¡En eso sí que nos está venciendo España! Pero ni hemos de permitir que nos vicie así esa madre filicida la sangre que nos dio, ni de alimentar rencores sordos entre los que fatalmente han de vivir en nuestro suelo, y nos dieron el ser, o se sientan en nuestra mesa al lado de nuestras hermanas. Porque ha de tenerse en cuenta, como elemento político indispensable de todo cálculo presente o futuro, que el español ha echado en Cuba raíces más hondas que en ninguna otra posesión de España; y que en país alguno de Hispanoamérica en la época de la guerra de independencia estuvo tan ligado al corazón mismo del país, ni había adelantado tanto en aquella conquista que no hay modo de reivindicar: la conquista de la familia. Lo cual no es un mal, si se mira por donde se debe y se atiende a los tiempos; sino una fuerza,―y una esperanza. Pero ¿qué podría yo esperar de los españoles de España, ni aun de los más adelantados y fervientes, cuando aparte de lo que sé de cada uno, y de todos en conjunto, recuerdo lo que al mismo tiempo que reconocía la verdad de mi cuadro, me dijo, después de una conversación no infecunda sobre Cuba,[4] uno de aquellos demócratas eminentes a quienes en Cuba se tiene hoy por más amigables y propicios:―“Sí, sí, todo eso verdad. Es verdad lo que V. dice, que el caso se irá enconando con los años. Es verdad: allí no cabemos los dos juntos: los unos o los otros”. Hace ocho años sucedió esto: el caso se ha ido enconando con los años.[5]
De un punto sí recuerdo que tratamos más a la larga en nuestra conversación, porque me tenía en aquellos días entre indignado y piadoso, siendo la indignación para con los entendidos, y la piedad para con los ignorantes, y fue de los rumores que por entonces corrían en Cuba sobre la anexión de nuestra patria a los Estados Unidos. Solo el que desconozca nuestro país o este, o las leyes de formación y agrupación de los pueblos, puede pensar honradamente en solución semejante: o el que ame a los Estados Unidos más que a Cuba. Pero quien ha vivido en ellos ensalzando sus glorias legítimas, estudiando sus caracteres típicos, entrando en las raíces de sus problemas, viendo cómo subordinan a la hacienda la política, confirmando con el estudio de sus antecedentes y estado natural sus tendencias reales, involuntarias o confesas; quien ve que jamás, salvo en lo recóndito de algunas almas generosas, fue Cuba para los Estados Unidos más que posesión apetecible, sin más inconveniente que sus pobladores, que tienen por gente levantisca, floja y desdeñable;[6] quien lee sin vendas lo que en los Estados Unidos se piensa y escribe, desde la odiosa carta de instrucciones de Henry Clay en 1828,[7] cuando los Estados Unidos “estaban satisfechos con la condición de Cuba, y por el interés de ellos no deseaban cambio alguno”, hasta lo que de sí propio dicen en su conversación y en su poesía, hasta el “Somos los romanos de este continente”, de Holmes:[8] “Somos los romanos, y llegarán a ser la guerra y la conquista nuestra ocupación permanente”: quien sabe de cerca que aquellas agitaciones periódicas[9] de la prensa que pudieran sernos favorables, y en lo aparente lo son, responden, lo mismo que los alardes patrióticos en España, al interés pasajero de los partidos políticos, que se sirven acá de la Isla, o de la probabilidad de comprarla, o de entrar en guerra por ella, como medio de impedir que triunfe en el Congreso el proyecto de rebaja de los aranceles, so capa de necesitar acaso en fecha no remota, fondos de sobra en el Erario público; quien ama a su patria con aquel cariño que solo tiene comparación, por lo que sujetan cuando prenden y por lo que desgarran cuando se arrancan, a las raíces de los árboles,―ese no piensa con complacencia, sino con duelo mortal, en que la anexión pudiera llegar a realizarse; y en que tal vez sea nuestra suerte que un vecino hábil nos deje desangrar a sus umbrales, para poner al cabo, sobre lo que quede de abono para la tierra, sus manos crueles, sus manos hostiles, sus manos egoístas e irrespetuosas.
