CARTAS DE MARTÍ

UN POETA

WALT WHITMAN

(continuación 2...)

     Cada estado social trae su expresión a la literatura, de tal modo que por las diversas fases de ella pudiera contarse la historia de los pueblos, con más verdad que por sus cronicones y sus décadas.

     No puede haber contradicciones en la naturaleza: la misma aspiración humana a hallar en el amor durante la existencia y en lo ignorado después de la muerte un tipo perfecto de gracia y hermosura, demuestra que en la vida total han de ajustarse con gozo los elementos que en la porción actual de vida que atravesamos parecen desunidos y hostiles. La literatura que anuncie y propague la armonía final y dichosa de las contradicciones aparentes; la lectura que como espontáneo consejo y enseñanza de la naturaleza promulgue la identidad en una paz superior de los dogmas y pasiones rivales que en el estado elemental de los pueblos los dividen y ensangrientan; la literatura que inculque en el espíritu espantadizo de los hombres una convicción tan arraigada de la justicia y belleza definitivas que las deformidades y penurias de la existencia ni los acibaren ni descorazonen, no solo revelará un estado social más cercano a la perfección que todos los conocidos, sino que, hermanando felizmente la razón y la gracia, proveerá a la humanidad, ansiosa de maravilla y poesía, con la religión que confusamente aguarda desde que conoció la oquedad e insuficiencia de sus credos antiguos.

    ¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental que creen que toda la fruta acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o aflige, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que la poesía les da el deseo y la fuerza de la vida. ¿Adónde irá un pueblo de hombres que hayan perdido el hábito de pensar con fe en la significación y alcance de sus actos? Los mejores, los que unge la naturaleza con el sacro deseo de lo futuro, perderán, en un aniquilamiento doloroso y sordo, todo estímulo para sobrellevar las fealdades humanas; y la masa, lo vulgar, la gente de apetitos, los comunes, procrearán sin santidad hijos vacíos, elevarán a facultades esenciales los que deben servirles de meros instrumentos, y aturdirán con el bullicio de una prosperidad siempre incompleta la aflicción irremediable del alma, que solo se complace en lo bello y grandioso.

    La libertad debe ser, fuera de otras razones, bendecida, porque su goce inspira al hombre moderno,—privado a su aparición de la calma, estímulo y poesía de la existencia,—aquella paz suprema y bienestar religioso que produce el orden del mundo[26] en los que viven en él con la arrogancia y serenidad de su albedrío. Ved sobre los montes, poetas que regáis con lágrimas pueriles los altares desiertos. Creíais la religión perdida, porque estaba mudando de forma sobre vuestras cabezas. Levantaos, porque vosotros sois los sacerdotes. La libertad es la religión definitiva, y la poesía de la libertad el culto nuevo. Ella aquieta y hermosea lo presente, deduce e ilumina lo futuro, y explica el propósito inefable y seductora bondad del universo.

    Oíd lo que canta este pueblo trabajador y satisfecho, oíd a Walt Whitman. El ejercicio de sí lo encumbra a la majestad, la tolerancia a la justicia y el orden a la dicha. El que vive en un credo autocrático es lo mismo que una ostra en su concha, que solo ve la prisión que la encierra, y cree en la oscuridad que aquello es el mundo: la libertad pone alas a la ostra. Y lo que oído en lo interior de la concha parecía portentosa contienda, resulta a la luz del aire ser el natural movimiento de la savia en el pulso enérgico del mundo.

    El mundo para Walt Whitman fue siempre como es hoy. Basta con que una cosa sea para que haya debido ser: y cuando ya no deba ser, no será. Lo que ya no es, lo que no se ve, se prueba por lo que es y se está viendo, porque todo está en todo, y lo uno explica lo otro, y cuando lo que es ahora no sea, se probará a su vez por lo que esté siendo entonces. Lo infinitésimo colabora para lo infinito, y todo está en su puesto, la tortuga, el buey, los pájaros, “propósitos alados”.

    Tanta fortuna es morir como nacer, porque los muertos están vivos: “¡nadie puede decir lo tranquilo que está él sobre Dios y la muerte!”[27] Se ríe de lo que llaman disolución, y conoce la amplitud del tiempo: él acepta absolutamente el tiempo. En su persona se contiene todo: todo él está en todo: donde uno se degrada, él se degrada: él es la marea, el flujo y reflujo:[28] ¿cómo no ha de tener orgullo en sí, si se siente parte viva e inteligente de la naturaleza? ¿Qué le importa a él volver al seno de donde partió, y convertirse, al amor de la tierra húmeda, en vegetal útil, en flor bella? Nutrirá a los hombres después de haberlos amado. Su deber es crear: el átomo que crea es de esencia divina: el acto en que se crea es exquisito y sagrado.

