Marta. —Laine, tengo siempre miedo por ti,
     Y pienso siempre en ti cuando no estás,
     Como en un niño que no se sabe lo que hace. Pues, adonde van tus ojos, allí están enseguida tus manos.
     Luis Laine. —¡Oh la frescura del agua!
     ¡Oh quisiera ser como un sapo en el berro cuando brilla la luna serena!
     Hay una lechuza que canta como un cuclillo.
     Quisiera vivir en el agua profunda
     —No hay necesidad de hablar, ¿para qué sirve?—
     Como un pez, y nadaría, con todo el cuerpo al mismo nivel. ¡Oh si de pronto me estallaran alas!
     ¡Cómo aprendería a servirme de ellas y, confiando en su golpe regular, volaría sobre el abismo del aire!
     Quisiera ser una serpiente en la espesura de la yerba.
     —¿Por qué me miras así? A menudo te encuentro mirándome así.
     Marta. —No soy de las que hablan en exceso.
     Pero escucho; pocas gentes saben escuchar. El sonido de la voz humana me penetra hasta el mismo corazón,
     Aún cuando las palabras tengan poco sentido.
     Y cuando era pequeña, decían que era muy prudente, porque prestaba atención a todo; miraba a las gentes en los ojos,
     Escuchando lo que decían, y las miraba agitar las manos, como una niña
     Que mira a la sirvienta que la enseña a tejer.
     Y vivía en la casa y no pensaba en casarme.
     Y un día entraste en nuestra casa como un pájaro
     Extranjero que el viento ha arrastrado.
     Y me hice tu mujer.
     Y he aquí que en mi ha entrado la pasión de servir.
     Y tú me trajiste contigo, y yo estoy
     Contigo.
     ¡He aquí pues este país, más allá del agua!
     Como un río cuando uno está del otro lado.
     Luis Laine. —¿No es un hermoso país?
     Marta. —Oh Luis Laine, yo nunca había visto el mar. Entre nosotros
      La gente no abandona su tierra, como las bestias que viven sobre los lirios.
     Pero cada uno lleva en su corazón, mientras trabaja, la imagen
     De su puerta y de su pozo y de la anilla donde amarra el caballo.
     Oh! y cuando ya habíamos partido, un grueso abejorro
     Pasó rozando mi cabeza, huyendo ya hacia la tierra.
     Luis Laine. —No me gusta ese viejo país. Huele a viejo como el fondo de un vaso.
     Hay demasiados caminos y se sabe siempre dónde se está,
     Y las gentes lo miran a uno como a un perro sin collar.
     Marta. —Siete días
     Hemos ido hacia delante, persiguiendo el sol,
     Como alguien que sostiene un ramo de flores amarillas en la mano. Y detrás
     Las grandes gaviotas nos acompañaban con alas alternativamente

