POEMA
I
UN río grande, claro, inmemorial,
bajo tu frente oscura,
bajo tu idioma oscuro,
bajo tu voz pesando como fuego en tus oídos
atados al silencio del manglar y de la tela
y atados al silencio como un nombre y como un ave.
Su vida ausente, oculta, inmemorial,
bajo tus ojos largos,
bajo tus ojos sordos bajo el agua
pesada como un lento frenesí:
terror de la dulzura del estío
y del cuerpo: terror de la dulzura inmemorial
de lo posible. Oh aldea! Oh sedosa, pobre aldea!
II
¿Un ave?—Sí
Un ave, lo imposible:
para que el mar empiece dulcemente, y se redima
en tus ojos sagrados.
Un ave oscura, larga, oscuramente.
¿Un ave? ¿Cede
la honda dormida al cuerpo en júbilo
por algo? ¿Un ave?
¿Cede
(mientras la luz brota del ojo como un bufón nocturno)
para?
Un ave que no empieza y que no sigue,
soportando el abismo cristalino,
como un nombre.
Como un ave que soporta el espacio como un ojo.
III
Como un nombre que desprende uno a otro en una calle
polvorienta, mordida, fabulosa
que se empina densamente y se deslumbra
mientras salta esa voz portadora de mi nombre
y el deseo huesudo de la marchita loca
recibe el sol, la luna, los guijarros
hasta que el mundo es una fría furnia que yo salto irónico.
Hasta que el yo es una fría furnia que yo salto irónico.
Hasta que el cuerpo, lo huesudo,
el mirón, la amarga yerba. El marchitado cuerpo
de la huesuda loca. Bajo el sol. Bajo la nada.
IV
El iris se detiene en los barriles
sobre la tierra húmeda,
sobre la tierra vagamente roja y olivácea
que se aferra en mis ojos irisados
por la rosada paz del almacén, del pálido
conjunto del escombro,
la luna, lo manchado, el almacén
pálido y puro: Henchido,
Anhelante.
¡Oh, qué paz
como una danza inacabable — y breve!
¡Qué paz de lo imposible! Agua risa,
agua oculta, clarotenebroso — dulce fango inmemorial!
Agua olida, piedra grande y más, y más dichosa!
Y ahora ser
(lejanamente, así, como el deseo
lejano de una llama en la memoria)
el desasido, el puro, el aferrado
al todo como brizna,
como grieta:
un paso cuya gloria se descifra
por azar.
Un nombre cuya gloria se descifra
como el iris detenido en los barriles
junto a los ojos líquidos y el ojo heráldico,
por azar.
V
¡Ah, naciste, ya interrogas,
pones la extraña mano irreprimible
sobre la extraña piedra, sobre el hierro,
y el hondo hierro, el tantálico, fabuloso hierro:
y la luz!
¡Ah, barriles, violetas o tejados
en cuyos cánticos maduras, resucitas
frente al agua mirada por el ojo marino de la luz:
toca el tocado hierro, la profunda piedra
del tocado tacto!
¡Y la luz!
¡Ah, toca, interrogante! ¿Cede
la infiel mirada al cuerpo, al júbilo,
al asco? ¿Cede
la límpida doncella al hondo cortinaje, al sueño
de su hijo?
¿Un ave, para?