Suspira profundamente y abre la boca
mirando siempre a Laine de frente. Silencio.

     Thomas Pollock Nageoire, mirando a Laine con un aire terrible. —¡Piense en ello, joven!
     Soy un hombre religioso, pero si quiero tener una cosa
     El infierno no me detendrá, y no me haré condenar sin motivo!
     Usted es Luis Laine y yo soy Thomas Pollock.
     ¡No se ponga delante de mí!, pues la pasión de un hombre no es la de un niño, y no tengo tiempo que perder.
     ¡Sí, aunque la muerte estuviese ahí, o aunque me condene!
     ¿Qué tiene usted que abrazar a una mujer
     Para hacerla desdichada, y para ser los dos miserables?
     Venga a almorzar conmigo.
     —Eh?
     Le daré lo que le haga falta. Libre para siempre, ¿comprende?
     Yo he sido así también.
     Luis Laine. —No sé lo que quiere decir.

Pausa.

     Thomas Pollock Nageoire. —Yo mismo he sido así, pero bien pronto comprendí que ante todo
     Es bueno tener dinero en el banco. ¡Glorificado sea el Señor que ha dado el dólar al hombre,
     Para que cada uno pueda vender lo que tiene y procurarse lo que desea,
     Y para que cada uno viva de una manera decente y confortable, ¡amén!
     El dinero es todo; es preciso tener dinero; es como una mano de mujer con sus dedos.
     Mire, haga plata.
     Luis Laine. —¡Bien quisiera!
     Thomas Pollock Nageoire. — ¡Haga plata! ¡Yo comencé sin un centavo! Pero no tenía mujer.
     Y dos o tres veces de un golpe,
     Lo perdí rodo, lots of fun!
     Hay de todo aquí, sea hábil, venda, ponga su nombre en su sombrero.
     Pues este es el mercado donde la vieja Europa compra.
     Ellos hormiguean allá y no tienen bastante que comer.
     ¡Vaya al Oeste, compre un rancho!
     Haga un surco, yendo todo el día en la misma dirección, y en él siembre trigo, siembre maíz!
     El trigo indio, que tiene más de la talla de un hombre emplumado, presentando la espiga enorme y aguda. Críe un mar de cochinos.
     Quizás me he equivocado con usted; usted comprende el valor del dinero.
     ¡Haga la banca, compre para vender! O haga no importa qué, pues un hombre listo puede hacerlo todo.
     ¡Pero haga plata! —Bueno, quédese a almorzar conmigo.
     He aquí las señoras que vuelven.

Entran Marta y Lechy Elbernon.

     Lechy Elbernon. —Es usted una mujer extraña. ¿Por qué,
     ¿Por qué permanece aquí? ¿Por qué no quiere venir a la casa, como se lo he pedido, en lugar de permanecer en esta mala cabaña?
     Al menos ¿come con nosotros esta mañana?
     Marta. —Excúseme.
     Lechy Elbernon. —¿Cómo?
     Marta. —Luis irá. Yo no puedo. No me siento bien.
     Lechy Elbernon, mostrando una mariposa en la yerba. —¿Una mariposa negra?
     Marta, mostrando la mariposa. —¡Mire! Cuando vuela es negra, y cuando se posa, es del color del polvo.
     —Mi marido me ha dicho que pasó la noche en su casa.
     Lechy Elbernon. —Si.
     Marta. —Yo estaba completamente sola, y qué tempestad hubo!
     Y yo escuchaba del otro lado de la puerta
     El mar laborioso, desenfrenado, y a todo lo largo de la costa, a lo lejos,
     Las olas que truenan en las hendiduras de la piedra; y el triple relámpago que llena la casa, mientras uno espera el rayo; y el inagotable fluir de la lluvia.
     Y siempre la fuerza del viento que pasa, aplastando el bosque como un campo de maíz.
     No se sabe lo que es; pero sopla, como cuando uno sopla.

Sopla sobre su mano.

