VI

¿Era tu alma
la forma del alero ante la risa
del absorto que allá en el patio verde
miraba el patio verde, el patio rosa, el patio fríamente,
incestuoso?
¡No: los saltos, las esfinges,
el escombro del alero en la costa anhelante de tu alma
otra vez echada al fuego, los colores incestuosos
calmándose en el agua como un hijo
grande, oculto, inmemorial!

Un ave dulcemente y tú firmando,
pero qué es Esto, Dónde estuve, qué era Tanto:
peso del ojo,
(La mano desnacida irrumpe sola
para atar el fuego)
peso del ojo y de la dicha,
(El fuego irrumpe como una tribu
para cristalizar la fiera)
peso de la mancha, lucidez del hierro, hierro.
              (La tribu se une al hijo pontifical
             que la desata)   ¡Oh qué paz lenta y sagrada
             de lo mío!

                                       VII

El agua lame la piedra, la tierra, el hierro,
              lo vago,
lo rojo, el iris, el hule. ¡Pájaro que salta
en la testuz del toro! ¿Y tú,
bajo tu fuego enorme,
bajo tu fuego breve en forma de músico, paje o chambelán,
haces un gesto melancólico en la soga,
una danza de nocturna lentitud
en el cadalso?

                                  VIII

El dios ya va pasando en que solía reunirme
frente a los litúrgicos colores del destierro
cuando un vecino en algún sueño me escribía:
“Su jinete con palmas de tristeza va pasando”.

                                     IX

Los pífanos
se entrelazan como nubes al final
de mi escalerilla granate,
pero el idioma no llega,
pero solo una pálida mancha
cantando en los viejos sombreros enormes,
¿pero es que las llaves de esta callada ciudad se han perdido?

Y desde entonces no sueño, pues alguien
responde a la aldaba y me hiere
la bella caída del ave
hasta quedar adorada,
negra y verdosa en la tabla inservible.
Y en la tabla el húmedo escribe:
“Su jinete con palmas de tristeza va pasando”.

                                       X

¡Ah, déjame decir esta palabra,
esta palabra cuerpo, esta palabra nieve, esta palabra oculto,
con el éxtasis fresco junto al ave,
y haber salido solo hasta el hogar, hasta la esfinge,
por oleadas de noches y de hojas,
por los, juegos como un frío relicario,
por la forma arrasada del intacto paraíso,
por marinos estudios de mis padres y mis nubes
haciendo deshaciendo irreprimible soledad,
por dulces tornasoles, alta yerba, plenilunios,
ah, déjame decir como quien vuelve
manchado aquella esquina y entra límpido en el viento luminoso,
en el viento salobre y anhelante, fija costa de fervor,
y haber salido desde nunca a solo esto,
a poner un divino arrasado paladar en el abismo
anhelante de mi nombre y en la nada esta palabra,
esta palabra cuerpo, esta palabra nieve, esta palabra oculto,
ah, déjame salvarla lentamente, yo estoy solo
y tú sueñas, yo estoy vivo, yo desnazco y tú preguntas — lentamente!

Enero, 1946

                                                                    Cintio Vitier