LA INOCENCIA DE LOS ESTUDIANTES FUSILADOS EN 1871

Conferencia leída por su autor en el Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, durante los actos celebrados en noviembre de 1971 en conmemoración del Centenario del fusilamiento de los estudiantes.

Cuando se habla de la inocencia de los ocho estudiantes de Medicina fusilados en La Habana el 27 de noviembre de 1871, se sobrentiende generalmente una inocencia total, que abarca todos los aspectos que comprende el término. No se entra nunca a examinar por separado los distintos elementos del concepto de inocencia aplicados en este caso, y dicha manera de considerar las cosas da lugar a que, sin quererlo, se altere la esencia del hecho histórico, con la consiguiente deformación de la idea general que el recuerdo de aquellos sucesos trae aparejada.

     Con el solo fin de puntualizar detalles y deslindar en lo posible la enmarañada trama de aquel horrible acontecimiento, escribimos las consideraciones que siguen a continuación. Todas ellas atañen exclusivamente al origen de la tragedia, y las expondremos por separado, bajo tres epígrafes distintos. Estos versarán sobre lo concerniente a la inocencia de los estudiantes respecto al cargo de haber profanado la tumba del periodista azuzador del odio anticubano Gonzalo Castañón, la postura y grado de identificación de los estudiantes del 71 con el clima de rebeldía política contra la metrópoli que de antiguo existía en la Universidad de La Habana y hasta qué punto es válido el testimonio del capellán del cementerio al decir que los estudiantes no fueron los que rayaron el cristal que cubría la lápida del nicho de Castañón. Terminaremos con unas consideraciones finales a modo de revalorización de ese hecho histórico.

INOCENCIA DE LOS ESTUDIANTES EN CUANTO A LA PROFANACIÓN QUE SE LES IMPUTÓ

     Desde la publicación del célebre libro de Fermín Valdés Domínguez, editado en La Habana en 1887 con el título de El 27 de noviembre de 1871, nadie puede por un solo momento poner en duda la completa inocencia de los ocho estudiantes fusilados en esa fecha, y la de sus compañeros condenados a penas de presidio y cárcel, respecto a la imputación calumniosa de haber profanado la tumba del integrista furibundo, propietario y director de La Voz de Cuba, Gonzalo Castañón. Hoy en día, y gracias precisamente a esa noble labor reivindicatoria, la exposición ordenada y metódica de las pruebas que demuestran la inocencia de los estudiantes frente al cargo infamante de profanadores de tumbas es tarea elemental y sencilla.

     Ante todo, debe señalarse que esa inocencia a la que nos estamos refiriendo ya había sido oficialmente declarada a sus gobiernos respectivos por los cónsules de Estados Unidos y de Inglaterra en La Habana. El cónsul norteamericano Mr. Henry C. Hall informaba a sus superiores de Washington, a los cinco días del fusilamiento:

De fuente fidedigna resulta ahora que la profanación de que se trata consistió simplemente en algunas rallas o arañazos hechos con un diamante sobre el vidrio que cubre la lápida del nicho; que el vidrio no fue roto, ni remplazado por otro; que la corona no fue tocada; y que el capellán del cementerio no fue en manera alguna amenazado, ni insultado, ni ofendido por los jóvenes estudiantes. El día en que ocurrió el suceso no se dio paso alguno por las autoridades; y no fue hasta el sábado en que se creó conmoción entre los voluntarios, cuando el gobernador político Roberts hizo prender a todos los estudiantes del primer año de Medicina.[1]

     Por su parte el cónsul general británico Alexander Graham-Dunlop, en un despacho al ministro de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña de 9 de diciembre de 1871, en ampliación a uno anterior, le expresaba textualmente: “después de un cuidadoso examen, resulta que la falta alegada por la cual los voluntarios fusilaron cruelmente a los ocho infortunados jóvenes, fue burda y falsamente exagerada, y que en realidad fueron inocentes de cualquier mala acción grave”.[2]

     A menos días aún del fusilamiento, el patriota cubano Wenceslao de Villaurrutia le escribía desde La Habana a Néstor Ponce de León, residente en Nueva York, con fecha 1o de diciembre de 1871, una extensa carta sobre lo sucedido, donde le expresaba en uno de sus pasajes:

[Los estudiantes] se entraron en el campo santo de paseo. Tuvieron al entrar sus palabras con el padre capellán y hubo silbidos y hasta alguna pedrada. Ya dentro empezaron a recorrer los patios de los nichos y se llegaron hasta el de Castañón, pretendieron rayar el cristal que cubría la lápida, pero no teniendo un brillante a propósito solamente lograron arañarlo. Dicen que también pusieron un papel con cuatro obleas en el que escribieron una cuarteta en honor del mártir de Cayo Hueso. A esto se reduce la llamada profanación de la tumba del bizarro defensor de la integridad.[3]

