NATURALEZA Y REVELACIÓN

...continuación 4

     Sin embargo, en otro apunte de sus años juveniles define al hombre no como depositario solo de virtudes y noblezas, sino como contradicción y choque de encontradas fuerzas,[84] lo que parece remitirnos de nuevo a esta dualidad de lo creativo y lo destructor. En su primera carta a su madre, a los 9 años, ya aparece esta presencia de el río crecido y del caballo que se le regala y que él enseña a caminar “enfrenado”,[85] y es curioso que estos dos elementos se repitan en su experiencia última del campo de batalla, donde le regalan también un caballo[86] y donde da constancia de otro río “crecido”, el Cauto, al que compara con las pasiones desatadas de los hombres.[87] No deja de ser revelador que sea en esta primera crónica de 1875 sobre las inundaciones del Garona, donde por primera vez desarrolla el principio de “analogía” entre la naturaleza y el hombre, entre el río y la vida, y que en ella aparezca, con ese típico “vuelco” tan martiano, esta especie de rebeldía ante las fuerzas “fatales” de la Naturaleza,[88] que podían arrasar al hombre que le es superior en la conciencia y el albedrío. Se dijera contradictorio que sea en esta crónica sobre la analogía, donde aparezca esta falta de analogía, entre el espíritu del hombre y “la masa bestial”. Solo hay allí una frase (“la bella y lógica ley de relación”),[89] que nos recuerda aquella “música y razón”,[90 ] ya muy maduradas de los Versos sencillos, solo que aparece como formulación teórica más que como verdadera vivencia, que es como lo sentirá y expresará después.

     Martí siempre sintió vergüenza de hacer públicos versos como los Libres en que (a diferencia de los Sencillos) había tanta angustia ante la “procesión de culpables”,[91] tanto amor, pero a la vez tanta desesperanza de la condición humana, y a veces hasta como un miedo de su terrible capacidad de vileza. Después de las “náuseas mortales”[92] en que lo puso el conocimiento del propósito de los Estados Unidos de “comprar a Cuba”,[93] después de aquel “invierno de angustia” de la Conferencia Internacional de 1889, en que, como dice en su prólogo a los Versos sencillos, lo “echó el médico al monte” a recuperar la salud perdida, después que, como allí dice, pudo comprobar “la cautela y el brío de nuestros pueblos” de América, que no habían caído en el cebo puesto por el águila de Washington para sujetarlos bajo la garra “temible”.[94] Esta estancia suya en las montañas de Castkill tuvo una virtud realmente restauradora. Bien escribió allí: “Yo que vivo, aunque me he muerto […]”[95] Fue como una resurrección:

[…] corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos.[96]

     Son versos de equilibrio, de verdadera síntesis de una cerrazón y una apertura, domados, trascendidos. Si a veces cree haber sentido la impotencia y la cólera de la naturaleza ante el obstáculo que se yergue como una roca, símbolo del poder orgulloso y manchado por el crimen, otras la más pequeña o alada criatura le corrobora la superior constancia de la vida:

A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores.[97]

     Allí, en aquel necesario período de reposo, anterior a las grandes acciones y decisiones definitivas, su palabra, antes encabritada como potro indómito, toma el ritmo de la marcha, encuentra en la razón y armonía universales una fuerza teórica más para esperar el triunfo de su legítima lucha. Ello dio a su palabra el acceso a un tiempo y un espacio realmente nuevos en nuestra poesía. Su separación de la “copla tradicional” no es perceptible por ningún cambio exterior de metros o medidas: es el mismo viejo, humilde octosílabo español de las coplas populares, de las cantadas también en Hispanoamérica. Pero ya esa “forma” resulta inseparable de su propio sentido analógico del universo, y es esto lo que principalmente cuenta. No ya “las historias viejas” // Del hombre y de sus rencillas”,[98] sino esos instantes raros[99] en que los “sentidos arrasados” que dijera Lope de Vega, en su cima más aguda de dolor o delicia,  le han hecho “ver” el secreto de amor del Universo, como una tierra nueva del hombre.

     Podían la ambición y el crimen esparcir sobre la tierra sus fábulas sombrías, podría el vecino del Norte codiciar o medrar sobre el desamparo o desunión de nuestros pueblos de América, pero lo definitivo no sería esto: “mensajera” era la yerba y lo era el astro;[100] el hombre estaba inscrito en un proyecto de más vasto alcance, el hijo había de lanzarse al fragor de la batalla y todo acababa, como el torrente, coronado por un hálito de luz. La naturaleza era madre generosa que hablaba sin palabras, “maga que hace entender lo que no dice”,[101] lo consolaba como la cierva a su cervatillo herido, le dejaba vislumbrar la “divina belleza”,[102] en medio de la noche más oscura; en su seno batallaban también fuerzas terribles, pero ella dejaba oír siempre su latido, una hermosura “constante” que era como el latido del corazón. Ah, la naturaleza no era ni informe ni bestial, el espíritu no era una idealización abstracta inventada por los filósofos, soplaba sobre la vida para animarla, como lo viera flotar en el presidio sobre las aguas del Príncipe,[103] como soplaba ahora sobre el monte, con caricia preferida que a nada podía igualarse; todo estaba tramado y entramado, y no existía solo ni aparte, “la vida es doble”,[104] desde la raíz, por lo invisible de la vida corrían leyes magníficas, y ni siquiera la muerte —“la aterradora tumba!”[105]— podría nada contra aquella energía arrasadora, obrando sin cesar y renovándose. El hombre era hijo de esa inextricable alianza de materia y de soplo animándola que era la vida misma: un solo hálito de ese soplo y de sus labios saltaría un día la libertad. Todo era decidirse, “al peso de la cruz”, resolverse a “hacer bien”,[106] que era lo mismo, para entender la esencia universal del canto, para oír ese canto que únicamente se escucha “antes de morir” y que puede traspasar la misma muerte. El sufrimiento es santo,

Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.[107]

     “Rápida, como un reflejo”,[108] había sentido antes, en raros instantes, esto que ahora le llegaba con evidencia diamantina, en el brío y la caricia del monte, clarín de guerra prendiendo de un aliento, el Sol, y ya no era la hora de gemir, (Conozco todas las amarguras”),[109] ni de increpar, sino de asentir, transido: “Callo, y entiendo […]”.[110] Ya podía partir más seguro de lo que pudiera pensarse, a su “necesaria agonía”,[111] al comprobar en la luz, lo que intuyó en la sombra:

¡Oh, el hombre es bueno, el hombre es bello, el hombre es eterno! Está en el corazón de la naturaleza, como está la fuerza en el seno de la luz. No hay podredumbre que le llegue a la médula. Cuando todo él parece comido de gusanos, entonces brilla de súbito con mayor fulgor, tal cual la carne corrompida brilla, como para enseñar la perpetuidad de la existencia, y la inefable verdad de que las descomposiciones no son más que los obrajes de la luz.[112]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[84] JM: “Cuaderno de apuntes no. 2” [1871-1874], OC, t. 21, p. 68.

[85] JM: “Carta a doña Leonor Pérez Cabrera”, Hanábana, 23 de octubre de 1862, OCEC, t. 1, p. 15.

[86] JM: “Cartas a Carmen Miyares y sus hijos”, Cerca de Guantánamo, 26 y 28 de abril de 1895, EJM, t. V, pp. 178 y 192-193, respectivamente.

 [87] JM: Diarios de campaña. Edición anotada, investigación y apéndices de Mayra Beatriz Martínez, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2015, p. 100.

[88] “Vamos, seguros, a un fin conocido: vamos sin prisa, y sin desviación, como las corrientes fatales de la naturaleza. Por eso importa tan poco que caiga, en el agua que corre y crece, una flor venenosa, o que del seguro holgazán de la orilla, le tiren piedras al agua que pasa. El agua sabe su camino: y sigue, silenciosa”. (JM: “España en Melilla”, Patria, Nueva York, 28 de noviembre de 1893, no. 88, p. 2; OC, t. 5, p. 335).

 [89] JM: “Boletín. Inundación en Francia y Alemania”, ob. cit., p. 39.

[90] JM: “I”, Versos sencillos, ob. cit., p. 301.

[91] JM: “Pollice verso [A, B y C]”, Versos libres, ob. cit., pp. 92, 96 y 100, respectivamente.

[92] JM: “[Solo el afán]”, Versos libres, ob. cit., p. 251.

[93] JM: “Carta a Enrique Estrázulas”, [Nueva York] 15 de febrero [de 1889], EJM, t. II, pp. 71-72; y “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York] 19 de febrero [de 1889], EJM, t. II, p. 73.

[94] JM: “[Mis amigos saben]”, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 297.

[95] JM: “XXVI”, Versos sencillos, ob. cit., p. 331.

[96] JM: “[Mis amigos saben]”, ob. cit., p. 297.

[97] Ídem.

[98] JM: “II”, Versos sencillos, ob. cit., p. 302.

 [99] JM: “Julián del Casal”, ob. cit., p. 222.

[100] “Se oye de cerca el ruido de los soles que buscan con majestuoso movimiento su puesto definitivo en el espacio: la vida es un himno: la muerte es una forma oculta de la vida: santo es el sudor y el entozoario es santo: los hombres, al pasar, deben besarse en la mejilla: abrásense los vivos en amor inefable: amen la yerba, el animal, el aire, el mar, el dolor, la muerte: el sufrimiento es menos para las almas que el amor posee: la vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido: del mismo germen son la miel, la luz y el beso: en la sombra que esplende en paz como una bóveda maciza de estrellas, levántase con música suavísima, por sobre los mundos dormidos como canes a sus pies, un apacible y enorme árbol de lilas.
(JM: “El poeta Walt Whitman”, ob. cit., p. 279).

 [101] JM: “El poema del Niágara”, ob. cit., p. 153.

[102] JM: “I”, Versos sencillos, ob. cit., p. 299.

[103] Castillo del Príncipe. Construido en La Habana, en 1779 en honor al príncipe Carlos IV, hijo del Rey Carlos III de España.

 [104] JM: “Darwin ha muerto”, La Opinión Nacional, Caracas, 17 de mayo de 1882, OCEC, t. 11, p. 184.

[105] JM: “[No, música tenaz, me hables del cielo]”, Versos libres, ob. cit., p. 218.

 [106] JM: “XXVI”, Versos sencillos, ob. cit., p. 331.

[107] JM: “I”, Versos sencillos, ob. cit., p. 301.

 [108] Ibíd., p. 299.

 [109] JM: Fragmentos, OC, t. 22, p. 94.

[110] JM: “I”, Versos sencillos, ob. cit., p. 301.

 [111] JM: “Carta a doña Leonor Pérez Cabrera”, [Montecristi], 25 de marzo de 1895, TEC, p. 15.

[112] JM: “Estudio indispensable para comprender los acontecimientos venideros en los Estados Unidos”, El Partido Liberal, México, 4, 5 y 6 de noviembre de 1886, OCEC, t. 24, p. 259.