CIUDADES I

     Estas son ciudades! Es un pueblo para el que se han levantado esos Alleghenys y Líbanos de sueño! Chalets de cristal y madera se mueven sobre raíles y poleas invisibles. Los viejos cráteres ceñidos de colosos y palmeras de cobre enrojecen melodiosamente en los fuegos. Fiestas amorosas tañen en los canales colgados detrás de los chalets. La caza de los carrillones grita en las gargantas. Corporaciones de cantantes gigantescos acuden en vestidos y oriflamas deslumbrantes como la luz de las cimas. Sobre las plataformas, en medio de los remolinos, los Rolandos suenan su bravura. Sobre las pasarelas del abismo y los techos de las cabañas, el ardor del cielo empavesa los mástiles. El desplome de las apoteosis reúne los campos de las alturas donde las centauresas seráficas evolucionan entre las avalanchas. Sobre el nivel de las más altas crestas, un mar agitado por el nacimiento eterno de Venus; cargado de flotas orfeónicas y del rumor de perlas y conchas preciosas, el mar se pone a veces sombrío con esplendores mortales. En las vertientes, cosechas de flores, grandes como nuestras armas y nuestras copas, braman. Cortejos de Mabs en ropas rojizas, opalinas, suben los barrancos. Allá arriba, con los pies en la cascada y los espinos, los ciervos maman de Diana. Las Bacantes de los arrabales sollozan y la luna arde y aúlla. Venus entra en las cavernas de los herreros y los ermitaños. Grupos de torres cantan las ideas de los pueblos. De los castillos edificados en hueso sale la música desconocida. Todas las leyendas evolucionan y los ímpetus se arrojan en los burgos. El paraíso de las naranjas se hunde. Los salvajes danzan sin cesar la Fiesta de la Noche. Y, una hora, yo he descendido al movimiento de un paseo de Bagdad donde bandadas han cantado la alegría del trabajo nuevo, bajo una brisa espesa, circulando sin poder eludir los fabulosos fantasmas de los montes en que uno ha debido reencontrarse.

     ¿Qué brazos buenos, qué bella hora me devolverán esa región de donde vienen mis sueños y mis menores movimientos?

FAIRY

     Para Helena se conjuraron las savias ornamentales en las sombras vírgenes y las claridades impasibles en el silencio astral. El ardor del estío fue confiado a pájaros mudos y la indolencia perdida a una barca de inapreciables lutos por golfos de amores muertos y perfumes agobiados.
—Después del momento del canto de los leñadores en el rumor del torrente bajo la
ruina de los bosques, de las esquilas de los ganados en el eco de los valles, y los gritos de las estepas.—
Para la infancia de Helena se estremecieron las espesuras y las sombras, y el seno de los pobres, y las leyendas del cielo.
Y sus ojos y su danza superiores aún a los destellos preciosos, a las influencias frías, al placer de la decoración y de la hora únicas.

BEING BEAUTEOUS

     Ante una nieve, un Ser de belleza de alta estatura. Silbidos de muerte y círculos de música sorda hacen subir, alargarse y temblar como un espectro a ese cuerpo adorado; heridas escarlatas y negras resplandecen en las carnes soberbias. —Los colores propios de la vida se oscurecen, danzan y se desprenden alrededor de la visión, en el taller. —Y los estremecimientos se elevan y rugen, y el sabor furioso de esos efectos cargando con los silbidos mortales y las roncas músicas que el mundo, lejos detrás de nosotros, lanza sobre nuestra madre de belleza, —ella retrocede, se alza! Oh! nuestros huesos se han revestido de un nuevo cuerpo amoroso.

     Oh el rostro ceniciento, el escudo de crin, los brazos de cristal! el canon sobre el que debo abatirme a través de la refriega de los árboles y el aire ligero!

CIUDADES II

La acrópolis oficial entre las concepciones más colosales de la barbarie moderna: imposible expresar la luz mate producida por el cielo, inmutablemente gris, el resplandor imperial de las edificaciones, y la nieve eterna del suelo. Se han reproducido, dentro de un gusto de enormidad singular, todas las maravillas clásicas de la arquitectura, y asisto a exposiciones de pintura en locales veinte veces más vastos que Hampton-Court. ¡Qué pintura! Un Nabucodonosor noruego ha hecho construir las escaleras de los ministerios; los subalternos que he podido ver son ya más fieros que Brennus, y he temblado ante el aspecto de los guardianes de colosos y oficiales de construcción. Por el agrupamiento de las edificaciones en plazas, patios y terrazas cerradas, han embriagado a los cocheros. Los parques representan la naturaleza primitiva trabajada con un arte soberbio, el barrio alto tiene partes inexplicables: un brazo de mar, sin barcos, rueda su mantel de granizo azul entre muelles cargados de candelabros gigantes. Un puente corto conduce a una poterna inmediatamente debajo de la cúpula de la Santa Capilla. Esa cúpula es una armadura artística de acero de cerca de quince mil pies de diámetro.
     En algunos puntos de las pasarelas de cobre, de las plataformas, de las escaleras que contornean los mercados y los pilares, he creído poder juzgar las profundidades de la ciudad! El prodigio que no he podido comprender es: ¿cuáles son los niveles de los otros barrios encima o debajo de la acrópolis? Para el extranjero de nuestro tiempo, el reconocimiento es imposible. El barrio comercial es un circo de un solo estilo, con galerías de arcadas. No se ven tiendas, pero la nieve del empedrado está aplastada; ciertos nababs, tan raros como los paseantes de una mañana de domingo en Londres, se dirigen hacia una diligencia de diamantes. Algunos divanes de terciopelo rojo: se sirven bebidas polares cuyo precio varía de ochocientas a ocho mil rupias. Ante la idea de buscar teatros en ese circo, me respondo que las tiendas deben encerrar dramas bastante sombríos. Supongo que habrá una policía; pero la ley debe ser tan extraña, que renuncio a hacerme una idea de los aventureros de aquí.
     El arrabal, tan elegante como una bella calle de París, es favorecido por un aire de luz; el elemento democrático cuenta con unas cien almas. Allí tampoco las casas se continúan; el arrabal se pierde extravagantemente en la campiña, el “Condado” que llena el occidente eterno de los bosques y de las plantaciones prodigiosas donde los gentilhombres salvajes persiguen sus crónicas bajo la luz que han coreado.

