¿Cuál fue el móvil de esta profanación? ¿Fue por odio retroactivo contra un periodista que había combatido la insurrección valiéndose de su talento de escritor; era una protesta contra los arrestos arbitrarios de cubanos, deportados últimamente sin juzgarlos a Isla de Pinos; era el comienzo de la ejecución de un plan acordado por los rebeldes? ¿O más bien no era otra cosa, como ya señalé anteriormente, sino travesuras de estudiantes, provocadas quizás por los descontentos y llevadas a cabo sin otro fin que crear un poco de desorden?

     Esta última hipótesis me parece la más admisible, a juzgar por la composición del grupo de estudiantes a quienes se les imputa haber cometido el crimen.

     Si entre ellos hay muchos cubanos sospechosos de desafección a España, muchos también son hijos de españoles muy patriotas; y el jefe de la banda es el propio sobrino de Álvarez (llamado El Tocho), coronel de los Chapelgorris, uno de los cuerpos de voluntarios más violentos contra los cubanos.

     ¿Y qué momento escogieron para ejecutar este acto?

     La víspera del día en que se había citado a los voluntarios a reunión para un desfile.

     Los violadores de la tumba de Castañón, o al menos, todos los estudiantes del tercer [sic.] año de la Escuela de Medicina, en masa, y otros, acusados de ese acto, fueron arrestados en número de cuarenta y siete.

     Los voluntarios se reunieron el 26, dispuestos a exigir el castigo del ultraje hecho a la memoria del mártir de su causa.

     Infortunadamente el general Valmaseda se encontraba ausente; siempre se halla con el ejército en la parte este de la Isla.

     El general Crespo, segundo en el mando (segundo cabo, llegado de España), bien informado de lo que ocurría, no tuvo el valor de suspender el desfile. Mientras tanto, como ya dije, desde la noche anterior se sabía que los voluntarios iban a aprovecharse de su reunión con armas para imponer su voluntad a los demás.

     La revista tuvo lugar y el general fue recibido fríamente. Después del desfile, en vez de romper filas, una parte de los voluntarios se reunió en la Plaza de Armas, frente a la morada del general, pidiendo imperiosamente que se juzgara a los estudiantes en consejo de guerra.

     Las tropas de voluntarios, con las armas cargadas, mantenían aisladas a las autoridades, con la consigna de que “no serían dejados en libertad, sino después que se hubiese hecho justicia”.

     Un primer consejo de guerra compuesto de oficiales del ejército y de voluntarios se había reunido, pero fue inmediatamente disuelto tras la protesta de un probo oficial, indignado de que se quisiera emplear los rigores de la ley militar por un crimen, sancionable cuando más por los tribunales ordinarios con algunos días de prisión.

     Fue acusado de complicidad. Se organizó un nuevo consejo de guerra, pero solo para cubrir la forma, pues desde la víspera se sabía qué sentencia se había de pronunciar: la muerte para un cierto número y trabajos forzados para los demás.

     Puede que se deba a los oficiales del ejército presentes en el consejo el que no se haya pronunciado la pena de muerte contra los cuarenta y siete estudiantes.[39]

     A las cuatro de la tarde ocho pobres muchachos fueron pasados por las armas ante la desesperación de toda la población.

     La ciudad está de duelo, las calles desiertas, las tiendas cerradas.

     Se esperaba al general Valmaseda, pero llegó demasiado tarde. Y por lo demás, ¿qué hubiera podido hacer, sin tropa, sin fuerza moral, ante diez o doce mil voluntarios armados, que estaban decididos a ser los amos y lo eran en efecto?

     Quise telegrafiar a los Estados Unidos para pedir que nos enviasen un buque de guerra francés, pues se temían nuevas complicaciones si no (como me lo expresó uno de los principales habitantes del país) la masacre de los cubanos sospechosos. Pero como ya advertí al Departamento en otra oportunidad, mi clave no se corresponde con la de Nueva York, y por otra parte, no tenemos comunicación telegráfica con las Antillas francesas.

     Los cónsules generales de Inglaterra y los Estados Unidos telegrafiaron.

     Escribo a Nueva York por este vapor.

     Es a toda prisa, señor ministro, que dicto este informe, me falta tiempo para coordinar mis ideas y el vapor parte dentro de un instante.

     Sírvase aceptar las protestas de la respetuosa consideración con la que soy, señor ministro, su más humilde y obediente servidor,

(F.) A. J. de La Forest

*   *   *

Consulado General de Francia en La Habana.
Dirección Política.
No. 25

La Habana, 3 de diciembre de 1871.

INFORME SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS
DEL 26/27 DE NOVIEMBRE


Señor ministro de Relaciones Exteriores. París.
Señor ministro:

     El 28 del mes pasado tuve el honor de dirigir a Su Excelencia un informe sucinto de los tristes acontecimientos que acababan de ocurrir en La Habana. A pesar de que lo dicté aún bajo la excitación del momento, no creo haberme equivocado ni sobre los hechos en sí ni sobre la apreciación que le ofrecía sobre ellos; pero este penoso incidente, al haber tenido una resonancia en todos los países civilizados, y pudiendo dar lugar a diversas interpretaciones puestas en juego para rehuir la responsabilidad de aquellos sobre quienes deba pesar, me ha parecido necesario hacerle conocer la verdad, despojada de toda exageración. No es sino después de haberme informado en fuentes oficiales, por así decirlo, que redacto el presente informe.

