NOTABLE NÚMERO DEL MENSUARIO

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DEL ÚLTIMO OPÚSCULO

DE HERBERT SPENCER “LA FUTURA

ESCLAVITUD”

ANÁLISIS DEL SOCIALISMO

Continuación

     La futura esclavitud

     Tendencia al socialismo de los gobiernos actuales.—La acción excesiva del Estado.—Habitaciones para los pobres.—La nacionalización de la tierra.—El funcionarismo.     

     La futura esclavitud se llama este tratado de Herbert Spencer.[4] Esa futura esclavitud, que a manera de ciudadano griego que contaba para poco con la gente baja estudia Spencer, es el socialismo.—Todavía se conserva empinada y como en ropas de lord, la literatura inglesa; y este desdén y señorío, que le dan originalidad y carácter, la privan en cambio de aquella más deseable influencia universal a que por la profundidad de su pensamiento y melodiosa forma tuviera derecho.—Quien no comulga en el altar de los hombres, es justamente desconocido por ellos.

     ¿Cómo vendrá a ser el socialismo, ni cómo este ha de ser una nueva esclavitud?—Juzga Spencer como victorias crecientes de la idea socialista, y concesiones débiles de los buscadores de popularidad, esa nobilísima tendencia, precisamente para hacer innecesario el socialismo, nacida de todos los pensadores generosos que ven cómo el justo descontento de las clases llanas les lleva a desear mejoras radicales y violentas, y no hallan más modo natural de curar el daño de raíz que quitar motivo al descontento. Pero esto ha de hacerse de manera que no se trueque el alivio de los pobres en fomento de los holgazanes: y a esto sí hay que encaminar las leyes que tratan del alivio, y no a dejar a la gente humilde con todas sus razones de revuelta.

     So pretexto de socorrer a los pobres, dice Spencer, sácanse tantos tributos que se convierte en pobres a los que no lo son. La ley que estableció el socorro de los pobres por parroquias hizo mayor el número de pobres.[5] La ley que creó cierta prima a las madres de hijos ilegítimos, fue causa de que los hombres prefiriesen para esposas estas mujeres a las jóvenes honestas, porque aquellas les traían la prima en dote.[6] Si los pobres se habitúan a pedirlo todo al Estado, cesarán a poco de hacer esfuerzo alguno por su subsistencia, a menos que no se los allane proporcionándoles labores el Estado.[7] Ya se auxilia a los pobres en mil formas. Ahora se quiere que el gobierno les construya edificios.[8] Se pide que así como el gobierno posee el telégrafo y el correo, posea los ferrocarriles.[9] El día en que el Estado se haga constructor, cree Spencer que, como que los edificadores sacarán menos provecho de las casas, no fabricarán, y vendrá a ser el fabricante único el Estado,[10]—el cual argumento, aunque viene de arguyente formidable, no se tiene bien sobre sus pies. Y el día en que se convierta el Estado en dueño de los ferrocarriles, usurpará todas las industrias relacionadas con estos, y se entrará a rivalizar con toda la muchedumbre diversa de industriales,—el cual raciocinio no menos que el otro tambalea; porque las empresas de ferrocarriles son pocas y muy contadas, que por sí mismas elaboran los materiales que usan.[11]—Y todas esas intervenciones del Estado,  las juzga Herbert Spencer como causadas por la marea que sube, e impuestas por la gentualla que las pide,— como si el loabilísimo y sensato deseo de dar a los pobres casa limpia, que sanea a par el cuerpo y la mente,[12] no hubiere nacido en los rangos mismos de la gente culta, sin la idea indigna de cortejar voluntades populares; y como si esa otra tentativa de dar los ferrocarriles al Estado no tuviera, con varios inconvenientes, altos fines moralizadores, tales como el de ir dando de baja los juegos corruptores de la Bolsa,[13] y no fuese alimentada en diversos países, a un mismo tiempo, entre gentes que no andan por cierto en tabernas ni tugurios.

