DISCURSO DE TOMÁS ESTRADA PALMA
Conciudadanos:
Difícil es que haya causa más imperiosa y objeto más noble, que aquellos que nos han movido, con sentimiento unánime y deseo igual, a congregarnos aquí esta noche. No hemos venido como otras veces, a honrar la memoria de nuestros héroes inmortales y ratificar, con el recuerdo de sus proezas legendarias, la aspiración única de nuestra vida de patriotas, la de redimir a Cuba del dictado infeliz de colonia española. Nuestra presencia en este lugar obedece a un móvil de otro género, pero no menos elevado, ni menos patriótico. Venimos a dar testimonio público y sincero de la estimación, el respeto y el amor que sentimos por el distinguido cubano, el hermano nuestro que, por la nobleza de su propósito, y por la energía inquebrantable y actitud sin miedo con que lo realizó, ha sabido colocarse a la altura de los grandes servidores de la patria.
Todos llevamos luto en el corazón por los ocho jóvenes imberbes que cayeron el 27 de noviembre de 1871 bajo el plomo asesino de la turba feroz. Los ocho eran cubanos, eran patriotas, pero no eran culpables del feo delito que sirvió de pretexto para su muerte. La justicia y el honor pedían a voces que se les redimiese de la mancha que quiso imprimirles la calumnia vil. Un estudiante como ellos, su compañero de prisión que corrió riesgo inminente de ser, como ellos, asesinado, se encargó de vindicar su memoria. Sus esfuerzos, su constancia y su decisión se vieron coronados con el éxito más completo. El 14 de enero de 1887, por declaración solemne de las partes más interesadas y por hechos irrefutables,[1] quedó plenamente justificada la inocencia de aquellas ocho víctimas del odio brutal que, para mengua de España, embriagó durante la mayor parte de nuestra guerra gloriosa, al peninsular contra el cubano, sobre todo, en La Habana y algunas otras ciudades de la isla. Esa justa y necesaria vindicación marca un triunfo de gran valía en la historia de nuestra patria; es la victoria moral de Cuba contra España, el proceso sustanciado y fallado contra el régimen colonial de esa nación europea en la América libre.
El compatriota esforzado que alcanzó victoria de tal trascendencia está entre nosotros, todos conocéis su nombre, a mí me ha tocado la honra de presentároslo, y cumplo el encargo con inefable placer y justo orgullo. Conciudadanos: tengo la satisfacción de presentaros al Dr. Fermín Valdés Domínguez.
Salón Jaerger’s, Nueva York, 24 de febrero de 1894.
Patria, Nueva York, 2 de marzo de 1894, no. 101, p. 2.