Marta. —¿Qué? ¿Qué es lo que miran, si todo está cerrado?
Lechy Elbernon. —Miran la cortina de la escena.
Y lo que hay detrás cuando se ha levantado.
Y sucede algo en la escena como si fuera verdad.
Marta. —¡Pero desde el momento que no lo es! Así son los sueños que uno tiene cuando duerme.
Lechy Elbernon. —Es por eso que vienen al teatro de noche.
Thomas Pollock Nageoire. —Ella tiene razón. Y aún cuando fuera verdad, ¿qué me importa?
Lechy Elbernon. —Yo los miro, y la sala no es más que carne viviente y vestida.
Ornan los muros como moscas hasta el techo.
Y veo esos centenares de rostros blancos.
El hombre se aburre, la ignorancia está ligada a él desde su nacimiento.
Y no sabiendo de nada cómo comienza o termina, por eso va al teatro.
Y se mira a sí mismo, con las manos sobre las rodillas.
Y llora y ríe, y no tiene ningunas ganas de irse.
Y yo los miro también, y sé que ahí está el cajero que sabe que mañana
Verificarán los libros, y la madre adúltera cuyo hijo acaba de caer enfermo,
Y el que viene de robar por la primera vez, y el que no ha hecho nada en todo el día.
Y ellos miran y escuchan como si durmieran.
Marta. —El ojo está hecho para ver y la oreja
Para oír la verdad.
Lechy Elbernon. —¿Qué es la verdad? ¿No tiene diecisiete envolturas, como las cebollas?
¿Quién ve las cosas como son? El ojo ciertamente ve, la oreja oye.
Pero solo el espíritu conoce. Y es por eso que el hombre quiere ver con los ojos y conocer con las orejas
Lo que lleva en su espíritu—habiéndolo hecho salir. y es así que yo me muestro sobre la escena.
Marta. —¿No siente usted vergüenza?
Lechy Elbernon. —¡No siento vergüenza! sino que me muestro, y soy toda de todos.
Ellos me escuchan y piensan en lo que digo; me miran y entro en su alma como en una casa vacía.
Soy yo quien representa a las mujeres:
La muchacha, y la esposa virtuosa que tiene una vena azul en la sien, y la cortesana engañada.
Y cuando grito, oigo toda la sala gemir.
Marta. —¡Cómo brillan sus ojos! No me mire así, fijamente.
Lechy Elbernon. —¡Querida! usted me gusta mucho.
¿Por qué se queda siempre así, sola? Eso está muy mal.
¿Por qué no viene a verme?
Venga. Tengo algo que decirle
Thomas Pollock Nageoire, a Luis Laine. —Yo también tengo que hablarle.
Las dos mujeres salen.
Thomas Pollock Nageoire, sacando del bolsillo de atrás de su pantalón un puñado de billetes y poniéndolos bajo la nariz de Luis Laine. —¿Qué es eso, caballero?
Luis Laine, rechazándolo. — ¡Get away! ¿Qué es lo que ha sacado ahí?
Thomas Pollock Nageoire, oliendo el papel. —¡Hum! Sí, ha pasado por muchas manos.
No encuentro que huela mal.
¿Qué es eso, caballero?
Luis Laine. —Y bien, papel.
Thomas Pollock Nageoire. —Sí, pero mire lo que han impreso encima: dollar.
Y vea cuánto suma. (Hojea el fajo).
Uno, cincuenta, cincuenta, diez, uno, uno, veinte, dos, cinco, cien…
Luis Laine. —Eh, hay mucho.
Thomas Pollock Nageoire, mirándolo fijamente.—See, man!
Usted dice que una cosa pesa tanto, ¿eh?
Tantas libras; y que tiene tantos bushels de grano en stock, tantos galones de petróleo.
Y cuánto vale todo eso en dólares.
Pues como todo
Tiene
Un peso y una medida, todo vale
Tanto.
Toda cosa que puede ser poseída y cedida a otro precio. Tantos dólares.
Luis Laine. —Well! Nunca he tenido más que algunos pobres billeticos en mi faltriquera, como papel de cigarrillos.
¡Pero miren el paquete que ha sacado de su pantalón!
