Si de los testimonios pasamos a los hechos, nos encontraremos con que ya de antiguo existía en la Universidad de La Habana una tradición de rebeldía política contra la metrópoli que en más de una ocasión se manifestó en brotes aislados, pero no por eso menos reveladores del fermento antiespañol que existía en una parte del estudiantado universitario.
En 1851, poco antes de la frustrada invasión de Narciso López a la Isla, dos jóvenes estudiantes de Filosofía fijaron en la puerta de la biblioteca de la Universidad un papel donde aparecía dibujada con lápices de colores la bandera del invasor y la leyenda subversiva: “¡Viva Narciso López! ¡Muera España!”.[12]
Debe señalarse, abundando en este incidente, que el gobernador y capitán general José Gutiérrez de la Concha en una comunicación al gobierno de la metrópoli, precisamente de esa época, recomendaba: “Suprimir también por ahora los estudios universitarios, creando en su lugar colegios para las carreras especiales”.[13]
En 1853 se encontró una proclama sediciosa echada por un estudiante de tercer año de Medicina, en el cuerpo de guardia del hospital de San Juan de Dios, donde recibían enseñanza práctica alumnos universitarios de la Facultad de Medicina.[14]
En 1865, durante el primer mando en la Isla del general Domingo Dulce, apareció acuchillado el retrato de Isabel II en el interior de la llamada Aula Chica de la Universidad, sin que nunca se pudiese identificar al autor o a los autores del hecho.[15]
El clima político antiespañol dentro de un sector significativo del estudiantado de la Real Universidad de la Habana no creemos que sea difícil de admitir como realidad histórica después de lo que se ha expuesto. Lo que no resulta fácil de establecer es el grado de vinculación de los estudiantes de primer año de Medicina del curso de 1871-1872 con el fermento de rebeldía política contra el gobierno colonial, que ya, a los tres años de estar ardiendo la Guerra Grande, nos parece en extremo candoroso suponer que no existiese en la Universidad de La Habana, sobre todo después de los antecedentes enumerados.
Pero, aunque no pueda demostrarse con pruebas plenas esta vinculación de los estudiantes del 71 con el ambiente subversivo más o menos encubierto del estudiantado universitario, no es menos cierto que en un caso concreto resulta posible señalar una simpatía activa por el movimiento insurreccional cubano y en otro la posibilidad de haberse creado un sentimiento de odio hacia todo lo que representara al gobierno de España en la Isla. El primero de estos dos casos es el de Anacleto Bermúdez y González de Piñera, de quien consigna el escritor y ensayista Félix Lizaso que colaboraba con José Martí en el Instituto de Segunda Enseñanza de la Habana en la redacción y distribución clandestina del periódico manuscrito subversivo El Siboney.[16] Este estudiante fue uno de los ocho fusilados el 27 de noviembre de 1871. El otro caso al que hemos aludido es el de Fermín Valdés Domínguez y Quintanó, el hermano del alma de nuestro Apóstol Martí, el cual, por el incidente de 1869 después de seis meses de prisión preventiva en la cárcel de La Habana, fue condenado a seis meses de cárcel que cumplió en la fortaleza de La Cabaña. Y si se admite también este sentimiento de rebeldía antiespañola en su estado potencial, no está de más recordar que uno de los estudiantes del 71, condenados a cuatro años de presidio fue de los que después del indulto y deportación, una vez que volvió a su patria, se incorporó a la insurrección armada de la Guerra de los Diez Años y murió por la causa de la independencia. Esto ocurrió en el llamado Levantamiento de San Juan (24 de junio de 1875) y también Sublevación de Vuelta Abajo. Este estudiante, que fue uno de los ocho jóvenes muertos por la guardia civil, se llamaba Alfredo Álvarez y Carballo, y el hecho está profusamente consignado.[17]
HASTA DONDE TIENE SOLVENCIA HISTÓRICA EL TESTIMONIO DEL CAPELLÁN
El testimonio del capellán del Cementerio de Espada a raíz de los sucesos solo se conoce a través de la versión de Fermín Valdés Domínguez publicada en Madrid en 1873. El gobernador político, el que dio pie a la tragedia, Dionisio López Roberts, en el parte oficial que elevó al gobernador y capitán general interino no menciona para nada las palabras del capellán.[18] En cuanto al sumario de la causa y los autos de los dos consejos de guerra, jamás se han podido localizar.[19] De manera que la declaración del capellán inmediata a los hechos, solo la conocemos a través de Valdés Domínguez. La otra, la que expuso en entrevista con este último y Guillermo del Cristo y publicó la prensa, fue hecha catorce años después.