     Cuando el hijo menor del periodista cuya tumba se dijo profanada en 1871 vino a La Habana catorce años después para llevarse los restos de su padre a España, el noble Fermín Valdés Domínguez se personó en el antiguo y ya clausurado Cementerio de Espada en el acto de la exhumación, y logró de aquel una declaración escrita atestiguando el estado de inviolado en que había hallado el nicho que guardaba los restos de su progenitor. El original de este testimonio, de un valor probatorio de índole moral cual ninguno, se conserva en el Archivo Nacional  de Cuba, y además lo reprodujo Valdés Domínguez en facsímil en la última edición (1909) que pudo publicar en vida de su célebre libro sobre el 27 de noviembre de 1871.[4] Como la profanación que se les imputó a los estudiantes la hicieron consistir en la rotura del cristal y la lápida, a más de otras imposturas que les sobreañadió el rumor popular, la carta del propio hijo de Castañón bastaría por sí sola para poner las cosas en su lugar.

     Dos de los periodistas que tomaron parte en aquellos sucesos esclarecieron en testimonios escritos y publicados en 1887 que no hubo profanación. José E. Triay, uno de los tres firmantes de una proclama conjunta que enardecía la sed de venganza de los voluntarios, le declaraba por escrito a Valdés Domínguez en esa fecha que el nicho de Castañón estaba intacto y lo había estado siempre, y que eso mismo escribió para La Voz de Cuba en noviembre después de visitarla, pero que la censura no consintió que se publicase.[5]

     El otro periodista, Francisco A. Conte, que intervino junto con Triay en la redacción de aquel funesto manifiesto, en una carta abierta al director de La Lucha, en riposta a Triay, expresaba, entre otras cosas:

lo mismo yo que el señor Triay y los señores de la Junta que intervinimos en la redacción de ese artículo sí estábamos muy seguros de que no había ocurrido la profanación del nicho de Castañón ni del de nadie, estábamos en la creencia de que se había intentado, habiendo alguien impedido que se consumara, porque así nos lo habían asegurado personas de elevadísima posición oficial. [Y prosigue párrafos después en la misma carta:] Ya que el señor Triay ha recordado ese artículo, hubiera podido no dejar de indicar cómo supimos nosotros la verdad de lo ocurrido en el cementerio, o más bien, la verdad de lo que no había ocurrido, y también la prohibición que verbalmente nos mandó el señor López Roberts desde el cementerio para que no publicáramos nada sobre el particular por medio de un empleado de la imprenta (el regente), mandato que intentamos el señor Triay y yo no obedecer…[6]

     Y en otra carta posterior, el mismo periodista Conte puntualiza aún más sus recuerdos, precisando estos en las siguientes palabras:

y, además, yo, como todos los que a su redacción contribuimos, estábamos en la persuasión de que se había intentado cometer el crimen de la profanación, que impidieron algunos operarios del cementerio, los cuales avisaron a la autoridad de lo ocurrido, versión que yo oí de boca de dos autoridades superiores y que tardé algún tiempo en saber que era tan incierta como la especie misma de la profanación realizada.[7]

     Véase pues que este mismo periodista de La Voz de Cuba, autor del artículo “Responsabilidad”,[8] conviene en que ni siquiera había habido profanación frustrada, o intento de profanación.

     Finalmente, otro periodista de los tres que firmaron el manifiesto conjunto de la prensa capitalina, y autor en 1889 de una obra, toda plagada de lugares comunes y copias de documentos impresos, se ve obligado, no obstante, a reconocer, textualmente: “Lo más doloroso es que nadie se ocupó de averiguar la verdad de los hechos”.[9]

GRADO DE IDENTIFICACIÓN DE LOS ESTUDIANTES DEL 71 CON EL CLIMA DE REBELDÍA POLÍTICA CONTRA LA METRÓPOLI QUE DE ANTAÑO EXISTÍA EN LA REAL UNIVERSIDAD DE LA HABANA

     No creemos necesario demostrar que desde mucho antes de 1871 ya existía en la Universidad una franca corriente antiespañola dentro del estudiantado y de rebeldía política contra la metrópoli. Basta recordar lo suscrito por el gobernador y capitán general Valmaseda, manifestando en un documento oficial —su decreto de reforma de la enseñanza universitaria de 10 de octubre de 1871— cómo había cátedras que habían quedado vacantes:

por el abandono que de ellas hicieron los que las desempeñaban, los cuales huyeron al extranjero al estallar la insurrección en Yara para continuar allí su obra de conspiración […] que arrastraron tras de sí a los jóvenes a la rebelión, como lo comprueba el número de estudiantes de los últimos cursos que desapareció en aquellos días de la capital.