     Teme Spencer, no sin fundamento, que al llegar a ser tan varia, activa y dominante la acción del Estado, habría este de imponer considerables cargas a la parte de la nación trabajadora en provecho de la parte páupera. Y es verdad que si llegare la benevolencia a tal punto que los páuperos no necesitasen trabajar para vivir,—a lo cual jamás podrá llegar,—se iría debilitando la acción individual, y gravando la condición de los tenedores de alguna riqueza, sin bastar por eso a acallar las necesidades y apetitos de los que no la tienen. —Teme además el cúmulo de leyes adicionales y cada vez más extensas que la regulación de las leyes anteriores de páuperos causa; pero esto viene de que se quieren legislar las formas del mal, y curarlo en sus manifestaciones; cuando en lo que hay que curarlo es en su base, la cual está en el enlodamiento, agusanamiento y podredumbre en que viven las gentes bajas de las grandes poblaciones, y de cuya miseria,—con costo que no alejaría por cierto del mercado a constructores de casas de más rico estilo, y sin los riesgos que Spencer exagera,—pueden sin duda ayudar mucho a sacarles las casas limpias, artísticas, luminosas y aireadas que con razón se trata de dar a los trabajadores, por cuanto el espíritu humano tiene tendencia natural a la bondad y a la cultura, y en presencia de lo alto, se alza, y en la de lo limpio, se limpia.—A más que, con dar casas baratas a los pobres, trátase solo de darles habitaciones buenas por el mismo precio que hoy pagan por infectas casucas.

     Puesto sobre estas bases fijas, a que dan en la política inglesa cierta mayor solidez las demandas exageradas de los Radicales[14] y de la Federación Democrática, construye Spencer el edificio venidero, de veras tenebroso, y semejante al de los peruanos antes de la conquista[15] y al de la Galia cuando la decadencia de Roma,[16] en cuyas épocas todo lo recibía el ciudadano del Estado, en compensación del trabajo que para el Estado hacía el ciudadano.

     Henry George anda predicando la justicia de que la tierra pase a ser propiedad de la nación;[17] y la Federación Democrática anhela la formación de “ejércitos industriales y agrícolas conducidos por el Estado”.[18]—Gravando con más cargas, para atender a las nuevas demandas, las tierras de poco rendimiento, vendrá a ser nulo el de estas, y a tener menos frutos la nación, a quien en definitiva todo viene de la tierra, y a necesitarse que el Estado organice el cultivo forzoso.[19]—Semejantes empresas aumentarían de terrible manera la cantidad de empleados públicos, ya excesiva. Con cada nueva función, vendría una casta nueva de funcionarios.—Ya en Inglaterra, como en casi todas partes, se gusta demasiado de ocupar puestos públicos, tenidos como más distinguidos que cualesquiera otros, y en los cuales se logra remuneración amplia y cierta por un trabajo relativamente escaso,—con lo cual claro está que el nervio nacional se pierde:—¡mal va un pueblo de gente oficinista!

     Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe,—lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes.—Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio.—El hombre, que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que pluguiese al Estado asignarle, puesto que a este, sobre quien caerían todos los deberes, se darían naturalmente todas las facultades necesarias para recabar los medios de cumplir aquellos. De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado.—De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios.—Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él:[20] y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre; que a la comunidad entregaría todo su trabajo.[21] Y como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendrían gran poder, apoyados por todos los que aprovechasen o esperasen aprovechar de los abusos, y por aquellas fuerzas viles que siempre compra entre los oprimidos el terror, prestigio o habilidad de los que mandan,—este sistema de distribución oficial del trabajo común llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la autoridad y osadía del genio, y las astucias del vicio originan pronta y fatalmente en toda organización humana.—“De mala humanidad—dice Spencer—no pueden hacerse buenas instituciones”.[22]—La miseria pública será pues con semejante socialismo, a que todo parece tender en Inglaterra, palpable y grande.—El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre.

     Y en todo este estudio apunta Herbert Spencer las consecuencias posibles de la acumulación de funciones en el Estado,—que vendrían a dar esa dolorosa y menguada esclavitud; pero no señala con igual energía, al echar en cara a los páuperos su abandono e ignominia, los modos naturales de equilibrar la riqueza pública dividida con tal inhumanidad en Inglaterra, que ha de mantener naturalmente en ira, desconsuelo y desesperación a seres humanos que se roen los puños de hambre en las mismas calles por donde pasean hoscos y erguidos otros seres humanos que con las rentas de un año de sus propiedades pueden cubrir a toda Inglaterra de guineas.

