MUERTE DE ROSCOE CONKLING
...continuación 2
Cuando lo eligieron fiscal no se mostró en público, sino un año después, luego de conocer regla a regla y caso a caso su oficio. Cuando lo eligieron representante, no se enseñó, como hubiera podido, en una oración pomposa, sino [que] se procuró un puesto en una de las comisiones, cuyos detalles estudió tan bien que al fin del término ya la presidía. Cuando por su soberbia perdió tantos amigos que no le reeligieron a la Casa,[16] continuó estudiando con tal empeño las cuestiones públicas, la abolición de la esclavitud, la separación del Sud, la creación del Partido Republicano, que su reelección fue al fin inevitable, y tan justo y continuo el favor de que por su ciencia política llegó a gozar en la Casa, que al fin tuvo la ocasión nacional que apetecía, cuando en un discurso famoso[17] llevó la voz de la “Comisión de los treinta y tres”[18] nombrada para aconsejar a los representantes la conducta que el Congreso había de seguir contra los estados rebeldes.
Y aprendía a la vez literatura con que adornar sus encopetadas oraciones y cuantas leyes, datos e incidentes pudieran tener relación, por indirecta que fuese, con los asuntos entonces en debate,―por lo cual llegaron sus improvisaciones y réplicas a ser tan fáciles, sustanciosas y decisivas como los discursos de empeño, recamados de citas y vistosos como caballos caparazonados, que confiaba íntegros a su espléndida memoria.
Hasta el fin de su vida pudo recitar enteros todos sus discursos importantes; lo que revela tanto poder de recordar como excesivo amor de sí: ¿qué valen, en lo grande del mundo, unos cuantos racimos de palabras? Dramas completos sabía de memoria, y lo más notable de los oradores antiguos y modernos, lo cual se ve en el peso de su palabra hablada y escrita, y en que no emitía al hablar, aun cuando fuera de improviso, legiones desordenadas de imágenes quasimodescas o de vocablos sin concierto, sino que cada palabra envolvía idea, y era concepto, bofetón o lanzazo. Solía entretener a sus amigos recitándoles composiciones de los maestros ingleses, y jamás viajaba sin un libro de versos; mas, siempre había un libro de versos sobre su escritorio en el Senado.
Pero ese conocimiento del asunto y de la forma, de que cuidó él como un actor de sus entradas y salidas, quedaba a menudo deslucido por su soberbia propensión a creer errados y culpables a cuantos diferían de él, aun cuando tuvieran en su abono una vida más limpia que la suya.
Un día, por ejemplo, dijo al honrado reformista George William Curtis, que habla oro fino y escribe plata pura: “Bien dijo Johnson que el patriotismo era el último refugio de los bribones”; pero él no sabía entonces todo lo que puede esconderse detrás de la palabra ¡reforma! Azuzado por la pasión personal, su sarcasmo llegaba a ser indigno del lenguaje admirable con que lo investía, y la arrogancia, la emulación y el odio quitaban a su oratoria frecuentemente aquel arte sumo que consiste en ajustar la forma al pensamiento, y aquella belleza gloriosa y trascendental que solo da a las obras humanas la justicia.
Cada condición lleva consigo, como todo lo que existe en lo material o espiritual, una cantidad igual de vida y muerte. Así en Conkling, que tuvo su fuerza y ayuda principales, así como la causa de su debilidad y caída, en el espíritu aristocrático de que creía ser encarnación viva.
Él se reconocía con más deberes para consigo que para con el hombre, y tanto en lo mental como en lo corporal tuvo por su persona verdadero culto. Lo tuvo también por la amistad, y quien se la había mostrado podía estar seguro de su apasionado agradecimiento,―así como de su rencor, feroz a veces, el que hubiese querido ofenderlo en su gran vanidad o en su quisquilloso decoro. Si su amigo era pobre, por servirlo bajaría él hasta su pobreza; pero como quien hace merced, no como quien se da de igual a igual. Para él la República estaba equivocada, y lo de abajo no debía gobernar, y los de más mente y fuerza debían ejercer su derecho natural al gobierno. ¿No era él una prueba de las diferencias naturales, con las dotes eximias que la vida había puesto en su cuerpo robusto y hermoso?
