CONSIDERACIONES FINALES

     La versión clásica de Valdés Domínguez mantenida desde la primera edición de su libro El 27 de noviembre de 1871 describe como única travesura de sus condiscípulos el haber jugado cuatro de ellos con el carro utilizado para transportar los cadáveres al Anfiteatro Anatómico, y uno de ellos haber arrancado una flor del jardín situado frente a las oficinas del Cementerio de Espada. Y concluye su relato con la afirmación rotunda, tajante y concisa: “Nada más tuvo lugar aquella tarde en las afueras del cementerio”.[32]

     Esta frase, cuyo alcance no parece haberse comprendido en su verdadera significación, permitió a Valdés Domínguez salvar su responsabilidad histórica y a la vez presentar a los ocho estudiantes en un plano de inocencia total. Situados así no cabía suponer en ellos protesta intencionada alguna que los llevara a realizar un acto afirmativo de cubanía dentro del cementerio, en la tumba del que tanto denostó, despreció y ofendió a los nativos del país no afectos a España. Con esto lograba cabalmente su propósito reivindicatorio, porque los actores vistos bajo esa luz, no eran sino víctimas del más repugnante asesinato jurídico.

     Pero los estudiantes del 71, presentados así, quedaban ante la historia como unos jóvenes despreocupados y desvinculados del ideal patriótico, pues solo habían hecho una travesura pueril y apolítica, sin nexo alguno con el fermento de rebeldía estudiantil contra la metrópoli, que dicho por las propias autoridades españolas existía en la Real Universidad de la Habana.

     Ese cuadro, tal como lo trazó Valdés Domínguez en 1887, no se puede mantener hoy a cien años de distancia, cuando se dispone de nuevos elementos de juicio para situar ese luctuoso episodio en su verdadero marco histórico.[33] Valdés Domínguez tuvo que presentarlos como lo hizo por imperativo del momento. Solamente de esa manera podía lograr la reivindicación de sus compañeros en plena dominación española.

     Los sucesos del cementerio reconsiderados en la actualidad, utilizando los mismos testimonios de antes, aparecen, sin embargo, con otra significación en virtud de la perspectiva histórica.

     Si Vicente Coba, el celador del Cementerio de Espada, a quien concebimos como servil, rastrero y falto de imaginación, señaló el nicho de Castañón y no otro como blanco de los estudiantes, es muy posible que haya mucho de verdad en el contenido de su delación. Es poco verosímil que un sujeto pícaro, pero por lo mismo poco avispado en el arte de intrigar, fuese a escoger precisamente la tumba de Castañón, y no otra, para decirle al gobernador político que los estudiantes habían rayado el cristal, cuando había tantos nichos de españoles mucho más representativos, para hacerlos objeto de travesuras estudiantiles subversivas en una falsa delación. Basta reflexionar sobre el simbolismo que rodeaba a ese sepulcro donde estaban los restos del titulado mártir del integrismo español para admitir como no imposibles las versiones coincidentes del patriota cubano Villaurrutia y la de los cónsules de Inglaterra, Estados Unidos y Francia.

     Por otra parte, al contraste tan chocante entre la actitud enérgica, levantada y viril del catedrático Juan Manuel Sánchez de Bustamante frente a López Roberts, rechazando de plano la acusación de este último contra los alumnos del segundo año, y la indigna y vituperable del profesor de primer año, Pablo Valencia García, haciéndole el juego al gobernador político y diciendo que sabía estaba allí el culpable, le vemos un sentido preciso. A los dos días de los sucesos del cementerio, ambos catedráticos han de haber estado informados a cabalidad de lo que allí había ocurrido. Sánchez de Bustamante sabía perfectamente que sus alumnos del segundo año no habían participado en esas travesuras estudiantiles. Esto explica su postura firme y decidida ante el gobernador político. El catedrático Valencia, por el contrario, no podía decir lo mismo respecto a los suyos del primer año. Y, por desgracia, en el trance en que fue puesto, prevaleció el integrista sobre el profesor. Por eso también acusó, tomando partido por la autoridad y desamparando a sus alumnos, con sus funestas e imprevisibles consecuencias. Este hecho concreto de la acusación de Valencia lo consigna Valdés Domínguez como testigo presencial en el cap. II de su emotivo libro El 27 de noviembre de 1871 en todas sus ediciones.

     En cuanto a la afirmación de la inocencia de los estudiantes hecha por el catedrático de disección Domingo Fernández Cubas al prestar su declaración —según expresa Valdés Domínguez como de pasada en el cap. III de su obra—, obviamente se refiere a la inocencia de aquellos respecto al cargo calumnioso de López Roberts de ser profanadores de tumbas.