    Convencido de la identidad del universo, entona el Canto de mí mismo.[29] De todo teje el canto de sí:—de los credos que contienden y pasan, del hombre que procrea y labora, de los animales que le ayudan, ¡ah! de los animales, entre quienes “ninguno se arrodilla ante otro, ni es superior al otro, ni se queja”.[30] Él se ve como heredero del mundo. Nada le es extraño, y lo toma en cuenta todo, el caracol que se arrastra, el buey que con sus ojos misteriosos lo mira, el sacerdote que defiende una parte de la verdad como si fuese la verdad entera. El hombre debe abrir los brazos, y apretarlo todo contra su corazón, la virtud lo mismo que el delito, la suciedad lo mismo que la limpieza, la ignorancia lo mismo que la sabiduría: todo debe fundirlo en su corazón, como en un horno: sobre todo debe dejar caer la barba blanca. Pero eso sí, “ya se ha denunciado y tonteado bastante!”. Regaña a los incrédulos, a los sofistas, a los habladores. Procreen, en vez de querellarse, y añadan al mundo. Créese, con aquel respeto con que una devota besa la escalera del altar.

    Él es de todas las castas, credos y profesiones, y en todas halla justicia y poesía. Mide las religiones sin ira: pero cree que la religión perfecta está en la naturaleza. La religión y la vida están en la naturaleza. Si hay un enfermo, “idos”, dice al médico y al cura,[31] “yo me apegaré a él, abriré las ventanas, lo amaré, le hablaré yo al oído: ya veréis como sana: vosotros sois palabra y yerba, pero yo puedo más que vosotros, porque soy amor!”.

    El Creador es el verdadero amante, el camarada perfecto.[32] Todos los hombres son “camaradas”, y valen más mientras más aman y creen, aunque “todo lo que ocupe su lugar y su tiempo vale tanto como cualquiera”;[33] mas vean todos el mundo por sí, porque él, Walt Whitman, que siente en sí el mundo desde que este fue creado, sabe por lo que el sol y el aire libre le enseñan, que una salida de sol le revela más que el mejor libro. Piensa en los orbes, apetece a las mujeres, se siente poseído de amor frenético y universal, oye levantarse de las escenas de la creación y de los oficios del hombre un concierto que le inunda de ventura, y cuando se asoma al río, a la hora en que se cierran los talleres y el sol de puesta enciende el agua, siente que tiene cita con el Creador; reconoce que el hombre es definitivamente bueno; y ve que de su cabeza, reflejada en la corriente, surgen aspas de luz.

    Pero ¿qué dará idea de su vasto y ardentísimo amor? Con el fuego de Safo ama este hombre al mundo. A él le parece el mundo un lecho gigantesco. El lecho es para él un altar.

    “Yo haré ilustres, dice, las palabras y las ideas que los hombres han prostituido con su sigilo y su falsa vergüenza: yo canto y consagro lo que consagraba el Egipto”. Una de sus fuentes de originalidad es la fuerza hercúlea con que postra a las ideas, como si fuera a violarlas, cuando solo va a darles un beso, con la pasión de un santo. Otra fuente es la forma material, brutal, corpórea, con que expresa sus más delicadas idealidades. Ese lenguaje ha parecido lascivo a los que son incapaces de entender su grandeza: imbéciles ha habido que cuando celebra en Calamus con las imágenes más vehementes de la lengua humana el amor de los amigos, creyeron ver, con remilgos de colegial impúdico, el retorno de aquellas viles ansias de Virgilio por Cebete y de Horacio por Giges y Licisco.[34] Y cuando canta en Los hijos de Adán el pecado divino, en cuadros ante los cuales palidecen los más calurosos del Cantar de los Cantares, tiembla, se encoge, se vierte y dilata, enloquece de orgullo y virilidad satisfecha, recuerda al dios del Amazonas[35] que cruzaba sobre los bosques y los ríos esparciendo por la tierra las semillas de la vida: “¡mi deber es crear!” “Yo canto al cuerpo eléctrico”,[36] dice en Los hijos de Adán; y es preciso haber leído en hebreo las genealogías patriarcales del Génesis, es preciso haber seguido por las selvas no holladas las comitivas desnudas y carnívoras de los primeros hombres, para hallar apropiada semejanza a la enumeración de satánica fuerza en que describe, como un héroe ahíto que se relame los labios sanguinosos, las pertenencias del cuerpo femenino.[37] ¿Y decís que este hombre es brutal?: oíd esta composición, que como muchas suyas no tiene más que dos versos,—“Mujeres hermosas”: “Las mujeres se sientan, o se mueven de un lado para otro, jóvenes algunas, algunas viejas: las jóvenes son hermosas, pero las viejas son más hermosas que las jóvenes”.[38] Y esta otra: “Madre y niño”: “Veo el niño que duerme anidado en el regazo de su madre. La madre que duerme y el niño: silencio! Los estudio largamente, largamente”.[39] Él prevé que, como ya se juntan en grado extremo la virilidad y la ternura en los hombres de genio superior, en la paz deleitosa en que descansará la vida han de juntarse con una solemnidad y júbilo dignos del universo, las dos energías que han necesitado dividirse para continuar la faena de la creación.