Lo que consigna Valdés Domínguez en su libro matritense de 1873 como manifestado por el capellán del cementerio se halla en dos pasajes del capítulo II. El primero es lo que aparece dicho por el sacerdote al gobernador político López Roberts en el cementerio en la mañana del sábado 25 de noviembre; el segundo es lo que, según afirma Valdés Domínguez, declaró el capellán esa misma tarde cuando López Roberts comenzó a instruir el sumario en el propio Anfiteatro Anatómico contiguo al Cementerio de Espada, donde estaban en clase los alumnos del primer año. El texto de Valdés Domínguez dice así en el pasaje del cementerio:
y el cura le dijo mejor cuanto había pasado; puso también en su conocimiento que había notado tres rayas en el cristal que cubre la lápida del nicho de Gonzalo Castañón, manifestándole que las cubría la humedad. Recuerdo, y todos recordamos, estas rayas. Todos, como nosotros, pudieron haberlas observado mucho tiempo hacía. Muchos las habían visto el Día de Difuntos [el 2 de noviembre].[20]
En el pasaje del Anfiteatro Anatómico el texto de Valdés Domínguez es como sigue:
Tomó en primer lugar la informativa al cura del cementerio y este le repitió los hechos que verdaderamente tuvieron lugar el día veintidós [sic. por veintitrés]. Acerca de las rayas que se notaban en el cristal que cubre la lápida del nicho de Castañón, solo pudo decir que no conocía al autor, ni podía traslucir la época del hecho. [Y comenta Valdés Domínguez de nuevo, párrafos después:] Aquellas rayas eran, sin embargo, antiguas; la humedad las cubría completamente; existían antes del Día de Difuntos.[21]
Finalmente, lo que aparece manifestado por el capellán catorce años más tarde en una entrevista que le hizo Valdés Domínguez acompañado de Guillermo del Cristo y que publicó la prensa, se reduce en lo sustancial a lo siguiente: “Supe que algunos de ustedes habían jugado con el carretón en donde se traían los cadáveres para las disecciones en San Dionisio; se me dijo también que uno había tomado una flor del jardín que estaba delante de las oficinas del cementerio y no supe más”. Líneas después prosigue manifestando lo que respondió al gobernador político López Roberts cuando este último lo increpaba y mencionaba las rayas en el cristal que cubría la lápida del nicho de Castañón:
Ya usted ha dicho en sus escritos, Sr. Valdés Domínguez, lo que yo respondí: Esas rayas, que están cubiertas por el polvo y la humedad, las he visto desde hace mucho tiempo, y por lo tanto no pueden suponerse hechas en estos días por los estudiantes. Lo que pasó después ustedes lo saben, y yo no quiero recordarlo.[22]
Las tres citas que se han copiado literalmente es todo cuanto se conoce sobre las declaraciones del capellán del cementerio. No hay otras, fuera de la alusión que a ellas hace el cónsul norteamericano Mr. Hall cuando expresa, en carta a sus superiores al día siguiente del fusilamiento, que: “El capellán, al dar su declaración ante el consejo de guerra, manifestó que en su creencia todo había sido una cosa de muchachos, que no merecía ejemplar castigo”.[23]
Pasamos por alto la inadvertencia de Valdés Domínguez al dar a la prensa la minuta de su entrevista con el capellán, y escribir en ella la oración: “Ya usted ha dicho en sus escritos, Sr. Valdés Domínguez, lo que yo respondí”, pues la frase que le sigue y que este autor pone en letra cursiva, no aparece en ninguno de los escritos de Valdés Domínguez anteriores a la fecha de la entrevista y, por lo tanto, expresada de esta manera no puede haber sido dicha así por el sacerdote.[24]
Un hecho, sin embargo, aparece firmemente establecido, y este es que el capellán no secundó al gobernador político López Roberts en sus infames manejos prestándose a atestiguar una profanación inexistente. Por esa razón fue destituido de su cargo,[25] y tardó tres meses en obtener su reposición,[26] cuando ya los dos grandes responsables de la tragedia se habían ido del país.[27]
Pero la destitución del capellán no arroja luz alguna sobre el contenido de su declaración. No implica que dijera precisamente que las rayas en el cristal que cubría el nicho de Castañón existían de antiguo, y que no podían, por lo tanto, suponerse hechas en esos días por los estudiantes. Basta que no cooperase en su declaración a reforzar la impostura de la profanación para que se procediese contra él vengativamente. La versión del cónsul norteamericano en la primera carta a sus superiores, diciendo que el capellán, al dar su declaración ante el consejo de guerra, manifestó que en su creencia todo había sido una cosa de muchachos, que no merecía ejemplar castigo,[28] resulta más que suficiente para que en aquel clima de exaltación y furor integrista, en que los voluntarios eran los dueños de la situación, se hubiese ordenado de inmediato la separación del sacerdote.
