dictamen, esta obra debe ser la más breve y clara que sea posible. No debe encontrarse en ella ninguna voz técni­ca, ni palabra alguna que los niños no hayan oído millares de veces. Todas las divisiones y subdivisiones inútiles deben desterrarse. Por seguir lo mismo que siempre se ha seguido, no caigamos siempre en los mismos errores. Vale más acertar con pocos, que errar con todos.

     Reputo esta obra como un ensayo práctico y base fundamental de la Ideología teórica que se aprende­rá a su tiempo. Para esto conviene se elijan las mate­rias más interesantes, y que con más frecuencia de­ben tratarse, a saber, nuestra santa religión y las obli­gaciones del hombre social.

     Estos objetos que forman nuestra felicidad, son los mismos más ignorados. Un catecismo repetido de memoria en forma de diálogo, esperando el niño la última sílaba de la pregunta para empezar la pri­mera de su respuesta, es el medio más eficaz para perder el recto juicio, sin instruirse en la doctrina cristiana. El Diálogo no es para las obras elementa­les, y el aprender de memoria es el mayor de los ab­surdos. Yo no me detengo en probarlo porque la Sociedad, sobremanera ilustrada, no puede menos que percibir claramente los fundamentos de esta propo­sición.

     Creo, Señores, que ensayados los jóvenes en pen­sar bien sobre unos objetos tan familiares, tan dig­nos, se harán capaces de percibir los principios de la gramática universal, que deben ser el complemento de la obra que propongo.

     Me persuado igualmente que con estos ensayos podrán aprender la gramática de su lengua, la del idioma latino y cualquiera otra, sin más trabajo que procurar los maestros conducirlos por los mismos pasos que le han visto dar en esta primera educa­ción.

     La Sociedad, con su acostumbrado acierto, ha prevenido muchos de los medios de rectificación de la enseñanza pública que podrían ser objeto de mi discurso, como causas que influyen notablemente en la Ideología. Veo con complacencia que el bello sexo es atendido. La Habana se promete muchas ventajas de este esmero. Dos amigos han desempeñado con la mayor propiedad el encargo que les hizo, en orden a las escuelas de niñas, y su informe prueba bien por lo claro la necesidad que hay de mejorarlas. Ten­go entendido que se ha encargado la formación del plan general de enseñanza a uno de nuestros ami­gos, que lo es mío por relaciones particulares y cuya instrucción me es tan conocida, que no puedo me­nos que confiar en los más felices resultados.

     De todo lo expuesto, se deduce lo interesante que debe ser para vosotros enseñar al hombre a pen­sar desde sus primeros años, o mejor dicho, quitarle los obstáculos de que piense. Yo he insinuado algunos medios, vuestra inteli­gencia les dará el valor que tuvieren, y suministrará otros más ventajosos, pues yo no dudo que tendréis siempre en consideración la influencia de la Ideolo­gía en la sociedad, y los medios de rectificar este ramo.

[Félix Varela]

[Félix Varela: “Demostración de la influencia de la ideología en la sociedad y medios de rectificar este ramo”. En Memorias de la Real Sociedad Económica de La Habana, no. 7, julio de 1817].

Tomado de Félix Varela: “Demostración de la influencia de la ideología en la sociedad y medios de rectificar este ramo”, Obras, introducción de Eduardo Torres-Cuevas, compilación y notas de Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta y Mercedes García Rodríguez, La Habana, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, vol. I, pp. 86-94.