EL PARTE DE AYER

Ayer publicaban algunos periódicos este parte angustioso:

Nueva York, 15.—El Sun dice que una carta dirigida a una casa española de esta ciudad, asegura que veintidós jóvenes cubanos, residentes en Cienfuegos, fueron reducidos a prisión y fusilados fuera de muralla sin juzgarlos”.[1]

     ¡Oh! que no sea verdad lo que el telegrama dice: que la carta primera haya mentido; que no se vierta más sangre pacífica, allí donde tanta sangre ardiente y generosa se pierde! No se pierde; se siembra. Pero en cuanto las exigencias humanas no lo pidan, que la guerra no sea el asesinato; que la sangre manchada con el pecado original de nuestro nacimiento, no sea por este solo hecho vertida; que a la par que el cuerpo a lo hondo, la conciencia del que lo cava no quede sepultada en lo hondo también!

     Mi mano se puso con ira sobre este telegrama sangriento; ¡quién me diera abrir, con mis manos, heridas en el pecho matador, y verter en él caridades y nobleza, y volver con ellas la vida a mis hermanos que murieron! ¡Quién me diera con sangre de este cuerpo infame que no lucha, redimir la sangre de esos desventurados que no lucharon tampoco!

     Porque, si el telegrama es verdad, ellos no han muerto en lucha en el campo, ni prisioneros siquiera—ya que allí matan a los prisioneros—sobre el lugar ardiente de batalla.—Estaban en la ciudad; los llevaron de ella, los llevaron fuera de ella; y con el proceso de la voluntad, y la culpa de la patria, y el delito de su nombre, allí fueron veintidós hombres fusilados, donde sus casas lloran, y la tierra llora, y llora el muro que lo vio, y la misma infamia llora también! Porque no los juzgó nadie; el parte lo dice. Si tuvieron alguna culpa más, nadie lo puede saber; lo dice el parte.

     ¡Que no sea verdad! ¡Que este telegrama de dolor haya mentido!

     No basta que sobre un teatro indefenso y repleto, sobre mujeres, y hombres, y niños, se haya lanzado a un tiempo una muralla encendida de fusiles;[2] no basta que en cada fiesta popular hayan ensangrentado con idiotas o con desventurados las calles de La Habana; no basta que en las haciendas de Puerto Príncipe, este mismo hombre[3] que manda matar ahora, haya puesto grilletes al pie de las mujeres, y quemado las casas que hallaba en su camino, y fusilado a los hombres que encontraba en ellas, y que todo esto lo firmase en su decreto de 14 de abril.[4] Ni que en cada pueblo de la Isla se cuenten a centenares los fusilados sin formación de causa, y en La Habana como en los pueblos, y muchas veces en La Habana, hasta que aquel fusilamiento de ocho hermanos míos,[5] rifados, pregonados, asesinados, que me hirió en el corazón, los espantó del asesinato y de sí mismos! Ni Rivero, ni Greenwald,[6] ni Conher,[7] ni el pacto de sangre que firmó Dulce el día de Fernando Poo[8] con los Voluntarios de La Habana, ni los horribles días de enero que llenaron de cadáveres asesinados la calzada de Jesús del Monte y las calles de Jesús María, y los que mi madre atravesó para buscarme, y pasando a su lado las balas, y cayendo a su lado los muertos, la misma horrible noche en que tantos hombres armados cayeron el día 22 sobre tantos hombres indefensos! Era mi madre: fue a buscarme en medio de la gente herida, y las calles cruzadas a balazos, y sobre su cabeza misma clavadas las balas que disparaban a una mujer, allí en el lugar aquel donde su inmenso amor pensó encontrarme![9]—Descansaban un tanto; parecía que bastaba:—todavía no se cansan; no basta todavía!

     Que la guerra se haga: que en el campo se luche: que allí se purifique o se condenen con lo rojo y lo abundante de la sangre las noblezas o las innoblezas de los hombres: pero que los que en la ciudad lloran sus hierros, y besan sus cadenas, y ocultan en el fondo de su corazón, míseros temerosos de sus labios mismos, míseros guardadores de sus palabras condenadas, cuanto aman y los seduce en el indomable campo de la patria; que esos que la familia o la debilidad retienen en el hogar amenazado y sobresaltado; que esos residuos escondidos e impotentes de la alta, y simultánea, y general, y heroica revolución de mi país,—lloren al fin en paz los dolores de su recogimiento, la flaqueza de su simpatía, el temor de sus labios espantados—y no venga a cebarse en los caídos toda la rabia que no puede saciarse en todos los cuerpos de los altos!

     ¡Que el telegrama no sea verdad! ¡Que la dolorosa carta haya mentido!

José Martí

Revista Universal, México, 21 de marzo de 1875.

[Mf. en CEM]

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2000, t. 1, pp. 241-243.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] La noticia apareció en la Revista Universal, el jueves 18 de marzo de 1875.

[2] Alusión a los hechos ocurridos en el Teatro Villanueva.

[3] Alusión al general español Blas Villate y de las Heras, conde de Valmaseda.

[4] En realidad, la proclama aludida fue dada a conocer el 4 de abril de 1869. Véase la nota final Creciente de Valmaseda, OCEC, t. 1, pp. 295-296.

[5] Alusión al fusilamiento de los estudiantes de medicina, ocurrido en La Habana el 27 de noviembre de 1871.

[6] Isaac Greenwald.

[7] Samuel A. Conher.

[8] Alude a la deportación de doscientos cincuenta cubanos a esta isla africana, ordenada por Dulce y Garay, el 21 de marzo de 1869, para aplacar el furor anticubano de los Voluntarios. Los prisioneros, entre quienes había algunos de avanzada edad, fueron sancionados sin formación de causa ni investigación alguna, y su deportación equivalía a una condena a muerte, pues las condiciones del viaje y el destino eran infrahumanas. Ese mismo día, los Voluntarios se entregaron a actos de violencia que costaron la vida a varias personas. De esta manera, el capitán general transigía con la política de feroz represión exigida por los “buenos españoles”.

[9] José Martí dedicó el poema XXVII de sus Versos sencillos a este episodio personal, ocurrido en la noche del 22 de enero de 1869, durante los sucesos del Teatro Villanueva.