MÍSTICA
Sobre la pendiente del talud, los ángeles voltean sus ropas de lana, en los herbazales de acero y de esmeralda.
Prados de llamas saltan hasta la cumbre del cerro. A la izquierda, el mantillo de la divisoria está pisoteado por todos los homicidios y todas las batallas, y todos los ruidos desastrosos hilan su curva. Detrás de la divisoria derecha, la línea de los orientes, de los progresos.
Y, en tanto que la banda, en lo alto del cuadro, está formada por el rumor giratorio y saltante de las conchas de los mares y de las noches humanas,
La dulzura florida de las estrellas, y del cielo, y de todo el resto desciende frente al talud, como una cesta, contra nuestro rostro, y hace el abismo floreciente y azul allá abajo.
HUELLAS
A la derecha el alba de estío despierta las flores y las nieblas y los ruidos de ese rincón del parque, y los taludes de la izquierda guardan en su sombra violeta las mil rápidas huellas del camino húmedo. Desfile de hechicerías. En efecto: carros cargados de animales de madera dorada, de mástiles y telas pintarrajeadas, al gran galope de veinte caballos manchados de circo, y los niños, y los hombres, sobre sus bestias más asombrosas; —veinte vehículos gibosos, empavesados y floridos como carrozas antiguas o de Cuentos, llenos de niños ataviados para una pastoral suburbana. —Incluso ataúdes bajo su palio de noche levantando los penachos de ébano, corriendo al trote de los grandes jumentos azules y negros.
FLORES
Desde una gradería de oro, —entre los cordones de seda, las gasas grises, los terciopelos verdes y los discos de cristal que se oscurecen como bronce al sol, —veo a la digital abrirse sobre un tapiz de filigranas de plata, ojos y cabelleras. Piezas de oro amarillo sembradas sobre el ágata, pilares de caoba soportando un domo de esmeraldas, ramilletes de satén blanco y de finas varas de rubí rodean la rosa de agua. Como un dios de enormes ojos azules y formas de nieve, el mar y el cielo atraen a las terrazas de mármol la muchedumbre de jóvenes y fuertes rosas.
ANTIGUO
Gracioso hijo de Pan! En torno a tu frente coronada de florecillas y bayas, tus ojos, bolas preciosas, se agitan. Manchadas de parda hez, tus mejillas se ahuecan. Tus colmillos resplandecen. Tu pecho semeja una cítara, tintineos circulan por tus brazos rubios. Tu corazón late en ese vientre donde duerme el doble sexo. Paséate, de noche, moviendo dulcemente este muslo, aquel muslo y esta pierna izquierda.
H
Todas las monstruosidades violan los gestos atroces de Hortensia. Su soledad es la mecánica erótica; su lasitud, la dinámica amorosa. Vigilada por una infancia, ha sido, en épocas numerosas, la ardiente higiene de las razas. Su puerta está abierta a la miseria. Allí, la moralidad de los seres actuales se descorporiza en su pasión o en su acción. —Oh
terrible escalofrío de los amores novicios sobre el suelo ensangrentado y luminoso de hidrógeno! —encontrad a Hortensia.
A UNA RAZÓN
Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos y comienza la nueva armonía.
Un paso tuyo, es el alzamiento de los nuevos hombres y su avance.
Tu cabeza se aparta: el nuevo amor! Tu cabeza se vuelve: el nuevo amor!
“Cambia nuestra suerte, acribilla las plagas, comenzando por el tiempo”, te cantan esos niños. “Levanta no importa a dónde la sustancia de nuestras fortunas y de nuestros deseos”, te suplican.
Llegada de siempre, te irás por todas partes.
ANGUSTIA
¿Es posible que Ella me haga perdonar las ambiciones continuamente aplastadas, —que un fácil fin repare los años de indigencia, —que un día de triunfo nos aduerma sobre el rubor de nuestra ineptitud fatal?
(Oh palmas! diamante! —Amor, fuerza! —más alto que todas las alegrías y glorias! —de todas las formas, —en todas partes, demonio, dios, —juventud de este ser aquí: yo!)
Que los accidentes de magia científica y los movimientos de fraternidad social sean queridos como restitución progresiva de la franqueza primera?…
Pero la Vampira que nos vuelve gentiles nos ordena divertirnos con lo que nos deja, o que de lo contrario seamos aún más bufonescos.
Rodar a las heridas, por el aire cansado y el mar; a los suplicios, por el silencio de las aguas y de los aires mortíferos; a las torturas que ríen, en su silencio atrozmente espumoso.
MAÑANA DE EMBRIAGUEZ
Oh mi Bien! Oh mi Belleza y el cuerpo maravilloso, por la primera vez! Fanfarria atroz en que no vacilo! Caballete mágico! Hurra por la obra inaudita y el cuerpo maravilloso, por la primera vez! Comenzó bajo las risas de los niños, terminará con ellas. Ese veneno permanecerá en todas nuestras venas aún cuando, al girar la fanfarria, seamos devueltos a la antigua inarmonía. Oh, ahora, nosotros, tan dignos de esas torturas! reunamos fervientemente esta promesa sobrehumana hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma creados: esta promesa, esta locura! La elegancia, la ciencia, la violencia! Se nos ha prometido sepultar en la sombra el árbol del bien y del mal, desterrar las honestidades tiránicas, para que conduzcamos nuestro purísimo amor. Comenzó por ciertas repugnancias y termina, —al sernos imposible poseer de inmediato esa eternidad, —con una desbandada de perfumes.
Risa de los niños, discreción de los esclavos, austeridad de las vírgenes, horror de los rostros y los objetos de aquí, consagrados seáis por el recuerdo de esta vigilia. Comenzaba con toda la grosería, he aquí que termina con ángeles de llama y de hielo.
Pequeña vigilia de embriaguez, santa! aunque solo fuese por la máscara que nos has dado en premio. Te afirmamos, método! No olvidamos que tú glorificaste ayer cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el veneno. Sabemos dar nuestra vida entera todos los días.
He aquí el tiempo de los ASESINOS.
ALBA
Yo he abrazado el alba de estío.
Aún nada se movía en la frente de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombras no abandonaban el camino del bosque. Yo marchaba, soñando los alientos vivos y tibios; y las pedrerías miraban, y las alas se elevaban sin ruido.
La primera aventura fue, en el sendero ya colmado de frescos y pálidos destellos, una flor que me dijo su nombre.
Reí a la catarata que se destrenzaba a través de los pinos: en la cima argentada reconocí a la diosa.
Entonces alcé uno a uno los velos. En la alameda, agitando los brazos. Por la llanura, donde la denuncié al gallo. En la ciudad, huía por entre los campanarios y las cúpulas; y, corriendo como un mendigo sobre los muelles de mármol, la perseguía.
En lo alto del camino, cerca de un bosque de laureles, la rodeé con sus velos amontonados, y sentí un poco su inmenso cuerpo. El alba y el niño cayeron a lo hondo del bosque.
Al despertar, era mediodía.