     Nosotros diríamos a la política: ¡Yerra, pero consuela! Que el que consuela, nunca yerra.

[ JOSÉ MARTÍ ]

La América, Nueva York, abril de 1884. Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, t. 19, pp. 142-153.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[4] Para esta edición crítica se ha consultado El individuo contra el Estado, de Herbert Spencer, F. Sempere y Ca. Editores, Valencia, 1961. Las notas que remiten al texto de Spencer han sido una colaboración de Luis Ernesto Martínez González.

[5] “Si se incluye a nuestros antecesores en la palabra “nosotros” y en especial a los que han legislado, estoy conforme. Admito que los autores, innovadores y ejecutores de la antigua Ley de pobres han producido tan gran desmoralización, que serán necesarias muchas generaciones para que desaparezca. También admito la responsabilidad parcial de los legisladores de nuestros tiempos, por haber hecho posible con sus medidas la existencia de un cuerpo permanente de vagabundos, que van de una a otra asociación y no niego la que alcanza a los mismos por la presencia entre nosotros de un número constante de criminales, puesto que permiten volver a los licenciados de presidio en condiciones que casi les fuerzan a cometer nuevos crímenes. Tampoco eximo de responsabilidad a los filántropos, quienes, por favorecer a los hijos de personas indignas, perjudican a los hijos de padres virtuosos, imponiendo a estos últimos contribuciones locales más elevadas cada vez. Convengo además que ese enjambre de vagos, alimentados y multiplicados por instituciones públicas y privadas, ha visto aumentar la miseria que padece a compás de los medios perniciosos con que se ha querido remediarla”. Obra citada (en la nota 3 de este mismo texto), pp. 46-47.

[6] “Cuando en la época de la guerra se necesitaba a todo trance ‘carne de cañón’ y se favorecía el desarrollo de la población; cuando Mr. Pitt decía: ‘Procuremos que los socorros concedidos a los padres de muchos hijos sean un derecho y un honor en lugar de ser un objeto de oprobio y de desprecio” no se pensaba que las contribuciones para los pobres se cuadruplicarían en cincuenta años, que las mujeres con muchos hijos ilegítimos serían preferidas a las honradas para contraer matrimonio, en atención al socorro recibido de la caja de los indigentes, y que muchos contribuyentes harían engrosar las filas del pauperismo’”, p. 54.

[7] “La Ley de pobres ha favorecido el desarrollo del hábito de la imprevisión y ha multiplicado el número de imprevisores; pues bien, como remedio a los males causados por la caridad obligatoria, se invoca la necesidad del seguro obligatorio. El desenvolvimiento de esta política, originando el desarrollo de ideas correspondientes, ha hecho nacer en todas partes la opinión tácita de que el gobierno debe intervenir en cuantas cosas no presenten un carácter halagüeño. ‘¡A ciencia cierta que no querréis que estos males continúen!’ –exclamará alguno, si exponéis cualquiera objeción contra lo mucho que ahora se hace o dice. Nótese lo que implica esta observación. En primer lugar, de como cierto que deberían suprimirse todos los sufrimientos, lo cual no es verdad; muchos sufrimientos son curativos e impidiéndolos, se impediría el efecto de un remedio. En segundo término, supone que todos los males pueden ser aliviados, cuando lo cierto es que con los defectos inherentes a la naturaleza humana, solo es posible respecto de muchos males hacer que cambien de lugar o forma, exacerbándolos con el cambio frecuentemente. La exclamación implica también la firme creencia de que el Estado debe poner remedio a todas las miserias, de cualquier especie que sean. No ocurre el inquirir si hay otros medios de evitar algunas de ellas, y si aquellas de que se trata en cada caso concreto es susceptible o no de que se apliquen tales medios. Y es evidente que a medida que aumenta la intervención gubernativa, más se robustece el pensamiento de su necesidad y con más insistencia se pide su extensión”, pp. 62-63.

