MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE

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     En los que siguen a continuación, utilizando un giro previsible de la elegía romántica, da el poeta adolescente un paso profundo hacia sí mismo, cuando exclama:

     Y tú, la muerte, hermana del martirio,
Amada misteriosa
Del genio y del delirio,
Mi mano estrecha, y siéntate a mi lado.[9]

     Lo que pudiera parecer arranque juvenil sin consecuencias, se consagrará casi veinte años después en el discurso de Tampa: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida”.[10] La conversión dialéctica de la muerte en vida, eje del poema convulso y de la exultante oración de “Los pinos nuevos”, lo será de todas las meditaciones martianas sobre el 27 de Noviembre; así como el vencimiento del odio, asunto central de sus páginas sobre el presidio político[11] y también de estas estrofas.

     En una de aquellas, la dedicada en La Soberanía Nacional, de Cádiz, a los bárbaros tormentos del anciano Nicolás del Castillo, Martí dice de sí mismo que “ni al golpe del látigo ni a la voz del insulto, ni al rumor de sus cadenas ha podido aprender aún a odiar”.[12] Por su parte Fermín Valdés-Domínguez, continuando el relato de los horrores de las canteras, afirmará: “hoy el recuerdo de nuestros sufrimientos ni nos sonroja ni nos hace odiar a los que así nos ultrajaron”; y añade significativamente: “El recuerdo de los hermanos que desaparecieron de nuestro lado, que quedaron en el campo de la Punta para no volver jamás, nos enseña a honrar perpetuamente su memoria con nuestra honra propia”. Es decir, que la actitud valiente, limpia y levantada de aquellos mártires ante la muerte inmerecida, impedía rebajar la viril indignación hasta los predios inferiores del odio y la venganza. Era un problema, justamente, de honor. Y, sin embargo, sería ilusorio suponer que, ante el primer impacto del crimen, fuese fácil, ni siquiera posible al hombre bien nacido, evitar la irrupción natural, irreprimible, de eso que con absoluta propiedad puede llamarse la “santa ira”.[13] Martí da testimonio de ello en su poema cuando evoca el momento en que —sufriendo precisamente a causa de la cadena del presidio, “en lecho ajeno y en extraña tierra”— recibió la espantosa noticia:

—¿Y ellos? ¿y ellos? mis labios preguntaron:
—¡Muertos! me dijo ¡muertos!
Y en llanto amargo prorrumpió mi hermano,
Y se abrazó llorando con mi amigo,
Y yo mi cuerpo alcé sobre una mano,
Viví en infierno bárbaro un instante,
Y amé, y enloquecí, y os vi, y deshecho
En iras y en dolor, odié al tirano
[…][14]

     Los jóvenes compatriotas, también desterrados, que compartieron con él aquel momento arrasador, fueron Carlos Sauvalle, en cuya casa vivía entonces, y Manuel Fraga, portador de la noticia estampada en El Jurado Federal. El propio Martí recordará en el discurso de “Los pinos nuevos” otro episodio de parecido temple emocional: “un día de verano madrileño, cuando al calce de un hombre seco y lívido, de barba y alma ralas, muy cruzado y muy saludado y muy pomposo, iba un niño febril, sujeto apenas por brazos más potentes, gritando al horrible codicioso: ‘¡Infame, infame!’”[15] El “niño febril” era él; el “horrible codicioso”, Dionisio López Roberts, principal responsable de la tragedia de 1871.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[9] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 57.

[10] JM: “Los pinos nuevos”, discurso en conmemoración del 27 de noviembre de 1871, Tampa, 27 de noviembre de 1891, OC, t. 4, p. 283.

[11] Véase, al respecto, el capítulo “De ‘Abdala’ a El presidio político”, del libro El amor como energía revolucionaria en José Martí (Albur, La Habana, mayo de 1992), de Fina García-Marruz.

De acuerdo con Cintio Vitier: “La experiencia del presidio colonial fue la experiencia decisiva en la vida de Martí, como lo demuestra simbólicamente el anillo de hierro, donde estaba grabado el nombre de Cuba, que se mandara hacer con un fragmento de la cadena que le causó lesiones incurables. Esas lesiones en la carne no se le convirtieron en lesiones morales porque él no quiso. Aquí se revela el eje y la vocación de su voluntad”. (Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral (1975), La Habana, Ediciones UNIÓN, 2002, p. 73). Por otra parte, en la “Presentación” del libro Dolor infinito de Raúl Rodríguez La O, Cintio afirma: “El tema fundamental de El presidio político en Cuba, el que trasciende a su circunstancia inmediata, es la revelación de Dios en el sufrimiento del prójimo y en nuestro deber hacia él”. (La Habana, Ediciones Abril, 2007, p. 10).

[12] JM: “Castillo”, La Soberanía Nacional, Cádiz, 24 de marzo de 1871, OCEC, t. 1, p. 54.

[13] JM: “Cartas de Nueva York”, La Opinión Nacional, Caracas, 4 de mayo de 1882, OCEC, t. 11, p. 173 y Lucía Jerez, El Latino-Americano, Nueva York, mayo –septiembre de 1885, OCEC, t. 22, p. 255.

[14] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 58.

[15] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 285.