Y me enamoré de esta mujer y estoy ligado a ella fuertemente, y sé que no vale lo que tú, y que no es honesta.
¡Ella me ama, y yo no puedo desprenderme de ella! ¡Oh mi mujer! ¡oh mi mujer que estás aquí! ¡Estás aquí, y es preciso que te diga adiós!
¿Estás presente, y es preciso que nos separemos?
Marta. —¡Luis Laine! ¡te llamo por tu nombre! ¡Óyeme!
Luis Laine. —Oigo. He oído.
Marta. —¡Levanta la cabeza! Mírame de frente y fija tus ojos en los míos, y te diré la verdad.
Robaste cuando eras todavía un niño.
Pues ya jugabas y te hacía falta dinero.
Y errabas de lugar en lugar, como un hombre maldito, y si encontrabas
Un puesto, no permanecías en él largo tiempo, pues tu espíritu te conducía a otra parte.
Y viniste a nuestra casa, y me llevaste, a mí que nunca había ido más allá
De la Cruz de las Cinco Rutas, donde hay un Calvario.
Y he atravesado esas aguas sin límites y hemos llegado
De la otra orilla, hasta aquí.
Ahora habla y acúsame.
¿Por qué me despides?
Pues, si fuera una sirvienta, se le dice lo que ha hecho.
¡Pero tú, tú no tienes ninguna razón que dar, sino el odio que sientes hacia mí!
Lechy Elbernon. —Ah ah!
Luis Laine. —Marta, no podemos vivir juntos.
Pues no tengo bastante para ti y para mí. No podemos permanecer juntos para siempre.
Pues la fría razón se opone.
Marta. —¿La razón?
Luis Laine. —La razón se opone, Dulce-Amarga.
Marta. —¡Maldita sea la razón, cuando te hablo de amor! ¡No temas, pues lo que me dieras, yo te lo devolvería, avaro!
¡No acuses a la razón! sino al espíritu animal y solapado, al instinto de fuga y de violencia.
¡No acuses al cuerpo, como una mujer que acusa a la criada!
¡Acusa al espíritu inmundo!
El espíritu de muerte y de disolución, que lo seduce, pues está hecho para morir.
Pero la voluntad existe en el corazón del hombre, y le ha sido dado sentir un aroma divino, como un olor que penetra por la nariz.
Y yo no me hubiera casado, pero sentí amor por ti.
¡Oh Laine! siempre los animales se dejaban coger de mí sin temor, y los niños no gritaban cuando yo los tenía.
Te he cogido y he ligado mis manos detrás de tu espalda.
Y no puedes comprender la amistad que te tengo.
¡No te separes de mí, no sea que vayas a morir!
¡No desanudes mis manos que están ligadas detrás de ti!
¡No me des esa vergüenza! No me rechaces, pues yo soy tu mujer.
¡Mira, estoy frente a ti!
¡Luis Laine, te llamo en mi angustia!
¡Acuérdate de la palabra que me has jurado! ¡yo levanto hacia ti mis manos!
¡Mírame! Mira la confusión en que me hallo. ¡Es preciso que diga todo esto delante de esa mujer, y ella ríe, mientras yo te suplico en mi humillación!
¡No me rechaces! Pues no tienes derecho, aunque quisieras hacerlo.
Lechy Elbernon. —¡Derecho? Ah ah! ¿Oyes? ¡No tienes derecho! ¿Eh? Ella tiene un derecho sobre ti, ¿lo oyes?
En cuanto a mí, retiro mi mano y digo: ¡Haz lo que quieras!
Anda, no eres digno de ella. ¡Bah!
Admira solamente
Que así, de pronto, se haya hecho raptar
Antes de que te dieras cuenta.
¡Y cómo te ha espiado! Ciertamente, no puedes ocultarte de ella,
Pues te conoce y tú no la conoces. ¡Bueno!
Ella dice que es honesta, y con eso basta.
En cuanto a mí, no puedo ocultar quién soy, y tú fuiste a buscarme desvergonzadamente
En el lecho mismo de tu huésped y entre las manos del que te paga tu dinero.
He vivido libremente, y sabes que he conocido a otros antes que tú.
Pero lo he olvidado, y ahora es a ti a quien amo.
¡Ámame! ¡Mira qué bella dama soy!
En verdad, no estás hecho
Para vivir pegado a tu hembra como el caballo junto a la yegua, y no han de uncir con el asna al alce color corteza.
¡Ven! ¡sé libre!
¿Qué dirás cuando oigas soplar el viento de invierno detrás de la puerta?
¡Piensa en los bosques! Trepando hasta el final de la rama que se dobla,
La cabeza hacia abajo, veías las copas de los árboles emerger de la niebla al fondo del abismo y la lechuza amarillenta volar en la luz de la luna.
¡Piensa en las corrientes de agua clarooscuras donde se ven los enormes peces grises:
El salmón y el muskallongee!
¡Ámame, pues soy bella! ¡Ámame, pues soy el amor, y no tengo norma ni ley!
¡Y me voy de lugar en lugar, y no soy una sola mujer, sino muchas, prestigio viviente en una historia inventada!
¡Vive! ¡siente en ti
La poderosa juventud que no será fácil constreñir!
¡Sé libre! ¡el deseo audaz
Vive en ti por encima de la ley como un león!
¡Ámame, pues soy bella! Y donde se abra tu boca, allí aplicaré la mía.
Luis Laine, a Marta. —¿Y tú qué tienes que decir?
Marta. —Oh Laine, estás unido a mí por un sacramento
Y por una religión indisoluble.
Luis Laine. —¿Y?
Marta. —No escuches lo que dice, pues es solo miraje y mentira.
Luis Laine. —¿Y qué más?
Marta. —Eso es todo.
Soy pobre, soy tonta, soy fea, soy celosa.
Luis Laine. —¿No tienes nada más que decir? Oh Marta, es inútil que hables.
Pues esta es la que amo.
Señala a Lechy Elbernon.
Lechy Elbernon. —¿Es verdad?
Luis Laine. —Sí.
Lechy Elbernon. —¿Soy yo realmente la que amas, Luis?
Luis Laine. —Eres tú.
Lechy Elbernon. —¡Repítelo! ¡Soy yo la que amas y no ella?
Luis Laine. —Eres tú la que amo y no ella.
Pausa.
Marta. —¡Adiós!
Déjame decirte adiós, pues el día va a terminar. ¡Oh Laine, mi marido, déjame mirarte una vez más antes que sea de noche! ¡Déjame tocarte antes de que nos separemos por la eternidad!
Lo toma en sus brazos.
¡Adiós!
Media pausa.
¡Oh amigo! ¡oh bien amado! ¡oh ingrato!
¡Por qué has hecho esto?
Conocerás que no soy solamente amarga, sino dulce.
No soy yo quien me separo de ti, mas acuérdate que eres tú quien me ha despedido y que yo te besaba el hombro en mi humillación.
Y ahora me es preciso dejarte.
Media pausa.
¡Ay! ¡oh, qué duro es, Dios!
Se aleja un paso.
¡Adiós, Laine!
Sale.
Pausa.