     Pocos días antes del miércoles 22 de noviembre,[40] cinco o seis estudiantes de Medicina del primer año, rompieron, en presencia de varios de sus compañeros, el cristal que protegía la corona cívica colocada en la tumba de Gonzalo Castañón, y escribieron con lápiz sobre el muro, algunas frases insultantes y revolucionarias. El capellán del cementerio[41] creyó que no debía denunciar lo sucedido, repuso de su peculio el cristal, y borró las inscripciones. Dos o tres días después se repitieron los mismos hechos. Esta vez los estudiantes arrancaron la corona del marco, en el que arrojaron basura, y de nuevo escribieron palabras obscenas y revolucionarias en el muro. Otra vez el capellán se abstuvo de prevenir a la autoridad. El día 22, desde el anfiteatro anatómico donde el profesor faltó ese día a clase, diez o doce estudiantes se dirigieron al cementerio que lindaba con la Escuela de Medicina, y se llevaron, arrastrándolo, un carro fúnebre, insultando a los muertos y gritando Viva Cuba Libre. Debo aquí manifestar que estos jóvenes se reunían casi a diario en dicho lugar para sus charlas y expansiones durante los ratos de descanso. Ni las amonestaciones del bedel de la Escuela, ni las amenazas de cerrarles las clases, ni los ruegos del capellán del cementerio los detenían en sus juegos, los cuales se prolongaban hasta que tenían que huir para escapar a los insultos y las piedras que comenzaban a llover sobre ellos. Sin embargo, ese día se limitaron a rayar el vidrio del nicho de Castañón con el diamante de una sortija, y arrancar algunas flores del jardín situado frente a la tumba de don Ricardo Guzmán, El Bueno, sobre el muro de la cual también escribieron algunas inscripciones obscenas.

     Tales son los hechos imputables a los estudiantes y la pura verdad sobre los sucesos por los que se les castigó. He aquí ahora la conducta de las autoridades, he aquí lo hecho por los voluntarios.

     El gobernador político se presentó en el cementerio el sábado 25, reprochó al capellán no haber cumplido su deber al no denunciar a la autoridad los excesos cometidos, hizo que le mostraran los daños materiales, y se dirigió entonces, acompañado de una guardia de voluntarios a la Escuela de Medicina, donde arrestó a todo el primer año, cuarenta y ocho en total.[42] A pesar de las instancias del gobernador, a pesar de sus amenazas, todos se negaron a denunciar a sus compañeros culpables. López Roberts quiso entonces sin duda chancear. Les dijo: “Ustedes hacen lo contrario de los chinos: cuando uno de ellos comete un crimen, todos responden: yo lo he cometido. Pero ustedes dicen que ninguno ha cometido el crimen. Pues bien, todos iréis a prisión donde reflexionaréis y terminaréis por responder”.

     A las seis de la tarde, en efecto, se condujo a la prisión a los cuarenta y ocho jóvenes, no por la policía, sino por el propio gobernador, acompañado por una fuerza de voluntarios que había llamado para ese fin. Durante todo el recorrido, muchas de las gentes que les seguían pedían que se les fusilara de inmediato. No obstante, pudieron llegar a la prisión sin accidente.

     La noche se pasó en levantar el acta de acusación, en buscar pruebas y tomar las declaraciones. Muchos de los arrestados invocaron el testimonio de personas, que podían afirmar que no habían estado en el cementerio, pero ninguno de los testigos señalados fue llamado a declarar.

     En la mañana del 26, seis de los más comprometidos estaban en calabozo e incomunicados; los demás permanecían libres dentro del local de la prisión y perfectamente confiados sobre su suerte.

     Estas diligencias contra los estudiantes habrían terminado en un castigo relativamente leve, aplicado a los más culpables, de no haber sido por el desdichado desfile que tuvo lugar ese mismo día.

     Desde el jueves anterior un capitán del 5o Batallón de Voluntarios que había sido amigo de Castañón y le había acompañado como testigo a Cayo Hueso, nombrado Felipe Alonso, se puso a excitar a los voluntarios, persuadiéndolos a aprovecharse de la ocasión para castigar ellos mismos, o exigir de las autoridades el castigo de los estudiantes inculpados.

     El gobernador político, por otra parte, era responsable, o al menos había cometido una gran imprudencia, de servirse de una fuerza de voluntarios para arrestar a los estudiantes y conducirlos a prisión, predisponiendo y aumentando por este hecho las malas pasiones.

     El desfile tuvo lugar y comenzó el mal. Iba a terminar aún peor.

     Todos los generales, cualesquiera fuesen sus grados, siempre se habían puesto en estas ocasiones el traje de voluntarios. El general Crespo, se presentó, con todas sus condecoraciones, en uniforme de gala de general de división. Esto desagradó a los voluntarios y se lo demostraron.

     Cuando pasó revista ante el 5o Batallón, de este partió el grito: “Mueran los traidores; mueran los estudiantes”. En vez de imponer silencio prometió que se juzgaría a los culpables por un consejo de guerra y que serían castigados, y gritó “Viva España”, sin encontrar eco alguno. Había descuidado de muy mal talante la etiqueta adoptada por sus predecesores; se alejó descontento de las tropas que estaban aún más descontentas de él.

     Tan pronto terminó el desfile, la compañía del capitán Alonso vociferó: “a la prisión”. Y más de tres mil hombres le acompañaron, pidiendo a gritos la muerte de los estudiantes.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[39] Los estudiantes detenidos al atardecer del día 25 de noviembre fueron 45.

[40] Jueves 23 de septiembre.

[41] José Mariano Rodríguez y Armenteros.

[42] En realidad, fueron 45 el total de estudiantes arrestados ese día.