Sobre la educación científica pueden consultarse, entre otros, los siguientes artículos:
“Alzamos esta bandera y no la dejamos caer.—La enseñanza primaria tiene que ser científica. / El mundo nuevo requiere la escuela nueva. / Es necesario sustituir al espíritu literario de la educación, [por] el espíritu científico”. (JM: “Abonos.—La sangre es buen abono”, La América, Nueva York, agosto de 1883, OCEC, t. 18, p. 113).
“Que la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública.—Que la enseñanza elemental sea ya elementalmente científica:—que en vez de la historia de Josué, se enseñe la de la formación de la Tierra”.
(JM: “Educación científica”, La América, Nueva York, septiembre de 1883, OCEC, t. 18, p. 141).
“Al mundo nuevo corresponde la universidad nueva. / A nuevas ciencias que todo lo invaden, reforman y minan,—nuevas cátedras. / Es criminal el divorcio entre la educación que se recibe en una época, y la época. / Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él,—y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote; es preparar al hombre para la vida. / En tiempos teológicos, universidad teológica. En tiempos científicos, universidad científica”. (JM: “Escuela de electricidad”, La América, Nueva York, noviembre de 1883, OCEC, t. 18, p. 228).
“En América, pues, no hay más que repartir bien las tierras, educar a los indios donde los haya, abrir caminos por las comarcas fértiles, sembrar mucho en sus cercanías, sustituir la instrucción elemental literaria inútil,—y léase bien lo que decimos altamente: la instrucción elemental literaria inútil,—con la instrucción elemental científica,—y esperar a ver crecer los pueblos”. (JM: “Invenciones nuevas. Quinientas patentes nuevas”, La América, Nueva York, mayo de 1884, OCEC, t. 19, p. 178).
“Se pierde el tiempo en la enseñanza elemental literaria, y se crean pueblos de aspiradores perniciosos y vacíos. El sol no es más necesario que el establecimiento de la enseñanza elemental científica. (JM: “Maestros ambulantes”, La América, Nueva York, mayo de 1884, OCEC, t. 19, p. 188).
“De raíz hay que volcar este sistema. La escuela es la raíz de la República. // […] El remedio está en cambiar bravamente la instrucción primaria de verbal en experimental, de retórica en científica; en enseñar al niño, a la vez que el abecedario de las palabras, el abecedario de la naturaleza; en derivar de ello, o disponer el modo de que el niño derive, ese orgullo de ser hombre y esa constante y sana impresión de majestad y eternidad que vienen como de las flores el aroma, del conocimiento de los agentes y funciones del mundo, aún en la pequeñez a que habrían de reducirse en la educación rudimentaria”. (JM: “Las escuelas en los Estados Unidos”, La República, Tegucigalpa, 13 de noviembre de 1886, OCEC, t. 25, pp. 37-38).