     Lechy Elbernon, mirando a Laine de reojo. —Nosotros lo oímos;
     El gran sauce por encima del establo fue desarraigado.
     Marta. —De ese modo el mar,
     Como algo que tiene miedo, advierte a las malas conciencias. ¡Me acuerdo cuando estábamos en medio de él!
     Por la puerta veíamos como un campo donde queda nieve, y el mar en desorden bajo la lluvia, y la extensión funeraria.
     ¿Quién sabe por qué el viento sopla? ¿por qué, cuándo, las aguas se desencadenan y se aplacan? —La luz creada
    Suspende su paso en el cenit, cubriendo de esplendor la extensión que la refleja.
     Y la marea se ha retirado lejos
     Antes de volver a donde estamos. Pero esta pena
     Permanece y no se retira de mi corazón.
     Toda la playa está sembrada de pedazos de madera y de ramas en las que aún quedan hojas.
     Lechy Elbernon. —Es mediodía, y la jornada está partida en dos.
     El sol devora la sombra de nuestros cuerpos, señalando la hora que no es hora: mediodía.
     Y he aquí que la sombra gira, cambiando de flanco.
     Luis Laine. —Si esta brisa no cae, podríamos dar un lindo paseo esta noche en el barco.
     Thomas Pollock Nageoire. —Nonsense! Hoy es el Sabbath.
     Lechy Elbernon. —¡Tommy!
     Thomas Pollock Nageoire. —¡Well!
     Lechy Elbernon. —Ha encontrado su salvación ya hecha.
     Por eso hace su fortuna, pues es preciso hacer algo.
     Luis Laine. —Cuando pasaba a caballo, atravesando el Missouri del Norte,
     En el camino, en medio de un inmenso pantano,
     Encontré a un miserable en harapos, todo cubierto de barro y con la barba como vieja yerba de invierno.
     Y me pedía de comer,
     Hablando y poniéndose los dedos en la boca, y no vi nunca fauce tan vasta y tan profunda!
     Y me dijo que hacía justamente un año, encontrándose allí,
     Un viajero como yo, que pasaba,
     Le arrojó un puñado de monedas.
     Y una parte había caído en el camino y él la recogió; y la otra parte
     Había caído en el pantano) y él buscaba desde entonces, y no había podido encontrarlo todo aún.
     Y me pedía de comer, y decía
     Que me daría su “Gracia-de-Dios” a cambio,
     Pero yo no tenía más que cuatro espigas de maíz en las alforjas, y treinta. millas todavía hasta Horses heads.
     ¡Su “Gracia-de-Dios”! ¿Qué quiere decir eso?
     Thomas Pollock Nageoire. —¿Y usted rehusó?
     No pondré nunca dinero con usted en un negocio.
     ¿Qué sabía? Era siempre algo bueno que obtener.
     Lechy Elbernon. —Es así como nosotros cuatro canjeamos palabras,
     Manteniéndonos juntos de pie, y nuestros ojos van del uno al otro;
     La boca entrega palabras y la oreja las recoge.
     ¡Pero yo tengo la oreja fina como una urraca! Y las gitanas que tienen el ángulo del ojo curvado
     (Pues viví con ellas un tiempo), me han dicho
     Que si horadando la piedra de la cumba yo aplicase la oreja,
     Acabaría por oír a los muertos en el fondo,
    Pues hablan entre sí de dinero.
     Y yo escucho, y oigo entre nuestras palabras tres ruidos:
     El rumor del mar,
     Y un pequeño estremecimiento en las hojas, como el aliento de alguien que duerme, y el grito
     De las langostas en la yerba alta.
     Mas puedo penetrar hasta el alma, pues la palabra
     Responde en el pensamiento de los otros;
     Como cuando represento sé lo que el otro responderá.
     Pues, así corno hay una armonía entre los colores, hay otra entre las voces.
     Y, como entre las voces, hay un concierto entre las almas, ya se odien o se amen.
     Y nosotros, los cuatro, tenemos los cabellos negros, y es así que estamos reunidos
     Como obreros que han alquilado para trabajar en una misma pieza.
     Ah! ah!
     Pongámonos en ronda, como hacen los niños cuando cuentan para saber cuál será cogido.

Cuenta.

Akkeri ekkeri ukeri an
Fillassi tullasi – Nicolas John
Quebee quabee – lrishman
Stingle’em, stangle’em – buck!

Pausa.

     Thomas Pollock Nageoire. ¡Well! Vamos a comer.

Salen.