TEXTOS ANTIMPERIALISTAS DE
JOSÉ MARTÍ
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NUESTRAS TIERRAS LATINAS
Se refiere Martí a la intromisión norteamericana en Centroamérica, al comentario de un miembro del gobierno norteamericano[40] en el Sunday Herald, en que so pretexto de una presunta posibilidad “simplemente absurda” de que México llegase a apoderarse de las repúblicas centroamericanas, había declarado que, “aunque no se proyecta plan alguno de anexión, ni ha tomado aún el gobierno en consideración el establecimiento de guarniciones militares permanentes en la América Central, sea lo que quiera lo que las circunstancias demanden, eso será hecho”.[41]
Recuerda Martí cómo en Panamá “aunque con mesura y apariencias de servicio público”, había ido la marina americana más allá de la protección de su bandera, impidiendo, con la imposición y amenaza de la fuerza, los actos de uno de los partidos beligerantes en el país, y ayudando con su actitud y su marina las operaciones de guerra de otro de los partidos. Se pregunta “¿a qué vendrá la intervención americana en Centroamérica, fuera de aquella honrosa que quiere evitar sangre y se ha de limitar para no ser sospechada a buenos oficios [..?]”[42]
Analiza los casos de Guatemala, después de la muerte del dictador Barrios, de Panamá y de San Salvador, cuyos problemas internacionales en nada afectaban a los Estados Unidos ni justificaban su intromisión.
Los Estados Unidos se han palpado los hombros y se los han hallado anchos. Por violencia confesada, nada tomarán. Por violencia oculta, acaso. Por lo menos, se acercarán hacia todo aquello que desean. Al istmo lo desean. A México, no lo quieren bien. Se disimulan a sí propios su mala voluntad, y quisieran convencerse de que no se la tienen; pero no lo quieren bien. // No parece que reconocen el derecho de México a hacer, sino que le permiten que haga. Apenas México afirma con un acto desembarazado, y siempre hábil y correcto, su personalidad de nación, acá se toma a ofensa y se ve el caso, no por el derecho de México a ponerlo a su interés, sino por el deber de México de no hacer cosa que no sea primeramente en el interés de los Estados Unidos.[43]
En cuanto a la injerencia norteamericana en la política de los gobiernos de la América Central, véase también “La muerte del guatemalteco Barrundia”[44] donde refiere las causas e incidentes de su muerte súbita: “en la cámara del vapor norteamericano Acapulco, a manos de un ministro complaciente y de un esbirro brutal, del ministro yanqui […]”.[45]
Martí recuerda cuando lo conoció en Guatemala, siendo entonces Barrundia,[46] ministro de Guerra de Rufino Barrios. Se refiere además en su artículo a “la tarifa de McKinley”,[47] “paga del partido triunfante a los manufactureros que lo repusieron en el poder”, tarifa que lo capacitaba “para vender a mansalva más caro las manufacturas a un pueblo de obreros, que por esta ley que lo encarece todo fuera de la posibilidad de vender, van a quedarse sin obra” y recoge la opinión del Herald que tachaba esta tarifa de “reliquia del barbarismo” para “favorecer a costa de los pobres a los magnates de la lana y el algodón, de la sal y el hierro, del vino y el aceite”.[48]
El artículo, en cuanto trata separadamente, pero a la vez reúne en la misma crónica, el caso de Barrundia y la denuncia de los monopolios, resulta un texto complementario del tema del antimperialismo.
JM: “Nuestras tierras latinas” (OCEC, t. 22, pp. 145-150), fragmento final de la crónica “Dos millonarios en la penitenciaría”, La Nación, Buenos Aires, 21 de agosto de 1885, OCEC, t. 22, pp. 142-150.
