MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE[1]

Estudiantes de medicina. Manuel Mesa

Conmemoramos hoy el 103 aniversario de un trágico suceso que reviste caracteres excepcionales en la historia de la patria, no solo por las circunstancias de sombría barbarie en que se produjo, sino también por el proceso que fue necesario para llegar a entender la plenitud de su sentido. En efecto, cada vez que nos enfrentamos con el fusilamiento de los ocho estudiantes[2] del primer curso de Medicina el 27 de noviembre de 1871, lo que más nos impresiona es que aquel hecho brutal y absurdo, que pudo ser únicamente un crimen, se llenó de significación moral e histórica por la actitud que bien podemos llamar transfiguradora de las víctimas; por la nobilísima, tenaz y valiente fidelidad de su vindicador, Fermín Valdés-Domínguez; y por obra del máximo exégeta de aquella tragedia inolvidable: José Martí.

     Desde que a sus dieciocho años, deportado y enfermo en Madrid, después de la experiencia infernal del presidio político[3] y las canteras de San Lázaro, Martí supo la terrible noticia por el lacónico parte de El Jurado Federal,[4] hasta que el 24 de febrero de 1894 pronunció en Nueva York su discurso en homenaje a Fermín Valdés-Domínguez, a través de sucesivos testimonios constatamos que el fusilamiento de los estudiantes constituyó uno de los hechos capitales para la articulación de su doctrina revolucionaria; y comprendemos que, si no tuviéramos tales testimonios, faltaría al 27 de Noviembre su recepción más iluminadora, su resonancia más profunda y su más trascendente utilidad histórica. Porque Martí, que fue magno hacedor de historia, fue también el intérprete más lúcido de nuestro legado patriótico y el guía seguro y completo para todos los tiempos por venir de la conciencia revolucionaria cubana.

     Precisamente de esto se trata, de la conciencia que asume y configura los hechos, y ya advertimos que, en el caso atroz del fusilamiento de los estudiantes, dependió de ellos en primer lugar que existiese la posibilidad de convertir su muerte en un acrecentamiento de la vida patria. Cierto que ya por sí mismo el espectáculo de la inocencia sacrificada a la inhumanidad, contiene una especie de virtud o fuerza moral que desde los tiempos más remotos ha conmovido al hombre para mejorarlo. Pero aquellos ocho jóvenes, atrapados en la trampa implacable del odio colonial, pudieron ser mucho más que víctimas por la forma como supieron encarar a sus verdugos y no solamente morir a sus manos sino morir por la patria.

     Dos años antes Carlos Manuel de Céspedes había iniciado la insurrección libertadora a la que pronto se unió, en expedición[5] al mando de Manuel de Quesada, un importante contingente de jóvenes universitarios habaneros que formaron, junto a Ignacio Agramonte, la vanguardia ideológica de la Asamblea de Guáimaro. El resentimiento de los Voluntarios españoles contra aquella porción ilustrada, generosa y dispuesta al sacrificio, de la burguesía criolla, tuvo ocasión de ensañarse en la “carne fresca” —como ellos mismos aullaban bestialmente— de los ocho jóvenes mártires, y estos, al saber “morir dignamente por su patria”, según escribió Valdés-Domínguez en su alegato, ajenos a la inexistente profanación de que se les acusaba, pero no al espíritu patriótico que sus acusadores perseguían, tuvieron la ocasión de subir de golpe a la esfera del heroísmo y sumarse a la legión de sus hermanos mambises,[6] e incluso, después de muertos, salir de su clase culpable para ser enterrados en la fosa común de los pobres.

     Por todas estas razones Martí, en la primera inspirada entonación de su palabra poética, los evoca en aquellos versos de su poema germinal de 1872: “Cadáveres amados los que un día / Ensueño fuisteis de la patria mía”,[7] con expresiones transidas de amor y de dolor viriles, que ochenta y un años después servirían para rendir homenaje a otros jóvenes mártires: los jóvenes asaltantes del Moncada.[8] Y si llamamos germinal a aquel poema es porque en él, aunque pagando todavía tributo al molde romántico que pronto estallaría en la explosión volcánica de los Versos libres, se ocultan las semillas de los temas y planteamientos fundamentales que el 27 de Noviembre suscitará en Martí a lo largo de más de veinte años y constituirán horcones y arquitrabes de su pensamiento. Lo tomaremos, pues, como guía, desde el tono inspiradamente rector de esos primeros versos.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Trabajo leído en el Círculo Cultural Obrero de Santa Cruz del Norte el 27 de noviembre de 1974.

[2] Los estudiantes fusilados el 27 de noviembre de 1871, en la explanada de La Punta, en La Habana, se nombraban: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871), José de Marcos y Medina (1851-1871), Juan Pascual Rodríguez y Pérez (1850-1871), Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871), Ángel Laborde y Perera (1853-1871), Eladio González y Toledo (1851-1871), Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871) y Carlos de la Torre y Madrigal (1851-1871).

[3] Véase JM: El presidio político en Cuba, Madrid, 1871, OCEC, t. 1, pp. 63-93.

[4] Publicación de Madrid, dirigida por Francisco Díaz Quintero.

[5] Expedición de la goleta Galvanic, que arribó a las costas camagüeyanas el 27 de diciembre de 1868.

[6] Esta tesis es también defendida por Luis Felipe LeRoy y Gálvez y aceptada por otros autores cubanos. En su documentado libro A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, argumenta que, si bien los estudiantes fusilados en 1871 eran completamente inocentes del cargo que se le imputaba, el de haber profanado el nicho sepulcral de Castañón, mentor y líder del más intransigente integrismo español, “no fueron en lo absoluto ajenos al fermento de rebeldía estudiantil contra la metrópoli que de antiguo existía en la Real Universidad de La Habana. Por esto, al ser víctimas del furor homicida de los voluntarios, que se cebó en ellos como venganza y escarmiento, resultan con propiedad los primeros mártires del estudiantado universitario en la lucha de los cubanos por su independencia”. (L. F. LeRoy y Gálvez: “Análisis en 1974 del 27 de noviembre de 1871”, Dos conferencias sobre el 27 de noviembre de 1871, La Habana, Universidad de La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1975, p. 22).

En otro texto del mismo año, Leroy y Gálvez vuelve aseverar: “No lucharon con las armas en la mano, no conspiraron, fueron insurrectos en potencia. Pero sacrificados cruelmente a la ferocidad de los Voluntarios, su inmolación prestó a la causa de la patria un concurso sin precedentes”. (La inocencia de los estudiantes fusilados en 1871, La Habana, Universidad de La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1971, p. 15).

[7] JM: “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, [Madrid, 1872], OCEC, t. 15, p. 57.

[8] Fidel Castro Ruz: La Historia me absolverá,