Ya no es una Diputación única la que viene para Cuba, sino seis Diputaciones únicas y esto quiere decir que España, la Madre patria de los cubanos vergonzantes, no es tan mala ni tan despiadada como han dado en decir los intransigentes e ingratos separatistas, pues como se ve, en lugar de una Diputación que se pedía, vienen seis. Es verdad que Maura fracasó en su empresa reformista, pero fue porque Cánovas, Montoro y Romero Robledo entendieron que Maura era poco generoso y poco liberal para con Cuba, y por esto lo anularon con sus reformas, mandando ellos a su vez —por el cable— un nuevo programa más expansivo y más provechoso para la colonia española.
Montoro, el hombre-símbolo, como alguien lo llamó hace poco, convocó secretamente, el cónclave español político y les dijo: “Señores, la situación de Cuba es pavorosa, Cuba está perdida sin remedio para España si ustedes y nosotros los buenos españoles no la salvamos. Lo que pasa allá en estos momentos es grave, gravísimo; figúrense ustedes que Martí ha revuelto aquello dentro y fuera de Cuba, que con él están íntimamente ligados Máximo Gómez, Maceo y demás antiguos cabecillas de la pasada guerra, que el pueblo bajo da dinero y espera algo real y práctico para hacer explosión y entregarse a toda clase de excesos que Dios sabe a dónde irán a parar. Eso es lo que pasa en estos momentos en Cuba, y si no andamos pronto se lo lleva la trampa; esto que le digo es la verdad desnuda, y huelga cuanto en contrario afirmen los partidos políticos y toda esa prensa periódica, que después de todo aguanta cuanto se imprime en ella.
A esta manifestación precisa y sincera del señor Montoro exclama uno de los comensales:
—¿Pero de veras que el llamado Martí ha logrado intranquilizar a Cuba hasta el extremo de hacer peligrosa allí la situación?
—Ni más, ni menos que eso —contestó Montoro.
—Pues la prensa de Cuba, casi en absoluto, y muchas cartas privadas que he leído de gente de allá han venido informando a diario, desde hace más de dos años que el tal Martí no era más que un fanático bullanguero y loco, incapaz de realizar nada práctico contra la integridad nacional de Cuba —continuó diciendo el comensal citado.
—Pues no es así, caro colega —exclamó Montoro— sino todo lo contrario, y ya lo he dicho, no hay que hacer caso de las noticias de los periódicos, que en el afán de servir bien a sus inspiradores y empresarios lo mixtifican todo, negando hasta lo más real con tal de halagar a los que le pagan o dirigen. Martí es inteligente y sabe lo que hace en cuanto a su política, que consiste en aprovecharse de las equivocaciones del Gobierno, que le presta fuerza y aliento a su persistente propaganda revolucionaria.
Montoro se calló, sin ir más lejos en sus manifestaciones patrióticas, porque consideró que no debía, como hijo de Cuba que es, ser más explícito en sus afirmaciones, que causaron impresión en el cónclave español. Entonces fue consultado sobre la línea de conducta que a su juicio debiera seguirse, y habiendo expresado su opinión, todos los presentes sin esfuerzo alguno y sin discusión aprobaron y acordaron el nuevo plan reformista de las seis diputaciones para calmar las pasiones cubanas y ganar tiempo en favor de la colonial dominación española.
He ahí la clave del viejo sistema político español en Cuba: no hacer nada fuera del peligro, ofrecer algo cuando este se presenta y una vez que pasa volver a las andadas, importándole un bledo la suerte de sus mansos colonos.
Siempre Martí titulamos este artículo como queriendo decir: por Martí vino Maura y su plan de reformas; por Martí ha habido en Cuba un Partido Reformista Español; por Martí han vuelto los autonomistas de su ridículo retraimiento a la vida activa de su muerte política; por Martí ha cundido en Cuba la idea de la verdadera patria cubana; por Martí se ha propagado la agitación hostil a España en toda la Isla; de Martí vienen los peligros y las zozobras que Cuba ve y siente en estos momentos; por miedo a Martí y sus locuras acaban de transformarse de rancios y empedernidos conservadores en reformadores, Cánovas y Romero Robledo, y de ahí sus seis Diputaciones que, después de todo, no son más que una burda farsa, buena solo para los palurdos cubanos que en su política de mentirilla pasan su tiempo pescando ranas.
Si Martí y los suyos se callaran de momento y desistieran de todo empeño revolucionario, ¿qué pasaría entonces?—Es muy sencillo: dentro de un mes nadie en Cuba ni en España se acordaría siquiera que existió un Maura reformista y las cosas volverían al mismo estado en que estuvieron desde la paz del Zanjón hasta que Martí organizó fuera de Cuba el Partido Revolucionario Cubano, y con él, dentro de Cuba, el pensamiento cubano.
Por eso escribimos por tercera vez: siempre martí.
Patria, Nueva York, 2 de enero de 1895, no. 143, p. 2.