METROPOLITANO

     Del estrecho índigo a los mares de Ossian, sobre la arena rosa y naranja que ha lavado el cielo vinoso, vienen de subir y cruzarse los bulevares de cristal en seguida habitados por jóvenes familias pobres que se alimentan en las fruterías. Nada rico. —La ciudad.

     Del desierto de betún huyen, a la deriva con los manteles de brumas escalonadas en lienzos horribles hacia el cielo que recurva, retrocede y desciende formado de la más siniestra humareda negra que pueda hacer el Océano enlutado, los cascos, las ruedas, las barcas, las grupas. —La batalla.

     Levanta la cabeza: ese puente de madera, arqueado; esos últimos huertos; esas máscaras encendidas bajo la linterna golpeada por la noche fría; la ondina simple de ropa bulliciosa en los bajos del río; esos cráneos luminosos en los planteles de guisantes, —y las otras fantasmagorías. —La campiña.

     Esos caminos bordeados de verjas y muros, apenas conteniendo sus boscajes, y las atroces flores que uno llamaría corazones y hermanas, damascos maldicientes de languidez, —posesiones de mágicas aristocracias ultra-renanas, Japonesas, Guaraníes, adecuadas todavía para recibir la música de los antiguos, —y hay cabañas que ya jamás abren; —hay princesas, y, si no estás excesivamente oprimido, el estudio de los astros. —El cielo.

     La mañana que con Ella os debatisteis entre esos relámpagos de nieve, labios verdes, hielos, estandartes negros yesos rayos azules, yesos perfumes purpúreos del sol de los polos. —Tu fuerza.

PROMONTORIO

El alba de oro y la noche trémula encuentran nuestro bergantín frente a esta villa y sus dependencias que forman un promontorio tan extenso como el Pireo y el Peloponeso, o como la gran isla del Japón, o como la Arabia! Templos arcaicos iluminados por la entrada de las teorías; inmensas vistas de la defensa de las costas modernas; dunas ilustradas de cálidas flores y orgías; grandes canales de Cartago y malecones de una Venecia ambigua; blandas erupciones de Etnas y grietas de flores y de aguas. Glaciares, lavaderos rodeados de álamos de Alemania, declives de parques singulares; y las fachadas esféricas de los “Royal” o los “Grand” de algún Brooklyn; y sus ferrocarriles flanquean, excavan, desploman las disposiciones de ese hotel, escogidas en la historia de las más elegantes y las más colosales construcciones de Italia, América y Asia, cuyas ventanas y terrazas, ahora llenas de luces, de bebidas y brisas ricas, están abiertas al espíritu de los viajeros y de los nobles, que permiten, en las horas del día, a todas las tarantelas ilustres del arte decorar maravillosamente las fachadas del Palacio Promontorio.

TARDE HISTÓRICA

     En una tarde, por ejemplo, que se encuentra el ingenuo turista, retirado de nuestros horrores económicos, la mano de un maestro anima el clavecín de los prados; se juega a las cartas en el fondo del estanque, espejo evocador de reinas y lindas; tenemos las santas, los velos, y los hijos de armonía, y los cromatismos legendarios, en el poniente.

     Tiembla al paso de las cacerías y las hordas. La comedia gotea en los tablados de césped. Y la turbación de los pobres y los débiles en esos planos estúpidos!
     Esclava de su visión, la Alemania se construye hacia las lunas; los desiertos tártaros se iluminan; las rebeliones antiguas hormiguean en el centro del Celeste Imperio; por las escaleras y los sillares de roca, un pequeño mundo lívido y chato, África y Occidente, va a edificarse. Luego un ballet de mares y de noches conocidas, una química sin valor, y melodías imposibles.
     La misma magia burguesa en todos los rincones donde el baúl nos deposite! El físico más elemental siente que no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos, cuya constatación es ya una aflicción.
     No! El momento de la estufa, del rapto de los mares, de los abrazos subterráneos, del planeta arrebatado, y de las exterminaciones consecuentes, certidumbres tan poco malignamente indicadas en la Biblia y por las Normas y que será dado al ser serio vigilar. —Sin embargo, no ha de ser un efecto de leyenda!