En el Monte su cuerpo no resiste a Aquél que
      nunca supo pensar nada que no pudieran
      compartir su pecho o sus dos manos;

oh, difícilmente podríamos comprenderlo, Él se
      ha vuelto totalmente exterior como la luz;

como la luz Él ha rehusado la intimidad y se ha
      echado totalmente fuera de sí mismo;

mas no como el que huye sino como el que
      regresa, Él se queda con su parte como el
      que divide un pan;

como la luz Él recuerda la fuente que mana en
      lo escondido y ocupa la extensión justa
      de su nombre;

mas no como el que se olvida sino como el que
      recuerda. o el que sirve una cena
      sencilla;

como la luz se devuelve a los ojos inmensamente
      abiertos de Pedro, atónitos de Jacobo y
      cerrados de Juan;

y Pedro ve a Moisés, y Jacobo ve a Elías, y Juan
      ha visto a Cristo.

Para ellos se ha tornado un objeto de
      contemplación, como un astro puro en la
      mirada del Padre;

se ha ofrecido totalmente para ser contemplado
      en la luz como después se ofrecerá para
      las entrañas absortas del pecado en el
      Calvario;

como la Luz ha olvidado sus deseos y lentamente
      penetra el cuerpo real de su pensamiento
      secreto;

derramado restituye un misterioso cántaro, y alza
      el diálogo de la Samaritana;

las catorce generaciones desde Abraham hasta
      David, huésped de la medida misteriosa,
      tañedor de alabanzas;

las catorce generaciones desde David hasta la
      Trasmigración de Babilonia;

las catorce generaciones desde la Transmigración
      de Babilonia hasta los pardos silencios de
      José,

álcense y regocíjense porque en este instante una
      multitud se estrella en la boca del salmista
      como espuma;

y el silencio es una familia sagrada y una lámpara
      que une sin tocarnos como los recuerdos;

y el pardo de las tardes sobre los bueyes del
      nacimiento, y el pardo de la espera y de
      José no es ya la sombra escogida por Dios
      para revelarse;

porque esa sombra ha nombrado la luz que le
      velaba el rostro hasta conmoverla.

Mientras a Pedro le tiemblan los cabellos
      contados, el ojo justo e injusto, la mejilla
      mosaica;

y Jacobo tiembla por la muchedumbre de
      pecados de su pueblo como por algo en
      nada distinto a su memoria o su
      esperanza,

Juan siente pena de Dios por su Alegría indecible
      y quisiera en este instante poderlo
      recostar contra su pecho; mas tiembla.

Ahora ya no es el Sol que nos alumbra y se
      oculta cegadoramente, sino que la Luz por
      vez primera como nube los cubre y se
      revela en su gloria;

pero Jesús la corrige suavemente porque ha
      vuelto a sentir lástima de su privilegio
      de heridas;

y porque la Luz podría anonadar los semblantes
      amados de sus discípulos que esperan;

de modo que cuando Jesús modera el rayo de luz
      viva y el Horno subidísimo de su dicha
      para decirles “no temáis”,

ellos sienten que dentro de su corazón alguien
      los ha llamado misteriosamente por su
      nombre;

y comprenden su virtud o su cuerpo no ya como
      una abstención justa sino como el niño a
      quien una visión deslumbrante hace
      arrojar indolentemente una moneda de la
      mano;

y la moneda salta en la fuente como la infancia
      o las cuarenta y dos generaciones desde
      Abraham hasta ese día;

como la infancia que acuña nuestro Rostro allí
      donde no puede ser despertado.

Domingo de Resurrección
1947

Fina García Marruz

(Transfiguración de Jesús en el Monte, La Habana, Ediciones Orígenes, 1947).

Fina García Marruz: “Transfiguración de Jesús en el Monte”, Obra poética, 2 t., prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2008, t. 1, pp. 111-116.