Por eso, tanto como por mantener el encanto de la distancia, se negaba a codearse de cerca con las masas políticas; por eso, con independencia de artista, esquivó siempre esas vanas reuniones sociales donde se habla sin seso y se congregan gentes vulgares y desconocidas; por eso no pudo mucho cuando Lincoln, aquel hijo sublime de los “de abajo”, y llegó a toda la fuerza de su poder, cuando Grant, que en el cariño ciego que le mostraba su pueblo solo encontró razón para despreciarlo. Con Grant fue fuerte Conkling, y con él dejó de serlo. Se le mostró hostil cuando Grant daba al otro senador de Nueva York el derecho de repartir los empleos federales en el Estado; pero jamás lo abandonó,―desde que accedió a su demanda el Presidente acobardado. El uno era el imperio sigiloso: y el otro era imperio elocuente. Grant necesitaba de aquella mente enérgica, que Conkling sabía fruncir ante sus inferiores, pero suavizaba y escurría de modo que recibiese su influjo el general espantadizo sin que pudiera darse cuenta de cómo ni con qué fin lo recibía. Los ambiciosos pasan estas vergüenzas. Al poder se sube casi siempre de rodillas. Los que suben de pie, son los que tienen derecho natural a él.
No se veía la mano de Conkling donde se sabía que estaba su mano; salió sin mancha personal como Grant mismo, de aquellos años de descaro y rapiña, cuando el Secretario de Marina acaparó millones, y el de la Guerra vendía por dinero los empleos, y al de Gobernación lo echó del puesto la indignación pública y el secretario del Presidente cobraba los provechos del fraude al Tesoro, y la familia del Presidente fraguaba para su beneficio aquel pánico del “viernes negro”[19] que costó tanto al país: pero si[20] sacó Conkling limpias las manos de entre aquellos robos, no pudo sacar limpia la lengua, constantemente empeñada en defensa del partido a que había ligado su fortuna, y del hombre a cuya sombra esperó llevarla a la cima.
Él fue el pujante defensor de la tercera candidatura de Grant a la presidencia, en la convención misma[21] en que noventa y tres delegados votaron por Conkling para presidente; al amparo de Grant iría él creciendo: Grant quería, como él,[22] gobierno fuerte: de Grant podía valerse él como de instrumento poderoso para derribar a Blaine, cuyo influjo se mostraba ya entonces con arraigos tales que fue vano para vencerlo el discurso célebre, épico, llameante, tempestuoso, con que, precedido de cuatro versos[23] y seguido de trescientos seis delegados leales, proclamó Conkling candidato a Grant contra la candidatura de Blaine, que sin las fuerzas que mostró en su favor en la convención siguiente,[24] tuvo ya bastantes para lograr que el escogido no fuese Grant, sino Garfield,[25]—Garfield, muerto a manos del idiota ambicioso[26] que tomó consejo para su crimen en la venenosa querella con que culminó la rivalidad de Blaine y Conkling, cuando este creyó mal pagados los servicios que él y Grant prestaron a Garfield hacia el fin de la campaña, servicios tales, que acaso aseguraron a Garfield la elección dudosa, y no remuneró el presidente electo dando a Conkling, como parece que le prometió, el derecho de distribuir los empleos en su estado, sino que, aconsejado por el encono de Blaine, nombró precisamente para los empleos de Nueva York sin previo informe ni consulta, a los que en pro de Blaine habían movido en el estado más guerra a Grant y a Conkling.
¡Tales miserias oculta la política en sus pompas!
