LA REVISTA[1]

José Martí siempre acarició proyectos de redactar él solo una revista mensual. En octubre 26 de 1888 le confiesa a Enrique Estrázulas:

¿Sabe que ando dándole vueltas a la idea, después de dieciocho años de meditarla, de publicar aquí una revista mensual, El Mes, o cosa así, toda escrita de mi mano, y completa en cada número, que venga a ser como la historia corriente, y resumen a la vez expedito y crítico, de todo lo culminante y esencial, en política alta, teatro, movimiento de pueblos, ciencias contemporáneas, libros, que pase acá y allá, y dondequiera que de veras viva el mundo? Si es, no será a la loca, sino con esperanza razonable de éxito.[2]

     Y se entusiasma tanto con la idea, que le pide a Estrázulas que no se la comunique a Tejera, “porque sin querer pudieran salirme al camino con una idea semejante a esta, aunque no con esta misma, los que tienen más dinero que yo, que no tengo más que el que saco a sudor puro de la noria”.[3]

     Otro proyecto que lo atraía, para emplearse “donde pueda ser útil”, era “mi empresa editorial, que preparo tenazmente, y de la que, cuando ascienda a mi plan de libros de educación, hemos de hablar muy de largo”,[4] según le decía a Manuel Mercado. Esos intereses se enmarcaban dentro del ambicioso proyecto cultural que para His­panoamérica estaba madurando José Martí. Por eso, cuando su amigo, el rico brasileño Aaron da Costa Gómez le propone la idea de una revista para niños, estaba exactamente preparado para una empresa a la cual contribuían también, como hemos visto, factores emocionales nada desdeñables: la ausencia de su hijo Pepe y la presencia de María Mantilla.

     Según la propia referencia martiana a Da Costa Gómez, en car­ta a Mercado, parece que la amistad con el brasileño databa de su estancia mexicana anterior a 1876, pues cuando le habla del “editor” de La Edad de Oro, que “pone en esto un serio capital”, le recuerda que se trata de “aquel caballero modesto que representaba a la Compañía de Seguros de la New York[5] cuando tenía yo la fortuna de estar cerca de Vd., y daba Guasp aquellos dramas de Peón, que no tenían concurrente más asiduo, ni comprador más tempranero, que Da Costa Gómez”.[6]

     Los Da Costa Gómez eran tres hermanos originarios de Brasil, que se dedicaron al comercio en la zona del Caribe, amasando una buena fortuna. Según algunas fuentes, Aaron debe haber coincidi­do también con Martí en Venezuela, en donde los hermanos hasta le hicieron préstamos al gobierno.[7] Los Da Costa Gómez poseían barcos para su tráfico comercial, con centro de operaciones en islas caribeñas como Curaçao, St. Thomas y las Islas Vírgenes. Aarón, que vivió y murió soltero, ya en 1886 se encontraba en Nueva York y era propietario de una tipografía que llevaba su nombre —77 William St.—, en donde se publicaba la revista La Ofrenda de Oro, órgano de la Sociedad de Seguros sobre la vida “The New York Life Insurance Company”,[8] la misma que representara en México y que se anuncia en la contraportada de todos los números de La Edad de Oro. Desde 1881, Martí estaba colaborando en La Ofrenda de Oro.[9] Un cuadro del pintor alemán Edward Magnus titulado La Edad de Oro, reproducido en la primera página del número inicial de la revista martiana, había aparecido en el ejemplar de La Ofrenda… correspondiente a diciembre 1ro. de 1883 y, obviamente, debe ser el origen del nombre de la publicación, que, según Martí, “es título de Da Costa”.[10] Muy conocida es la causa directa por la cual Martí de­cide no seguir publicando La Edad de Oro, expuesta con claridad en su carta a Manuel Mercado fechada el 26 de noviembre de 1889:

[…] le quiero escribir con sosiego, sobre mí y sobre La Edad de Oro, que ha salido de mis manos—a pesar del amor con que la comencé, porque, por creencia o por miedo de comercio, quería el editor que yo hablase del “temor de Dios”, y que el nombre de Dios, y no la tolerancia y el espíritu divino, estuvieran en todos los artículos e historias.[11] ¿Qué se ha de fundar así, en tierras tan trabajadas por la intransigencia religiosa como las nuestras? Ni ofender de propósito el credo dominante […]. Lo humilde del trabajo solo tenía a mis ojos la excusa de estas ideas fundamentales. La precaución del programa, y el singular éxito de crítica del periódico, no me han valido para evitar este choque con las ideas, ocultas hasta ahora, o el interés alarmado del dueño de La Edad. Es la primera vez, a pesar de lo penoso de mi vida, que abandono lo que de veras emprendo.[12]

     El incidente con Da Costa Gómez surge durante la segunda quincena de octubre, cuando ya debió estar preparado el número de noviembre. El 17 de octubre, al aludir a La Edad de Oro entre sus ocupaciones, en carta a Tedín, no parece existir nada que haga presagiar su cese inmediato.[13] Algo ha ocurrido ya el 31 de octubre, cuando en carta a Félix Sánchez Iznaga habla “del apuro en que me ha puesto Da Costa, ya arrepentido, pero con quien no veo manera de avenimiento final que me dé derecho para trabajar en la empresa con la misma fe”.[14] Llama la atención que hable de que Da Costa está “ya arrepentido”, pero que él ya no tendrá “la misma fe” para seguir trabajando en la empresa.