[8] “Después que las autoridades posean la propiedad urbana de las ciudades, habrá un buen precedente para proveer también de habitaciones a la propiedad rural a expensas de la comunidad. Esto es lo que el programa radical exige y así lo quiere la Federación Democrática, que insiste en la construcción obligatoria de casas sanas para los artesanos y trabajadores del campo en proporción a la población. Evidentemente, lo que se ha hecho, se hace y se hará nos aproxima al ideal socialista, según el cual la única propietaria de las casas es la comunidad”, pp. 77-78.

[9] “La compra y explotación de las líneas telegráficas por el Estado sirve de fundamento para reclamar igual medida respecto de las férreas”, p. 60. “Cuando se oye decir al Consejo que los accionistas de ferrocarriles, quienes a veces ganando, pero frecuentemente perdiendo, han creado nuestra red de caminos de hierro y contribuido al gran desenvolvimiento presente de la prosperidad nacional, han puesto mano sobre nuestras vías de comunicación, es fácil inferir cómo los encargados de dirigir la administración socialista podrían interpretar los derechos de los individuos y las clases colocados bajo su autoridad. Y cuando más adelante afirman los miembros del mismo Consejo que el Estado debe incautarse los ferrocarriles ‘con o sin compensación’ se debe presumir que ninguna consideración de equidad impediría a los jefes de la sociedad ideal tan deseada, seguir la política que creyesen indispensable, política que siempre iría de acuerdo con su supremacía”, pp. 89-90.

[10] “El sistema iniciado con la Ley relativa a las habitaciones admite desenvolvimiento, y se desenvolverá. Donde las corporaciones municipales han construidos barriadas para los obreros, inevitablemente han contribuido a la depreciación de las casas que antes había y dificultado la construcción de otras nuevas. Cada prescripción referente a la manera y forma de construir, rebaja el beneficio del constructor y es causa de que este ponga su capital en otras empresas que le den más rendimiento. Por otra parte, los propietarios, viendo que las casas de corto alquiler requieren más trabajo y acarrean pérdidas más grandes que las otras, sometido ya a la inspección e injerencias administrativas y a los gastos que traen consigo, se verán obligados a venderlas; pero las mismas razones alejarán a los compradores y tendrán que perder en la venta. Y cuando la reglamentación, más estrecha cada día, llegue tal vez, como propone Lord Grey, a exigir del propietario que mantenga la salubridad de las habitaciones, despidiendo a los inquilinos poco aseados, y agregue a sus demás responsabilidades la de inspeccionar la basura, creciendo la necesidad de vender y disminuyendo en la misma proporción el deseo de comprar, será más considerable la depreciación de tales fincas. ¿Qué sucederá entonces? No construyéndose nuevas casas, sobre todo casas baratas, se reclamará con gran empeño que las corporaciones municipales suplan esta falta. Los Ayuntamientos u otras entendidas análogas tendrán que multiplicar las construcciones o comprar las casas invendibles a particulares por las razones dichas; quizá hallen más ventajoso lo último, dado el poco valor de la mercancía. Este proceso se realizará en dos sentidos, puesto que toda contribución local produce una depreciación en la propiedad”, pp. 76-77.

[11] “Volvamos a hablar algo del Estado, propietario de los caminos de hierro, como ya lo es en gran parte del continente. No ha faltado entre nosotros quien abogue por este sistema hace algunos años; y ahora esta reforma, defendida por diversos políticos y publicistas, ha sido inscrita en su programa por la Federación Democrática, que propone ‘la apropiación de los ferrocarriles por el Estado, con compensación o sin ella’. Evidentemente, la presión de arriba unida a la de abajo es probable que produzca este cambio conforme a la política dominante, y le acompañarán otros muchos; porque los propietarios de caminos de hierro, propietarios y explotadores de estos caminos nada más al principio, se hallan hoy al frente de numerosas industrias que guardan con aquella una relación más o menos directa; de donde resulta que el Gobierno deberá adquirir estas industrias al propio tiempo que compre los ferrocarriles. Ya encargado exclusivamente del servicio postal y telegráfico y a punto de tener el monopolio de los vapores-correos, el Estado no solo transportará los pasajeros, las mercancías y los minerales, sino que unirá otros muchos a sus diferentes oficios actuales. Actualmente, además de construir cuarteles, docks, arsenales, puertos, diques, etc., fabrica buques, fusiles, cañones, municiones de guerra, prendas de vestir y calzado para el ejército; y cuando se haya apropiado los ferrocarriles, con compensación o sin ella, como dice la Federación Democrática, se convertirá en constructor de locomotoras y vagones, en fabricante de grasa y cáñamo embreado, y tendrá buques propios, minas de hulla, canteras, ómnibus, etcétera”, pp. 81-82.