LA POLÍTICA DE ACOMETIMIENTO
De este año es la pregunta acerca de qué espíritu perduraría en la civilización norteamericana, si el puritánico de la Nueva Inglaterra, el de los sabios y pensadores trascendentalistas como Emerson, al que dedicara su magnífico ensayo, el de Alcott, Hawthorne, Thoreau, los Estados Unidos de los abolicionistas Beecher y Wendell Phillips, altamente elogiados por él, o el espíritu de lucro y conquista que llama “cartaginés”, los Estados Unidos de los monopolistas a lo Jay Gould y los políticos a lo Blaine, los de la expansión cruda hacia el Oeste que describe en “Cómo se crea un pueblo nuevo en Los Estados Unidos”.[49]
Cuando se hace esta pregunta, ya ha ahondado lo suficiente en la historia de la Guerra de Secesión y la del Partido Republicano como para saber tanto de los nobles orígenes de un movimiento que se formó para librar a la Constitución de los Estados Unidos de lo que llama (recordando a Luz y Caballero) su “pecado original”,[50] o sea, la esclavitud, como de la segunda época de su existencia en que empezó a corromperse y alejarse del espíritu de “aquella poderosa estrella muerta del Norte”[51] que dijera Whitman, de “aquel Abraham Lincoln”[52] al que llama “el leñador de ojos piadosos” [53] y cuya muerte llorara de niño.[54] Ya sabía lo suficiente de la Guerra de Secesión, de sus noblezas y crudezas, como para verle, en las entretelas, la sorda lucha del Sur demócrata y el Norte, industrial, pujante e invasor, guerra hecha en gran parte para asegurar su predominio, especie de coloniaje interno, que explica que recoja, en una de las vastas crónicas que le dedicó a este conflicto, la opinión sureña: “quieren arrebatarnos […] nuestra soberanía de Estados libres”, so pretexto de antiesclavismo, “pretexto desleal”, porque “aborrecen y maltratan más aún al negro en el Norte que en el Sur”,[55] aunque codiciaban el voto negro con fines políticos. Ya sabe las distancias que mediaban entre aquel Lincoln “que unió, con arte de ferrador, la claridad a la grandeza”,[56] y el general Grant, cuyo carácter y biografía estudia en detalle,[57] distinguiendo en él al héroe grande y rudo del presidente “que tenía apetito de marcha” y del que dice; “Él miraba con ansia al Norte inglés; al Sur mexicano; al Este español; y solo por el mar y la lejanía no miraba con ansia igual al Oeste asiático”.[58]
Este afán de predominio constante que en los propios Estados Unidos ejercía una minoría dominante del país sobre sus trabajadores blancos, su población negra, sus propios indios, se ponía de manifiesto sobre todo en las campañas electorales, lo que explica que —a un tiempo que reitera su emoción ante esta vasta consulta popular, impensable en una colonia—, le viese los trasfondos que solían volverla inoperante. (“Las entrañas del sufragio son feas, como todas las entrañas”).[59] Varias crónicas[60] dedicó a describir la corrupción del voto: “Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos”.[61]
Pronto se le revelaría el consorcio de “la inmigración tumultuosa; la fantástica fortuna que la recibió en el Oeste; la fuerza y riqueza mágicas que surgieron y rebosaron con la guerra”, que “el país bueno” veía “con encono”, aunque “alguna vez, envuelto en sus redes, o deslumbrado con sus planes”, fuese “detrás de ella”. Esta página sobre la política de acometimiento empieza con una frase: “La política tiene sus púgiles”,[62] eco de su anterior crónica sobre la reñida lucha entre Grover Cleveland, candidato demócrata a la presidencia, hombre “franco, firme y abierto”,[63] y el candidato republicano Blaine, a cayo lado habían prosperado: “camarillas de ferrocarriles y otras empresas que le remuneraban con acciones y dinero el empleo de su influencia en el Senado”.[64] Es una de las páginas más crudas que salieron de su pluma, uno de los pocos momentos en que lo vence la indignación frente a la corrupción política, obrando en los sindicatos, en el Congreso, de estos “ladrones colosales”, que “acumulan y se reparten ganancias en la sombra”, de los ayer mineros o vaqueros y luego senadores y mandatarios, que “caen sobre los gobiernos como los buitres, cuando los creen muertos”, y que “cuando hallan algo que no se les vende, se coaligan con todos los vendidos y lo arrollan”:[65]