Sobre el incidente se han formulado algunas preguntas no con respuestas claras, como la que encuentra sorpresiva la reacción del editor, al parecer ante un cuarto número que no añadía nada nuevo al contenido ideológico de la revista, la cual no hablaba ni remota­mente del “temor de Dios” desde sus mismos inicios.[15] Quizás la reacción de Da Costa se debiera a la acumulación de opiniones de cierto tipo de lectores, económicamente influyentes, habituados a los cánones “morales” de las revistas para niños escritas entonces en español, sobre todos los números de la revista (“miedo de comer­cio”).

También pudiera sorprender que Martí, acostumbrado a esos reparos de editores ante sus textos (recuérdense las peticiones de Mitre sobre suavizar sus críticas a los Estados Unidos en sus crónicas a La Nación), no hubiese utilizado recursos válidos, que bien sabía manejar, para seguir expresando lo que quería. En el cese de La Edad de Oro estamos frente a una actitud radical que trata de preservar la “pureza” de un proyecto cuyos aspectos éticos eran primordiales. Sin embargo, octubre de 1889 supone en Martí, como ya hemos visto,[16] la voluntad expresa de emprender una actividad revolucionaria más directa y perentoria, para lo cual se convertía en necesidad urgente la publicación de un periódico de combativa militancia. Pudiera conjeturarse si, de no haber existido el reparo de Da Costa, hubiera podido seguir Martí dedicándose a la redacción completa, cada mes, de un número de La Edad de Oro. Cualquiera que fuese la respuesta tendría relativa importancia, pues en cualquier caso lo que cuenta es que Martí pudo redactar un grupo de textos que sobrepasan lo efímero de una revista para inscribirse hoy entre lo más renovador y vigente escrito en lengua española a finales del siglo XIX.

Tomado de Salvador Arias: “La revista”, Un proyecto martiano esencial: La Edad de Oro, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 37-42.

Salvador Arias[17]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Véase la nota introductoria de Alejandro Herrera Moreno titulada “Por las puertas de Salvador Arias”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017, no. 40, pp. 310-312.

[2] JM: “Carta a Enrique Estrázulas”, [Nueva York] 26 de octubre [de 1888], José Martí: Cónsul de la República Oriental del Uruguay, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, p. 40; EJM, t. II, p. 60.

[3] Ibíd., pp. 40-41; ídem.

[4] JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York], 26 de julio de 1888, OCEC, t. 29, p. 226; EJM, t. II, p. 44.

[5] The New York Life Insurance Company.

[6] JM: “Carta a Manuel Mercado”, New York, 3 de agosto 1889, CMM, p. 314; EJM, t. II, p. 117.

[7] Es de señalar que Edgardo, un sobrino de Aarón, hijo de su hermano Eduardo, fue a establecerse en Honduras, en donde trabó amistad con exiliados cubanos como Antonio Maceo, Flor Crombet y Eusebio Hernández, hasta el punto de que al estallar la guerra del 95 se incor­poró a ella. Fue considerado veterano de la guerra y se casó con una santiaguera. Murió en La Habana en marzo de 1946, atropellado por un tranvía y su hija, Clara D’Acosta Gómez de Llampallas vivía aún en La Habana hacia 1953. (José de J. Núñez y Domínguez: “Huellas de Martí en América”, Memoria del Congreso de Escritores Martianos. Publicación de la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y el Monumento de Martí, La Habana, 1953, pp. 208-221).

[8] Ver el artículo de José Martí: “Cómo puede dejarse una herencia sin ser rico la compañía de seguros de vida la New York (The New York Life Insurance Co.)”, publicado en La Ofrenda de Oro, New York, vol. XII, no. 5, setiembre de 1886, pp. 8-10, que fue tomado, a su vez, de El Economista Americano. (Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2016, no. 39, pp. 12-16). Al texto en cuestión lo antecede una interesante nota introductoria de Ricardo Luis Hernández Otero titulada “Otro texto rescatado de El Economista Americano (1886)”. (Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2016, no. 39, pp. 9‑12). (N. del E. del sitio web).

[9] Véase, al respecto, el artículo “James A. Garfield”, La Ofrenda de Oro, La Habana, 9 octubre de 1881, OCEC, t. 9, pp. 85-88.

[10] “Carta a Manuel Mercado”, ob. cit., p. 314; EJM, t. II, p. 117. Ver además de Ricardo Luis Hernández Otero: “Colaboración martiana en La Ofrenda de Oro. (Notas sobre un artículo desconocido de José Martí)”, Anuario L/L, La Habana, 1976, nos. 7-8, pp. 38-67.

[11] Véase, al respecto, la carta a Manuel Mercado, [Nueva York, 24 de diciembre de 1889], CMM, p. 328. (N. del E. del sitio web).

[12] JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York, 26 de noviembre de 1889], CMM, p. 323; EJM, t. II, p. 163.

[13] JM: “Carta a Miguel Tedín”, New York, 17 de octubre de 1889, EJM, t. II, pp. 133-136.

[14] JM: “Carta a Félix Sánchez Iznaga”, Nueva York, 31 de octubre de 1889, EJM, t. II, p. 147.

[15] Ver al respecto José Fernández Pequeño: “La Edad de Oro: reflexiones para una observación y una duda”, Acerca de La Edad de Oro, selección y prólogo de Salvador Arias, La Ha­bana, Centro de Estudios Martianos / Editorial Letras Cubanas, 1980, pp. 343-356.

[16] Salvador Arias: “El año de 1889”, Un proyecto martiano esencial: La Edad de Oro, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 23-30.

[17] Salvador Arias García (1935-2017), ensayista y crítico literario.