     Negras y blancas, como el año, y la espuma se borraba como un camino.
     Y por la tarde reunidos sobre el puente en silencio
     Mirando en torno
     Como desde el centro de un hueco, el mar color de mora.
     Y al cuarto día
     El aire se hizo como diferente y más puro, y en el cielo vimos el creciente de una luna nueva.
     Y llegamos por fin.
     Luis Laine. —Tan larga como el agua que atravesamos
     Así de vasta la tierra
     Se extiende entre el Sur y el límite del Norte,
     Y el Este, y al Oeste este Océano que llaman Pacífico.
     ¡Mira el mapa!
     Es el espacioso país de la tarde, dado a los hombres a la hora de la explotación.
     Tienes razón, es preciso que vayamos más lejos y que abandonemos esta orilla de fiebre
     Y madera, entre los tristes campos de juncos y brumas calurosas. Pero eres tú misma quien querías quedarte,
     Como si no quisieras dejar los pliegues del mar.
     Y se está bien aquí para cazar.
     (Misteriosamente) Te aburres, mi tierna amiga, pero si yo estuviera contigo, no querrías estar en otra parte.
     Marta. —¡Laine, no me aburro! ¿Por qué dices eso?
     Haré lo que tú quieras. ¿Acaso quiero algo de mí misma, di?
     ¿Por qué me entristeces, haciéndome un guiño, como alguien que no se sabe lo que quiere?
     Pues hay veces en que, como un pequeño niño, tú pareces el más sabio.
     Pues soy tuya, y mi pasión es hacer mi servicio.
     Luis Laine. —¿Qué es preciso que diga, Marta?
     Marta. —¡Todo! ¡Mira si yo no te digo todo! Pero estoy sentada delante de ti
     Y te soy conocida, pues soy constante.
     Dime si amas a otra mujer y hablaremos de ella juntos. Pues todo lo que te sucede me interesa.
     Pero tú me hablas para divertirte y me cuentas historias.
     Y a veces un espíritu sombrío cae sobre ti y permaneces largo tiempo con la pupila inmóvil y el rostro rígido.
     Y cuando te interrogo, respondes otra cosa, y sales de mi lecho guardando la boca cerrada,
     Según se dice que el hombre considerado no confiará a su mujer ningún secreto.
     —Oh Laine, ¿por qué no me amas?
     Luis Laine. —¿Acaso no te amo?
     Marta. —¡No, no, no!
     Luis Laine. —¿Acaso no te amo, Dulce—Amarga?
     Marta. —Si quieres, trabajaré para ti.
     Cultivaré un campo, arrancaré la yerba con las manos, arrancaré las cepas de los árboles con el azadón y el rastrillo; y sembraré, y regaré.
     Y trabajaré a todo lo largo del día, y al caer la noche me reprocharás todas las cosas una por una.

     Y no pensaré nada en contra, y estaré delante de ti como delante de alguien contento y que ha comido.
     ¡Pero tú no me ordenas nada y no te cuidas de mí y me dejas hacer lo que quiera!
     Luis Laine. —“Tu vestido es verde como la yerba, como el alga que se ve bajo el agua!”
     Mira, puedo acordarme del verde del vestido que tenías.

Pausa.

     Marta. —Te conozco al menos de una manera en que no puedes engañar, como un carnero que uno pesa, habiéndolo comprado.
     No soy libre, y estoy bajo tus pies como una barca cuando el pescador se encuentra en ella.
     Laine, no te pido dulces palabras ni caricias. No es eso lo que te pido.
     Luis Laine. —¿Qué me pides, entonces?
     Marta. —¡Dame mi parte! ¡dame la parte de la mujer!
     Las exigentes y duras raíces por las que el árbol
     Agarra y vive;
     Y que los otros se regocijen de tu sombra! ¡Tómame pues y estréchame duramente!
     Pues si él no guarda en sí
     El apetito de la tierra abajo, no crecerá hacia el sol con sus ramas,
     Si no se fija en el sitio en que está.
     Aprende de esta comparación
     Cuál es la aplicación del amor, y que nuestra unión sea como entre la madera y el fuego.
     Ámame, y serás como el fuego que tiene su raíz en un solo sitio,
     Y el viento se hunde en él, arrastrando
     Sus llamas como hojas.
     Luis Laine. —Desconfío de ti.
     Pues ¿qué haces tú de mi alma, habiéndola tomado
     Como un pájaro vivente que se coge por las alas, y al que se le impide ver?
     Quizás he vivido una vida en algún sitio durante ese tiempo, quizás he sido un mendigo en China.
     Pues tu cuello está quemado por el sol, tu hombro
     Es como el fin de la jornada, y la tarde es como una mesa cargada de yerbas, cuando el hombre se mantiene de pie, tendiendo
     Los brazos, respirando el todopoderoso olvido!
     —Así es como desconfío de ti.
     Marta. —¡Él desconfía de mí!
     Luis Laine. —¿Quién eres tú, pues,
     Para que yo te entregue de ese modo mi alma entre las manos?
     Marta. —Tu madre te la ha dado, y aquí está la esposa que te la vuelve a pedir.
     Luis Laine. —¿Quién eres tú para hacer una tal petición?

La mira de los pies a la cabeza.
Marta se calla.

     Mi vida es mía y no la daré a otro.
     ¡Soy joven! ¡tengo toda la vida por vivir!