Renunció airado Conkling, seguro de que la Legislatura de Nueva York lo reelegiría en son de protesta contra la violación de los derechos senatoriales; pero todo lo que no sea virtud pura es a la larga apoyo deleznable en política. Los que por su propio interés le habían servido, por su propio interés lo abandonaron.
Sus admiradores sinceros, y nadie ha tenido más en este país, lucharon inútilmente por impedir el triunfo del candidato protegido por Blaine, que defendía su interés y preparaba su candidatura posterior, cuando Garfield de buena fe creía estar riñendo su primera batalla honrosa para ir sacando la política nacional de la estrechez y descrédito en que la tenía el interés corruptor de los empleos públicos.
Murió Garfield; y Arthur, que solo al influjo de Conkling debía la vicepresidencia, no creyó al suceder a su rival muerto, que era cuerdo invitar enseguida a Conkling a alardear de una victoria tan tristemente conquistada: porque no era el debate de dos sistemas políticos lo que había conmovido al país y parado en muerte, sino la ambición de dos pretendientes rivales: ni fue el nombramiento de Garfield y Arthur acuerdo espontáneo de un partido que busca dignos portaestandartes; sino el compromiso precipitado entre los amigos de Blaine que, impotentes para triunfar en su nombre, levantaron el de Garfield,[27] y los amigos de Conkling, a quienes como medio de tenerlos de su lado en las elecciones, dejaron elegir el candidato a la vicepresidencia, que fue Arthur.
¡Jamás aceptaría Conkling de su hechura un puesto inferior al que desde su juventud venía deseando! ¡Jamás solicitaría él de la Legislatura del Estado la elección que le habían negado aquellos amigos cobardes! Se cruzó de brazos, a ver cómo se desgranaba sin él el partido que había osado desdeñarlo. No ayudó a Arthur, y Arthur no fue reelecto, y murió de la pena más que de la enfermedad a los pocos meses.[28] No ayudó a Blaine cuando su candidatura a la presidencia, y por la fuerza invisible de aquella mano caída, Blaine fue derrotado.
Y entonces fue cuando, libre de su ambición política, mostró Conkling de lleno las virtudes que hacían de él un hombre típico y extraordinario. Con la tristeza de la derrota le había venido aquella sabiduría que sazona el genio. Su silencio era más elocuente que sus arengas más arrebatadas. La política, habituada a que los pretendientes la adulen, reconocía temple heroico en aquel hombre que sabía desdeñarla. Como quien se saca una bala de la frente, se sacó, seguro acaso de su victoria final, aquella ambición desengañada; pagó sin murmurar, con la grandeza de los amigos que pinta Eurípides,[29] todas las notas endosadas con su firma que por valor de cien mil pesos dejó en plaza un amigo desgraciado;[30] y con aquella certeza de sí que le había puesto tan alto entre los hombres, volvió con un triunfo cada día a la ocupación de abogado de sus primeros años, a las pláticas del club donde era motivo constante de admiración lo pintoresco y magnífico de su lenguaje y su seguro juicio político, a la noble oscuridad de quien no cree que haya en el mundo corona que merezca bajarse hasta los pies de los hombres para recogerla.
La nación lo ha honrado como a un prócer, y la ciudad lo ha velado como a un hijo. Su derrota fue su gloria. Comenzó a ser grande cuando dejó de ser ambicioso.
La Nación, Buenos Aires, 19 de junio de 1888.
[Copia digital en CEM]
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2018, t. 28, pp. 183-193.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[16] Formó parte de la Cámara de Representantes entre 1859 y 1863, sufrió la derrota en su intento de reelegirse en 1862 y volvió a ser electo en 1864.
[17] Referencia al discurso pronunciado por Roscoe Conkling el 30 de enero de 1861, en el que rechazaba enérgicamente la secesión y la guerra iniciada por los estados esclavistas del Sur. No ofrecía ninguna garantía, piedad o trato a los rebeldes: la única alternativa era que regresaran a sus hogares, se rindieran y se acogieran a la obediencia, porque esa rebelión era absolutamente ilegal y anticonstitucional.