[12] En las crónicas “Suma de sucesos” y “Un teatro original y cómo se elabora [en] New York”, Martí escribía:

Y ha dejado [Edwin D.] Morgan muy buenas sumas a las casas en que ayudan a los enfermos, a los ancianos, a los niños y a los pobres: ¡no dejara alguna para ayudar a hacer casas con aire y luz a los que al cabo, de vivir en las sombras llegan a sentirla en el alma, y a hacerla sentir! Estas ciudades populosas, que son graneros humanos, más que palacios de mármol, deberán erigirlos de ventura:—y no acumular las gentes artesanas en pocilgas inmensas, sino hacer barrios sanos, alegres, rientes, elegantes y luminosos para los pobres. Ya son el aseo y la luz del sol para ellos desusada elegancia: pues sin ver hermosura ¿quién sintió bondad? ni sin sentir la caridad ajena ¿quién la tuvo? ¡Aleje de la cabeza de otros la tormenta el que quiera alejarla de la suya!”. (La Nación, Buenos Aires, 13 y 16 de mayo de 1883, OCEC, t. 17, p. 67).

[…] mientras haya un hombre que duerma en el fango, ¿cómo debe haber otro que duerma en cama de oro? Séquense en las ciudades los barrios fétidos, échense a tierra las casas malsanas, levántense por los capitales desocupados, y dense a los pobres por bajo alquiler, o sin él cuando no pudieren pagarlo, casas limpias y gratas a los ojos—que la bondad en mucha parte entra por ellos! ¿Cómo se piden, de atmósfera miasmática, almas claras? El alma, que desde su aposento desaseado no ve más que lobreguez, se vuelve torva. Cada casa limpia y ventilada es una escuela. [La Nación, Buenos Aires, 22 de febrero de 1885, OCEC, t. t. 22, p. 16. (N. del E. del sitio web)].

[13] Bolsa de acciones de Nueva York.

[14] Ala izquierdista del Partido Whig o liberal, se inspiraban en la obra de John Stuart Mill. En los años ochenta, un importante grupo de políticos radicales luchaba por una apertura del establishment político “hacia abajo”.

[15] “Sería suficiente una guerra con cualquiera sociedad limítrofe o que alguna perturbación interior exigiese la represión por la fuerza para que la administración socialista se transformase en una abrumadora tiranía, como la del antiguo Perú, bajo la cual la masa del pueblo, gobernada por una jerarquía de funcionarios, trabajaría a fin de sostener a los jefes, no quedándole sino los recursos indispensables para arrastrar una existencia miserable […]”, p. 90.

[16] “En las Galias, durante la declinación del imperio romano, era tan excesivo el número de los que recibían en comparación de los que pagaban, tan abrumadoras las cargas públicas, que sucumbió el labrador, quedaron desiertos los campos y los sitios que antes surcaba el arado pobláronse de bosques”, pp. 79-80.

[17] “Por esta manera se ha producido ese movimiento para nacionalizar el suelo, con o que se aspira a un sistema de propiedad territorial, equitativo en abstracto, pero que, como todo el mundo sabe, quisieran establecer Mr. George y sus amigos, comenzando por ignorar los justos títulos de los poseedores actuales, y como base un proyecto que lleva directamente al socialismo de Estado”, pp. 69-70.