Además de la conducta del capellán, debe tenerse presente que este último no era peninsular, sino nativo del país. El presbítero José Mariano Rodríguez y Armenteros, que tales eran sus nombres y apellidos, era natural de la ciudad de La Habana, donde había nacido el 23 de enero de 1826. Sus progenitores eran también naturales y vecinos de esta capital, y su padre, don José María Rodríguez y Álvarez, era, cuando nació aquel, cadete de Milicias, cuerpo militar que se nutría de criollos. Su madre, doña Bárbara Armenteros y Fernández de Trevejos, pertenecía a una antigua familia de abolengo dentro del país, de manera que la estirpe cubanísima del presbítero Mariano Rodríguez estaba establecida fuera de toda duda.[29] Esto solo era condición más que suficiente para predisponer en su contra a esa horda de voluntarios tan bien calificada por alguien como la hez del pueblo español.[30]
En ausencia de los autos de los dos consejos de guerra formados a los estudiantes del 71, no resulta posible saber qué fue exactamente lo que declaró el capellán a raíz de los hechos, y muy especialmente sobre las rayas en el cristal que cubría el nicho de Castañón. Respecto a estas últimas —que ciertamente existían, pues se pudieron advertir claramente cuando catorce años después el hijo de Castañón se llevó del ya clausurado Cementerio de Espada no solo los restos de su padre sino también la lápida del nicho y el cristal que la cubría—,[31] la manifestación del capellán puede haberla hecho en esa forma exonerativa para no comprometer a los estudiantes, y de paso no verse él tampoco envuelto en la intriga del gobernador. Al fin y al cabo, si se acepta incondicionalmente su versión según Valdés Domínguez en 1873 y en 1887, él personalmente no presenció nada ni vio nada, y todo lo supo a través de lo que le informaron después en el cementerio. Véase, pues, que si frágiles resultan los testimonios coincidentes de Villaurrutia y de los cónsules Hall y Graham-Dunlop, porque se consideren simples reflejos de la opinión que imperaba en la capital en esos momentos, es también igualmente frágil el testimonio del capellán por lo inverosímil que resulta que hubiese advertido que el cristal tenía tres rayas (la mayor de las cuales no excedía 6 cm) y que también se hubiese fijado, precisamente, que esas rayas estaban cubiertas por el polvo y la humedad. Y más inverosímil resultaría suponer que ya el cristal estaba rayado cuando se colocó, porque tratándose del titulado mártir de Cayo Hueso, los voluntarios no habrían aceptado un vidrio rayado, un vidrio de segunda mano. Finalmente, debemos llamar de nuevo la atención para recordar que la primera versión del capellán la conocemos a través de Valdés Domínguez (1873) y la segunda, la manifestada catorce años después de los sucesos, lo es también a través de Valdés Domínguez porque es lo que aparece declarado a él y a un compañero por el capellán en una entrevista que estos le celebraron (1887), destinada a la prensa y a figurar en un libro reivindicatorio.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[12] Archivo Central de la Universidad de La Habana. Expediente administrativo s/c titulado: “Expediente formado para averiguar el autor o autores de un papel subversivo que apareció fijado en la puerta de la Biblioteca de la Universidad. 1851”. (Lleva fecha: 30 de mayo de 1851. Los estudiantes se llamaban Cirilo Ponce de León y la Guardia, y Cirilo Morel y Xiqués.) / Archivo Nacional de Cuba. Asuntos Políticos. Legajo 217, no. 2. Contiene el papel original subversivo que se ocupó.
[13] Archivo Nacional de Cuba. Correspondencia de los Capitanes Generales. Legajo 49B. Boletín del Archivo Nacional, t. 16, p. 395.
[14] Archivo Central de la Universidad de La Habana. Expediente administrativo s/c titulado: “Papel subversivo echado en un cuerpo de guardia. D. Eduardo Cotilla. 1853”.
[15] Archivo Central de la Universidad de La Habana. Expediente administrativo s/c titulado: “Rotura del Retrato de S. M. 1865”. Además, en el “Libro de Actas de la Junta de Decanos, de 1855 a 1880”, folios 85 y 85v.
[16] Félix Lizaso y González: Martí, místico del deber, Buenos Aires, 1940, p. 42.
