LA OPINIÓN DE CUBA
“El libro[1] de Valdés Domínguez es una advertencia, acaso imponga una expiación. De él decía el general Marín que era una proclama. No me detendré a examinar la exactitud del calificativo. Merézcalo o no, es un poema de aflicciones infinitas que, en el castigo aplicado a madres purísimas en la inocencia de sus hijos, resume toda la amargura hecha apurar a mi patria durante cuatro centurias en la copa del infortunio”.[2]
“El señor don Fermín Valdés Domínguez, al referir, en toda su trágica sencillez, el drama abominable de que fue teatro La Habana, el 27 de noviembre de 1871, no solo ha servido a los intereses de la historia —que son de orden puramente abstracto— sino que ha servido a las más alta de las causas, a la de la justicia social, reavivando en el corazón de los cubanos la memoria de uno de los episodios más sangrientos del terrible período de sangre y abominaciones que componen la década revolucionaria, y designando a su execración eterna a los verdugos de sus hermanos y a sus cómplices cobardes”.[3]
“Nuestro querido amigo, el Dr. Valdés Domínguez, ha merecido bien de Cuba, porque en un momento dado y marcadísimo ha sido el intérprete del sentimiento general, ha sido como el representante, como el delegado del país cubano, yendo con mano firme y valerosa a arrancar del libro de la historia una página que trazaron el fanatismo y la calumnia, y a escribir otra que está ahora como esculpida por el cincel de la justicia en el mármol de la inmortalidad”.[4]
“En la mañana de ayer recibí por el correo un ejemplar, que un amigo me hizo el favor de mandarme, de la obra monumental que Vd. ha escrito, con el título El 27 de noviembre de 1871. Otro amigo me había proporcionado pocas semanas antes, más o menos contemporáneamente con su publicación, los números de La Lucha en que vieron la luz los documentos con que termina el libro.
Decir usted que lo leí de una sentada, sin más respiro que el necesario para enjugar las lágrimas, o para contener un movimiento de indignación absolutamente anticristiana, sería expresar muy débilmente la realidad de lo que pasó.
¡Qué tarea tan noble se ha impuesto usted, amigo mío, y cuán noblemente la desempeña!”[5]
Sr. D. Fermín Valdés Domínguez
Habana
“Amigo y compatriota estimadísimo: Acabo de leer, no sin profunda emoción, los documentos que usted publica en uno de los últimos números de La Lucha, y si puede satisfacer a usted el aplauso del más humilde, pero no menos ardiente de los cubanos, acepte el que a mis ojos merece su hermosa conducta y que le tributa conmovido mi corazón. Gracias, en nombre de nuestra dignidad y de nuestro decoro! Que si hoy resuena su protesta de usted en medio de una sociedad servil y egoísta, indiferente a sus propios deberes, hay siempre, para consuelo nuestro, quien aquilate los actos levantados y nobles.
Puentes Grandes, enero 27 de 1887.
“Ahora mismo me parece ver flotando en esta sala la insignia de los cubanos… No miro ya en el resuelto defensor de la querida memoria de los mártires, al compañero que mantiene su derecho y proclama su inocencia; … porque solo contemplo aquí —envuelto en luz— al presidario cubano, vestido de burdo uniforme, extenuado por el trabajo forzado de las canteras, ceñido al maltratado cuerpo el triple ramal de su cadena, que apaleado se yergue, sin embargo, brioso y sereno, agitando en la desgarrada mano, como venerando oriflama, el crespón de nuestro duelo”.
“Esa reivindicación los coloca a usted, insigne Valdés Domínguez, al nivel de las primeras figuras de la sociedad cubana. Se necesita ser valiente en un país como el nuestro, donde escasean los caracteres enteros, para abrir tumbas ignoradas, con la misma azada del sepulturero, no en las sombras de la callada noche, sino al calor de la religión de los recuerdos y del culto a la patria, hasta recoger los huesos venerandos y abandonados de ocho criollos heridos por los rayos de nuestra tempestad política, y depositarlos en pleno día en justiciero monumento”.
“Hemos podido admirar en él un entusiasmo sincero por todo cuanto ha creído que podía ennoblecer y dignificar o, simplemente, ser útil a nuestra sociedad. En la empresa titánica, y no desprovista de peligros, intentada por el joven doctor en estos días, hay que reconocer la admirable cordura y sensatez que ha desplegado hasta el punto de romper la glacial indiferencia que en los primeros momentos pareció reinar en torno de sus nobilísimas gestiones. La sociedad cubana se ha sentido irresistiblemente atraída, por un sentimiento de honda gratitud, hacia quien tan valerosa y atinadamente se colocó frente a la dormida opinión pública para sacudir su inexplicable desmayo, e indicarle que tenía una atroz injusticia que reparar.
Tenga Valdés Domínguez la satisfacción de saber que la calumnia rastrera, que sigue con sus fauces nauseabundas y abiertas los talones de los que por sus méritos se elevan a alguna altura sobre el vulgo de las gentes, no se ha alzado para herir otra vez”.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Fermín Valdés-Domínguez escribió dos libros fundamentales.
[2] Eduardo Yero: “Poema de dolor”, en Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, 3ra ed., Santiago de Cuba, Imprenta de Juan E. Ravelo, 1890, pp. 12-13.
[3] Enrique José Varona: “El libro del Sr. Valdés Domínguez” (Revista Cubana, La Habana, abril de 1887), en Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, 3ra ed., Santiago de Cuba, Imprenta de Juan E. Ravelo, 1890, p. 23.
[4] Antonio Zambrana: “Valdés Domínguez”, en Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, 3ra ed., Santiago de Cuba, Imprenta de Juan E. Ravelo, 1890, p. 20.
[5] José Ignacio Rodríguez: “Carta a Fermín Valdés-Domínguez”, Washington, D. C., 14 de abril de 1887, en Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, Santiago de Cuba, 1890, pp. 240-241.
[6] JM: “Julio Rosas”, Patria, Nueva York, 11 de junio de 1892, no. 14, p. 3; OC, t. 5, pp. 255-256.