     Y que la opinión pública señalaba a la Universidad: “Como foco de laborantismo y de insurrección”. Y proseguía más adelante, en otros considerando, que era indispensable encargar la Universidad a un profesorado: “Que no inculque en la juventud perniciosas doctrinas ni convierta la cátedra de la ciencia en tribuna revolucionaria”.[10]

     Otra fuente española, el capitán de voluntarios que mandó el piquete de fusilamiento de los ocho estudiantes, Ramón López de Ayala, aporta información al siguiente día de las ejecuciones, a su hermano Adelardo, exministro de Ultramar, en una larga y repugnante carta publicada por el historiador español Antonio Pirala, donde entre otras cosas expresaba en uno de sus párrafos:

la Universidad de La Habana nunca ha sido otra cosa más que un criadero de víboras eternamente dispuestas a revolverse contra sus mismos padres. En la Universidad de La Habana se presentó hace ya años como plano topográfico de la Península el bosquejo de un burro. En la Universidad de La Habana se han proferido y corren en la tradición estudiantil máximas, no ya depresivas, sino repugnantes y groseras para quien las profiere, contra la nación española. Aquí pudiera citarse un célebre soneto compendio de todos los más ásperos insultos contra Durán y Cuervo, siendo rector de ella, nada más que porque no abjuró de sus sentimientos españoles. En la Universidad de La Habana se acribilló a puñaladas y se hizo pedazos, antes de Lersundi, o en su mismo tiempo, el retrato de Isabel II; no por ser Isabel II, de cuya suerte se manifiestan hoy muy compadecidos todos estos miserables canallas, sino porque representaba a España. En la Universidad se han provocado motines en forma y colectivamente contra la asignatura de Historia de España, cuyas cátedras tienen ellos a gloria mirar constantemente desiertas. De la Universidad salieron para los campos las primeras expediciones de jóvenes habaneros, los que de la noche a la mañana desaparecieron de sus casas, donde solo quedaban como memoria groseros escritos, que eran otros tantos sarcasmos contra sus propias familias. Últimamente, de la Universidad han salido ya formados todos o casi todos los cabecillas que hoy habitan las maniguas y roban y matan sin ley ni conciencia.[11]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] State Deparment Archives. Consular Despatches. Havana, vol. 65.  Hall-Davis, diciembre 2, 1871. Publicado por Fermín Valdés Domínguez en la 2a ed. de 1887 de su libro El 27 de noviembre de 1871, cap. XVI, p. 242.

[2] Public Record Office. London, F.O. 72, vol. 1280, folio 273. El despacho consular, ampliado después, es uno escrito el día siguiente del fusilamiento. En él expresaba el cónsul general inglés que los estudiantes: “in a fit of silly and inexcusable stupidity, injured the window frame of the tomb of a man named Castañón”, y dice líneas después: “The students also added to this prank by scratching some indecorous verses on the tomb” (ob. cit., folio 258. Microfilm en poder del autor). Trad.: “[los estudiantes] en un arranque de necia e inexcusable estupidez, dañaron el nicho de un hombre apellidado Castañón […] Como ampliación de su travesura los estudiantes garrapatearon unos versos indecorosos en la tumba”.

[3] Archivo Nacional de Cuba. Donativos, caja 164, n.o 96. [Carta original.] El destinatario la publicó en el periódico La Revolución de Cuba, Nueva York, número de 9 de diciembre de 1871. [Ejemplar existente en la Biblioteca Nacional José Martí].

[4] Museo Nacional, legajo 17, n.o 17 (Original laminado. Fecha de la carta: Habana, 17 de enero de 1887). / Fermín Valdés Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, 6.a ed., Habana, 1909, reproducción facsimilar entre las páginas 144 y 145.

[5] La Lucha, 26 de enero de 1887, vols. 3-6, p. 2. Reproducida en el libro de Valdés Domínguez, en el cap. XI de todas las ediciones.

[6] La Lucha, 28 de enero de 1887, vols. 5-7, p. 2. Reproducida ídem.

[7] La Lucha, 3 de febrero de 1887, vols. 5-8, p. 2. Reproducida ídem.

[8] La Voz de Cuba, 30 de noviembre de 1871, col. 1, p. 2. Mutilado el ejemplar de la Biblioteca de la Sociedad Económica. Falta todo el artículo “Responsabilidad” advirtiéndose una anotación a lápiz en la p. 1 que dice: “Picado ante el año de 1883”. En el sumario que está en la p. 2, se halla mencionado el artículo sustraído y aparece como el primero de dicha página.

[9] Gil Gelpi y Ferro: Historia de la Revolución y Guerra de Cuba, La Habana, 1889, t. 2, p. 116, último párrafo.

[10] Gaceta de la Habana, 11 de octubre de 1871. Párrafos 1 y 2 del preámbulo al decreto de reforma universitaria de Valmaseda.

[11] Antonio Pirala: Anales de la Guerra de Cuba, Madrid, 1896, t. 2, pp. 311-312, en pie de página.