[17] Diario de la Marina del 29 de junio de 1875, col. 5, p. 2 (Biblioteca Sociedad Económica). Ricardo V. Rousset: Historia de Cuba, Habana, 1918, t. I, p. 69. Este autor fue uno de los alzados que logró escapar y escribe como actor de aquel episodio. Adolfo Dollero: Cultura cubana, Pinar del Río, Habana, 1921, p. 337. Cirilo Pouble: “Diario” (manuscrito inédito). Biblioteca Nacional.
[18] Documento que se conserva en el archivo privado de Manuel Sanguily Garritte, hoy en poder de la viuda de su hijo. Lo reproduce Valdés Domínguez al comienzo del cap. III de todas las ediciones de su libro.
[19] En carta fechada en Madrid a 3 de julio de 1970, se le comunicó al autor de estas líneas por la Subsecretaría del Ministerio del Ejército de España que la causa instruida contra los estudiantes de Medicina de 1871 no se encuentra en el Archivo General Militar de Segovia. Dicha carta la donó el autor al Archivo Central de la Universidad de La Habana y se halla en el expediente administrativo no. 231B.
[20] Fermín Valdés Domínguez: Los voluntarios de la Habana en el acontecimiento de los estudiantes de Medicina, por uno de ellos condenado a seis años de presidio, Madrid, 1873, pp. 14-15.
[21] Ibíd., pp. 18 y 20.
[22] “Para la Historia”, La Lucha, 3 de febrero de 1887, p. 2, col. 3.
[23] State Department Archives: Consular Despatches. Havana, vol. 65. Hall Davis, noviembre 28, 1871. (En Fermín Valdés Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, cap. XVI de la 2a ed. de 1887).
[24] Ya se ha visto lo expresado por Valdés Domínguez en 1873. Y en una carta suya publicada en La Lucha de 26 de enero de 1887 dice, refiriéndose a las rayas en el cristal del nicho de Castañón: “Que en aquella misma fecha (1871) manifestó el cura del cementerio que habían sido hechas tiempo atrás”. El final de la frase referente a que no pudieron haber sido hechas en esos días por los estudiantes no aparece por ninguna parte en esos aludidos escritos anteriores.
[25] La Voz de Cuba de 28 de noviembre de 1871, col. 2, p. 1. “Separación. Sabemos que a consecuencia de los últimos sucesos, ha sido separado de su destino el capellán del cementerio de esta ciudad, el presbítero que ejercía el cargo”. Diario de la Marina de 29 de noviembre de 1871, col. 4, p. 2. “Separación. Sabemos que el Excmo. Sr. Gobernador Político General Segundo Cabo ha separado de su destino al capellán del cementerio”.
[26] Museo de la Ciudad. Libros del Cementerio de Espada. L. 23, f. 542-547. Y L. 24, f. 1 a 31. Durante todo el mes de diciembre de 1871 y los meses de enero y febrero de 1872 firma las partidas otro capellán llamado Pedro Blasi. Ya desde el 1o de marzo de 1872 vuelve otra vez a firmar Mariano Rodríguez.
[27] El gobernador político Dionisio López Roberts y el general segundo cabo Romualdo Crespo y de la Guerra, que actuaba como gobernador y capitán general interino por ausencia del propietario Valmaseda que se hallaba en campaña. López Roberts fue sustituido en el cargo por el magistrado de la Audiencia de La Habana Juan José Moreno el 5 de diciembre de 1871 (Gaceta de la Habana de dicha fecha) simplemente porque se hacía efectivo su relevo. Diez días más tarde abandonaba la Isla en el vapor-correo español Guipúzcoa (Diario de la Marina de 16 de diciembre de 1871, cols. 3 y 4, p. 1. Pasajeros salidos, col. 4). Romualdo Crespo, relevado de sus funciones por el gobierno de la Metrópoli (The Times, London, January 1, 1872, col. 1, p. 5. Biblioteca Nacional), se fue de Cuba un mes después, en el vapor-correo español Antonio López (Diario de la Marina de 16 de enero de 1872, col. 3, p. 1).
[28] Véase la nota 20.
[29] Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, hoy de la Caridad. Bautismos de Españoles, L. 199, f. 11v., no. 66.
[30] Antonio Reyes Zamora: Episodios en la vida de un estudiante del 68 hasta 35 años después, Santiago de Cuba, 1920, p. 30. Reyes Zamora fue uno de los estudiantes condenados el 27 de noviembre de 1871 a seis años de presidio.
[31] La Lucha, 19 de enero de 1887, col. 3, p. 2.