     Si entra en la yerba, dice que la yerba le acaricia, que ya siente “mover sus coyunturas”; y el más inquieto novicio no tendría palabras tan fogosas para describir la alegría de su cuerpo, que él mira como parte de su alma, al sentirse abrazado por el mar. Todo lo que vive le ama. La tierra, la noche, el mar le aman. “¡Penétrame, oh mar, de humedad amorosa!” Paladea el aire. Se ofrece a la atmósfera, como un novio trémulo. Quiere puertas sin cerradura, y cuerpos en su belleza natural. Cree que santifica cuanto toca o le toca, y halla virtud a todo lo corpóreo. Él es “Walt Whitman, un kosmos, el hijo de Manhattan, turbulento, carnoso, sensual, que come, bebe y engendra, ni más ni menos que todos los demás”.[40] Pinta a la verdad como una amante frenética, que invade su cuerpo y ansiosa de poseerle lo liberta de sus ropas. Pero cuando en la clara medianoche, emancipada el alma de ocupaciones y de libros, emerge entera, silenciosa y contemplativa del día noblemente empleado, medita en los temas que más la complacen, en la noche, el sueño y la muerte: en el “canto de lo universal, para beneficio del hombre común”; en que es muy dulce “morir avanzando”, y caer al pie del árbol primitivo, mordido por la última serpiente del bosque con el hacha en las manos.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[26] Esta misma expresión “orden del mundo”, con resonancias filosóficas particulares en la obra de José Martí, es posible encontrarla también en “Universidad sin metafísica”, La Nación, Buenos Aires, 22 de noviembre de 1889, OC, t. 12, p. 347; “Poesías y artículos de Arsenio Ezguerra”, Patria, Nueva York, 6 de agosto de 1892, no. 22, p. 3 (OC, t. 7, p. 425); y “Carta a María Mantilla”, Cabo Haitiano, 9 de abril de 1895, TEC, p. 63. (N. del E. del sitio web).

[27] Song of Myself, 48, p. 76: “(No array of terms can say how much I am at peace about God and about death)”.

[28] José Martí parafrasea estos versos: Song of Myself, 24, p. 48: “Whoever degrades another degrades me, / And whatever is done or said returns at last to me”.

[29] Canto a mí mismo.

[30] Song of Myself, 32, p. 54: “Not one kneels to another, nor to his kind thar lived thousands of years ago”.

[31] Song of Myself, 40, p. 66: “To any one dying, thither I speed and twist the knob of the door, / Turn the bed-clothes toward the foot of the bed, / Let the physician and the priest go home”.

[32] By the Roadside, “Gods”, p. 213: “Lover divine and perfect Comrade”.

[33] Song of Myself, 44, p. 71: “That which fills its period and place is equal to any”.

[34] Personajes literarios masculinos que aparecen en la obra poética de Horacio.

[35] Amalivaca. Dos años después, José Martí concluyó su ensayo “Nuestra América” publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, con una referencia al mito del pueblo tamanaco, de Venezuela, acerca de la creación de la humanidad por Amalivaca.

[36] “I sing the body electric” es el título de uno de los poemas del cuaderno Los hijos de Adán.

[37] Véanse en Los hijos de Adán, los cantos 5 y 8 y el poema titulado “A Woman Waits for Me”.

[38] By the Roadside, “Beautiful Women”, p. 217: “Women sit or move to and fro, some old, some young, / The young are beautiful —but the old are more beautiful than the young”.

[39] By the Roadside, “Mother and Babe”, p. 217: “I see the sleeping babe nestling the breast of its mother, / The sleeping mother and babe —hush’d. I study them long and long”.

[40] Song of Myself, 24, p. 48: “Walt Whitman, a kosmos, of Manhattan the sun, / Turbulent, fleshy, sensual, eating, drinking and breeding, / No more modest than innocent”.