     La alternativa queda hoy planteada, entre escoger lo que aparece dicho por el capellán del cementerio, negando que los estudiantes hubiesen rayado el cristal de ese nicho que era sacrosanto para los voluntarios, o las versiones de las otras tres personas mencionadas, expresando que —en una forma u otra— aquellos realizaron allí alguna travesura intencionada, que culminó en la colocación de unos versos subversivos, o indecorosos, al decir del cónsul británico.[34]

     No hubo, sin embargo, profanación alguna de la tumba de Castañón. Ni el cristal, ni la lápida del nicho fueron rotos, según más tarde tuvieron que reconocer los propios periodistas españoles. Una posible tentativa fracasada de grabar sobre el cristal del nicho los versitos subversivos y que después, al parecer, garrapatearon o pegaron con una oblea, explicaría las tres pequeñas rayas sobre el vidrio. Tómese esto último como simple conjetura, y no en un plano de afirmación histórica que naturalmente no se puede probar.

     Nada de esto, sin embargo, supuestamente cometido, constituye profanación. Ni en el orden jurídico,[35] ni en el orden moral, que, cuando más, podría conceptuarse como una travesura irrespetuosa. En cambio, esta acción de los estudiantes, por el solo hecho de estar dirigida contra el santuario simbólico del más feroz integrismo, constituye un acto viril de cubanía. Es una manifestación bien visible del espíritu de rebeldía estudiantil contra la metrópoli, que desde antiguo existía en la Universidad y que resultaría candoroso suponerlo inexistente en los estudiantes del 71.

     La monstruosidad del crimen que en represalia cometieron con ellos los voluntarios no tiene calificativo adecuado, aún visto a cien años de aquel sangriento suceso. Nos da una medida del desquiciamiento de la autoridad española en la Isla, y de la deleznable calidad moral y humana de los individuos que ejercían el gobierno insular en aquellos momentos.

     La total y absoluta inocencia de los estudiantes, respecto al cargo que utilizaron los bárbaros voluntarios para satisfacer en ellos su sed de sangre y de venganza, creemos que no encuentra mejor expresión que en las palabras ya citadas del cónsul general inglés, Alexander Graham-Dunlop, al ministro de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, contenida en el despacho oficial fechado en La Habana a 9 de diciembre de 1871. Se recordará que en ellas decía, textualmente: “después de un cuidadoso examen, resulta que la falta alegada por la cual los voluntarios fusilaron cruelmente a los ocho infortunados jóvenes, fue burda y falsamente exagerada, y que en realidad fueron inocentes de cualquier mala acción grave”.[36]

     La fuerte impresión que causó ese salvaje asesinato en el ánimo del cónsul inglés se refleja en un duro e incisivo comentario, donde a pesar de toda la flema británica trasciende su indignación. Es un pasaje de un despacho oficial escrito al día siguiente del fusilamiento, con destino al ministro de Relaciones Exteriores, “The Earl of Granville”. El cónsul escribe: “La ciudad entera está llena de horror y consternación. Es repugnante, odioso (y también humillante) verse obligado a permanecer al margen y asistir a semejantes crueldades llevadas a cabo por sujetos sin ley a sangre fría”.[37]

     Todo lo expuesto nos conduce al concepto que hoy, a cien años de distancia, podemos formarnos de los estudiantes del 71. A estos los vemos como los exponentes de la rebeldía estudiantil contra la metrópoli, a la vez que totalmente inocentes del falso cargo por el que se les fusiló. Por esto, precisamente, son ellos los primeros mártires del estudiantado universitario en la causa de los cubanos por su independencia.

     No lucharon con las armas en la mano, no conspiraron, fueron insurrectos en potencia. Pero sacrificados cruelmente a la ferocidad de los voluntarios, su inmolación prestó a la causa de la patria un concurso sin precedentes.

Luis Felipe Le Roy y Gálvez[38]

La inocencia de los estudiantes fusilados en 1871, La Habana, Universidad de La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1971, 32 p. (Esta conferencia es, en medida considerable, síntesis del texto A cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes, del propio autor, publicado también en 1971 por la Editorial de Ciencias Sociales. Se puede consultar íntegro en el sitio http://www.uh.cu/acceso-publicaciones).

Tomado de José A. Baujin y Mercy Ruiz: “Con un himno en la garganta”. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria e Inocencia, de Alejandro Gil, La Habana, Editorial UH y Ediciones ICAIC, 2019, pp. 165-172.

Otros textos relacionados con el 27 de noviembre de 1871.