Estos hombres desconsiderados y acometedores, pies en mesa, bolsa rica, habla insolente, puño presto; estos afortunados pujantes, ayer mineros, luego nababs, luego senadores; esta gente búfaga, de rostro colorado, cuello toral, mano de maza, pie chato y ciclópeo; estos aventureros, criaturas de lo imposible, hijos ventrudos de una época gigante, vaqueros rufianes, vaqueros perpetuos; estos mercenarios, nacidos, acá como allá, de padres perdidos al viento, de generaciones de deseadores enconados, que al hallarse en una tierra que satisface sus deseos, los expelen más que los cumplen, y se vengan con ira, se repletan, se sacian en la fortuna que viene, de aquella que esperaron generación tras generación, como siervos, como soldados, como lacayos, y nunca vino; estos tártaros nuevos, que merodean y devastan a la usanza moderna, montados en locomotoras; estos colosales rufianes, elemento temible y numeroso de esta tierra sanguínea, emprenden su política de pugilato, y, recién venidos de la selva, como en la selva viven en la política, y donde ven un débil comen de él, y veneran en sí la fuerza, única ley que acatan, y se miran como sacerdotes de ella, y como con cierta superior investidura e innato derecho a tomar cuanto su fuerza alcance. En Cartago,[66] estos hombres se asentaban en el palacio de Amílcar, se comían sus bueyes y bebían su vino; se revolcaban ebrios, repletos de germen desocupado, al pie de sus rosales olorosos; se echaban vientre a tierra, cubiertos de oro y de perfumes, y luego se alzaban como la esfinge, las palmas de las manos apoyadas en el césped, en los ojos una mirada redonda como la de trilobites, asido entre los dientes el rosal roto: y luego cargados de botín, rugiendo por su soldada, se iban como una plaga, por los campos, a juntarse anca a anca para caer, con las lanzas tendidas y secando a su aliento la tierra, contra la República.[67]
La relación entre esta política de predominio interno y su expansión hacia afuera aparece al final de la propia crónica, donde expresa:
Esta camarilla, que cuando es descubierta en una empresa, reaparece en otra, ha estudiado todas las posibilidades de la política exterior, todas las combinaciones que pueden resultar de la política interna, hasta las más problemáticas y extrañas. Como con piezas de ajedrez, estudian de antemano, en sus diversas posiciones, los acontecimientos y sus resultados, y para toda combinación posible de ellos, tienen la jugada lista. Un deseo absorbente les anima siempre, rueda continua de esta tremenda máquina: adquirir: tierra, dinero, subvenciones, el guano del Perú,[68] los estados del norte de México. // Esto quiere ahora la camarilla, que cree ver en la suspensión del pago de las subvenciones a los ferrocarriles americanos, decretada últimamente como medida angustiosa por México, buena ocasión para estimular el descontento y arriar los apetitos alejandrinos que, como que los llevan en sí suponen en el pueblo norteamericano hacia sus vecinos de lengua española.[69]
Nunca confunde los propósitos de lo que llama siempre “la camarilla” de políticos a lo Blaine y el pueblo norteamericano, por lo que concluye: “Esto propone ahora la camarilla: comprar en 100 000 000 de pesos la frontera del norte de México”. Por suerte “la Casa Blanca es ahora honrada. Pero insisten; pero pujan; pero azuzan sin escrúpulos el reconocimiento y desdén con que acá en lo general se mira a la gente latina […]; pero no pasa día sin que pongan un leño encendido, con paciencia satánica, en la hoguera de los resentimientos”.[70]
JM: “La política de acometimiento” (OCEC, t. 22, pp. 226-228), segunda parte de la crónica “Cartas de Martí”, publicada en La Nación, Buenos Aires, el 4 de octubre de 1885, OCEC, t. 22, pp. 224-228. La primera parte se titula “Los secretarios del Presidente” (OCEC, t. 22, pp. 224-226).