[18] “Después que se establezca como costumbre el que el gobierno tome a jornal a los trabajadores desocupados para cultivar las tierras abandonadas o las que se adquieran por insignificante precio, se estará próximo de la organización que, a juicio de la Federación Democrática, debe seguir a la adquisición del suelo por el Estado, esto es: ‘La creación de ejércitos agrícolas e industriales bajo la dirección del Estado y según los principios cooperativos’”, p. 79.

[19] “El aumento de los beneficios debidos a la Administración exige un aumento correspondiente en el personal administrativo, y estos a su vez nuevos gravámenes sobre la propiedad territorial, cuya renta irá disminuyendo progresivamente hasta que la exorbitancia de los impuestos venza la resistencia opuesta por los terratenientes a la transformación de su capital. Como sabemos, es ya difícil en muchas partes el hallar arrendatarios, aun reduciendo la renta considerablemente; los terrenos de inferior calidad no se cultivan en ciertos casos, y si el propietario acomete su explotación lo hace perdiendo casi siempre. Verdaderamente, la renta de la tierra no es tan crecida que consienta la exacción de los enormes impuestos locales y generales, necesarios para sostener tantas dependencias y agentes públicos; los propietarios tendrán indudablemente que vender para sacar el mejor partido posible del capital realizado, emigrando y comprando tierras donde sean más ligeras las cargas; así lo han hecho ya algunos. Como resultado de este proceso, quedarán sin cultivar las tierras de inferior calidad; entonces podrá ampliarse la petición hecha por Mr. Arch, quien, hablando hace poco ante la Asociación Radical de Brighton y sosteniendo que los terratenientes no hacen producir al suelo todo lo necesario, decía: ‘Me gustaría que el gobierno actual tomase la iniciativa para que se votara una Ley acerca del cultivo obligatorio’; cuya proposición fue aplaudida y justificó su autor con el ejemplo de la vacunación obligatoria (mostrando así la influencia de los precedentes). Y se insistirá en esta petición, no únicamente por la necesidad de cultivar el suelo, sino también por la de dar trabajo a la población rural”, pp. 78-79.

[20] “Efectivamente ¿en qué consiste esencialmente la esclavitud? Dirán todos: en la posesión de un hombre por otro. No obstante, para que no sea simplemente nominal esta posesión, es indispensable que se cohíba la actividad del esclavo, coacción ejercida casi siempre en provecho del dueño. Por consiguiente, lo que caracteriza fundamentalmente al esclavo es el hecho de trabajar por mandato y bajo la presión de la voluntad de otro, cuyos deseos está obligado a satisfacer”, pp. 73-74.

[21] “¿Qué nos lleva en estos diversos casos a calificar la esclavitud de más o menos rigurosa? Evidentemente, la mayor o menor parte de trabajo que el dueño recaba para sí; si todo el trabajo es para el dueño, la esclavitud es dura, si solo una parte escasa, es ligera. Supongamos que el señor muere y que los esclavos pasan, junto con las propiedades, a manos de fideicomisarios; o supongamos que una sociedad particular compra esclavos y propiedades: ¿habrá mejorado la condición del esclavo si permanece igual la suma de trabajo que se ve obligado a ejecutar? Sustitúyase una comunidad a la compañía: ¿constituirá esto una diferencia para el esclavo, si el tiempo que debe trabajar para los demás y el que puede trabajar para sí no se han alterado? El grado de su esclavitud varía entre lo que se ve obligado a dar y lo que se le permite guardar para sí; nada importa que el señor sea un individuo o una comunidad; si se le obliga a trabajar para la sociedad y recibe del fondo común la porción que le señala esta, será esclavo de la sociedad. La organización socialista exige una esclavitud de este género; a ella nos arrastran muchas medidas recientes, siendo mayor el impulso cuando se aprueben otras por las que se aboga”, p. 75.

[22] “Los socialistas, y con ellos los llamados liberales que les preparan diligentemente el camino, se imaginan que los defectos humanos pueden ser corregidos a fuerza de habilidad por buenas instituciones. Es una ilusión. Cualquiera que sea la estructura social, la naturaleza defectuosa de los ciudadanos ha de manifestarse necesariamente en actos perniciosos. No hay alquimia política suficientemente poderosa para transformar instintos de plomo en conducta de oro”, p. 91.