Y solo me falta rogarle ahora que no se enoje V. conmigo porque no acepte como precisamente mías las palabras “cualquiera que sea mi pasado”. En eso sí que su memoria, tan cariñosa conmigo, le fue infiel, porque a mí no me ocurre nunca pensar en mí mismo en las cosas de mi patria, a no ser para cuidar desde aquí por su bien en la medida de mis fuerzas; y juzgo que nadie tiene derecho a autoridad exclusiva, o al reparto mental de los triunfos públicos, o a esperanzas impuras en una victoria tan amarga y dudosa, sino que los servicios pasados apenas son más que la obligación de prestarlos mayores en lo venidero, y que a la patria no se la ha de servir por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquiera otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil. Digo esto porque las evocaciones del pasado son precisamente, tanto en lo militar como en lo político, uno de los peligros más grandes de la política viva en Cuba. Ni hay hombres más dignos de respeto que los que no se avergüenzan de haber defendido la patria con honor; ni sujetos más despreciables que los que se valen de las convulsiones públicas para servir, como coquetas, su fama personal, o adelantar, como jugadores, su interés privado. La patria necesita sacrificios. Es ara y no pedestal. Se la sirve, pero no se la toma para servirse de ella.[10]
Así vive, y así ha de morir, en lo humilde de su existencia, quien no tiene, mi señor y amigo, empleo más grato que ser útil a V. y repetirse su amigo y servidor[11]
El Avisador Cubano, Nueva York, 16 de mayo de 1888.
[Ejemplar en CEM]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[4] José Martí alude a su entrevista con Cristino Martos, en Madrid, el 19 de noviembre de 1879, a la que se refiere en un artículo titulado “Cristino Martos”, publicado en Patria, Nueva York, el 14 de febrero de 1893, no. 49, p. 2; OC, t. 4, pp. 429-430. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).
[5] Véase, al respecto, “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868”, Hardman Hall, Nueva York, 10 de octubre de 1889, OC, t. 4, pp. 241-242; y “La Revolución”, Patria, Nueva York, 16 de marzo de 1894, no. 103, p. 1 (OC, t. 3, pp. 77-78).
[6] Véase “Vindicación de Cuba” (carta al Director The Evening Post), Nueva York, 21 de marzo de 1889, EJM, t. II, pp. 89-94. (N. del E. del sitio web).
[7] El escrito fue presentado y ampliamente publicitado en 1828 por Henry Clay, entonces Secretario de Estado en el gobierno de John Q. Adams, en momentos en que las jóvenes repúblicas sudamericanas, bajo el liderazgo de Simón Bolívar, en guerra con España, anticipaban el regreso de la metrópoli al continente sudamericano, y como medida preventiva planificaban el envío a Cuba y Puerto Rico de una fuerza expedicionaria para expulsar a España de las últimas colonias en el Caribe y negarles esos puntos de concentración a una fuerza invasora. Los planteamientos de Henry Clay eran una paráfrasis de la Doctrina Monroe, una advertencia a España y Europa de que Estados Unidos no admitiría una medida que alterara las condiciones políticas en Sudamérica. A la postre, la acción diplomática resultó un factor disuasivo y, paralelamente, fue vista como positiva por los intereses expansivos de los estados esclavistas sureños.
[8] Oliver W. Holmes. Esta frase se encuentra en Autocrat of the breakfast table 1858-1891, capítulo 1. El texto, en traducción libre del inglés, es el siguiente: “Somos los romanos del mundo moderno ―el gran pueblo asimilador. Los conflictos y las conquistas son en nuestro caso accidentes necesarios, como lo fueron también para nuestros prototipos”.
[9] Errata en El Avisador Cubano: “poriódicas”.
[10] En “Con todos, y para el bien de todos”, discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891, Martí vuelve a proclamar: “De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella”. (OC, t. 4, p. 269).
[11] El Avisador Cubano publicó el 27 de junio de 1888 la carta de respuesta de Rodríguez Otero, fechada en Sagua la Grande, el 1o de junio de 1888. En ella se declara un sincero partidario de la anexión a los Estados Unidos, considerándola preferible a la independencia de Cuba. Véase en Destinatario José Martí, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual; preámbulo de Eusebio Leal Spengler, La Habana, Ediciones Abril, 2005, pp. 219-221. (N. del E. del sitio web).