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[40] Se trata de William C. Whitney, Secretario de Marina, quien en el primer semestre de 1885 ofreciera varias declaraciones de contenido expansionista aparecidas en el Sunday Herald.
[41] JM: “Cartas de Martí. Dos millonarios en la penitenciaría”, La Nación, Buenos Aires, 21 de agosto de 1885, OCEC, t. 22, p. 146.
[42] Ídem.
[43] “Cartas de Martí. Dos millonarios en la penitenciaría”, ob. cit., p. 148.
[44] La Nación de Buenos Aires, 29 de noviembre, 1890, OC, t. 8, pp. 105-110. Véase, al respecto, la crónica “Cómo murió [Martín] Barrundia”, publicada en El Partido Liberal, México, el 18 de septiembre de 1890, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e índice de cartas Ernesto Mejía Sánchez, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 154-156.
[45] “La muerte del guatemalteco Barrundia”, ob. cit., p. 105.
[46] Martín Barrundia.
[47] William McKinley.
[48] “La muerte del guatemalteco Barrundia”, ob. cit., pp. 105-106.
[49] JM: “Cómo se crea un pueblo nuevo en los Estados Unidos”, La Opinión Pública, Montevideo, 2 de junio de 1889, OCEC, t. 32, pp. 83-93.
[50] “La introducción de negros en Cuba es nuestro verdadero pecado original, y tanto más cuanto pagaban justos por pecadores. // Pero justo es también que la sociedad sea solidaria o mancomunada en una deuda en que ningún miembro de ella está exento de complicidad”. [José de la Luz y Caballero: Aforismos (21, mayo 1845), Obras, ensayo introductorio (“José de la Luz y Caballero. Las raíces de una cubanidad pensada”), compilación y notas de Alicia Conde Rodríguez, La Habana, Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, 5 vol., vol. I, p. 73].
“¡En qué atmósfera vivimos sumergidos! Culpa de nosotros y de nuestros padres —verdadero pecado original. ¡Cómo contamina la esclavitud a esclavos y amos!” [Aforismos (22, abril 1847), ob. cit., p. 74].
En igual sentido, su tío José Agustín Caballero, más de cincuenta años antes, consideraba a “la esclavitud la mayor maldad civil que han cometido los hombres”. [José Agustín Caballero: “En defensa del esclavo” (Papel Periódico de la Havana, 5 y 8 de mayo de 1791), Obras, ensayo introductorio (“José Agustín: el espíritu de los orígenes”), compilación y notas de Edelberto Leiva Lajara, La Habana, Ediciones Imagen Contemporánea, 1999, p. 200].
[51] Memories of President Lincoln, “When Lilacs Last in the Dooryard Bloom’d”, 1, p. 255: “When lilacs last in the dooryard bloom’d”, / And the great star early droop’d in the western sky in the night”.
[52] JM: “El poeta Walt Whitman”, El Partido Liberal, México, 17 de mayo de 1887, OCEC, t. 6, p. 278.
[53] JM: “Madre América”, discurso en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, Nueva York, 19 de diciembre de 1889, OC, t. 6, p. 135.
[54] “Murió hace algunos años en la Habana un hombre augusto. Él había dado a su patria toda la paciencia de su mansedumbre, todo el vigor de su raciocinio, toda la resignación de su esperanza. También iba allí un pueblo a consagrar un cadáver. // Los niños se agruparon a las puertas de aquel colegio inolvidable; los hombres lloraron sobre el cadáver del maestro: la generación que ha nacido siente en su frente el beso paternal del sabio José de la Luz y Caballero”. (JM: “Francisco de Paula Vigil.—El cristiano y la curia.—José de la Luz y Caballero”, Revista Universal, México, 26 de agosto de 1875, OCEC, t. 3, p. 94).