[18] Comité Selecto de los Treinta y tres.
[19] En 1869 personajes cercanos al presidente Ulysses S. Grant provocaron con turbias manipulaciones financieras, una crisis que se extendió a todo el país, bautizada con el nombre de “Viernes negro”, en atención al día de la semana en que estallara en Wall Street.
[20] Errata en La Nación: “sí”.
[21] Convención Nacional Republicana celebrada en Cincinnati, Ohio, del 14 al 16 de junio de 1876.
[22] Se añade coma.
[23] José Martí se refiere al discurso de Conkling en la Convención Nacional Republicana de Chicago, el 6 de junio de 1880, cuando el senador nominó a Grant para un tercer mandato presidencial, aunque sin éxito. El mismo tiene un tono épico, exaltado, que destaca las victorias de Grant como militar y su labor como presidente. Según algunos especialistas en la vida y obra de Conkling, este es su discurso breve más famoso y mejor logrado. Comienza citando los siguientes versos, de la autoría del soldado Miles O’Reilly: “When asked what State he hails from, / Our sole reply shall be, / He comes from Appomattox, / And its famous apple-tree”. [En inglés; “Me preguntan de cuál estado él procede/ Una sola respuesta habría/ Él procede de Appomattox/ Y de su famoso manzano”.] Se ha atribuido al general Charles G. Halpine bajo el seudónimo de Private Miles O’Reilly, la autoría de esos versos, quien en la convención del Partido Demócrata de 1868 intentó proponer a Grant como candidato presidencial, aunque este no aceptó ser nominado por esa agrupación. Los versos aluden a la rendición de Robert E. Lee, el jefe militar de los confederados, el 9 de abril de 1865, ante Grant, al mando de las tropas de la Unión, en la casa de McLean, en la villa de Appomattox. Pero aún se sigue repitiendo desde entonces que el encuentro entre ambos ocurrió bajo un manzano, donde Lee recibió antes a dos emisarios de Grant para coordinar la reunión, versión corrida por los soldados del Sur quienes creyeron que uno de aquellos dos oficiales era Grant. Véanse las crónicas homónimas “Sucesos de la Quincena” y “El general Grant”, publicadas en La Nación, el 2 y 5 de junio, y el 27 de septiembre de 1885. (OCEC, t. 22, pp. 80-86 y 87-94, y 156-190).
[24] La Convención del Partido Republicano que nominó a Blaine para la presidencia tuvo lugar en Chicago del 3 al 6 de junio de 1884.
[25] La Convención del Partido Republicano tuvo lugar en Chicago, del 2 al 8 de junio de 1880. Tras treinta y seis votaciones finalmente fue electo candidato presidencial James A. Garfield, quien no figuraba entre los candidatos iniciales.
[26] Charles J. Guiteau. Véase la crónica “Garfield ha muerto”, publicada en La Opinión Nacional, de Caracas, el 14 de octubre de 1881. (OCEC, t. 9, pp. 43-68).
[27] Se añade coma.
[28] Véanse las crónicas “La muerte del presidente Arthur. Estudio político” y “Muerte del presidente Arthur. Análisis de carácter”, publicadas en El Partido Liberal y La Nación, el 19 de diciembre de 1886, y el 4 y 5 de febrero de 1887, respectivamente. (OCEC, t. 25, pp. 39-52 y pp. 92-104).
[29] A diferencia de la mayoría de los poetas griegos predecesores y de su tiempo, Eurípides solía tomar sus personajes míticos de la vida real, de sus amigos y parientes, que solían expresarse de manera natural. Véase la carta a Manuel Mercado escrita entre el 27 de enero y días inmediatos de 1888, en la que Martí copia el siguiente pensamiento de Eurípides sobre la amistad: “La vida no tiene un tesoro mayor que un amigo sincero”. (OCEC, t. 28, p. 221).
[30] Se añade punto y coma.