Thomas Pollock Nageoire. —Escuche bien.
Aquel que posee una cosa no tiene sino esa cosa, y no tiene otra.
Pero esa cosa vale, y en ella él posee esto: que puede tener otra cosa en su lugar.
Y no hay ninguna que sea siempre buena. Cuando uno no tiene hambre, ya no parece bueno comer. Y entonces puede cederla a otro por su precio.
Luis Laine. —No se puede tener todo.
Thomas Pollock Nageoire. —Se puede tener todo por su precio. En la virtud del dinero se puede tener todo.
Luis Laine, mirando el fajo de dólares. —Well!
Thomas Pollock Nageoire, mirándolo fijamente. —¡Basta con que tenga dinero!
Luis Laine, mirando los dólares. —Well, sir!
Thomas Pollock Nageoire, violentamente. —Cash.
Luis Laine. —Well, sir!
Thomas Pollock Nageoire, poniéndole los dólares en las manos. —Take that, man!
Luis Laine, cerrando a medias los dedos sobre los dólares. —¿Cómo? ¿cómo? ¿Qué hace usted? ¿Por qué me da eso? No quiero.
Thomas Pollock Nageoire. —Take that, man, I say! ¡Coja eso, le digo!
¿Qué es un pequeño millar de dólares para mí?
(Violentamente). ¡Y habrá otros! Meta eso en sus bolsillos.
Luis Laine mete el dinero en su bolsillo.
¡Y ahora escúcheme, señor! ¿Qué edad tiene usted?
Luis Laine. —Veinte años.
Thomas Pollock Nageoire. —Veinte años.
Silencio.
¡Hum! Cogió dinero del boss, ¿eh?
Luis Laine. —Estaba en lo de mi padre. Hace la banca en el Oeste.
Thomas Pollock Nageoire. —¡Escúcheme! ¿Qué quiere hacer? Hábleme francamente, pues puedo serle útil.
Luis Laine. —No sé.
Hace como si quisiera hablar,
después indica todo el horizonte
con un gran gesto de los brazos y sonríe.
Thomas Pollock Nageoire. —Bueno, yo he sido así. No podía permanecer en el mismo sitio, haciendo la misma cosa.
¡Pero, en fin, usted tiene una mujer!
Luis Laine. —Bueno, ella hace todo lo que quiero.
Thomas Pollock Nageoire. —Oh! espere a que tenga niños:
Está usted cogido.
Entonces eso es serio, hay que mantenerlos.
¡Haga carne, haga zapatos, haga ropas, señor! ¡Pague, pague, pague!
Ya no tiene nada suyo. Ya no es de sí mismo, ni de día ni de noche.
Tendrá que trabajar como un caballo de mina. Y nadie querrá saber de usted.
Luis Laine. —¿Cree que nadie querrá saber de mí?
Thomas Pollock Nageoire. —Le digo la verdad: no.
Luis Laine. —¿Pero cómo hay que hacer, entonces?
Thomas Pollock Nageoire. —No sé.
Luis Laine. —No debí casarme.
Thomas Pollock Nageoire. —No tiene usted un centavo.
Ah! usted verá si es fácil hacer dinero
Sin dinero, es como arañar la tierra con las uñas.
Está usted cogido
Ah! Ah! He aquí que le han puesto la mano encima. Ya no podrá ir a donde quiera.
Luis Laine. —¡Iré! ¡Nadie me ha puesto la mano encima!
Thomas Pollock Nageoire. —Well!
Luis Laine. —¡Soy libre! ¡Nadie me ha puesto la mano encima! Mi vida es mía y no de los otros.
Thomas Pollock Nageoire. —¿Qué es una mujer? Hay muchas mujeres en el mundo y no hay más que una.
Luis Laine. —Es ella quien ha querido que la traiga conmigo.
Thomas Pollock Nageoire, sacando de su bolsillo un puñado de centavos y de piezas plata, con una pasión contenida. —¡Mire eso! ¿Qué son esos centavos, caballero!
¡Eso,
Es la vida, eso, es la libertad para siempre!
¡No me rehúse lo que vaya pedirle!
Le daré lo que le haga falta.