“Por dos hombres temblé y lloré al saber de su muerte, sin conocerlos, sin conocer un ápice de su vida: por Don José de la Luz,—y por Lincoln”. (JM: “Carta a Ángel Peláez”, [Nueva York, 19 de enero de 1892], EJM, t. III, p. 21).
[55] JM: “Desde el Hudson”, La Nación, Buenos Aires, 23 de febrero de 1890, OC, t. 13, pp. 398 y 397, respectivamente.
[56] “Un teatro original y cómo se elabora [en] New York”, ob. cit., p. 20.
[57] Véase JM: “El general Grant”, La Nación, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1885, OCEC, t. 22, pp. 156-190.
[58] JM: “Cartas de Martí. Muerte de Grant”, La Nación, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1885, OCEC, t. 22, p. 153.
[59] JM: “Cuaderno de apuntes no. 15”, OC, t. 21, p. 355.
[60] Véanse, entre otras crónicas, las siguientes: “Gran batalla política”, La Opinión Nacional, Caracas, 26 de octubre de 1881, OCEC, t. 9, pp. 77-84; “Blaine y Tilden”, La América, Nueva York, abril de 1884, OCEC, t. 19, pp. 131-134; “Grupo de sucesos”, La Nación, Buenos Aires, 6 de junio de 1884, OCEC, t. 17, pp. 213-223; “Un día de elecciones en Nueva York”, La Nación, Buenos Aires, 7 de enero de 1885, OCEC, t. 17, pp. 257-275; “Campaña electoral”, La Nación, Buenos Aires, 16 de diciembre de 1885, OCEC, t. 23, pp. 47-52; “Las elecciones en los Estados Unidos”, El Partido Liberal, de México, 12 de octubre de 1886, OCEC, t. 24, pp. 234-241; “Un día de elecciones en New York”, El Partido Liberal, México, 26 de noviembre de 1887, OCEC, t. 27, pp. 42-49; “La campaña presidencial en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 30 de junio de 1888, OCEC, t. 29, pp. 30-36; “La campaña electoral en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 11 de octubre de 1888, OCEC, t. 29, pp. 186-193; “Noche de Blaine”, El Partido Liberal, México, 8 de noviembre de 1888, OCEC, t. 30, pp. 72-77; “¡Elecciones!”, La Nación, Buenos Aires, 11 de diciembre de 1888, OCEC, t. 30, pp. 128-142; “La cuestión social, y el remedio del voto”, El Partido Liberal, México, 11 de diciembre de 1889, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e índice de cartas Ernesto Mejía Sánchez, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 129-135; y “Las elecciones en Nueva York”, El Partido Liberal, México, 17 de noviembre de 1891, Otras crónicas de Nueva York, ob. cit., pp. 171-175.
[61] JM: “Historia de la caída del Partido Republicano en los Estados Unidos y del ascenso al poder del Partido Demócrata”, La Nación, Buenos Aires, 9 y 10 de mayo de 1885, OCEC, t. 22, p. 55.
[62] “Cartas de Martí. Los secretarios del Presidente. La política de acometimiento”, ob. cit., pp. 226-227.
[63] JM: “Grover Cleveland. Candidato del Partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos”, La América, Nueva York, julio de 1884, OCEC, t. 19, p. 262.
[64] Ibíd., p. 264.
[65] “Cartas de Martí. Los secretarios del Presidente. La política de acometimiento”, ob. cit., p. 227.
[66] República de la Antigüedad, fundada por los fenicios en el norte de África, destruida por los romanos en el 146 a.n.e.
[67] “Cartas de Martí. Los secretarios del Presidente. La política de acometimiento”, ob. cit., p. 226.
[68] Véase la nota final “Guerra del Pacífico”.
[69] “Cartas de Martí. Los secretarios del Presidente. La política de acometimiento”, ob. cit., pp. 227-228.
[70] Ibíd., p. 228.