ADENDA. DOS DESPACHOS DEL CÓNSUL GENERAL DE FRANCIA EN LA HABANA EN 1871, EN RELACIÓN CON EL FUSILAMIENTO DE LOS ESTUDIANTES

(Ministère des Affaires Etrangères. Archives diplomatiques. Espagne. Vol. 77, folios 53 a 66v. Microfilm en poder del autor obtenido en 1971 por mediación de la Embajada de Cuba en París).

Consulado General de Francia en La Habana.
Dirección Política.
No 24
La Habana, 28 de noviembre de 1871.

GRAVES DESÓRDENES POLÍTICOS EN LA HABANA

Señor ministro de Relaciones Exteriores. París.

Señor ministro:

     El orden que de facto reinaba en La Habana porque los voluntarios se consideraban y son, en efecto, los dueños absolutos de la situación, se ha visto interrumpido a consecuencia de hechos que no podrían calificarse sino de travesuras de estudiantes, de no haber sido por las consecuencias terribles que han acarreado, dando lugar a una matanza que desde hacía tiempo no ocurría en La Habana.

     Cito los hechos:

     El 25 de este mes unos cincuenta estudiantes se dirigieron al cementerio de esta ciudad, donde reposan los restos de Gonzalo Castañón, editor de La Voz de Cuba, quien había sido asesinado en Cayo Hueso en enero de 1869, por insurgentes cubanos, cuando se dirigió a ese lugar en respuesta a una provocación. Allí (en el cementerio) los jóvenes rompieron el cristal que cubría el nicho donde estaba la corona cívica que le habían dedicado, ensuciándola con versos obscenos.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[32] Fermín Valdés Domínguez: Ob. cit., cap. I en todas las ediciones.

[33] Las dos cartas del cónsul americano Hall solo se conocieron en la segunda edición de 1887 del libro de Valdés Domínguez. La repugnante carta de Ramón López de Ayala, pintando a lo vivo el clima antiespañol y subversivo del estudiantado universitario, no se conoció hasta 1896, en que la publicó el historiador Pirala (véase nota 11). La versión de los hechos publicada en La Revolución Cubana de Nueva York el 9 de diciembre de 1871 (véase nota 3) jamás se divulgó ni comentó en Cuba; por primera vez la ha utilizado como un testimonio más el autor de estas líneas en su libro del centenario. La carta original de Villaurrutia de 1o de diciembre de 1871 no fue donada al Archivo Nacional de Cuba sino en 1951 y no fue sino muchos años después que fue justipreciada por los investigadores. La versión de los hechos dada por Reyes Zamora, uno de los estudiantes del 71 condenado a seis años de presidio, la publicó su autor en 1920, diez años después de la muerte de Valdés Domínguez. La versión del suceso dada por el cónsul general de Inglaterra era totalmente desconocida; el autor de estas líneas la ha publicado actualmente en su libro del centenario. Finalmente, la versión del cónsul general de Francia, asimismo desconocida del todo, y que confirma nuestra tesis de un modo explícito, hemos podido dar con ella a mediados de 1971. Ha llegado a nuestras manos a tiempo aún de poderla incluir en este folleto.

[34] Véase la anotación 2, últimos renglones.

[35] En 1871 regía en Cuba el código penal español de 1850. El que se estableció en España en 1870 no vino a tener vigencia en Cuba hasta ocho años más tarde. En ese código penal de 1850, el artículo que castigaba las profanaciones de sepulturas se incluía entre los delitos contra la religión, y decía así, textualmente: “Art. 138.—El que exhumare cadáveres humanos, los mutilare, o profanare de cualquier otra manera, será castigado con la pena de prisión correccional”. (Colección Legislativa de España, t. 50 [1850], p. 402.)

[36] Public Record Office, F.O. 72, 1280, p. 273 (microfilm en poder del autor). El texto en inglés es como sigue: “after a careful examination, it turns out, that the alleged fault for which the eight unfortunate youths were cruelly shot by the “Volunteers” was grossly and falsely exaggerated, and that in reality they were innocent of any serious misdemeanor”.

[37] Despacho consular no. 33 de fecha 28 de diciembre de 1871. Ibíd., p. 263. El texto en inglés dice así: “The whole place is filled with horror and consternation. It is very sickening to be obliged to stand-by and witness such cruelties committed by lawless men in cold blood”.

[38] Luis Felipe Le Roy y Gálvez (1910-1978). Profesor Titular de Química de la Universidad de La Habana entre 1937 y 1966, momento en que pasó a desempeñarse como asesor e investigador de asuntos históricos de la propia institución de educación superior hasta 1977.